Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capitulo 1 : Leif


En una serena mañana de otoño, los rayos dorados del sol tejían un manto cálido sobre el paisaje. El viento susurraba entre las ramas, y las hojas caían suavemente al suelo, cubriendo el camino con tonos anaranjados y ocres. Garduck, un fauno de mediana edad con piel morena, cuernos curvados y una barba rojiza, caminaba hacia el granero con paso firme. Su traje de granjero estaba desgastado, y sus botas crujían sobre las hojas secas mientras avanzaba. El granero, un edificio de madera rústica con vigas y tejas envejecidas, parecía esperar pacientemente la rutina diaria. El aire estaba impregnado con el aroma terroso del otoño, una mezcla de hojas secas y tierra húmeda.

Al cruzar la puerta del granero, el familiar crujido de la paja bajo sus pies le dio la bienvenida. Sin embargo, algo inusual llamó su atención. Entre los montones dorados de heno descansaba una figura inesperada: un joven deshidratado, semidesnudo, con la piel clara y el cabello grisáceo. Parecía un misterio, un enigma dejado allí por las fuerzas del destino. Garduck, sorprendido, retrocedió un paso y soltó un grito ahogado.

—¿Qué diablos haces en mi granero? —preguntó con voz ronca, mientras el joven apenas reaccionaba.

—¿Dónde estoy...? —murmuró el muchacho, entreabriendo los ojos y luchando por enfocar su mirada. Pero antes de que pudiera procesar su situación, el agotamiento lo venció. Cayó de nuevo al suelo, como una hoja que pierde su fuerza. Su espalda estaba marcada con cicatrices que parecían contar historias de batallas desconocidas.

Horas más tarde, la luz del sol se filtraba por las ventanas de una modesta cabaña. El joven, ahora tumbado en una cama sencilla, abrió los ojos. El olor a madera y estofado llenaba el aire. Junto a él, un joven fauno con cabello rubio claro, cuernos delicados y ojos curiosos terminaba de vendar sus heridas con manos expertas.

—Parece que has vuelto de la tierra de los sueños —dijo el fauno con una sonrisa cálida—

. ¿Cómo te sientes?

—Un poco mareado, para ser honesto —respondió el joven, esforzándose por incorporarse—. Gracias por cuidar de mí.

—Soy Celgadis —se presentó el fauno, extendiendo una mano amistosa—. Mi padre te encontró en el granero y te trajo a nuestra casa. ¿Cómo te llamas?

El muchacho frunció el ceño, su mente intentando trazar algún rastro de identidad, pero todo estaba cubierto por una densa niebla.

—No lo sé... No puedo recordar mi nombre. No logro recordar nada anterior a cuando desperté en vuestro granero.


Celgadis lo observó en silencio por un momento, intentando imaginar lo que sería no tener ningún recuerdo de quién eres o de dónde vienes. Luego, como si recordara algo importante, se dirigió al cajón de la mesilla junto a la cama y sacó un pequeño colgante metálico.

—Esto lo tenías colgando del cuello cuando te encontramos — Comenta, mientras le enseña un fragmento de metal atacado a una cuerda. — en la parte superior tiene grabada la palabra "Leif". Tal vez te ayude a recordar algo —dijo, entregándole el objeto.

El joven tomó el colgante entre sus manos, examinándolo con detenimiento. Sus dedos recorrieron las letras grabadas, pero su mente seguía en blanco.

—No... no me suena de nada —respondió con frustración, pero luego, mirando el grabado, añadió—. Aunque, supongo que por algo lo llevaba conmigo.

Celgadis sonrió levemente.

—Bueno, hasta que recuerdes más, te llamaré Leif.

El recién nombrado Leif asintió en silencio, como aceptando un pequeño fragmento de identidad en medio de su confusión. Se levantó lentamente de la cama, sus músculos aún entumecidos por la falta de movimiento. Al observar la habitación, su mirada se detuvo en las estanterías llenas de libros. Las tapas polvorientas y las páginas desgastadas sugerían que eran antiguos. Muchos de ellos trataban sobre leyendas, monstruos y héroes de tierras lejanas. Un pequeño escritorio estaba cubierto de hojas de papel con dibujos detallados de criaturas extrañas.

—Parece que te interesan bastante los monstruos y las leyendas —comentó Leif, intentando distraerse de la incomodidad de no recordar nada de su vida.

