Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Edén (I)

Se despertó de un sobresalto tras una noche movida. Sentía malestar en el cuerpo, una arcada le recorrió la garganta y a punto estuvo de expulsar por la boca hasta el demonio que vivía en sus entrañas. Los mechones de pelo negro y lacio se le pegaban en la frente, cubriendo casi por completo sus rasgados ojos de idéntico color a su cabello. Las gotas de agua fría recorrían sus mejillas hasta precipitarse por su barbilla. Estaba empapado, con la mitad inferior de su cuerpo sobre un charco y la lluvia salpicándole la ropa. Se puso de rodillas como pudo, observando la ausencia de reloj en su desnuda y pálida muñeca. «Algún cerdo ha aprovechado para desvalijarme»

El agua caía a borbotones. Pronto la calle se convertiría en un río donde morir ahogado.

Levantó su cuerpo y echó un vistazo rápido a su entorno. Un callejón sin salida cargado de graffitis de dudosa calidad, dibujados en las paredes de los grises edificios que lo rodeaban. No tenía ni idea de su ubicación, ni recordaba los sucesos acaecidos en las últimas horas. Un escalofrío recorrió cada vértebra de su columna, provocando ligeras descargas en la definida musculatura de su espalda. Una sensación arenosa en la garganta y un tic con el chasquido de sus uñas. Miró su muñeca como siempre solía hacer para comprobar la hora, recordando que apenas unos segundos antes había advertido que ya no contaba con su preciado reloj. Le temblaron las manos al percibir una presencia detrás suya, se giró, alertado, buscando al intruso.

No vio más que paredes de cemento.

—Mierda —murmuró para sí mismo— ¿cuánto tiempo ha pasado desde mi última dosis?

Se dirigió con celeridad en busca de Cinesucre, el hogar de sus amigas de confianza.


Las lluvias torrenciales habían empujado a Samhain hacia la más abrupta soledad. La ciudad siempre ajetreada parecía un núcleo desértico aderezado por cuerpos hinchados de tez azulada que flotaban a la deriva en las amplias calles ahogadas por el agua. El repentino cambio climático de las últimas semanas los había tomado desprevenidos y eso que estaban avisados de antemano. 

Cada año, se repetía el mismo proceso: una gota helada cubría la ciudad dejando un torrente de lluvias que duraba semanas. La diferencia residía en las fechas, normalmente dicho proceso sucedía hacia finales de año, no en inicios. En consecuencia, la urbe no había logrado reformar su sistema de alcantarillado, por tanto, la infraestructura subterránea no estaba preparada para tolerar la fuerza inagotable de la naturaleza, manifestada en un gran diluvio que, de no frenarse, inundaría toda la ciudad. Los sectores más bajos de ésta eran los primeros en padecer las consecuencias, pues sus casas habían sido arrolladas por el riachuelo formado entre la lluvia y los residuos pertenecientes a las alcantarillas. Para sorpresa del joven, el hedor a putrefacción, fruto de la explosión de heces y el aumento progresivo de los cadáveres, resultó ser cada vez menos insoportable.

Al final, el ser humano nacía preparado para adaptarse a la miseria.

Una premisa que Edén, a sus veinticuatro años, conocía muy bien.

Sus ojos desconocían qué se ocultaba más allá de la ciudad que lo vio nacer. Todo cuanto sabía del exterior lo había aprendido dentro de Samhain. Rumores y habladurías en bares, parloteo de clientes que querían dárselas de importantes antes de abandonarse a los placeres de la carne. Un sinfín de «blablás» que no le interesaban lo más mínimo. Fuera de los climas, las especies o la alimentación, su mundo no distaba mucho de otras urbes. Los poderosos también se limpiaban el culo con billetes manchados de sangre de la población pobre.

Ninguna novedad al frente.

Como los de su clase no tenían derecho a la educación, todo cuanto sabía de su ciudad lo había aprendido en la calle, trabajando como recolector de tesoros, «limpia mierda» o vendedor de occulae. La gente charlaba mucho delante de niños a los que consideraban retrasados, pero más lo hacían cuando buscaban placer. Edén se ofreció como mercancía en las calles púrpuras en cuanto tuvo la edad suficiente como para ser apetecible. Puede que tuviera diez u once años, mientras vendía estupefacientes, cuando un señor acarició sus labios en señal de interés. Desde entonces, aquella había sido su mayor fuente de ingresos.

