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Capítulo 7: La gran decisión


Al amanecer, Noland se levantó con cuidado para no perturbar la tranquilidad de la casa. Se dirigió a la cocina y preparó un par de tazas de café. Mientras esperaba a que estuvieran listas, reflexionó sobre si había hecho bien al revelarle tanta información de golpe. Se preguntaba cómo comportarse con el chico cuando saliera de su habitación y si Celgadis aún necesitaba más tiempo para procesar sus emociones antes de hablar.

Leif finalmente se unió a él en la cocina, con una mirada preocupada en el rostro. Noland le ofreció una taza de café, y ambos se sentaron en silencio por un momento, sumidos en sus pensamientos.

Tras un largo suspiro, Leif rompió el silencio:

—¿Debería ir a despertarlo? Es como un hermano para mí, y sinceramente, creo que debería intentar que se sienta mejor con mi compañía —

—Creo que es mejor esperar a que decida salir. Debe haber sido una noche dura para él. Dejemos que tome la iniciativa.

Mientras aguardaban su aparición, los dos comenzaron a conversar para conocerse mejor. Eran, al fin y al cabo, verdaderos desconocidos compartiendo unas tazas de café.

—Entonces, según he averiguado, eres un cambiaformas. ¿Dónde te entrenaste para adquirir esa habilidad? No es muy común que un chico de tu edad pueda transformarse siquiera en un hurón —preguntó Noland, dando un sorbo a su taza de café.

Leif comenzó a relatarle todo lo que había sucedido antes de llegar a Griderland: su amnesia total, el desconocimiento de su vida pasada, sus transformaciones incontroladas. También mencionó cómo Celgadis se unió a él en su búsqueda de respuestas.

—No eres el primer cambiaformas que he conocido. Hace 15 años, cuando empecé a acompañar a Freya en aventuras para dominar la magia elemental, conocimos a una elfa con grandes habilidades de cambiaformas. Con una personalidad peculiar... —recordó Noland, esbozando una sonrisa nostálgica—. No he conocido a nadie igual desde entonces... —añadió, dejando escapar una carcajada.

En un gesto de curiosidad, Observó el colgante que Leif llevaba colgado al cuello y le pidió que se lo mostrara más de cerca. Al sostenerlo en sus manos, frunció el ceño. Una sensación de familiaridad lo invadió, aunque no lograba recordar exactamente dónde había visto algo similar. El artefacto parecía antiguo, pero fragmentado, incompleto.

Leif lo miraba con incertidumbre, claramente sin comprender del todo lo que Noland estaba viendo.

—No parece que entiendas mucho sobre magia o artefactos, ¿verdad? —dijo Noland con un tono amable, pero directo.

Leif negó con la cabeza, algo avergonzado. Noland suspiró, preparándose para explicar.

—En este mundo, hay varias maneras de obtener poder mágico. La primera es a través del estudio. Magos como yo dedicamos años, a veces décadas, a aprender los secretos de la magia. Esto nos da control sobre nuestras habilidades, pero requiere una dedicación total. —Hizo una pausa, evaluando la reacción de Leif antes de continuar—. Luego están los artefactos. Existen objetos mágicos que otorgan poder, y cuando una persona se vincula a uno, ese poder lo acompaña hasta el día de su muerte. La desventaja es que, en la mayoría de los casos, no puedes despojarte de ese artefacto una vez que te has conectado con él. Está contigo, para bien o para mal, hasta el final.

Leif asintió lentamente, intentando asimilar la información.

—Hay otras formas de obtener poder, claro —continuó Noland—, como pactos con entidades mágicas, herencias de linajes poderosos, o incluso maldiciones que otorgan habilidades especiales. Pero lo tuyo es diferente. —Se quedó mirando el colgante con mayor detenimiento—. Este fragmento de artefacto... parece estar vinculado a ti, pero lo

curioso es que puedes quitártelo. Eso es algo que no suele pasar. La mayoría de los artefactos se funden con quien los usa, sin poder destruirse; solo es posible amputando la parte fusionada. Por lo tanto, no deberían ser objetos que puedas llevar y quitarte a voluntad.