—Sí —respondió Celgadis con entusiasmo—. Siempre he soñado con conocer alguna de esas criaturas. Aquí, en Moressley, no pasa gran cosa, pero siempre he creído que hay más allá del bosque, algo fascinante esperando ser descubierto.

Mientras hablaban, el aroma del estofado recién hecho se hacía más intenso, llenando la cabaña con una calidez que contrastaba con la incertidumbre en el corazón de Leif.

El pueblo de Moressley, un lugar acogedor y pintoresco, era un remanso de vida en medio de la naturaleza. Sus casas de madera con techos inclinados, diseñadas para repeler la lluvia otoñal, estaban alineadas en calles empedradas. En el centro del pueblo, un antiguo roble se alzaba majestuosamente, sus ramas extendiéndose como si abrazaran las historias y recuerdos de generaciones pasadas. El aire olía a madera húmeda y a la suave fragancia de las flores silvestres que crecían en los alrededores.


Dentro de una de esas casas, Celgadis, Leif y Garduck estaban sentados alrededor de una mesa de madera, compartiendo un estofado caliente. El crujido del fuego en la chimenea y el tintineo ocasional de los cubiertos creaban una atmósfera acogedora. Sin embargo, el silencio era pesado, cargado de preguntas sin respuesta.

Garduck observaba a Leif con ojos pensativos, como si intentara descifrar el misterio que rodeaba al joven.

—Así que no recuerdas nada —dijo finalmente, su voz grave rompiendo el silencio—. Por tu apariencia, diría que tienes más o menos la misma edad que mi hijo, unos 16 años.

Leif asintió, aunque la confusión seguía nublando su mente. Pasó una mano por su cabello desordenado, como si al hacerlo pudiera despejar los recuerdos bloqueados en su interior.

—Es extraño... Es como si mi memoria estuviera bloqueada. No sé de dónde vengo, ni siquiera cómo llegué aquí.

Celgadis, notando la tensión en el aire, intentó aliviarla cambiando de tema.

—Bueno, Leif, estamos en el pueblo de Moressley. Es un lugar tranquilo, rodeado de bosques y campos. Mi padre y yo somos granjeros, nos encargamos de cuidar esta tierra y ayudar a la comunidad —explicó con una sonrisa amable, intentando que Leif se sintiera más cómodo.

Leif miró alrededor, tratando de encontrar algún rastro de familiaridad, pero nada en este lugar le resultaba conocido. Sus ojos se detuvieron en una estantería cercana, donde vio una pequeña fotografía enmarcada. En la imagen, una mujer fauno de cabello verde y sonrisa cálida posaba con un vestido sencillo, típico de un pueblo.

—¡Anda, ¡qué guapa! —exclamó, señalando la fotografía—. ¿Es tu madre? Celgadis sonrió con una mezcla de orgullo y melancolía.

—Sí, ella fue mi madre, Freya.

Leif, al escuchar hablar a Celgadis, entendió que la mujer ya no estaba entre ellos.

—¿Qué le pasó? —preguntó con cautela, aunque temía la respuesta.

Garduck bajó la mirada, dejando escapar un suspiro pesado antes de responder.

—Una enfermedad se la llevó hace algunos años. Era una mujer fuerte, pero... ni siquiera ella pudo contra eso.

El silencio se adueñó de la sala por un momento, volviendo a teñir el ambiente de incomodidad. Leif se removió en su asiento, sintiéndose culpable por haber tocado un tema tan delicado. Celgadis, notando el ambiente, decidió cortar la tensión.

— Pero no todo es tristeza. Mi madre dejó muchas cosas buenas, incluido este estofado. Mi padre me contó que era su receta favorita. No tuve tiempo de conocerla mucho, ya que murió cuando yo tenía dos años —dijo con una sonrisa, levantando su cuchara—. Así que, Leif, será mejor que no dejes nada en el plato, o te perseguirá en sueños.


Garduck soltó una carcajada grave, contagiando a Leif, que rió también, aunque algo nervioso al principio. Poco a poco, la conversación retomó un rumbo más ligero, y el calor de la chimenea volvió a llenar el espacio, aliviando el momento incómodo. Pero antes de que pudieran seguir disfrutando del rico almuerzo, el sonido de gritos distantes rompió la quietud de la tarde.

Celgadis frunció el ceño y se levantó de la mesa, tensando los hombros.

—¿Escuchas eso? —preguntó, mirando hacia la ventana.

Garduck también se levantó, su rostro se volvió serio al tiempo que se acercaba a la puerta. La abrió de golpe, y el aire fresco de la tarde invadió la cabaña, trayendo consigo los gritos cada vez más cercanos.

