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Capítulo 3.

Hace 11 meses:

La luz del atardecer se filtraba entre los árboles del bosque, pintando el suelo con tonos dorados y rojizos. África caminaba en silencio junto a Lucas, ambos separados del resto del grupo que disfrutaba de las actividades organizadas cerca del campamento. El aire estaba cargado de esa tensión familiar entre ellos, una mezcla de nostalgia, dolor y algo que ninguno de los dos parecía poder dejar atrás.

—Entonces, ¿Qué quieres, Lucas? —preguntó, cruzándose de brazos. Su tono era ácido, pero había una nota de inseguridad detrás de su aparente dureza.

—Quiero que volvamos a intentarlo —contestó él, deteniéndose frente a ella. Sus ojos marrones buscaban los de África, sinceros pero cansados—Sé que siempre lo arruinamos, pero... no puedo dejar de pensar en ti.

Ella lo miró durante unos segundos, tratando de descifrar si lo que sentía era verdadero o simplemente una costumbre difícil de romper. Finalmente, bajó la mirada.

—Lucas, no sé si somos buenos el uno para el otro —murmuró.

—¿Y qué importa eso? —insistió él, dando un paso hacia ella—Siempre volvemos el uno al otro. ¿No significa algo?

África suspiró, dejando caer los brazos a los costados. Lucas aprovechó ese momento de rendición para tomar su mano.

—África, por favor. Dame la última oportunidad.

Ella lo miró y, sin decir nada, asintió débilmente. Su corazón batía más rápido, aunque no sabía si por emoción o por la sensación de estar cayendo de nuevo en un círculo vicioso.

Ambos regresaron al campamento, caminando juntos pero en silencio. Lucas le dio un breve beso antes de separarse para ir a su tienda, dejándola sola. África se quedó observándolo desaparecer entre las tiendas antes de escuchar una voz detrás de ella.

—¿De verdad vas a volver con él? —preguntó Susan, con su típico tono condescendiente.

África se giró para enfrentarse a su amiga, o al menos a lo que alguna vez pensó que era su amiga. Susan estaba de pie con los brazos cruzados, su expresión una mezcla de incredulidad y burla.

—¿Qué te importa? —contestó, con una ceja arqueada.

—Me importa porque eres mi amiga y estoy cansada de verte humillarte con ese idiota —dijo, dando un paso hacia ella—¿O es que te gusta el drama?

África sintió cómo la rabia empezaba a subirle por el pecho.

—¿Sabes qué, Susan? Eres una hipócrita. Te la pasas criticando mi vida mientras tú manipulas a todo el mundo para sentirte mejor contigo misma.

Susan soltó una risa sarcástica.

—¿Manipular? Vamos, África. Si alguien necesita un poco de guía en esta vida, eres tú. Eres un desastre, ¿Sabes? Siempre aferrándote a lo que te hace daño porque no sabes qué hacer contigo misma.

—¡Cállate! —gritó, dando un paso hacia Susan.

Susan no se echó atrás, al contrario, se inclinó hacia ella, desafiándola con una sonrisa fría.

—¿Qué vas a hacer, África? ¿Golpearme? Adelante, a ver si eso arregla tu vida.

África levantó la mano, más por impulso que por intención real, pero antes de que pudiera hacer algo, alguien las separó.

—¡Hey! ¿Qué demonios está pasando aquí? —interrumpió Landon, colocándose entre ambas y apartando a África con suavidad pero firmeza.

—Tu amiga está loca —espetó Susan, señalando a África con el dedo antes de girarse y marcharse en dirección al campamento.

África intentó seguirla, pero Landon la sujetó del brazo.

—Déjala ir —le dijo, su tono era calmado pero su mirada reflejaba preocupación—No vale la pena.

África respiró hondo, tratando de calmarse, aunque sus manos seguían temblando.

—¿Por qué siempre tiene que ser así? —murmuró, más para sí misma que para Landon.

—No tienes que entrar en su juego.

África lo miró durante un momento antes de asentir. Sin decir nada más, se dio la vuelta y se dirigió a su tienda, intentando apartar de su mente las palabras de Susan, aunque sabía que eso sería imposible.

La noche avanzaba, y el campamento estaba más tranquilo, con risas dispersas y el crujir de la leña en las fogatas. Sarah se había quedado cerca del lago, lejos del bullicio. Le gustaba cómo el reflejo de la luna ondulaba en el agua, calmante y casi hipnótico.

Tyler apareció detrás de ella, silencioso como siempre.

—¿Por qué no estás con los demás? —preguntó, metiendo las manos en los bolsillos.

Sarah giró la cabeza y lo miró de reojo, su rostro apenas iluminado por la luz plateada.

