IV
Aeródromo de Los Cerrillos.
02:59 a.m.
Un avión aterrizó suavemente en la pista, abriendo su compuerta. La luz que se derramaba desde el interior iluminó a la mujer que comenzaba a subir a bordo.
— Creía que las brujas volaban —comentó Edgar, sin levantar la vista de su libro.
— Crees en demasiados cuentos —replicó la mujer mientras subía la rampa sin detenerse—. Además, volar atrae demasiada atención.
— Disculpa mi ignorancia, entonces —respondió Edgar, levantando finalmente la vista hacia Leila.
— Tranquilo, yo también llegué a pensar que podrías volar —replicó Leila, con una ligera sonrisa.
— Para mi desgracia, no puedo, aunque tampoco es algo que me atraiga —respondió Edgar, mientras el libro era engullido por las sombras.
— Lo que digas, viejo maldito —dijo, sentándose a su lado.
— Lo dice una bruja —respondió entre risas.
Leila soltó una risa y, al tocar su hombro, se giró para encontrarse con Emilia.
La enmascarada movió las manos, y gracias a las muchas clases que había tomado, Leila pudo entenderla.
| Me alegra ver que sigues viva. |
— Nada de "Hola, Leila, me alegra verte tan hermosa" —replicó, levantando una ceja.
— Niñas —llamó Edgar—, continúen su charla cuando despegue el avión.
Ambas simplemente rodaron los ojos, pero accedieron a esperar hasta estar en el aire para continuar.
[...]
— ¿Tres horas? —replicó Leila, sonriendo—. Eso es solo el comienzo de la tortura.
— No fue tan malo... —comentó la agente Elena—. Solo tienes que dormitar un poco a mitad de camino.
— O distraerlo con alguna historia aburrida —agregó él agente Alexander, riéndose—. Eso siempre funciona.
— No puedo imaginarme hablando con Edgar durante tres horas —comentó Leila.
— Me quedé dormido a la mitad de la historia —admitió Alexander.
— ¡Lo sabía! —exclamó Edgar.
— No es tan entretenido escuchar cómo intentaste suicidarte 999 veces —comentó Elena—. Las historias se volvieron aburridas desde la 109.
— Intenta ser más creativo cuando te aburres
—replicó el hombre, cruzándose de brazos.
— ¿Acaso no te aburrió esa misión en Venezuela? —preguntó la morena con una sonrisa.
Edgar frunció el ceño.- Pensé que habíamos acordado NO mencionar esa misión -dijo con evidente molestia.
— ¿Qué sucedió en Venezuela? —preguntó la agente.
Emilia se sostenía el abdomen, pareciendo a punto de estallar de risa.
Sin embargo, el mayor le lanzó un guante, provocando que la joven lo mirara con desdén.
— ¡Tú, callada! —gritó Edgar, pero Emilia solo señaló su máscara con ojos en blanco.— Bueno, basta con esos gestos y ya —corrigió.
— ¿Estás seguro de que no tienes Alzheimer? —preguntó Leila, aunque al ver la mirada fulminante de Edgar, añadió— Es la quinta vez que se te olvida que ella no puede hablar —encogiéndose de hombros.
Edgar simplemente se dejó caer en su asiento, permitiendo que los jóvenes continuaran con su animada conversación.
[...]
Amazonas.
04:05 am.
El avión abrió su compuerta de par en par, revelando a los tres seres sobrenaturales que estaban al borde, listos para saltar.
— ¿No les recuerda esto a nuestra misión en Perú? —preguntó Leila, entrecerrando los ojos con curiosidad.
— ¿Esa no fue la vez que casi te casas? —replicó Edgar, mientras el viento lo obligaba a entrecerrar los ojos.
— Creo... tal vez —respondió Leila, recordando la situación con una mueca.
— Bueno, caballero y señoritas, ya deben bajar —anunció el piloto.
Sin más, los tres saltaron, descendiendo en picada hacia la selva.
— ¿Por qué saltaron? —cuestionó Elena—. ¿No iban a aterrizar, ya sabes?
— Creo que no saben que pueden pedir que aterricen —comentó Alexander—. Aunque, honestamente, creo que lo hacen más por diversión.
— Eso tiene más sentido —concordó la castaña—. ¿Les dijiste que van a tener refuerzos? —preguntó.
— Pensé que tú se los habías dicho —respondió.
Ambos se miraron, y luego observaron cómo la compuerta se cerraba.
— Ups —soltaron al unísono.
[...]
Los tres caían en picada, y todo indicaba que iban a aterrizar en un río.
Leila logró invocar una corriente de aire que los envolvió, permitiéndoles aterrizar suavemente en una zona cercana al río.
— Por eso siempre hay que llevar a una bruja —comentó Edgar, ajustándose el traje.
Emilia asintió mientras revisaba sus armas.
— Son un par de aduladores —negó Leila, aunque una sonrisa se asomaba en su rostro.
Emilia movió las manos para llamar la atención de sus compañeros y luego transmitió la información.
| Según nuestras coordenadas, estamos a dos horas del punto de llegada. |
— De acuerdo, ¿alguien sabe cómo llegar? —preguntó Edgar. Emilia levantó la mano.
— Bueno, tú guías —añadió Leila con una sonrisa.
Sin más, la joven comenzó a guiar a sus compañeros a través de la densa selva.
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