El caso es que había aprendido que Samhain era una de las ciudades principales de la Península Inclinada, cuyo poder había provocado los recelos de altos ejecutivos de diversas empresas. No era para menos. La Gran Ciudad de Plata, como muchos solían nombrarla, había emergido de la nada. O quizá de escombros, sangre y vidas. Tras el incendio en masa de diversos archivos históricos fue erradicado en su totalidad todo pasado vinculado a las tierras de las nuevas ciudades mercantiles creadas a mediados del siglo XXI. O eso era lo que los dirigentes creían. Para eso existían los recolectores de tesoros, encargados de excavaciones ilegales que desentrañaban un pasado que se creía olvidado. A la sociedad le sobraban ricachones ansiosos por adquirir obras antiguas y desenmascarar la historia humana antes de la existencia de las dos razas: los Celestiales, muy lejos del alcance de Edén y los excrementos, grupo al cual pertenecía. Ser recolector de tesoros se penaba con la muerte; vincularse a ellos también. Fuera de su núcleo familiar, sólo se relacionaba con los del oficio prohibido. 

Fuera como fuese, estaba jodido.

Dadá y Braille eran las mejores recolectoras que había conocido. Braille era como él, lo que se conocía como excremento maldito. Y Dadá un simple excremento. Aunque llamarla «simple» era menospreciar su talento. Las mejores dosis de ocullae del mercado pertenecían a Dadá. Según ésta, fue la propia cooperativa de Samhain S. A. la que aniquiló la civilización primigenia de su actual ciudad. Un genocidio en toda regla. Relataba que una gran guerra mundial redujo el planeta a la mitad de la mitad, a partir de entonces, la hegemonía del poder mundial recayó en las empresas que mayores ingresos habían adquirido tras el conflicto. Las mismas que, sospechaba, habían incitado la situación belicosa. «La humanidad nace esclava y se cree libre, Edén —comentaba su vieja amiga con asiduidad—. Incluso quienes ostentan el poder son esclavos de su propia riqueza». Y no dudaba de sus palabras, él mismo comprobaba a diario que todo acto exigía un precio. Había aprendido esa elección gracias a su maldición. Cada vez que la usaba, perdía una parte de él y se acercaba más a la muerte.

A decir verdad, nadie sabía con exactitud qué había ocurrido en los años vacíos antes del nacimiento de la Península Inclinada. Dadá realizaba deducciones en base a sus investigaciones y las reclutadas por otros grupos clandestinos. La verdad era inescrutable.

Lo curioso era ahondar hacia los orígenes de la empresa primigenia, pues Samhain S. A. nació como una unión de diversas compañías de origen desconocido, cuya potencia armamentística la convirtió en participe del bando ganador. Tras el conflicto bélico, el mundo se organizó bajo un liderazgo mayormente formado por empresas que se aposentaron en la cima de la jerarquía social. Si en el pasado los líderes se escogían por su palabrería y habilidad para movilizar a las masas, en la actualidad nada de eso importaba. La economía movía el mundo y quien la ostentaba se ganaba la pleitesía de sus mundanos y empobrecidos súbditos. 

Los integrantes de Samhain S.A., tal y como sucedió con el resto de compañías, no necesitaron moverse para alcanzar poder político, pues éste recayó sobre la asociación de manera inmediata. Entonces, para glorificar sus hazañas y exaltar el patriotismo emergente, fundaron su propia ciudad, poblada por las familias de los soldados a sus servicios. Sin embargo, los humanos estaban condenados a repetir los mismos errores una y otra vez. Y tal como sucedió en tiempos pasados, los honores dedicados para los combatientes se esfumaron cual humo.

Las dolencias de la guerra dejaron estragos en sus cuerpos, brechas irreparables en sus mentes y vacíos silenciosos en sus familias. Las herramientas usadas para convertirlos en eficientes máquinas de matar pasaron factura. No sólo lo notaron en sus huesos; no sólo lo palparon en sus pellejos. Las consecuencias afectaron a sus descendientes. Samhain pasó de ser la ciudad de las luces plateadas de los héroes a convertirse en la cuna de la decadencia humana. Eso sí, los colores se mantuvieron, volviéndola una urbe de contrastes. Su mercado asequible de placeres ilegales atraía anualmente a cientos de extranjeros que se dejaban caer por sus calles púrpuras, sintiendo las caricias de las suaves sábanas de cualquier antiguo hotel de la carne todavía vigente. En su presencia, la urbe parecía alegre y llena de vida, sin embargo, cuando abandonaban Samhain el murmullo de la desesperación caía sobre la ciudad. Su imagen apetecible tan sólo era un recurso de atracción para los transeúntes de otros lares, un efímero espejismo muy dispar a los ojos de sus habitantes. 