—Me gusta este lugar —respondió con una sonrisa suave—Además, a veces está bien alejarse.

Él asintió y, tras un breve silencio, se sentó a su lado en el suelo. Sarah notó la cercanía, cómo el calor de su cuerpo contrastaba con el aire frío.

—Nunca pensé que tú necesitaras alejarte —dijo, mirándolo de reojo—Siempre pareces tan... perfecto.

—Perfecto no significa tranquilo —respondió, dejando escapar una risa ligera. La miró directamente a los ojos, como si quisiera asegurarse de que entendiera la verdad detrás de sus palabras—Todo el mundo necesita espacio a veces.

Sarah bajó la mirada, sonrojándose ligeramente. Había algo en la manera en que Tyler la miraba que hacía que su corazón latiera más rápido, aunque siempre lo intentaba disimular.

—¿Sabes? Me alegra que estés aquí —dijo él, después de un rato.

—¿En serio? —preguntó, sorprendida.

—Sí. Me gusta hablar contigo. No es... complicado.

Sarah sonrió, algo incómoda pero emocionada al mismo tiempo. Tyler no era del tipo que regalaba cumplidos, y esa sinceridad la hizo sentir especial, aunque le costara creerlo del todo.

Pero justo cuando parecía que la conversación podía llevarlos a algo más, una voz familiar los interrumpió.

—¡Oh, ahí están! —Susan apareció de repente, con su característica sonrisa cínica. Su presencia parecía desplazar todo el aire del lugar.

Sarah sintió cómo su cuerpo se tensaba de inmediato, como si un mal presentimiento le recorriera la espalda.

—Tyler, te estaba buscando —dijo Susan, ignorando a Sarah por completo—Necesito que me ayudes con algo en mi tienda.

—¿Ahora? —preguntó Tyler, algo desconcertado.

—Sí, ahora. Vamos, no tomará mucho tiempo —dijo, tirando de su brazo antes de que pudiera protestar más. Tyler se levantó, aunque miró a Sarah con una disculpa silenciosa en los ojos.

—Volveré en un momento —dijo Tyler, antes de seguir a Susan.

Sarah lo observó alejarse, sintiendo cómo la calidez de la noche se evaporaba con cada paso que él daba.

Cuando Susan regresó sola, minutos después, Sarah supo que no traía buenas intenciones.

—¿Qué? ¿Esperabas que él volviera corriendo hacia ti? —dijo Susan, cruzándose de brazos mientras miraba a Sarah de arriba abajo con una expresión crítica.

—¿Qué quieres, Susan? —respondió, tratando de sonar firme, aunque su voz tembló un poco.

—Quiero ayudarte, en serio —respondió con una sonrisa que no llegó a sus ojos—Solo digo que deberías ser realista. Tyler no es del tipo que se fija en... ya sabes, chicas como tú.

Sarah la miró, confundida y a la defensiva.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Significa que no deberías ilusionarte demasiado. Esas cosas no terminan bien. Tyler necesita a alguien que... encaje con él. Ya sabes, alguien que se cuide un poco más.

Susan dejó caer sus palabras como quien suelta un cuchillo, directo y sin piedad. Luego se dio la vuelta y se fue, dejando a Sarah sola bajo la luz de la luna.

Sarah se quedó quieta, sintiendo cómo cada una de las inseguridades que siempre había intentado reprimir empezaba a brotar. Miró hacia el lago, su reflejo distorsionado por las pequeñas ondas del agua. Se cruzó los brazos sobre el pecho, como si pudiera protegerse de las palabras de Susan, pero no pudo evitar que estas la alcanzaran.

—¿Y si tiene razón? —susurró para sí misma, sintiendo una punzada en el estómago.

La noche, que antes le parecía tan mágica, ahora la hacía sentir pequeña y fuera de lugar.

Landon salió del campamento, pasando por el borde de las tiendas, buscando un respiro de la tensión que se acumulaba entre su grupo de amigos. Había demasiado drama, demasiadas emociones contenidas, y, sinceramente, no tenía energía para lidiar con todo eso.

Se internó un poco en el bosque cercano, siguiendo el sonido suave del viento entre las hojas. El silencio lo relajaba, algo que raramente encontraba en su vida llena de ruido y actividad constante.

Cuando llegó a un claro iluminado por la luz tenue de la luna, la vio. Siena estaba sentada en un tronco caído, con un libro en las manos y una linterna pequeña apoyada en sus rodillas. Parecía tan ajena al mundo, tan concentrada en las palabras frente a ella, que Landon dudó si interrumpirla.

—¿Lees en medio del bosque? —preguntó finalmente, su voz rompiendo el silencio.

