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En el rio.

Cretácico Superior. Hace 73 millones de años. Continente Appalachia (Alberta, Canadá).

La lluvia caía sobre ellos, crepitando como pequeños proyectiles sobre su escamosa piel. Regueros de agua serpenteaban entre sus patas mientras el incesante sonido de los truenos resonaba en todo el lugar. Un rayo de intenso color amarillo se reflejó en el ojo de una de las criaturas.

Una manada de Styracosaurus se encontraba cerca de un caudaloso rio durante una gran tormenta. Los animales venían del norte y ahora se dirigirían al sur, lugar más cálido y benévolo que las tierras altas. Pero antes, debían cruzar aquel acuoso obstáculo que bloqueaba su camino.

El torrente de agua que veían avanzar sonaba con mucha fuerza y no parecía indicar que fuera transitable a nado. Pese a no estar muy nerviosos, aquellos animales cuadrúpedos pertenecientes a la misma familia que el Triceratops no estaban muy conformes con lo que hacer. Y de todos ellos, era el macho dominante quien debía buscar otra salida.

El líder de la manada era una bestia de escamosa piel negra con un gran escudo óseo sobre su cabeza que recubría su cuello. Sobre la base de este, tenía 8 espinas, cuatro en un lado y otras cuatro en otro. Más que como defensa, aquel escudo servía como método de identificación entre los Styracosaurus y una forma de intimidación durante la época de apareamiento frente a otros rivales. De hecho, él tuvo que combatir contra varios machos para hacerse con el control de la manada cuatro años atrás. Y tuvo que resistir confrontaciones con otros rivales a lo largo del tiempo. Luchó por este grupo y ahora, era su responsabilidad.

Una manada de Lambeosaurus, hadrosaurios provistos de una peculiar cresta en forma de K invertida hacia abajo, pasaban tranquilamente el rio sin problemas. Sus cuerpos eran más livianos que el de los Styracosaurus y tenían fuertes patas que les permitían impulsarse con velocidad. Para lamento de los ceratopsios, ellos eran más pesados y no tan ágiles.

El macho seguía observando el rio, esperando que al amainar la tormenta este disminuyera su fuerza para poder cruzarlo. Pero lo único que vio fue como el viento cambiaba su dirección, haciendo que las gotas de lluvia ahora golpeasen el otro lado de su cuerpo. El grupo siguió inmóvil, sin apenas prestar atención a lo que tenían a su alrededor pero un súbito rugido les hizo reaccionar.

Al volverse, los Styracosaurus vieron petrificados como 6 dinosaurios carnívoros les estaban rodeando. Estos terópodos eran Daspletosaurus, parientes cercanos del TyrannosaurusRex. Eran un poco más pequeños que su tiránico primo pero eran igual de temibles. Cada uno de los depredadores flanqueó a la manada por un lado, tratando de evitar que estos huyesen. Los animales se vieron obligados a retroceder cuando sus atacantes arremetieron contra estos. Pero detrás, estaba el embravecido rio.

La amarillenta luz de los rayos dejaba entrever a los temibles cazadores como las amenazantes bestias que eran. Sus formidables mandíbulas repletas de dientes afilados, el fino plumaje de color marrón oscuro que recubría el lomo y la cola, las brillantes escamas de las patas y el vientre y sus intensos ojos amarillentos. El conjunto dejaba un aspecto monstruoso e intimidante. Y eso perturbaba aun más a los Styracosaurus.

Los ceratopsios eran mucho más numerosos que sus atacantes. En total, eran más de 30 individuos pero el problema era que entre los adultos también había muchos jóvenes. Y esos eran por los que los Daspletosaurus iban. Los carnívoros esperaban que una brecha se abriese tras esa muralla de cuernos y músculos que les permitiese entrar para atrapar a alguno de los Styracosaurus menores y arrastrarlos fuera de la seguridad de la manada. De hecho, uno de los carnívoros se acercó, buscando atacar por alguno de los flancos pero se halló con los cuernos de los Styracosaurus, que le obligaron a retroceder.

