Capítulo III
Una tenue luz inundaba la amplia habitación, confiriéndole un aspecto casi inmaculado al espacio. Las paredes pálidas, el silencio que parecía extenderse en el infinito y el característico olor a medicamentos solo aumentaban la ansiedad que Gojo estaba experimentando.
Yuuji llevaba varias horas sin despertar, y aunque sus signos vitales estaban en perfecto estado, podía percibir tan claro como su propia voz, que algo no marchaba bien dentro de él. No había manera en que la ciencia lograra devolverle el alma a su chico.
Se reclinó en la silla en la que había permanecido por varias horas y sus pensamientos revolotearon entre el miedo y la incapacidad de comprender por qué aquella terrible maldición había logrado cruzar su dimensión e intentar reclamar a Itadori.
Sabía con completo conocimiento de causa que en otra línea de tiempo había fallado en sellar a La Oscuridad, pero jamas pensó posible que aquel ente terminara por llevarse la mitad del alma de la persona que más quería.
Habían sido meses y meses de constantes discusiones con su fuero interno, intentando entender en qué momento ese pequeño muchacho de sonrisa amable se enredó en su corazón. Yuuji parecía una estrella brillante en un cielo sombrío que cubrió con su luz un vacío que hasta ese momento ignoraba, y hacerse consciente de aquel hecho aún le resultaba beligerante.
El conflicto innato de amar por primera vez era lo suficientemente desconcertante, y mucho más aún cuando todo se relacionaba a su gran pérdida. Había fallado en su misión y eso solo causó dolor a Yuuji... su Yuuji.
Apretó los puños con fuerza, maldiciendo internamente todo el revoltijo de pensamientos que lo embargaban. Jamás el gran Gojo se había sentido derrotado, mucho menos frustrado, repleto de miedo, dolor y angustia. Si el pelirrosa no abría sus ojos dorados entonces él perdería su luz... esa luz que tanto le había costado aceptar que le faltaba.
—Lo lamento... —susurró estrechando sus manos con más intensidad. Sus nudillos perdieron todo el color y la frustración lo envolvió tan fuerte que ignoró por completo que Nobara se había adentrado en la enfermería —. Debo salvarte, voy a salvarte.
—Supongo que las sombras que vimos antes son el motivo por el que quieres salvar al pequeño Yuuji, ¿no es así?
La menuda chica recargó su peso sobre el umbral de la puerta y le dirigió al albino una peligrosa mirada inquisidora.
El ego de Gojo se interponía entre el cuestionamiento de la castaña y la estruendosa verdad con la que cargaba. Lo irritaba de maneras monumentales el hecho de que Nobara se entrometiera en este asunto, pero al mismo tiempo sabía que Yuuji y ella compartían un vínculo especial y por ende habría una preocupación genuina de parte de la chica para insistir en saber qué estaba ocurriendo.
Se levantó del asiento, puso sus manos dentro de los bolsillos del pantalón y observó por la ventana. Podía sentir la impaciencia de su compañera y decidió centrarse en las partes importantes, dejaría sus sentimientos por el pelirrosa fuera de la conversación.
—Esa oscuridad que presenciaste antes proviene de una maldición que fue impuesta a mi linaje familiar hace eones —Explicó recordando cómo su escepticismo en el momento que escuchó aquella historia por parte de su padres lo había llevado a creer que jamás tendría problemas con esa criatura—. Mi clan posee la habilidad de usar la técnica de los Seis Ojos, un poder que el Rey de las sombras deseaba para volverse aún más fuerte. Mis ancestros reconocieron maldad en su energía, por lo que rechazaron su deseo y se negaron a enseñarle la habilidad. Enfurecido el Rey maldijo a cada miembro de mi clan, y envió sus penumbras para robarnos nuestras almas una a una, todo esto con el fin de alimentarse de este poder hasta reunir el suficiente y lograr descifrar la técnica.
—Eso explica el por qué las sombras están en esta dimensión, pero no encuentro aún la relación entre Yuuji y tu relato, Satoru.
El albino se tensó como si hubieran tocado un punto en su anatomía que le produjera ese reflejo. No quería que Nobara se enterara de que había viajado a otra línea de tiempo para vencer a la oscuridad y había fallado miserablemente. Su primera batalla fracasada... ¿Qué diría si se enterara de aquello? ¿Perderían la fe en él? Más aún sabiendo que por haberlo intentado, Yuuji había perdido la mitad de su alma y ahora no sabía si despertaría... No sabía cómo lo traería de vuelta.
—Basta de presionarlo, Nobara —Una voz masculina resonó en la habitación. Suguro el mejor amigo de Gojo había entrado tan casual que ambos parecieron relajarse un poco ante su presencia.
El albino esbozó una pequeña sonrisa, había llegado en un momento oportuno.
Observó a Nobara dirigirle una mirada de pocos amigos y acto seguido se acercó al pelirrosa quien a juzgar por sus expresiones parecía estar teniendo una pesadilla.
—No parece estar pasándola bien —La chica extendió su mano posándola con suavidad sobre la frente de Yuuji, al sentir su piel sus ojos se abrieron con sorpresa y al parecer no una agradable —. Está... helado.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Gojo, quien pudo sentir la mirada de sus dos amigos clavadas en él.
—¿Hay algo que no nos estés contando, Satoru?— Inquirió la castaña quien parecía sopesar todo lo que Gojo le había comentado como si de esa forma pudiera resolver el acertijo que estaba causándo que Itadori permaneciera en ese estado.
La única respuesta que obtuvo de parte del jóven oji-azul fue una corta pero dolorosa mirada. De una zancada se acercó al chico acostado en la camilla, su expresión denotaba que se encontraba inquieto y al tomar su mano se dio cuenta que su extremidad además de estar extremadamente fría se encontraba casi entumecida.
—Me temo que no es algo que un doctor pueda curar... —Su voz fue casi imperceptible, pero en aquel silencio la frase pareció un grito, una sentencia, un mal augurio. Una completa maldición.
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