—¡No, por favor! ¡Piedad! —se escuchó desde la lejanía.

El corazón de Leif comenzó a latir con fuerza, y antes de darse cuenta, ya estaba de pie, avanzando hacia la puerta. Pero Garduck lo detuvo, poniendo una mano firme en su hombro.

—Espera aquí. No sabemos qué está pasando —dijo en tono severo, pero su mirada revelaba la preocupación que intentaba ocultar.

Celgadis ya estaba junto a la ventana, observando con atención el horizonte. Aunque las sombras de los árboles alargaban su presencia sobre el pueblo, no se veía claramente de dónde provenían los gritos.

—Deberíamos ir a la plaza —sugirió Celgadis con voz firme—. Tal vez alguien allí sepa qué ocurre

Garduck negó de nuevo. Aunque no estaba seguro de si debía involucrarse, algo en su interior le empujaba a no quedarse atrás. Sentía una mezcla de miedo y curiosidad.

A medida que se acercaban, los gritos se volvieron más claros y, junto con ellos, comenzaron a ver a otros aldeanos saliendo de sus casas, todos con la misma expresión de preocupación en sus rostros.

—¡Faunos, llegó la hora de pagar! —

La tranquilidad del pueblo se vio interrumpida por la llegada de unos visitantes indeseados: los saqueadores, liderados por Mhugrock, un Gruntorr. Esta raza de criaturas humanoides poseía la imponente figura de un jabalí. Mhugrock, alto y musculoso, tenía un rostro alargado con un morro pronunciado y colmillos que sobresalían peligrosamente de su mandíbula. Su piel, cubierta por un espeso pelaje negro y marrón, le confería una apariencia salvaje y temible. Vistiendo ropa raída con piezas de metal y huesos recogidos de sus víctimas, avanzaba con la pesadez de una bestia. Los ojos amarillos de Mhugrock destilaban furia, y su presencia imponía la misma fuerza y brutalidad que un jabalí en plena carga.


La tensión era palpable mientras los saqueadores tocaban todas las puertas e iban recolectando las ganancias de los aldeanos con manos codiciosas. Garduck, un hombre que se hizo a sí mismo trabajando cada día en su granja y curtido por la vida, miró hacia puerta con determinación.

Están de regreso. Ya es hora de que cambien las cosas – susurró Garduck mientras se preparaba para salir de su hogar.

—¡No salgas, lo único que encontraremos es más problemas! — respondió Celgadis con preocupación en sus ojos.

—Tranquilo, ustedes quedaos aquí. No pasará nada — les informo y tomó su hacha, preparado para defender lo que le pertenecía.

—Mhugrock, hoy no os llevaréis nada. Esas son las ganancias de este mes de este poblado, por lo que no os daremos nada, sucios ladrones — gritó Garduck después de salir de su hogar, con una mirada firme.

Mhugrock, al escuchar las palabras desafiantes del fauno, soltó una risa gutural que resonó en todo el lugar. Sus bandidos también se unieron a su risa, burlándose de la valentía del granjero.

—¡Así que tenemos a un valiente aquí! ¡Vamos, muchachos, veamos qué tan bien puede luchar este granjero! —rugió Mhugrock, su voz resonando como un trueno mientras alzaba su maza al aire. Sus secuaces, animados por la ferocidad de su líder, se lanzaron hacia Garduck con una furia desmedida.

Los bandidos avanzaron como una tormenta, seguros de que aplastarían fácilmente al fauno que les enfrentaba. Pero Garduck no era un simple granjero. Su vida en el campo había forjado en él una fuerza implacable. Con un gruñido profundo, empuñó su hacha, y sus ojos destellaron con la firmeza de quien no tiene nada que perder.

El primer bandido cayó bajo su golpe, y los otros, sorprendidos por su habilidad, dudaron por un segundo antes de retomar el ataque. Garduck se movía con precisión; cada golpe de su hacha resonaba como un trueno, y cada enemigo que se acercaba caía ante su implacable fuerza. Sin embargo, la batalla empezó a pasarle factura. A medida que los enemigos seguían llegando, el cansancio y las heridas comenzaron a debilitarlo.

Desde la distancia, Mhugrock observaba con una sonrisa cruel. Sabía que la fatiga estaba haciendo mella en Garduck. Se acercó lentamente, levantando su maza con ambas manos, y sin piedad, descargó un golpe brutal que hizo caer a Garduck de rodillas, jadeando y cubierto de sangre.