—¿Qué significa eso? —preguntó Leif, confuso.

—Eso es lo que me desconcierta —admitió Noland—. Este colgante no sigue las reglas habituales de los artefactos que conozco. Debería estar ligado a ti de manera permanente si te otorga poder, y, sin embargo, puedes quitártelo. No entiendo cómo es posible que funcione así, y mucho menos siendo solo un fragmento.

Leif miró el colgante con nuevos ojos, como si estuviera tratando de desentrañar un misterio que acababa de descubrir.

—¿Entonces qué significa todo esto para mí? —preguntó, con cierta desesperación en la voz.

—Eso es algo que tendrás que descubrir —respondió Noland—. Pero por ahora, lo que sé es que este artefacto te está otorgando poderes inusuales. Podríamos empezar probando tus habilidades. Vamos a ver qué más puedes hacer con él.

Noland soltó el colgante y dio un paso atrás, evaluando a Leif con una mirada crítica.

—Intenta visualizar que te transformas en un ciervo, por ejemplo —propuso Noland, con un toque de emoción en la voz.

Leif, con cierta reticencia, cerró los ojos y visualizó los majestuosos ciervo como los que había visto en Moressley. Tras unos segundos, cuando volvió a abrir los ojos, en lugar de un ciervo majestuoso, se había transformado en un pequeño mono. Noland lo observó con una mezcla de sorpresa y diversión, mientras Leif miraba sus diminutas manos, completamente desconcertado.

—Esto... no era lo que esperaba —dijo Leif, sacudiendo la cabeza. Noland esbozó una sonrisa, intentando mantener la compostura.

—Bueno, parece que hay algo de inestabilidad en tus transformaciones. Vamos a intentarlo de nuevo. Esta vez, intenta visualizar un tigre.

Leif asintió, aún en su forma de mono, y cerró los ojos con concentración. Visualizó un poderoso tigre, imaginando cada detalle de la criatura. Al abrir los ojos, esperaba verse convertido en el gran felino... pero en su lugar, se encontró convertido en un pequeño bulldog francés. Se miró las patas diminutas y la larga cola, y soltó un suspiro frustrado.

Noland no pudo evitar soltar una risa leve al ver la situación.

—Bueno, al menos sigues cambiando de forma —dijo Noland, con una mezcla de seriedad y humor—. Parece que aún tienes mucho que aprender sobre controlar este poder. Hay limitaciones, y parece que tu resistencia mágica no es suficiente para transformarte en criaturas más grandes... por ahora.

Leif, visiblemente desanimado, volvió a su forma humana. Se frotó las sienes, agotado, mientras Noland lo observaba con atención.

—No te preocupes, Leif —dijo Noland con una sonrisa tranquilizadora—. Controlar un artefacto mágico nunca es fácil, especialmente uno tan inusual como el tuyo. Con el tiempo y la práctica, aprenderás a dominarlo.

Mientras Leif descansaba en la silla de la cocina debido al agotamiento por las transformaciones, la puerta de la habitación de Celgadis se abrió lentamente. Celgadis, con evidentes ojeras y una mirada cansada en los ojos, se unió a ellos en la cocina.

—Lo siento por anoche —dijo Celgadis con voz tranquila, pero apesadumbrada—. No fue mi intención causarles preocupación.

Noland y Leif intercambiaron miradas comprensivas. Luego, Noland respondió:

—No te preocupes, Celgadis. Entendemos que esto es difícil para ti.

—No tenemos por qué hablar del tema si no quieres, sería totalmente entendible. ¿Quieres un cafecito? —dijo Leif con una sonrisa, mientras le ofrecía una taza caliente.

Los tres se sentaron a la mesa. Mientras Celgadis bebía tranquilamente su café, Noland recordó algo que los chicos habían olvidado por completo tras la conversación de anoche:

—Bueno, ustedes vinieron principalmente para traerme algo, ¿no?

—¡Es verdad! Celgadis, dale el maletín a Noland. ¡Por fin vamos a saber qué había dentro!

—exclamó Leif, emocionado.

