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Capítulo 5: La partida de Celgadis



—Bueno, entonces sigamos adelante —dijo Noland mientras agarraba el cubilete y sacaba tres dados de distintos colores, dispuesto a lanzarlos sobre la mesa. Los dados rodaron y se detuvieron mostrando dos jabalíes y una cerveza. Al ver el resultado, Noland reaccionó con una risa nerviosa y una mezcla de alivio y preocupación en su voz—. Lo ven, ¡una tirada excelente!

Luego, Noland agarró nuevamente los dados, esta vez aparecieron dos dados verdes y uno amarillo. Los lanzó con determinación y el resultado fue claro: tres jabalíes. A pesar de haber alcanzado una puntuación de cuatro puntos, ya tenía dos venenos acumulados: uno más y sus preciados puntos se esfumarían.

—Creo que me quedaré con estos cuatro puntos —declaró con solemnidad, aunque en su interior se libraba una intensa lucha, plagada de angustia y temor—. Bien, fauno, ahora es tu turno.

Celgadis preparó el cubilete, pero antes hizo una pausa. Dejó su mirada perdida en la nada, como si estuviera a punto de revelar un secreto oscuro. Luego, lanzó. Lo que apareció fueron dos dados amarillos y otro verde. Las estadísticas estaban a su favor y, al lanzar los dados sobre la mesa, revelaron dos jabalíes amarillos y un veneno verde en su tirada. El suspense en la habitación aumentó y todos los presentes se quedaron expectantes ante lo que vendría a continuación.

—Uf, venga, ya llevo dos puntos —declaró con convicción, seguro de sí mismo y decidido a darle la vuelta a la situación.

Celgadis se dispuso nuevamente a preparar su cubilete, dejando que el azar decidiera su destino. Esta vez, salieron un dado rojo y dos amarillos. Con un lanzamiento cargado de expectación, los dados volaron por el aire y se posaron revelando en la mesa dos jabalíes amarillos y una cerveza roja en su tirada.

—¡Ahora mismo el chico está empatado con Noland! —exclamó Murdock, con la esperanza brillando en sus ojos. La situación se volvía tensa, ya que Celgadis tenía cuatro puntos y, al mismo tiempo, dos venenos acumulados. Uno más y perdería todos sus valiosos puntos.

—Bueno... fauno, ¿qué decidirás? —preguntó Noland, curiosamente tranquilo—. Puedes pasar y dejarme continuar en mi próximo turno o lanzar esa cerveza roja, además de los dados que elija el cubilete.

Noland sabía que ambas opciones le beneficiaban: si Celgadis decidía seguir, al haber sacado muchos dados verdes y amarillos, sus probabilidades de obtener dados rojos aumentaban; en cambio, si pasaba el turno, Noland volvería a comenzar con todos los dados y tendría más oportunidades de ganar.

—Hagas lo que hagas, yo estaré de acuerdo —le dijo Leif.

En ese instante, Celgadis actuó sin decir una palabra. Tomó el cubilete y prosiguió con el juego. Todos los presentes estaban pendientes de los dos dados que sacaría del cubilete. Con un movimiento rápido, reveló los dos dados, y en los ojos de Noland se reflejó la alegría. Al haber obtenido dos dados de color rojo, junto al otro que ya estaba sobre la mesa, Noland adelantaba su futuro, sellando claramente su victoria. El suspense llegó a su punto máximo, y la emoción se apoderó de la habitación.

Noland, en un gesto de superioridad y confianza, se alejó de la mesa con una sonrisa y se sentó solo en la barra de la taberna, dispuesto a saborear una cerveza.

—No te preocupes, ganes o pierdas la partida, aquí no termina nuestra aventura —dijo Leif con una sonrisa, mientras posaba la mano en el hombro de Celgadis.

La taberna se sumió en un silencio tenso, todos aguardaban el desenlace que decidiría el destino. Celgadis se humedeció los labios con un gesto nervioso y lanzó los dados. Todo pareció transcurrir a cámara lenta mientras los dados rebotaban y giraban por la mesa. Finalmente, se detuvieron, revelando el resultado.

De repente, la taberna estalló en vítores y alegría. Todos se mostraban contentos y sonrientes. Noland, al terminar cerveza, también sonreía de felicidad. Sin embargo, notó que nadie se acercaba para felicitarlo.

Entonces lo entendió: los vítores y las alabanzas que había escuchado no eran para él, sino para alguien que estaban alzando en el aire. La victoria había sido para el pequeño fauno.

—No es... ¡No es posible! —gritó mientras corría hacia la mesa de juego. Un escalofrío recorrió su espalda mientras contemplaba los dados de Celgadis revelando tres jabalíes rojos.

— ¡Enhorabuena, muchacho! Eres el primero que le gana. No puedo creerlo aún —exclamó Murdock, levantando al joven fauno con alborozo.

Celgadis, ya liberado de su vuelo triunfal, se acercó a la barra y se sentó al lado de Noland.

—Bueno, chico, me has ganado limpiamente, he de reconocerlo. Pero, ¿cómo descubriste mi artimaña...? —le preguntó Noland mientras se acomodaban junto a la barra.

—¿Que estabas haciendo trampas? Mientras jugabas la partida con Leif, me di cuenta de que, mientras tocabas con tu mano izquierda el cubilete, movías tu mano derecha por debajo de la mesa, Supuse que en tu bolsillo tenías unos dados trucados y con algún truco los cambiabas.