—¿Esto es todo lo que tienes, granjero? —se burló Mhugrock, acercándose más.


Con una mirada llena de desprecio, Mhugrock dejó caer su maza al suelo y desenvainó una afilada espada curva que llevaba en el cinto. Se inclinó sobre Garduck, quien intentaba en vano levantarse, y con un movimiento rápido y preciso, cortó el brazo derecho, aquel que todavía aferraba el hacha. La hoja atravesó carne y hueso, dejando caer el brazo ensangrentado al suelo.

Garduck lanzó un grito desgarrador, mientras la sangre brotaba de la herida. Mhugrock sonrió con satisfacción.

—Ahora sí, ya no eres más que un hombre derrotado —dijo con frialdad, mientras levantaba su martillo de nuevo, preparado para el golpe final.

Un grito desesperado cortó el aire. Celgadis, se lanzó hacia adelante con la mirada fija en el rostro impasible de Mhugrock.

—¡Por favor! —rogó, su voz quebrada por la angustia. Los aldeanos, aterrados, lo sujetaron con fuerza para evitar que se acercara más—. ¡Déjalo! ¡Te lo suplico! ¡No lo mates! ¡Mi padre no ha hecho nada para merecer esto!

Su rostro reflejaba desesperación, y sus ojos, llenos de lágrimas, suplicaban por un mínimo atisbo de piedad. Pero Mhugrock no mostró ninguna reacción, más allá de una sonrisa cruel que dejó claro que su intención era terminar con aquello de una vez por todas.

Los aldeanos, temerosos de que Celgadis se pusiera en peligro, lo retenían con más fuerza, pero él seguía forcejeando, intentando liberarse.

—¡Escúchame! —gritó nuevamente Celgadis, su voz rota por el dolor—. ¡Este hombre ha sido un buen padre, un buen hombre! ¡No merece morir a manos de alguien como tú!

Mhugrock no respondió. Solo levantó su maza con una mano, listo para asestar el golpe final, sin importarle las súplicas de aquel joven. La tensión en el aire era insoportable.

Pero en ese momento, un rugido ensordecedor atravesó el aire, haciendo que todos se quedaran inmóviles. Desde lo alto del techo de la casa de Garduck, emergió una figura imponente: un oso majestuoso, de pelaje gris plateado y ojos incandescentes. El miedo se apoderó de Mhugrock, quien apenas pudo reaccionar antes de ser embestido por la criatura. El impacto lo lanzó varios metros hacia atrás, dejándolo inconsciente en el suelo.

El silencio que siguió fue aterrador. Los bandidos, que hasta entonces habían sido una marea imparable, se quedaron paralizados de terror. Pero cuando vieron al oso acercarse cautelosamente hacia Garduck, aprovecharon la oportunidad. Varios de ellos corrieron hacia Mhugrock, levantando su cuerpo inconsciente y huyendo de Moressley con todas sus fuerzas.

El oso, sin prestar atención a los bandidos que escapaban, centró su mirada en Garduck. Su respiración era pesada, y sus ojos fieros reflejaban una mezcla de furia y determinación. Lentamente, se acercó al fauno herido. Garduck, debilitado y sin fuerzas


para moverse, observaba con temor cómo la enorme criatura se inclinaba hacia él, hasta que sintió su aliento cálido sobre el rostro.

El oso abrió la boca, mostrando sus enormes colmillos afilados. Parecía que estaba a punto de morder a Garduck, que se preparó para lo peor. Pero justo en ese instante, algo extraordinario ocurrió.

El pelaje gris del oso comenzó a brillar con una luz etérea, y su forma imponente empezó a cambiar. Los músculos se encogieron, las garras se retrajeron, y lentamente, el oso se transformó en un joven. Era Leif, el enigmático muchacho que había llegado al pueblo sin memoria, pero con un poder que ahora se revelaba en toda su magnitud. Su piel, antes cubierta de grueso pelaje, estaba ahora limpia, y sus ojos, con mirada agotada.

Leif, Apenas tuvo tiempo de acercarse a su amigo antes de que sus rodillas cedieran y se desplomara en el suelo. Su cuerpo, pequeño y frágil comparado con la bestia en la que se había transformado, yacía inerte en el suelo de aquel pueblo fauno.

Todos los allí presentes se acercaron a Leif, observando su cuerpo con asombro y miedo. La presencia del joven transformado había cambiado el curso del conflicto, y Moressley se encontraba en una nueva encrucijada.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: #fantasía