Una creciente tensión comenzaba a palparse en el ambiente. Los Daspletosaurus se volvían más avezados y al primero, siguieron muchos más. Los Styracosaurus no se amedrentaron y los adultos se colocaron uno al lado de otro para conformar una muralla tras la que se pudieran ocultar los jóvenes. El macho dominante se hallaba en el centro justo de la formación, listo para liderar a los otros en aquella desesperada defensa. Los depredadores iban dispuestos a todo por conseguir una presa y los ceratopsios no dudarían en defenderse con beligerancia. En ese momento, los dinosaurios sintieron sus pies más húmedos de lo normal.

Con la constante lluvia, el rio estaba empezando a desbordarse y el nivel del agua crecía. La pedregosa orilla donde se encontraban los Styracosaurus estaba empezando había desaparecido y esto dejaba a los dinosaurios ante una temible situación: o morir ahogados o bajo los dientes de los Daspletosaurus. Para colmo, dos terópodos mas se unieron a la fiesta. El grupo, nervioso y confuso, se dividió tratando de hacer frente ante ambos peligros. El macho dominante miraba con desesperación sin saber qué hacer. No sabía cómo atajar aquel problema y todo se le estaba descontrolando. Pero un súbito gemido, no tardó en hacerle reaccionar.

Un Daspletosaurus logró agarrar por una de las patas traseras a un joven Styracosaurus. El dinosaurio gemía con horror mientras el carnívoro arrastraba con sus fuertes mandíbulas su maltrecho y volcado cuerpo hasta otros dos Daspletosaurus ansioso con devorarlo. El macho dominante miró con determinación tan dantesca escena y no dudó. Cargó contra el infame tiranosaurio y clavó el gran cuerno nasal en la pata del terópodo. Este emitió un rugido tan fuerte como los estruendosos truenos que se podían escuchar acompañando a los rayos. El macho empujó con fuerza al terópodo, haciéndole volcar al tiempo que el cuerno salía de la pata, dejando una profunda y sanguinolenta herida. El carnívoro se arrastró jadeante y el joven Styracosaurus que había atrapado logró retirarse a la seguridad del grupo. Pero el líder no podía dar la batalla por ganada.

Un par de mandíbulas repletas de afilados dientes se cerraron sobre el lomo del macho. Dos Daspletosaurus se abalanzaron sobre él, dispuestos a matarlo. El ceratopsio logró darse la vuelta a tiempo, zafándose del mordisco y corneando al depredador en el bajo vientre. Aunque la herida no fue profunda, consiguió que ambos depredadores retrocediesen. Él volvió a la seguridad de su manada. Y ya todo estaba decidido.

Mientras la lluvia caía con violencia y los repentinos haces de luz de los rayos iluminaban el lugar, el macho tomó la determinación de saltar al rio. Simplemente no había otra alternativa. O lo cruzaban o seguían luchado contra los carnívoros. Y esa, era una batalla difícil de superar. Sintió su cuerpo hundiéndose en el agua pero no tardó pronto en volver a la superficie. Una fuerte corriente empezó a arrastrarlo. Por ello, comenzó a mover sus patas con fuerza, impulsándose hacia delante, para conseguir llegar a la otra orilla. El resto de Styracosaurus, al ver lo que su líder hacia, no dudaron en zambullirse en tan temible rio.

Los dinosaurios caían sobre el agua de forma pesada pero no tardaban en volver a flote sobre la superficie. Enseguida, se ponían a nadar. El macho encabezaba al grupo pero no tardaron en unírsele más dinosaurios. Muchos de los dinosaurios cornados se internaban en el violento caudal, tratando de huir de los depredadores que tenían detrás. Los Daspletosaurus no se meterían en tan peligrosas aguas pero antes de que todos los dinosaurios escapasen, cuatro de los carnívoros atraparon a una joven hembra que se había quedado rezagada. Los depredadores mordieron sus patas, haciéndola caer al suelo y empezaron a arrancarle trozos de carne de su cuerpo. El animal no tardó en morir cuando uno de los tiranosaurios mordió su cuello.

