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CENTRO ESPACIAL ECUMÉNICO


Una reunión daba lugar en el centro espacial. Los personajes más importantes se encontraban dando una charla sobre los pasos a seguir para con el mundo. Uno de ellos, un monarca del Imperio Espacial, planteaba la importancia de estar todos juntos en esto, que, por el hecho de que ellos tuvieran más poder, debían ser prioridad.

—Debemos aprender a confiar en nuestros súbditos y en los pobladores de nuestros centros. —declaró el monarca, con un aire de autoridad—. Es nuestra responsabilidad.

Otro monarca, por el contrario, consciente de la poca generación de alimentos y energía para la gran cantidad de gente, veía esto como una oportunidad para que la naturaleza hiciera lo suyo, apelando a la supervivencia del más fuerte.

—La debilidad es una carga. —dijo el otro monarca—. La naturaleza se encarga de los débiles. Solo los fuertes deben sobrevivir.

Se mantuvo un silencio por muchos momentos en la reunión. Luego, de repente, se apagan las luces, y segundos después, estas vuelven. El último monarca en hablar yacía muerto en el piso. Esto provocó el exabrupto de todos en la sala.

—¡¿Qué ha pasado?! —gritó uno de los asistentes, mirando a su alrededor con desesperación.

El primer monarca, Abrus, intentó calmar las aguas.

—Soy Abrus, el monarca del Imperio del Sol. No veo la necesidad de pelear entre nosotros. Hay un asesino en la sala y debe ser descubierto sin que se derrame más sangre. —dijo, con firmeza.

Esto generó momentos de calma, cuando uno de los asistentes de Abrus hizo caer de uno de sus mismos bolsillos un cuchillo ensangrentado. Esto generó muchas dudas sobre él y su monarca.

—¡Increíble! —gritó una mujer—. ¡Esto es un complot!

Se generó una alerta global en esos momentos y se detuvo en ese mismo centro a Abrus y sus acompañantes. El más joven de sus acompañantes, un joven de baja estatura llamado Loel, estaba muy nervioso; era la primera vez que había salido de su centro y creía que ya no volvería con vida.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Loel, temblando—. No puedo quedarme aquí.

—Tranquilo, Loel. —dijo Abrus—. Hay una única solución. Confía en mí. Debes fugarte por los conductos de ventilación, al ser más pequeño. Escapa en una nave hacia el centro espacial del Sol y busca ayuda en mi segundo al mando, el capitán More. Es una persona de mi confianza que te ayudará, pero no sin un pago antes. —Abrus se sacó un collar que siempre traía consigo y se lo dio a Loel—. Tu misión es clara, pero difícil de ejecutar a priori.

Loel asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.

—Lo haré, Abrus. —dijo, decidido, aunque su corazón latía con fuerza.

Loel logró escabullirse, recordando su misión con el capitán More, pero también tenía órdenes de no confiar en él plenamente, aunque necesitaba su ayuda innegablemente. Loel soñaba con que este fuera un acto que lo sacara del anonimato y lo convirtiera en alguien realmente importante.

Al ser pequeño, se escabulló entre los conductos y llegó hasta la cocina, siguiendo el olor, ya que tenía mucha hambre. Allí pudo satisfacer su necesidad de comida, y por momentos tuvo un respiro. Cuando entraron abruptamente a la cocina, Loel se abalanzó dentro de una mesa con ruedas, la cual comenzó a moverse justo cuando las personas que entraron hablaban sobre el apuro que tenía el director supremo para comer.

—¡Apúrense, apúrense! —exclamó uno de los guardias—. No tenemos tiempo que perder.

Al llegar a la habitación, la mesa quedó en el centro del grupo de personas que allí se encontraban. Se escuchó una reunión en donde Loel esperaba escuchar quién había traicionado a Abrus, pero no fue así; todos aseveraban tener claro que los hechos hablaban por sí solos y había que actuar al respecto.

—¿Qué hacemos con el traidor? —preguntó uno de los asistentes.

—Hay que llevarlo ante el consejo. —dijo otro—. La justicia debe prevalecer.

En ese momento, el hijo del director supremo comenzó una pataleta, insistiendo a su padre que se había aburrido allí y que quería ir de viaje a otro lugar.

—¡Quiero irme ya! —gritó, golpeando los pies contra el suelo—. ¡No quiero quedarme aquí!

