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Capítulos 3 Té de flores

Maëlis sirvió la merienda: dos tazas de té con pétalos de Jacarandá y nomeolvides, rebanadas de pasteles de lemon pie y de durazno. Incluso le había pedido a las damas de aseo, que ella misma prepararía todo.
Tomó la mano de su hermano que parecía muy concentrado en el interior de la taza y él se sobresaltó.

—Mae… esto… Hacía mucho que no bebía este té y… ¿De cómo que tú serviste todo?
—Alex, crecimos con poco dinero y sin personal de ayuda ¿Y te extraña que sepa hacer té y pasteles? —enarcó una ceja—. A tí te pasa algo, has estado distraído.
—Bueno… todo es nuevo para mí y la anterior suprema tuvo muchos errores.
—Y también se trata de la alquimista.
Un profundo silencio hizo  acto de presencia, que duró unos largos minutos y luego Alexei dijo:
—Nunca conocí a una alquimista y está de vacaciones ¿Me espiaste ayer?
—La casa es mía también y las damas de aseo aman el chisme. Ayer yo no estaba pero ellas me contaron todo.
—¿Acaso está mal? —dio un sorbo al té y lo apartó frustrado—. Es amigable.
—Alexei…Ten cuidado, nuestra relación con los alquimistas es de cortesía, pero Lucien, su líder, es especial.
—Lo sé, Mae pero su compañía me hace bien —cortó un trozo del lemon pie y lo comió apartando la mirada de ella.
Maëlis se incorporó y se acercó a él.
—No quiero que salgas lastimado —pasó su mano por su mejilla.
—Lo sé… No es necesario que me cuides como cuando éramos niños y con la muerte de la anterior suprema, ya no hay esa —suspiró angustiado—. Discriminación.
—Lo digo porque oí que algunos se refirieron a ti como Alexa —soltó las palabras sabiendo que lo afectarían.
Alexei lanzó la taza al piso y se llevó ambas manos al rostro.
—¿Por qué, Mae, acaso ni siendo el supremo puedo ser yo mismo?
Maëlis lo abrazó.
—Hubo una generación de hechiceros que creció con pensamientos equivocados, fomentados por la suprema y ella te odiaba. Pero las cosas mejorarán, no te preocupes.

Amelia iba a salir a caminar, se puso un vestido azul y peinó su cabello en una simba al costado. Pensaba ir a recorrer la ciudad pero se extrañó al pensar en que le hubiera gustado hacerlo en compañía de Alexei. 
Abrió la puerta y sintió que el alma la abandonaba y hasta quiso desmayarse, pero no pasó; el encuentro con esa persona la hizo  querer desaparecer.
—No respondiste a mis cartas, Amelia, así que decidí venir. Buenas tardes —dijo el joven de ojos de diferentes colores, ingresando a la habitación.
—Steven ¿qué es lo que quieres? Yo sí sé lo que quiero y es pasar unas pequeñas vacaciones antes de comenzar a trabajar.
—Pensé que la pasaríamos juntos, ya que también tengo vacaciones. No entiendo porque te fuiste así.
—No sabía que tenía que avisarte todo.
Amelia sintió que el verlo la dejaba como desnuda, frágil y sin protección, con tan solo oír su voz todo se descontrolaba; pero había algo que la salvaba de todo eso.
—Está bien. Ya sé que no quieres verme, pero no lo comprendo del todo.
—Quizás si prestaras atención a los demás y no estuvieras tan enfrascado en tus estudios, te darías cuenta.
—Deja de dar vueltas y dímelo tú.
—Mira, estoy de vacaciones, hablaremos cuando regrese en unas semanas —lo apartó de la puerta.
—Está bien solo… Ten cuidado, a Lucien no le gusta que los híbridos salgamos de la ciudad —acarició su cabello y le sonrió.
Amelia volvió a sentirse atrapada por él, por más que esas no fueran sus intenciones; ella no podía con su presencia.
—Lo tendré —tomó su mano y sintió una frialdad salvadora que la recorrió y salió de la habitación.

El agua de la fuente de los elementales, comenzaba a cambiar su color agua marina a uno más oscuro y eso alertaba a los hechiceros; incluso el peculiar aroma a menta comenzaba a modificarse.
Los cuatro hechiceros, representantes de cada elemento, esperaban a Alexei y al verlo ingresar; lo saludaron inclinándose en señal de respeto.
Todos vestían con túnicas según el elemento: azul para agua, blanco para viento, rojo para fuego y marrón claro para tierra.
—Supremo, el agua de la fuente está inestable —dijo la hechicera pelirroja de fuego.
—Lo sé y sospecho que se debe al desfase temporal, la inestabilidad del tiempo afecta a los elementales y hacer magia con ellos, se dificulta —mencionó Alexei mirando a la fuente—. Acérquense todos.

Los cuatro hechiceros se acercaron a la fuente y se tomaron de las manos y cerraron los ojos. El agua se agitó y se elevó; todos abrieron los ojos y observaron como se tiñó de negro y volvió a la fuente.
—¡Esto es grave, supremo! —dijo el hechicero de agua.
—Escúchenme —comenzó Alexei con tono calmo—. La magia será limitada o nos dañará a todos —chasqueó los dedos—. No podrán hacer un uso excesivo. Tendremos que solucionar esto.
—¿Cómo? No está en nuestras manos el solucionar el problema del desfase.
—No. Pero encontraré otra forma.
Todos se miraron confundidos pero asintieron.

La tarde llegó y el crepúsculo asomó. Alexei pudo ver, al salir del salón de la magia, como los hechiceros de tierra, trabajaban en los jardines y los de agua, regaban todo. Se sentía agotado y no sabía bien qué haría, pero detrás de toda la preocupación, estaba Amelia.

Amelia se acercó con timidez a él, había salido a buscarlo, necesitaba hablar con alguien y él le había proporcionado la tranquilidad que necesitaba.

—Alexei, ¿Estás ocupado? —preguntó detrás de él.
Él giró y al verla, otra vez quiso abrazarla, pero en su lugar, tomó su mano y la besó.
—Amelia, qué gusto verte, pensaba ir por tí pero…
—Quería hablar contigo.
—Yo igual, hay algo que debo decirte y es importante que lo sepas.

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