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Capítulo 13: Decir

Espero afuera de la casa de Melody recostado de mi moto, hace ya algunas semanas que voy y vuelvo con ella a la escuela, en otras ocasiones damos paseos largos recorriendo la ciudad, conociendo mejor los lugares que a ella le gusta y disfrutamos de ratos juntos conversando de todo.
Amanda y Brandon hacen lo suyo también, a veces hasta tenemos citas dobles.

¡Ja! Ahora sí le llamas citas.

Pues sí, ahora sí me atrevo a decirle así. Melody es tan simple, y no me refiero a que es aburrida, para eso nada, pues en cada momento es un gusto verla tan animada con todos y por todo. La simpleza de la que hablo es aquella con la que te sientes bien sin tener que esforzarte en aparentar algo que no eres, por ejemplo, cada que salimos ella es como un arcoíris personificado, siempre de colores brillantes y una actitud fresca.

[Suspiro embelesado al verla admirar su algodón de azúcar]

Es que no hay persona más hermosa que ella.
Dios, sí que me golpeó fuerte el amor. Y es el primero que tengo.

Muchas veces escuché a amigos que se enamoraron por primera vez decir que sus novias eran las mejores, a veces veía raro que luego anduvieran cargando no sólo la propia mochila sino también la de ellas, pero mira como da vueltas la vida, ahora me siento que quiero hacer eso mientras vinimos al parque luego de clases, pero ella no me deja cargar sus cosas.

—¿Seguro no quieres uno? —me preguntó señalando a su dulce sentándonos en una banca bajo un árbol.

—No, gracias, estoy… —arrancó un pedazo de su algodón ofreciendo darme un bocado.

Miro a su mano con el esponjoso caramelo rosa y luego a ella. No sé si comerlo de una vez ya que me lo ofrece de su mano o si tomarlo con la mía. Esto es lo más difícil que he tenido que elegir hacer en mi vida.

Demonios, ahora me ve con la cabeza ladina sin entender mi demora, cuando estaba por bajar su mano la tomé de la muñeca y di el bocado en un segundo. Esa sensación del caramelo hacerse nada en mi boca fue bastante grato, pues Melody empezó a arrancar trocitos, ella comía uno, y el otro me lo daba a mí ¡en la boca!

Creo que me estoy empezando a imaginar toda una película en mi cabeza.

Escucho música directo de mis audífonos de diadema inalámbricos mientras hago los deberes escolares. Es una lista de canciones que Melody me compartió y la cual ya me sé casi todas.

—Dicen que el amor apendeja —Brandon alzó uno de los cascos—, y miren, es verdad —lo soltó haciendo que me quejara porque me golpeó por un costado.

—¿Qué quieres? —gruñí bajo retirando los audífonos sobando mi sien.

—Tarea de álgebra, pásame las respuestas —exige guasón extendiendo la mano. Rodé los ojos, entonces él me ofreció una tarjeta de regalo de Netflix.

—Ha sido un placer hacer negocios con usted —agarró mi libreta sentándose en la cama a copiar—. ¿Y no se supone que tienes a Amanda para esto?

Rió a carcajadas, la verdad es que ella no le pasa mucha copia de tareas, y es porque mi prima dice que eso no es parte del paquete de noviazgo.

—¿Y cuándo vas a declararte? Ya va siendo hora de que ustedes dos sean novios. Yendo y viniendo a todos lados es inevitable pensar que no tienen algo ya.

—Quiero que sea especial, y no quiero parecer un desesperado —él me mira con una cara como si me dijera que estoy loco—. ¿Qué?

—Desesperado ya pareces. No puedes disimular esa cara de bobo cada que la ves —señala acusador—. ¡Porque no dejas de mirarla!

—¿Sabes qué? Regrésame esa libreta.

—Devuélveme la tarjeta de regalo.

—No se aceptan devoluciones.

Y ahora estoy recargado del barandal en la parte de arriba de las gradas mirando al equipo de natación. Suspiro descorazonado al verlos, quiero estar ahí, sin embargo no pienso en eso más cuando mi hombro es tocado suavemente por la mano de Melody, su sonrisa hace que la mía se dibuje en un segundo.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto luego de que me diera una cajita de jugo de durazno, la cual empiezo a tomar. Saca su teléfono y empieza a escribir.

—Te vi entrar y pensé que ibas a pedir una prueba para entrar al equipo —la voz de su asistente suena alto resonando en el espacio produciendo eco. Se disculpó con señas, pues la mayoría nos miró.

Cuando estábamos por irnos cierta voz taladró mis oídos, una que en cuento abrió la boca me enfadó.

—¡Mimo! ¡Hey! ¡Qué bonito verte! —ese Franco estaba abajo, más bien recostado a la orilla de la piscina. Así que es uno del equipo ¿eh?

Ella le frunció la mirada, le ignoró continuando su caminar firme sonando los tacones cortos de sus botines rosas. Trae una falda de mezclilla cuyo largo llega arriba de las rodillas, la cintura está ajustada y por dentro lleva una blusa sin mangas pero con holanes. Me pregunto si quiere seguir el camino de su padre y ser una asesora de imagen también.

—Es un tarado —dije sonriente, ella asiente afirmativa con la cabeza en alto.

Tragué nervioso, tenía que hacerlo ahora.

—Me…

—¡Trevor! —¿me estás jodiendo?— Que bueno que te encuentro —Lamento no compartir el sentimiento. Preferí guardar ese pensamiento.

—¿Qué se te ofrece, Diana? —alcé una ceja cuando por alguna razón que desconozco, ella tomó mi brazo como si lo abrazara— El profesor de Inglés pidió vernos, vamos —no me pareció extraño eso porque no es la primera vez que el maestro nos pide verlo a pesar de ella y yo vamos en salones diferentes.

Diana empezó a jalarme para que caminara. Refunfuñé en mis adentros pero antes de irme le dije a Melody que luego hablaríamos, ella asintió confusa.

—Puedo caminar por mi cuenta, gracias —quité su molesta captura, ella resopló irritada sin perder la sonrisa ladina—. ¿Y para qué nos quiere el maestro esta vez? ¿Acaso volvimos a fallar catastróficamente en alguna prueba? —ella emitió una risilla y abrió la puerta inquiriendo que entrara primero. Así lo hice— ¿Y dónde está?

—Necesitaba hablar contigo —cerró la puerta y se recostó de ella.

La miro con desconcierto al notar que no me puede dar la cara y tiene un pequeño rubor en su mejillas, espero sea maquillaje y no lo que creo que es. Sólo alcancé a decir Ajá con un tono dudoso.

—Nunca me dejas hablar contigo, me huyes siempre.

—No te huyo, es sólo que me molestas —gané su mirada ofendida, pues su entrecejo fruncido y ojos oscurecidos dictan lo ofuscada que está.

Da un paso a mí, por lo que yo doy uno atrás. «¿No estás huyendo ahora?» dijo con sonrisa ladina. En parte sí porque no confío en ella, y ya que estamos solos en un salón y sin testigo alguno, no me quiero arriesgar a malas interpretaciones. Ella parece más molesta, por lo que busqué, esta vez, huir.

Logré rodearla acercándome a la puerta, pero un tirón de mi brazo me obligó a ir en la dirección de ese jalar, casi caigo pero pude permanecer en pie, sin embargo el shock se me produjo cuando Diana se posesionó de mis labios.

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