Celgadis se levantó y fue a su habitación a por el maletín. La expectación era abrumadora. Por la forma en que Garduck lo había mencionado, debía de tratarse de algo de suma importancia. Los chicos estaban ansiosos por descubrirlo. Con Noland sosteniendo el maletín en sus manos, lo colocó con cuidado sobre la mesa y lo abrió meticulosamente. En su interior, encontraron algo cuadrado envuelto en una tela. Con paciencia, Noland retiró la tela gradualmente. Cuando finalmente la quitó por completo, el rostro de Noland se volvió tan blanco como la leche. El objeto que los chicos habían traído desde Moressley no era otro que el manual de hechizos del Elidar, el Grimorio del Conocimiento.

—¡¿Pero ¡¿cómo se le ocurrió a Garduck que ustedes dos me trajeran el Grimorio del Conocimiento metido en un maletín?! ¡Podrían habérselo robado o perdido! —exclamó Noland.

—Bueno, unos simios nos lo robaron, ¡pero luego lo recuperamos! —confesó Leif entre risas.

—Sin lugar a dudas, Garduck perdió la cabeza. ¿Tienen idea de lo que este grimorio es capaz de hacer? Es extremadamente peligroso, especialmente si cae en manos equivocadas.

Leif, enfurecido, respondió:

—Bueno, llegó sano y salvo, ¿no? ¡No es para tanto!

—¿Tan peligroso es ese libro? —preguntó Celgadis.

—Sí, ese libro lo creó el maestro de tu madre, Elidar —respondió Noland—. Fue creado para la preservación del mundo. Piensa que lo que fue creado para el bien también puede ser utilizado para el mal. En ese grimorio se encuentran todos los hechizos de este mundo, algunos de los cuales podrían destruir el mundo que conocemos en solo un segundo. Tu madre lo protegió y lo guardó en un refugio mágico para que nunca pudiera ser obtenido por ninguno de los cinco líderes de este mundo. Tenerlo en mis manos ya me parece aterrador.

Noland pronunció un conjuro, creando un portal, en el cual lanzó el grimorio antes de cerrarlo. No entendía bien por qué decidieron traerle el grimorio a él, ya que, en cuanto a él, el grimorio estaba bien guardado y no se había sacado de su lugar desde hace años.

—Gracias por traerlo, chicos, pero eso fue muy peligroso —dijo Noland, visiblemente enojado—. Tendré que hablar con Garduck. No podemos permitir que se lleve el Grimorio del Conocimiento como si fuera una bolsa de papas.

Leif decidió cambiar de tema:

—Bueno, creo que es hora de que nos vayamos. Hemos terminado lo que vinimos a hacer.

Mientras recogía sus cosas del sofá de la biblioteca, Celgadis permanecía en silencio, profundamente pensativo, como si quisiera decir algo, pero le costara encontrar las palabras. Tras los recientes descubrimientos, Celgadis tenía un deseo secreto, pero el miedo lo mantenía callado.

Leif notó la actitud de su amigo y lo animó:

—¿Qué pasa, Celgadis? ¿No tienes algo que decir?

Sorprendido, Celgadis respondió: — ¿A qué te refieres? —

Leif sonrió y explicó: —Me refiero a que quizás deberías pedirle a Noland que te enseñe magia. Desde que te contó esa historia anoche, se nota que quieres seguir los pasos de tu madre. —

Noland, en tono serio, intervino: —No, ni lo pretendo ni deseo enseñar magia a nadie. No tiene las facultades ni la actitud para eso. —

La discusión entre Leif y Noland generó un alboroto en la habitación, pero Celgadis finalmente rompió el silencio con un grito repentino:

— ¡Silencio! ¿Por qué discuten por algo que me concierne? Verlos pelear me ha dado la fuerza para decirlo: Noland, Leif tiene razón. Quiero aprender a usar los conjuros de mi madre, dominar la magia elemental y vengar a mi madre. —

Leif estaba contento de que su amigo expresara su deseo con determinación, pero Noland no compartía la misma emoción.

