Prólogo: La Marca del Eclipse
Mi nombre es Lira, y si me hubieras preguntado hace un año si alguna vez podría ser elegida para las Pruebas de la Sombra, me reiría. Porque sé quién soy, o al menos lo que había sido hasta ese momento. Una chica más de Sombravalle, una aldea olvidada en el rincón más oscuro de Vastis. No tengo poderes, no tengo conexiones, y mucho menos quiero tener que ver con los Guardianes. Ellos, que lo ven todo, que controlan todo, y que nos han dejado en ruinas a los que vivimos al sur, donde la magia se apoderó de todo.
Vastis, hace siglos, fue un reino próspero, lleno de ríos cristalinos y montañas que parecían tocar el cielo. Pero el reino cayó. La magia, aquella que creían los antiguos que podían controlar, comenzó a consumirlo todo, y la Sombra no tardó en arrasarlo. ¿Qué es la Sombra? Nadie sabe a ciencia cierta, pero se dice que es una magia tan antigua que ni siquiera los Guardianes entienden su verdadero poder. Solo sé que consume todo a su paso: los bosques, las ciudades, las mentes. El reino que fue un lugar de luz se ha convertido en una ruina desmoronada, gobernada por aquellos que se creen superiores, por aquellos que nos mantienen bajo su yugo.
Cada diez años, los Elegidos son seleccionados para las Pruebas de la Sombra, un rito que se remonta a generaciones. Cada uno de esos jóvenes seleccionados debe enfrentarse a las pruebas, desafíos tan implacables que solo unos pocos sobreviven. La muerte es lo menos aterrador. Las cicatrices, tanto físicas como psicológicas, son lo que queda después. La mayoría regresa rota. Algunos no regresan.
Nunca pensé que me elegirían. Mi vida ha estado siempre marcada por la supervivencia diaria, nada más. Crecer en Sombravalle me ha enseñado que lo único que importa es resistir, aguantar el peso de las sombras, la magia, y las tormentas que azotan nuestro hogar. ¿Y qué más hay después de eso? Nada. Es solo la rutina de cada día. Ayudar a mi madre con la cosecha, limpiar el poco espacio que tenemos, y sobrevivir. Los demás, los del sector alto, los que tienen el poder, se olvidan de nosotros, de los de Sombravalle, y eso está bien. Así ha sido siempre.
Pero una noche, todo cambió.
Era una noche de tormenta. Las nubes se habían reunido en lo alto como una maraña de pesadillas. Hacía semanas que no llovía, pero la humedad en el aire era palpable. Estaba en la plaza, ayudando a mi madre a vender hierbas y las raíces que cultivamos. El aire era denso, húmedo, y sentía como si la tierra misma estuviera a punto de romperse. La gente pasaba sin mirar, sin hacer ruido, como si todos estuviéramos demasiado cansados de existir. De repente, un dolor agudo atravesó mi muñeca, como si alguien hubiera prendido fuego bajo mi piel. Grité. Un grito ahogado, de puro dolor, pero la gente no se detuvo. Nadie pareció escucharme.
Miré mi brazo. Mi muñeca estaba cubierta por una Marca. Un símbolo antiguo, un Anillo Roto, que había comenzado a arder sobre mi piel. Mi corazón latió con fuerza, y la sensación se intensificó. La Marca del Eclipse. ¿Por qué? ¿Cómo? Nunca había escuchado que apareciera en alguien como yo. Es un símbolo prohibido, algo que solo los Elegidos portan, aquellos que son seleccionados para las Pruebas.
Mi madre me miró, su rostro pálido lo decía todo. Su expresión se congeló, y por primera vez en mucho tiempo, vi miedo en sus ojos. Ella no tiene miedo de nada, o por lo menos no lo tenía. Había sobrevivido a lo imposible, pero este símbolo... lo sabía. Sabía lo que significaba.
- ¡Lira! - gritó, pero su voz parecía distante. Todo a mi alrededor se desvaneció. El dolor en mi muñeca se intensificó, y me caí al suelo. La tierra pareció tragarse mis sentidos.
La gente comenzó a alejarse. No me miraron con lástima, sino con temor, como si supieran algo que yo no. Mi madre estaba a mi lado, me agarraba con desesperación, pero el contacto parecía frío, lejano. No entendí qué pasó. Solo sentí el ardor de la Marca y el peso del destino cayendo sobre mí.
Unos minutos después, los Guardianes llegaron. Era un grupo pequeño, pero su presencia era inconfundible. Vestían túnicas oscuras, como si estuvieran hechos de las mismas sombras. Se acercaron a mí sin mediar palabra alguna, como si todo ya estuviera decidido. No me dieron tiempo a pensar, ni a reaccionar. Me levantaron con delicadeza, pero también con firmeza, como si supieran lo que estaba por suceder. Mi madre trató de impedirlo como pudo, pero no tuvo poder suficiente para detenerlos.
- Lira, no lo entiendes, pero ya es demasiado tarde. - Las palabras de mi madre sonaban vacías, sin esperanza, como un eco que se pierde en el viento.
Los Guardianes me arrastraron, literalmente. Nadie se opuso. Las calles de Sombravalle se vaciaban a medida que avanzamos. Lo que antes me parecía familiar, entonces me pareció una prisión de sombras. Me llevaron hasta la capital, donde el reino parecía latir con una energía distinta, más oscura. En las alturas, las Torres de la Cúpula vigilan todo, como ojos de acero que no dejan escapar ni un suspiro. La capital es otro mundo. Un mundo donde los elegidos no tenemos opción, solo destino.
La capital está llena de vida, pero todo se siente muerto. La magia, ese poder ancestral que lo arruinó todo, está presente en cada rincón. El aire se espesó, como si algo invisible nos estuviera observando. No hay luz en los callejones. Todo es sombra. Estoy fuera de lugar, fuera de mi vida, fuera de todo lo que alguna vez conocí.
Las Pruebas están por comenzar. Cada vez que pregunto qué significan, los Guardianes no responden. Me dicen que las pruebas son lo único que importa. Que solo los fuertes sobreviven. Que la magia, como la oscuridad, se llevan todo lo que es débil. Ellos no quieren héroes. Quieren sobrevivientes. Y yo... no sé si seré uno de ellos.
- ¿Estás lista? - La voz de un Guardián suena detrás de mí. Pero no es una voz amable, ni de aliento. Es fría, distante.
- Nunca estaré lista. - Respondo sin pensar.
Él sonríe ligeramente, pero su sonrisa no llega a sus ojos.
- Nadie lo está.
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