Todos miraron al director, sin entender cómo permitía esto. Este sonrió a su hijo y le dijo, luego:

—Lo que quieras, pero luego.

En ese momento, entra un guardia a la habitación.

—Varios de los presos del grupo del exmonarca Abrus han escapado. —anunció, con voz grave—. Algunos ya han sido encontrados, pero aún faltan otros.

Todos salieron disparados de la habitación, menos Loel y el hijo del director. Loel estaba tranquilo, ya que sabía que era parte del plan, que debía aprovechar ese momento de confusión para largarse, pero aún no encontraba la manera. Cuando en ese momento siente que algo se posó sobre uno de sus hombros.

Asustado, dio vuelta y era el hijo del director.

—Hola. —le sonrió—. Yo también quería jugar a las escondidas. Pero, ¿seguro que estás escapando de tu padre? Si me ayudas a encontrarlo, luego podrás irte a jugar a otro lado.

Loel solo pensó en una cosa al percatarse del parecido entre él y el hijo del director, e incluso de la misma estatura. Hizo lo que tenía que hacer. Para cuando el director supremo volvió, Loel ya estaba vestido como su hijo, mientras el hijo yacía desmayado bajo la mesa. El director, sin percatarse de esto por el momento, decidió resolver rápido los problemas con su hijo.

—¡Vamos! —dijo, mirando a Loel—. Hay que ir al centro espacial del Imperio del Sol. Necesito encontrar a esos traidores.

Loel sonrió, sintiéndose triunfante.

—Quiero ir al centro espacial del Imperio del Sol. —dijo, imitando la voz del hijo.

El director, asombrado pero sin querer discutir, solo asintió.

—Bien, lo que quieras. —dijo—. Solo necesitamos hacerlo rápido.

Loel, feliz por haber conseguido la hazaña de ir hacia su destino de manera fácil, se percata de una carta que había dejado el director supremo en su oficina, en donde Loel fingía arreglar las cosas del hijo para irse luego de allí. Esta carta era de un tripulante de nombre Jack, del navío espacial 145. Loel conocía muy bien este nombre; era su hermano. Así que tomó la carta y se marchó hacia su nave, que ya estaba preparada.

Escuchaba en los pasillos cómo aún faltaba encontrar al último de los presos que se habían escapado, y Loel solo reía por dentro. Antes de entrar a la nave, decidió ver la televisión, que estaban dando su programa favorito, cuando en ese momento se detuvieron para dar las noticias.

—Se están dando detenciones a todos los navíos espaciales del Imperio del Sol. —anunció el presentador—. La tripulación del navío espacial 145 ha sido encontrada, con toda la tripulación muerta y un único sobreviviente.

Loel sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—No... —susurró para sí, asustado.

En ese momento, se muestra la imagen de Jack, totalmente desquiciado, con signos de haber perdido toda su cordura. Cuando se cierran las puertas y Loel emprende su viaje a casa, en el camino no pensó mucho más que en su hermano. La misión que le había encomendado Abrus, por momentos, se vio relegada a segundo plano, pero Loel, convencido de que si había podido escapar del Centro Espacial Ecuménico, podría hacer lo que quisiera.

Al llegar a casa, se perdió rápidamente de los seguidores del hijo del director supremo y se dirigió hacia su hogar. Esta estaba deshabitada, no había muebles y tenía letreros afuera que indicaban que había sido embargada por juicios de traición. Loel, sin entender nada, vio cómo uno de sus vecinos le hacía señas y le invitaba a pasar.

—No deberías estar aquí. —le comentó el vecino, con un aire preocupado—. Te están buscando a ti y a toda tu familia.

Loel le explicó la importancia de su papel para salvar a Abrus, pero el vecino, con mirada entre lágrimas, le dijo:

—No puedo ser yo quien te lo diga, pero al menos esto tenga algún consuelo dentro.

Le fue entregada una carta a Loel, una carta con fecha posterior a la que ya tenía en su poder y que había olvidado entre todos los eventos que estaban en su mente en ese momento. Loel procedió a leer la primera carta y no entendía por qué el director supremo se había hecho con ella; tal vez tenía información relevante. Pero para Loel, solo indicaba que probablemente su hermano sí se había vuelto loco. Pero antes de tomar esta decisión, procedió a leer la segunda carta.

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