El resto seguía en el agua. Parecían estar lográndolo. De hecho, la mayoría logró atravesar la mitad del trayecto pero a partir de aquí, las cosas comenzaron a complicarse. Muchos de los animales sentían como sus fuerzas empezaban a abandonarles. El largo trayecto que llevaban encima les había agotado y ahora, notaban como se hundían. Pese a todo, aguantaban todo lo que podían. El macho, aun en cabeza, veía como súbitas olas cubrían su cabeza, haciendo que agua entrase por su boca. Nadaba con todas sus fuerzas. Debía hacerlo. Llegar hasta la orilla. No solo por él. Si no por su manada.


Los rayos del Sol despuntaban en una radiante mañana iluminando todo. El contraste respecto a la noche anterior era evidente. Pese a todo, la tierra estaba húmeda y farragosa. Allá donde se pisase, los pies se hundían en el blando fango. Los arboles dejaban caer gotas de agua de forma constante. El lugar permanecía bajo una prístina serenidad que parecía poética.

La manada de Styracosaurus avanzaba tranquilo por el bosque de coníferas. Capitaneados por el macho, quien logro llegar al final a la orilla, el grupo parecía haber recobrado el optimismo y avanzaba decidido a llegar al apacible Sur. Los rayos del Sol se filtraban como finas hebras entre las ramas de los arboles y los animales ya ansiaban ver al gran astro rey en su esplendor dándoles calor. No tardaron en salir fuera y hallar la tan anhelada claridad. Pero allí, también vieron las consecuencias de la inundación.

No muy lejos de donde se encontraban, se hallaba el rio. Este ya no venía tan cargado como la noche anterior y una suave corriente de agua descendía. Pero era en la orilla donde se hallaban los estragos de la lucha. Cadáveres de varios Styracosaurus yacían en la orilla. Algunos aun flotaban sobre el agua pero casi todos ya habían tocado tierra. Muchos de aquellos Styracosaurus habían muerto ahogados, incapaces de alcanzar la orilla. Ahora, sus cuerpos habían sido arrastrados hasta el lecho del rio y habían atraído la atención de los carroñeros.

Un pequeño grupo de Troodon de grandes ojos y azulado plumaje se encontraba ya arrancando los primeros trozos de carne de un Styracosaurus fallecido. Dos estaban montados sobre la grupa del dinosaurio y con sus finos hocicos provistos de serrados dientes cortaban la piel para llevarse un buen trozo de carne a la boca. Los pequeños terópodos estaban enfrascados en su actividad y no advirtieron en la presencia de un enorme Daspletosaurus que ahuyento al so dinosaurios nada más aparecer. En cuanto los hubo espantado, el gran carnívoro empezó a devorar el cadáver con avidez.


El macho de Styracosaurus observo aquella escena y también el resto de cuerpos de los miembros de su manada y de otras. Fueron terribles pérdidas pero era lo inevitable. Aquellos animales debían de luchar con toda clase de peligros. Y pese a unirles ciertos vínculos, la supervivencia era lo único que contaba. Y eso, era más importante que cualquier otra cosa.

Los viajes durante la era de los dinosaurios no fueron faciles. Rios, depredadores, clima hostil y eso sin contar tormentas y erupciones volcanicas. Estos animales pasaron por muchas calamidades pero de todos ellos, los mas sufridores eran los ceratopsidos. Mejor conocidos como dinosaurios con cuernos, sabemos que estos animales viajaban en manadas y que al parecer solian desplazarse en migraciones.

En Canada se han hallado muchos cementerios de estos animales, sobre todo de las especies Centrosaurus y Styracosaurus, protagonista esta ultima del relato. Probablemente realizaban viajes del Norte al Sur en busca de alimento y un mejor clima. Pero por el camino, muchos de estos animales perecian cruzando rios y sus cuerpos eran arrastrados por las corrientes, sepultandolos hasta conformar ricos yacimientos con cientos e incluso miles de esqueletos.

Si quereis saber mas sobre el Styracosaurus, en el enlace os dejo un link a su entrada en Wikipedia.

Ilustracion de Gregory S. Paul.

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