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Capítulo 8 El fin del camino


Maëlis se sentó en el pasto, cerró los ojos y dejó que el viento le hiciera cosquillas en las mejillas. El aroma dulce de las rosas azules se mezcló con el que traía el aire, frescura y una tranquilidad que venía de otro lado. Las imágenes se hicieron presente: un campo de batalla, poder, orgullo y bronca se mezclaron entre los que luchaban, la energía de las emociones se movían y transmutaban armas y esferas de energía. El tiempo se desgarraba, los hilos de la línea temporal de los que peleaban se convertían en polvo de estrellas y al final de todo, la joven lady y el alquimista, hacían lo que podían pero muy dentro, no deseaban estar allí. Entonces vio a Amelia en la batalla y ella...

Abrió los ojos y se encontró con su hermano, la ayudó a incorporarse y la abrazó.

—¿Te sientes bien?

—Una batalla se aproxima, una que no podemos evitar pero es necesaria.

—¿Estaremos allí?

—Sí, pero de una manera pasiva, aún no llega el tiempo en que tomemos cartas en el asunto. Pero cada eclipse que pasa, nos acercamos más a ello.

—Mae, me das miedo —susurró.

—Tranquilo pero… Amelia estará en esa batalla. El fin de un ciclo ha llegado hermano.

Alexei suspiró angustiado y asintió.

—Cuando asumí, saliste corriendo y te asustaron mis decisiones —comenzó diciendo mientras tomaba una rosa azul, pasaba la palma arriba de ella y los pétalos quedaban húmedos—. Quisiera yo ahora salir corriendo por tus predicciones.

Maëlis sonrió y se acercó a él.

—El futuro me da miedo, pero debemos hacerle frente.

—Lo sé, Amelia se va esta tarde y es lo primero a lo que debo hacerle frente.

Steven tomó a Amelia de la muñeca y la atrajo a su pecho. Recordó que siempre hacía lo mismo cuando ella tenía sus crisis de niña y despertaba llorando en la noche en el orfanato y él iba a buscarla.

Amelia lo tomó de las manos aún sabiendo que a él no le agradaba y vio que cerraba los ojos fuertes y de a poco la soltaba.

El viento invernal trajo un frío que los hizo estremecer y ella hundió su cabeza en el pecho de él y Steven acarició su cabello con dulzura.

—¿Te sientes mejor? anoche no podías dormirte.

—Estoy mejor solo que… me cuesta irme de este lugar. Aquí no me juzgaron, aquí encontré a Alexei.

—¿Estás enamorada de él?

La pregunta la tomó por sorpresa y volvió a sentarse en la cama, tomando distancia de él.

—No lo sé pero… él me daba paz… nadie aparte de ti me la había dado.

Steven sonrió y se levantó.

—Quisiera darte más. Sé que me amas.

Las palabras llegaron como un sonido de un vaso que se hace trizas y las palpitaciones del corazón de Amelia, se aceleraron, sus mejillas se tornaron rosadas y caminó hasta él y pasó su mano en su mejilla.

—Entonces lo sabías.

—Claro que sí, pero no dije nada —la abrazó—. Puedes quedarte conmigo, podemos intentarlo, quizás yo pueda…

Amelia le puso un dedo en los labios acallándolo y lo besó con dulzura.

Alexei salió al encuentro de Amelia y de Steven, en el jardín de rosas azules y al verla la abrazó y las palabras se le ahogaron y solo quiso retenerla para siempre; pero eso era imposible.

— Cuídate bien y si deseas regresar otro día, puedes hacerlo —logró decir con apenas un tono quebradizo.

—Gracias Alexei.

—No, gracias a ti, sino hubiera sido por ti, toda la magia estaría descontrolada.

—Ahora depende de ti, cuida de tus emociones.

Ella quiso quedarse con él, por más que sus sentimientos pertenecieran a Steven, algo le atraía de Alexei, pero no podía detenerse a pensar en ello y ya no debía estar en esa ciudad.

—Lo nuestro fue verdadero, no dudes de eso —dijo caminando hasta donde estaba Steven.

—Te amo, Amelia y para lo que necesites, llámame.

La vio alejarse mientras unas lágrimas caían y fue su hermana quien lo abrazó.

—La volverás a ver hermano.

Amelia volteó antes de salir de la ciudad y una angustia la invadió, pero sabía que era lo correcto.

—Cuando sea líder, puedes regresar por él.

—No, es mejor así. Pero lo que viví con él, siempre lo recordaré.

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