Capítulo 9: Complicidad
Melody
Está quieto, no ha dicho ni hecho nada desde hace dos minutos que terminé de tocar, sólo está inmóvil con la boca un poco abierta mirándome fijamente como bicho raro. [Tragué nerviosa mirando para todos lados.] Estaba por dejar las cosas en la mesa a un lado cuando se levantó y empezó a aplaudir.
—¡Eso fue increíble! ¡Melody! ¡Eres fantástica! —no me esperaba esa reacción de su parte y menos que me dijera eso sonriendo— No cabe duda que eres grandiosa.
Me encogí de hombros por la pena y alegría que me da que le haya gustado. De pronto papá abrió la puerta extrañado captando nuestra atención, parecía algo confuso. Preguntó qué pasaba y parece relajado al notar mi violín en las manos.
—Oh, te animaste a mostrarte a alguien más —papá me abrazó besando la cabeza—. Qué lindo, felicidades Trevor —rió bajo después de decir eso, después de todo hace tiempo que no tocaba para nadie más excepto para Amanda y papá—. De acuerdo, pero ya es algo tarde, vamos, te llevaré a casa.
Él estaba de acuerdo, pero yo también fui para acompañarlos. El camino entre los tres no se notaba tanto cuando la mayor conversación la teníamos Trevor y yo, a veces volteaba a ver a mi padre para contarle cosas del día en el parque de diversiones.
Lo dejamos en su casa y nosotros volvíamos a la nuestra. Hoy fue demasiado divertido, siento que hice una mayor conexión con él y eso me hace sentir tan feliz que no puedo evitar sonreír, ni dejar pensar en cómo sería si realmente le gusto.
Papá me rodeó con su brazo sonriéndome también. Creo que lo sabe.
—¿Cómo dices? —preguntó Amanda mirándome consternada.
Estábamos en la escuela al día siguiente almorzando en la cafetería. Todos comemos spaghetti verde, una torta de pierna y nuestros refrescos. Trevor se quedó a medio succionar su pasta por mirarme también sorprendido, luego rápidamente jaló todo hacia dentro, quedando una línea del cremoso verde por un lado de la boca hasta parte de la mejilla.
—¿Vas a participar en el concurso de talento? —le limpié con mi servilleta— Gracias.
—¡¿En serio, Mely?! —Amanda me abrazó fuerte— ¡Eso es genial! ¡Vas a ganar!
—Yo también lo creo, tocas de maravilla y con sentimiento, transmites las cosas con mucha facilidad.
—Considérate afortunado, primo mío —Amanda fue con él a rodear su cuello con el brazo—, escuchar a Mely es un privilegio que pocos ha conseguido.
Él rodó los ojos empapando su mano con el agua que se forma por lo frío del refresco y salpicó con ello la cara de su prima. Ella se hizo la indignada mientras nosotros reíamos, pero ella también se unió a las risas.
Trevor
Todos los lunes media hora antes de la salida oficial de este campo de concentración estudiantil (nótese al señor dramático), estamos treinta minutos haciendo ejercicios físicos como parte del plan de salud.
En lo personal creo que es una buena medida, pero que Dios me de paciencia con las personas que quieren sentirse como instructores de gimnasio, como esta chica Diana Olivera, hablando como si ella pusiera todo el carisma del mundo.
—Vamos chicas, muévanse —dijo durante el ejercicio de abrir y cerrar los brazos y piernas al mismo tiempo.
Vida, Dios, Virgen de Guadalupe, ¿cuál fue el mal que yo hice para que me castiguen poniendo a esta loca exagerada al lado?
¿Acaso fue porque le puse pintora al shampoo del equipo rival de natación por haber comprado a parte del jurado?
Sonreí recordando eso, jamás atraparon a nadie y además, éramos dieciséis equipos (de los cuales excluimos al afectado porque nadie piensa en autosabotearse) y muchos sospechosos.
—¡Más pasión! ¡Que si no duele no sirve! —reconozco que tiene una gran confianza.
Bien, creo que quizá por aquella broma esté siendo castigado ahora.
A mi lado está Amanda y Melody, quienes hacen el ejercicio con entusiasmo y diversión. No he podido sacarme de la cabeza lo que casi hago en esa alacena, estuve muy cerca de besarla. Recordarlo me causa una sensación extraña en mi interior. [Melody me miró dándome una sonrisa.] Sonreí de regreso experimentando otra vez ese impulso que se produce en un instante, es así de agradable que hasta dejé de escuchar la actitud exagerada de Diana.
O creo que en realidad sí se calló, no lo sé, en realidad no me interesa.
—¡Ah! Odio estos ejercicios, son muy cansados —mencionó Amanda bastante energética contrario a lo que dijo.
—A mí me divierten —a Melody no le baja el azúcar por esa habilidad tan eufórica de hacer sus señas. Por supuesto que no, si es la dulzura personificada. Se volteó a mí—. ¿Tú estás cansado? —hubiera respondido de ser porque mi prima robó mi turno.
—¡Qué va! Yo siento que los ejercicios en el agua son más pesados. Después de todo tiene que controlar su cuerpo para no inhalar el agua ¿verdad? —subí y bajé los hombros restando importancia.
—Yo no sé nadar.
—Te enseño —respondí demasiado rápido causando una cara de gato en Amanda.
—Así, despacio —mencioné sosteniéndola del estómago dentro de la piscina de mi casa en un sábado por la mañana.
—No la toquetees de más, Trevor —y ese es Brandon burlándose. Llegó ayer a vivir conmigo y mis padres para cursar en mi escuela.
—¡Cállate! —exclamé teniendo a Amanda carcajeando. Volví con Melody a hablar tranquilo— Voy a soltarte, sigue haciéndolo como ahora.
Es demasiado tierno verla aprender a nadar. Está usando el mismo bañador de la vez pasada, pero ahora tiene amarrado su cabello en una cebolla. Hoy llegó a casa con una falda pomposa blanca y una blusa sin mangas siendo la cabeza de Bob Esponja, con unas sandalias estilo romano y una bolsa pequeña en forma de fresa.
Decidimos empezar las prácticas hoy, pero más tarde, por la noche, todos iremos a su casa por su fiesta de cumpleaños. Tengo entendido que invitó a todo el salón, a su grupo del club escolar y a otros conocidos.
—Bien, lo haces bien —dije con media sonrisa cuando se levantó del agua para tomar aire—. Vamos afuera, esto será todo por hoy.
La ayudé a acercarse a la orilla, y en verdad no sé qué pasó, fue como un impulso cuando la tomé de la cintura y la alcé a sentarla fuera del agua. Ella me miró sonrojada para después sonreír risueña. Yo me sentí avergonzado.
—¿Realmente lo hice bien? No me mientas —hinchó ambos cachetes y cruzó los brazos luego de hacer las señas, intentaba verse molesta, pero sólo me causo una gran gracia.
—Muy bien, en verdad —le desinflé las mejillas con los dedos índices.
Entre nosotros hay una especie de complicidad que no sé explicarlo como tal, pero cada vez me gusta más…
—¡Ya bésense! —ambos nos pusimos colorados.
—¡Mamá!
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