Siena dio un pequeño respingo, cerrando el libro rápidamente y mirándolo con los ojos muy abiertos. Su cabello castaño reflejaba la luz de la luna, y sus pecas parecían más visibles bajo la suave iluminación.

—Ah... sí, supongo —dijo, algo incómoda—No me gusta mucho el bullicio del campamento. Aquí es más tranquilo.

Landon sonrió y se acercó lentamente, levantando las manos como si intentara mostrar que no era una amenaza.

—Te entiendo. A veces uno necesita... escapar un poco.

Ella asintió, observándolo con cautela mientras él se sentaba en el tronco, dejando un espacio considerable entre ellos.

—¿Qué lees? —preguntó, señalando el libro que ella ahora sostenía con fuerza contra su pecho.

—Es solo... poesía —respondió, como si fuera algo vergonzoso.

Landon arqueó una ceja, genuinamente interesado.

—¿Poesía? No parece lo típico que alguien leería aquí.

—¿Y qué parece típico para ti? —replicó, con un ligero tono defensivo.

Landon levantó las manos en señal de rendición, sonriendo.

—Tienes razón. Me retracto. Solo que... me sorprende. Es interesante.

Siena lo observó por un momento, como si estuviera evaluando si era sincero. Finalmente, relajó un poco su postura y colocó el libro entre ellos.

—Es de Emily Dickinson. Me gusta cómo escribe sobre el silencio, la soledad... cosas así.

Landon tomó el libro con cuidado, como si fuera algo frágil. Pasó las páginas lentamente, sin saber realmente qué estaba buscando, pero queriendo demostrar interés.

—No sé mucho de poesía, pero esto suena profundo. Quizás deberías enseñarme un poco —dijo, mirándola con una sonrisa tímida.

Siena lo miró de reojo, su expresión todavía reservada, pero con una pequeña chispa de curiosidad.

—¿De verdad quieres aprender? —preguntó, levantando una ceja.

—Claro. No soy tan tonto como parezco —bromeó, dándole un pequeño empujón al libro.

Ella dejó escapar una risa suave, algo que a Landon le pareció una pequeña victoria. Siena rara vez se dejaba ver por completo, pero en ese momento, parecía un poco menos cerrada.

—De acuerdo, pero no esperes que sea fácil —dijo ella, tomando el libro de nuevo y abriéndolo en una página al azar—Dickinson no es para los débiles.

—¿Qué dices? ¡Soy un tipo fuerte! —vaciló, flexionando los brazos de forma exagerada.

Siena negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír. La conversación fluyó con una naturalidad inesperada, y aunque Landon sentía que todavía había una barrera entre ellos, estaba más que dispuesto a derribarla, poco a poco.

Actualidad.

África estaba tumbada en su cama de edredones rosas y cojines perfectamente combinados. La luz de su lámpara de noche, con forma de flor, iluminaba la habitación en tonos cálidos, reflejándose en las delicadas decoraciones de porcelana que adornaban sus estanterías. Jared estaba sentado junto a ella, su cabello estaba desordenado y era castaño, además de que tenía algunos tatuajes recubriendo sus brazos, este jugueteaba con la pulsera de hilo que llevaba en la muñeca.

—Tu cuarto es tan... —el chico pausó, buscando una palabra adecuada—Rosa. Sé que no es la primera vez que vengo aquí, pero no es lo que esperaba de ti.

—¿Qué esperabas? ¿Negro y posters de bandas emo? —respondió con una sonrisa burlona mientras se acomodaba contra el respaldo de la cama.

—Algo menos de princesa Disney, seguro—le devolvió la sonrisa, inclinándose hacia ella.

África rodó los ojos, pero no se apartó cuando Jared posó su mano en su pierna, su tacto cálido atravesando las finas mallas que llevaba puestas. Sus labios se encontraron de nuevo, en un beso que comenzaba ligero, pero que rápidamente se tornó más intenso. Jared siempre era más apasionado que ella, algo que no podía evitar notar cada vez que estaban juntos.

Sin embargo, esta vez, Jared se apartó primero.

—África... —empezó, su tono más serio ahora—Deberíamos salir este viernes. Como en una cita de verdad.

África lo miró fijamente, sorprendida por la propuesta. Jared nunca había insistido en formalizar lo que tenían, y no estaba segura de cómo sentirse al respecto. Se sentó más erguida, cruzando los brazos frente al pecho.

—No hacemos esas cosas—dijo con calma, aunque su voz sonó más fría de lo que pretendía.

—¿Por qué no? Llevamos viéndonos desde hace meses y no es la primera vez que tenemos algo—le sostuvo la mirada, sus ojos oscuros llenos de determinación—Me gustas, África. Y estoy harto de fingir que esto no significa nada.

