Intentaste en cierto momento contemplar tu reflejo en un espejo, y el cristal se fragmentó como las gotas de la lluvia y rociaron el suelo con su particular bebida, preparada con mi sangre y expiadora de toda culpa de los bodrios mundanos que me arrastraron al pantano. Cada fragmento de esos abría realidades alternas, con espejos más poderosos que podían representar fielmente tu imagen perfecta; y decidí sumergirme hasta morir bajo las aguas al ver que en todas las realidades me amabas, menos en esta.
Agradó a tus ojos el ver que el pantano se convertía en hoguera y lo que me asfixiaba ahora incineraba el alma, aún en esas llamas, aseguro, sonreía, porque prefería la muerte que sin ti otro solo día. Cuando viste los reflejos de las otras realidades, temiendo corrupción por aquel pedazal de espejos, alejaste uno con la punta de tu dedo, y te hizo sangrar gotas de sangre color negro.
Aún con llamas en mi cuerpo pude ver tu final triste, pues cada vaso sanguíneo se había roto, deseé entonces salir a rescatarte de la muerte, pero en ella me seguiste al caerte del dolor en las incandescentes llamas del que fue pantano, en las viejas aguas de la hoguera en el presente. Y aquellos espejos se unieron nuevamente, los rostros vistos aún poseían vida, y en esa sus sonrisas no parecían esconder sufrimiento alguno, vivían felices de verdad.