Noland comenzó a pasear inquieto por la biblioteca, como si buscara una solución para todos. Después de reflexionar un rato, regresó a su asiento y le dijo a Celgadis:

—Mira, Celgadis, incluso para encender una simple vela se requiere mucha preparación, horas y horas de práctica, a veces incluso días o meses. El camino hacia el dominio de la magia es difícil. No será tarea fácil. —

Celgadis respondió con determinación:

—Desde niño, he sentido que estaba destinado a hacer cosas importantes. Siempre he tenido una fuerte conexión con el mundo mágico y todo lo que lo rodea. Llevo quince años leyendo sobre criaturas y todo el mundo magico. Sé que no será fácil, pero ayer descubrí una razón más allá de acompañar a Leif en su aventura. Quiero vivir mi propia historia, ayudar a otros y, sobre todo, vengar a mi madre por todo lo que sufrió a manos de esos seres. Solo te pido una oportunidad para aprender magia.

Mientras hablaba Celgadis, Noland no pudo evitar recordar el espíritu bueno y decidido que caracterizaba a Freya.

—Está bien...Celgadis. Acepto enseñarte los principios básicos del control elemental. Espero que estés preparado para todo a lo que te vas a enfrentar —le avisó Noland.

—¡Si al final vas a ser buena gente y todo! ¡Parece que el plan de Garduck ha funcionado! —exclamó Leif mientras sacaba un papel que había encontrado en el suelo, el cual se había caído al sacar el grimorio del maletín.

Noland, sin saber de qué hablaba, le quitó el papel y leyó lo que había escrito:

¡Noland! Mando a mi hijo con el grimorio para que le enseñes a utilizar la magia. Es buen muchacho, no seas muy duro con él.

—Veo que tu padre no ha cambiado nada. Debería habérmelo imaginado viniendo de él

—comentó en voz alta mientras la desesperación asomaba por su rostro.

Celgadis sintió un calor interno: su padre, antes de que él mismo supiese que quería aprender magia, ya previó que querría hacerlo. Por ese motivo, hizo que conociera a Noland. No podía creer la suerte que había tenido en tener un padre como él...

Mientras Celgadis hablaba con Noland, notó que Leif seguía recogiendo sus cosas de la biblioteca.

—¿Por qué recoges tus cosas? —Celgadis no entendía nada.

—Estoy muy contento por ti y por el hecho de que Noland te haya permitido ser su aprendiz, pero creo que yo también debería intentar aprender por mi cuenta a entender mis habilidades. Aún tengo que mejorar mucho. Creo que nos va a ir mejor un tiempo separados y cuando nos reunamos podemos seguir con esta aventura, ¿qué opinas? —le preguntó mientras sonreía y le extendía la mano.

Celgadis sintió que la tristeza le recorría todo su cuerpo. No se había separado de Leif desde que salieron de Moressley y no estaba preparado para tal noticia, pero entendía perfectamente lo que le decía.

—¡De acuerdo! Entrenemos y mejoremos durante un tiempo y dentro de dos años nos reuniremos.

—Bien. Ya que estás interesado en mejorar tus habilidades, podría enviarte con Shyra, la cambiaformas de la que te hablé. Pero te advierto de que será difícil convencerla para que te entrene —mencionó Noland.

—Estoy seguro de que podré persuadirla —le respondió con una amplia sonrisa en el rostro.

—Cuando la veas, sólo dile que vas de mi parte. No me gustaría que te matara por haberte enviado a su isla... —advirtió Noland.

Con un fuerte apretón de manos, los dos amigos sellaron su promesa.

—¡Nos vemos en dos años! —exclamó Leif con una sonrisa llena de satisfacción. Los dos se miraron con una chispa de aventura en sus corazones mientras Noland abría el portal que los llevaría a caminos separados, pero con un destino compartido.

Con un gesto audaz y decidido, Leif saltó hacia el portal antes de que se cerrara, dejando atrás el eco de su risa y una promesa de reencuentro llena de posibilidades. Celgadis miró el portal un momento antes de seguirlo, listo para abrazar su propio camino y enfrentarse a los desafíos que el futuro tenía reservado para él.

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