—Eres el primero en descubrirlo desde que llegué a este lugar. No puedo disculparme por intentar engañaros a ambos. La vida en Griderland es dura, o pisas a los demás o ellos te pisarán a ti —reflexionó Noland mientras degustaba una nueva jarra de cerveza.

—No esperaba que la persona a la que vinimos a ver sea este viejo embustero —murmuró Celgadis, desilusionado.

—¡Cuidado con el tono, muchacho! ¿Sabes siquiera con quién estás hablando? Fui el segundo al mando de la mejor mag...—En ese instante, interrumpió su discurso y añadió con severidad, —bueno que no te pases chico—.

—Disculpa, la razón por la que estamos aquí, es porque mi padre nos encargó traerte un maletín.

—¿Tu padre? ¿Quién es? No tengo precisamente una buena reputación en Griderland

—respondió sorprendido.

—Hemos recorrido a pie un largo trecho, enfrentándonos casi a la muerte a manos de simios asesinos por proteger el maletín, Todo para que llegara bien a tus manos, mi padre me dijo que eras amigo de mi madre, ella se llamaba Frey...—.

En ese instante, Noland le tapó la boca y, sin más preámbulos, lo levantó para llevárselo fuera de la taberna. Leif corrió detrás de ellos mientras le ordenaba que soltase a Celgadis.

Leif persiguió a Noland a través de varias calles hasta que, finalmente, se detuvieron en el fondo de un callejón sin salida. Movido por el instinto de proteger a su amigo, Leif se intentó transformar en oso, empezó a brillar y a crear una luz en forma de oso, todo parecía que lo iba a conseguir, pero la luz se encogió, adoptando la apariencia de un hurón. Sin importarle en que se había convertido, salto para darle un morisco a Noland. En un acto de habilidad sobrenatural, Noland saltó con Celgadis, sacó un libro y pronunció con fuerza la palabra -flotar-.

En ese preciso momento, Leif, suspendido en el aire, ascendió hacia las nubes. Pero antes de que pudiera alcanzar el firmamento, Noland conjuró otro hechizo gritando

-Cancelación-. La caída de Leif hasta el suelo de la calle fue rápida y brusca, aunque aterrizó sobre una pila de bolsas de basura, lo que amortiguó el impacto. Celgadis, ansioso por escapar, mordió la mano de Noland.

—¡Ah! ¡Estate quieto, chico! —gritó Noland mientras Celgadis se liberaba. De repente, como si surgiera de la nada, un muro bloqueó la salida de la calle, sellando su escape.

Con su mano dolorida por el mordisco, Noland les pidió que se detuviesen, que no tenía intención de hacerles daño.

—Mentira, estabas secuestrando a Celgadis, quién sabe con qué intenciones. ¿Cómo pretendes que creamos que solo quieres hablar? –le dijo Leif, convertido aún en huron.

—Espera, déjalo —intervino Celgadis, colocándose en el camino de Leif. Este último frenó en seco, a punto de morder a su amigo, sin comprender del todo por qué lo detenía.

—Has afirmado tener una razón válida. Bien, danos esa razón.

Ambos se mantuvieron en posición de combate, expectantes de lo que Noland tenía que decir.

—Antes de continuar, necesito saber el nombre de tu padre, para asegurarme de que lo que he entendido es cierto.

—Mi padre es Garduck —respondió Celgadis, provocando que Noland cayera al suelo, incrédulo.

—Entonces es verdad lo que afirmas. Eres el hijo de Garduck y Freya. Eres Celgadis. Hice bien en detener tus palabras en la taberna, sin duda. Si hubieras mencionado allí que eres su hijo, no habrían vacilado en acabar con vosotros en ese mismo momento.

—¿Qué ocurre con mi madre? ¿Cómo sabes mi nombre? –preguntó Celgadis con una mirada llena de curiosidad y preocupación.

—No es el lugar adecuado para hablar de esto. Las paredes tienen oídos. Comprendo que no confiéis en mí, pero venid a mi morada. Allí podré explicaros todo con mayor detalle.

—No estoy seguro de si es una buena idea ir contigo. No te conocemos de nada. ¿Por qué deberíamos confiar en ti, cuando hasta ahora solo nos has engañado y secuestrado? No nos has dado motivo alguno para confiar —manifestó Leif—. La elección es tuya. Si decides ir, no dudaré en seguirte —añadió, dirigiéndose a Celgadis.

Celgadis se debatía en una encrucijada, una lucha interior entre la desconfianza y la inquebrantable curiosidad que anhelaba desentrañar los misterios que rodeaban sobre su madre que había cultivado. Las dudas se reflejaban en sus ojos mientras miraba a Noland, preguntándose si debía confiar en él. La necesidad de respuestas, sin embargo, superaba sus reservas.

—De acuerdo, iremos contigo —declaró con cautela—. Pero aún no podemos depositar nuestra plena confianza en ti.

Noland respondió con una leve sonrisa, una expresión que parecía cargar con la promesa de un futuro intrigante.

—Lo entiendo, no os arrepentiréis. ¡Teleport! —Con un gesto mágico, un portal se materializó ante ellos, revelando el vislumbre de una habitación en su interior—. Os espero dentro, Noland salto y desapareció.

Celgadis y Leif se miraron con incertidumbre. Sin necesidad de palabras, ambos saltaron juntos dentro del portal, listos para enfrentar el destino incierto que le aguardaba al otro lado.

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