Tuve un sueño, en el cual eras mía.
Me veía con tu dulce compañía
en cada momento de cada día,
y tal como hago hoy, por ti yo moría.

Durante los friolentos aires de invierno
tus brazos eran un cobijo tan tierno,
y me susurrabas que esto era eterno,
que me acompañarías hasta el mismo infierno.

Me permitiste sentir tu frágil piel
junto a la mía, sin sabor alguno a hiel,
y eras un ser tan angelical, tan fiel,
Dios sabía que te amaba tanto como a él.

Abrazaba con mis fuertes brazos
tu figura delicada y de bello trazo,
la apretaba con brío, nada era falso,
tú, vestida con el viento del ocaso.

Sentía cada parte de ti, tan preciosa
tu imagen, tu sonrisa, “¡Sois gloriosa!”,
te decía mientras te amaba, y tú, orgullosa
me ofrecías cada instante de tu vida armoniosa.

Buscábamos juntos un refugio al alba
de una tormenta que nos acechaba,
y bajo la lluvia aún yo te cantaba
que eras la única a la cual amaba.

Sí, yo te cuidaba como a la misma vida,
no quería que nunca hubiere una partida,
mas la noche, en su tiempo de ida
me hizo ver mi mentira vivida…

Se esfumó la dicha al llegar del día
con el canto aviar y el pasar del tranvía.
No sabes con que ganas yo me moriría
por volver a ese sueño en el cual eras mía.