Los valientes guerreros que antaño salvaron el país ahora eran polvo perdido en las cloacas, dejando una estirpe de vástagos malformados, defectuosos y...

Malditos.

Edén era uno de ellos.

Su tío Joshua siempre intentaba darle la vuelta a su situación, honrar la memoria de sus muertos y exaltar la heroicidad de sus antepasados. Según narraba, por sus venas corría la sangre de la legendaria Titania, una soldado sin parangón que puso fin a la primera de las grandes batallas dirigiendo un numeroso ejército. Y como todos sabían en la ciudad, los descendientes de los Héroes y Heroínas del ayer fluían con sangre maldita en sus venas. «Fíjate en tu hermano —repetía incansable—, comparte con vuestra difunta abuela el fuego en su cabellera. Dime chico ¿cuántos pelirrojos ves por aquí? No necesitamos pruebas, algún día tendremos el hogar que nos corresponde por derecho.» Mas, Edén asentía por el mero hecho de complacerle, sin creer ni una sola palabra. Ni siquiera estaba seguro de compartir ADN con su familia. A menudo concluía que tío Josh sólo era un hombre que había tomado la decisión de adoptar a dos huérfanos de la calle. Algunos indicios que le inducían tal pensamiento eran las enrevesadas historias del hombre respecto al pasado de los chicos, siempre mutables como las hojas de los árboles de una estación a otra.

No le costó sonreír pese a la agresión de la lluvia chocando contra sus hombros; los recuerdos familiares siempre le enternecían. Sin embargo, el entumecimiento de sus extremidades lo alarmó. El tiempo se agotaba y percibía los estragos de sus sentidos. Por mucho que los buenos recuerdos le facilitaran el trayecto, no podía demorarse más o lo pagaría caro.

Aligeró los pasos como pudo, obviando los charcos malolientes de un marrón verdoso. Un espasmo le hizo retroceder y arrinconarse en el suelo, sujetando la presión de su pecho. Se le nubló la vista y algunos susurros corretearon por el lado interno de su oído. Parpadeó inquieto; el sudor de su nuca descendió por su espalda, erizándole la piel. «¡No!» insistió en su cabeza, pero ésta le respondió con un cosquilleo sinuoso. Se levantó tambaleándose y obligó a sus pies a reanudar la marcha.

Su destino estaba a la vuelta de la esquina. Si se apresuraba, las voces no le alcanzarían.

Un gran edificio de dos plantas con una fachada adornada por altas columnas mostraba una pintura salteada que en el pasado seguramente fue de color carmín. Sonrió tembloroso. Había llegado hasta Cinesucre, la antigua sala de películas de la ciudad donde Dadá y los suyos habían asentado su residencia. En unos segundos salvaría su cordura. «Aguanta, aguanta, aguanta, aguanta...» pero su propia voz se silenciaba por la de desconocidos resonando en su interior.

Dirigió su cuerpo hasta la puerta de madera astillada, ansioso por saciar su sed, no sin antes maldecirse al brotar una nueva descarga en su cráneo. Cayó al suelo y chilló desesperado entre convulsiones. Su último pensamiento fue para Dadá, esperanzado de que acudiera en su ayuda. Pero no fue a ella a quien vio.

Sino a un montón de sombras desfiguradas que balbuceaban sonidos indescriptibles. Ecos sin rostro cuchicheando dentro de su sien. 




N/A

Hola, esta es la primera novela que me atrevo a publicar. En origen este primer capítulo era más largo, pero como no sé si puede llegar a gustar o resultar muy raro prefiero hacer capítulos más cortos, al menos en el inicio de la historia. 

Cuando vayan saliendo más personajes quizá haga fichas de éstos y de las ciudades que se mencionen con características. Si alguien me lee y tiene alguna duda que pregunte :) Y si veis errores también. 

Pd: los capítulos se narrarán a partir de la perspectiva de cuatro personajes (tres más a parte de Edén) y se intercalarán de vez en cuando con los Diarios de Insomnio.  Aunque el siguiente capítulo también es de Edén. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro