10. Vete al infierno
Ese día me levanté y pensé que todo había sido un sueño, pero había sido más que real. Nunca llegué a imaginarme algo así. Me tuve que levantar más pronto de lo normal, Nancy me dijo que fuéramos a comer juntas, ya que era mi día libre. Yo acepté encantada.
—¿Dónde vas?
Mi padre me sobresaltó, pensaba que estaría trabajando.
—He quedado con una amiga.
Todo el mundo sabía mentir, pero yo mentía demasiado mal, y más si le mentía a una persona tan importante como mi padre.
—¿Me estás mintiendo?— él me miró, como analizando lo que llevaba puesto—¿Esa es la camiseta de tu madre?
Tenía razón. Solo me ponía esa camiseta cuando tenía alguna cita importante, y la mayoría de las veces lo hacía de forma inconsciente.
—Sí, es su camiseta— susurré yo, quería evitar preguntas.
—¿Has quedado con algún chico? Sabes que no me gusta que me mientas— él me miró con seriedad.
—¿Y tú no deberías estar trabajando?— pregunté yo de la misma manera.
Nuestros ojos chocaban, él frunció levemente el ceño mostrándome superioridad.
—Robin, soy tu padre, no me gusta que me mientas.
—No he quedado con ningún chico, papá.
Él me hizo una señal para que nos sentaramos en el sofá, ambos nos sentamos sin apartar nuestras miradas. Yo miraba mis manos nerviosa, podía contárselo, confiaba en él. Sin embargo, tenía miedo.
—Sabes que te quiero más que a nada Robin, puedes contarme lo que sea.
Él cogió mis manos y me dedicó una cálida sonrisa.
—He quedado con una chica, y no es una amiga.
Iba a decir algo, pero luego no dijo nada, pareció entender lo que le estaba diciendo. Luego comenzó a reírse a carcajada limpia.
—¿Qué?
No entendía absolutamente nada. Tal vez pensaba que era una broma de mal gusto lo que le había dicho.
—Pensaba que te había pasado algo grave— siguió riendo él.
—No sé...No está muy aceptado, tenía miedo.
—Robin, no me importa con quién salgas, si quieres a esa persona ya está todo bien.
En ese momento me entraron ganas de llorar, era increíble poder ver personas que pensaran esas cosas y no lo contrario.
—Además, así no tengo que preocuparme por si acabas embarazada antes de tiempo— dijo él bromeando.
—¡Papá!— mis mejillas se tintaron de rojo.
—¿Y cómo se llama?
—Nancy, Nancy Wheeler.
Pronunciar su nombre me hacía sonreír de forma automática. Mi padre me miró como si hubiera reconocido su nombre.
—¿La mayor de los Wheeler?— yo asentí desconcertada—Es que antes me llevaba bastante bien con su padre, la he visto algunas veces, es una buena chica.
Sonreí al saber esa información, así me tenía que ahorrar las presentaciones.
—Me alegro mucho por ti hija, ya me explicarás los detalles más tarde— dijo haciendo un ademán de levantarse.
—Papá ¿Por qué no estás en el trabajo?
Ante esa pregunta su sonrisa desapareció dejando unos ojos de tristeza en su lugar, en ese momento supe que algo malo había ocurrido.
—Hemos dicho que seríamos sinceros.
—Me han despedido.
Esas tres palabras fueron una gran puñalada. No teníamos mucho dinero desde que mi madre se había ido, mi padre tuvo que pagar muchas multas y ese trabajo era esencial.
—No te preocupes cariño, pronto conseguiré otro trabajo, disfruta de tu cita.
—¿Por qué te han despedido?
Sus palabras calmadas eran inmunes para mí, le miré seriamente esperando una respuesta.
—Robin...
—¿Por qué te han despedido?—repetí a la vez que fruncía el ceño.
No estaba siendo exagerada, sabía perfectamente por qué le habían despedido, en el pasado tuvo problemas con el alcohol y las drogas, por eso mi madre se fue y le dejó, bueno, nos dejó. Antes nos dejaba dinero cada semana, pero mi padre se lo prohibió y ahora era como si no existiera.
—Me pillaron bebiendo...Estaba algo borracho y empujé al jefe.
No quería oír más, estaba enfadada. Salí de casa ignorando sus gritos, fui caminando lo más rápido que pude hasta el autobús, allí me dejé caer sobre el asiento y suspiré, cerrando los ojos con fuerza.
No tardé en llegar donde había quedado con Nancy, ella permanecía delante de la puerta del restaurante, yo llegaba un poco tarde. Iba bastante tranquila, pero al darme cuenta de que era nuestra primera cita, después de habernos dicho lo que sentíamos, comencé a tener cierto nerviosismo.
—Robin ¿Ha pasado algo?
No le respondí, solo la abracé acurrucado su cabeza por el hueco de su cuello y abrazándola por la cintura con ambos brazos. Noté como ella hizo lo mismo y me acarició el pelo con delicadeza. Al separarnos ambas entramos, y me dispuse a contarle todo.
—Siento haber llegado tarde...—ella negó—Le he dicho a mi padre lo nuestro.
—¿Y qué te ha dicho?
Notaba cierto terror en su mirada, podría decirse que incluso tenía más miedo que yo.
—Dice que no le importa— sonreí, pero mi sonrisa desapareció y ella me miró desconcertada—Le han despedido del trabajo por consumo de alcohol...Nunca te lo conté antes, pero mi padre tuvo algunos problemas en el pasado, no vamos bien de dinero por eso busco siempre tener un trabajo.
Ella me escuchó con atención, no sabía eso de mí, así que era obvio que estuviera sorprendida.
—Lo siento mucho Robin, si tenéis algún problema, yo podría ayud...— la interrumpí.
—No, Nancy, está todo bien, de verdad— sonreí.
—Piensa que es tu padre, y todo lo que hace es por tu bien, estoy segura de que te quiere muchísimo...Todos tenemos defectos, ayúdale a superarlos, eres la única que puede hacerlo.
—Tienes razón.
No tenía que enfadarme. Tenía que haberle abrazado y ayudarle.
La comida fue tranquila, hablamos, compartimos anécdotas y nos hicimos alguna caricia de vez en cuando por debajo de la mesa. Al salir oímos unos gritos que provenían de un callejón, así que ambas fuimos corriendo hacia allí.
—Las lesbianas como tú sois una aberración.
Mi cuerpo se paralizó en ese instante, dos chicas estaban pegando a otra. La víctima permanecía acorralada contra la pared mientras las otras dos la insultaban.
—Vete al infierno— la segunda chica le propagó un puñetazo en el estómago con una sonrisa arrogante.
Me giré para buscar ayuda de Nancy, si éramos dos tendríamos más posibilidades. Al girarme me di cuenta de que no estaba, se había ido. Apreté los puños y sin pensármelo dos veces fui a ayudar a la chica.
—Dejadla en paz.
Ellas se giraron y pude observar sus rostros, me eran muy conocidos.
Me sorprendí al ver el rostro de la tercera chica: era Jessica. Me sonaba de haberla visto en alguna clase. Solía estar rodeada de gente.
Tenía el pelo rubio largo y los ojos verdosos, y por desgracia, un moratón en el ojo derecho y parecía que le costaba respirar. Fue en ese instante, al ver sus ojos mirándome, que decidí que haría lo que fuera para salvarla.
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