África soltó un suspiro, apartando la mirada hacia una de las tantas fotos que decoraban su escritorio. No quería mirarlo a los ojos mientras hablaba.

—Esto es... fácil. Y divertido. No quiero complicarlo con... sentimientos.

—Eso es todo lo que soy para ti, ¿Diversión fácil? —preguntó, su tono ahora cargado de decepción.

África se encogió de hombros, tratando de ignorar la culpa que comenzaba a formarse en su pecho.

—No dije eso, pero no sé si puedo darte lo que quieres.

Jared se levantó, visiblemente frustrado. Comenzó a caminar por la habitación, pasando junto a un espejo enmarcado en oro y un escritorio repleto de libros perfectamente organizados.

—Siempre haces esto, ¿Sabes? Mantienes a todos a distancia, como si te diera miedo dejar que alguien realmente te conozca.

África frunció el ceño y se puso de pie también, cruzando los brazos.

—No me psicoanalices, Jared. No soy tu experimento.

—No lo eres, pero me estás haciendo sentir como si yo fuera un accesorio más de tu estantería.

El silencio se extendió entre ellos. Jared la miró una última vez, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y frustración, antes de agarrar su chaqueta del respaldo de la silla.

África no intentó detenerlo. Solo se quedó allí, en medio de su habitación de ensueño, observando cómo Jared cerraba la puerta tras de sí. Una vez que estuvo sola, el eco de sus palabras la dejó inquieta.

Cuando se dejó caer de nuevo en la cama, el teléfono que estaba junto a su almohada vibró con fuerza. África lo tomó con pereza y frunció el ceño al ver que era un mensaje de otra cuenta de Instagram anónima.

"De nada por el favor."

El texto era exactamente igual al anterior, y esta vez un escalofrío recorrió su espalda. Por primera vez en mucho tiempo, África sintió que el control que tanto valoraba se le escapaba de las manos.

Mientras Tyler estaba sentado al borde de su cama, el teléfono en la mano mientras lo giraba nerviosamente. La tenue luz de su lámpara iluminaba las paredes adornadas con imágenes de equipos de fútbol y trofeos, un reflejo de la expectativa de perfección que cargaba desde pequeño. Respiró hondo, sus dedos desplazándose hasta el contacto de Sarah Bianchi.

—Vamos. No es gran cosa. Solo un mensaje.

Había estado dándole vueltas durante todo el día. Desde que Sarah y él hablaron la última vez, la idea de invitarla a salir había estado rondando su mente. Pero con ella, todo parecía más complicado. No era solo su belleza, sino que su inteligencia, su seguridad, lo intimidaban. Con otras chicas era simple: un mensaje rápido, una sonrisa y todo fluía. Con Sarah, sentía que debía esforzarse más.

Se mordió el labio y comenzó a escribir:

"Hey, Sarah. Pensé en lo que dijimos el otro día y..."

El cursor parpadeó antes de que borrara todo el texto con un suspiro frustrado. Greta, por otro lado, era fácil. Abrió su conversación y envió un mensaje sin titubear:

"¿Qué haces esta noche? ¿Nos vemos?"

La respuesta llegó en menos de un minuto:

"Claro, pásame a buscar después de las ocho."

Se recostó contra la cabecera, mirando al techo. Con Greta no tenía que preocuparse por ser alguien que no era. No tenía que pensar en lo que decía o hacía, porque sabía exactamente qué esperaba ella de él, y viceversa. Pero, mientras lo hacía, una sensación de vacío lo invadía.

La vibración de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Al principio pensó que era otra respuesta de Greta, pero al desbloquearlo, encontró un mensaje de la misma cuenta anónima que había escrito días atrás.

"¿Crees que puedes escapar de lo que pasó? Piensa mejor tus decisiones, McClain. Nada es casualidad."

Tyler se incorporó de golpe, su corazón latiendo con fuerza. Su mirada recorrió el mensaje una y otra vez, tratando de descifrar su significado. ¿Qué demonios quería esa persona? ¿Qué significaba "lo que pasó"? ¿Acaso hablaban de Susan? ¿O había algo más que Tyler ignoraba?

—Esto no tiene sentido —murmuró, apretando los dientes.

Apretó el teléfono con fuerza, debatiéndose entre mostrarle el mensaje a alguien o ignorarlo. Pero la idea de que alguien supiera que lo estaba afectando lo hacía sentirse débil. Así que lo guardó en su bolsillo, respirando profundamente para calmarse. Greta era una distracción temporal, pero necesaria. Con ella, por unas horas, podría olvidarse del resto.

Sin embargo, mientras se preparaba para salir, algo en el fondo de su mente le decía que nada de esto era casualidad, que los mensajes y la desaparición de Susan estaban conectados de una forma que aún no entendía.

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