—Buenos días, cariño —Ragnar se inclinó y dejó un beso en la frente de Thais. Le quitó el cabello corto de la cara y acarició su mejilla antes de sentarse en el borde de la cama, sosteniendo el vaso de poción en la mano—. ¿Cómo te sientes hoy?

Los párpados de su amiga aletearon y se abrieron; su ceño se frunció ante la luz de la sala pero pronto se habituó, y una amplia sonrisa cruzó su rostro cuando su mirada encontró a Ragnar. Él le devolvió el gesto, con una cálida sensación en su pecho.

—Es hora de la medicina —avisó él en un tono jovial. La tomó de la mano y la hizo sentarse sin esfuerzo, tendiéndole el vaso.

Thais tomó el recipiente con su mano libre, delgada y pálida. Bebió toda la poción sin respirar, como siempre había hecho con toda bebida desde que él la conocía. Recuperó el vaso cuando ella terminó, y lo dejó en la mesilla de noche.

—Hoy habrá tratamiento intensivo con runas, Thais. Yo estaré contigo todo el tiempo. No quiero que te alteres, ¿sí?

Ella lo miró sacando el labio inferior, con el entrecejo ligeramente arrugado. Ragnar se lo alisó con los dedos y luego dejó la mano en su mejilla.

—Ya sé que duele un poco, es un experimento. Estoy haciendo todo lo que puedo, cariño. Y si no funciona, me quedaré contigo siempre. Sólo déjame intentar.

Thais extendió una mano y acarició la mejilla de Ragnar. Abrió la boca y parecía que fuese a decir algo, pero luego volvió a cerrarla. Ragnar le sonrió. Una vez le había dicho que su amistad era incondicional, y ahora tenía la oportunidad de demostrarlo. Quizás aunque ella nunca lo supiera.