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ㅤㅤ𝟎𝟏𝟗. ㅤ a haven for two

CAPITULO 19
un refugio para dos


. 𓍢ִ໋ 🤍 ༘ 🏡 ⋆˚ 🦋.




El fallido baile de las familias Bridgerton y Somerset había dejado una estela de incertidumbre y rumores en la alta sociedad.

Las luces y risas esa noche habían sido sepultadas por murmullos y especulaciones. La alta sociedad se había tornado opresiva, y la pluma afilada de Lady Whistledown había atravesado la reputación de Amelia y la honra de las dos familias como un cuchillo afilado en un festín, dejando un rastro de indecoros y susurros que amenazaban con desbordar cualquier intento de mantener las apariencias. Además, Eloise se había visto involuntariamente arrastrada al estigma por diferentes razones, lo que solo había complicado aún más las cosas.

Desde entonces, la atmósfera en la ciudad había estado cargada de murmullos y miradas inquisitivas. Amelia, siempre consciente de las expectativas sociales, había sentido el peso de las habladurías. A pesar del apoyo incondicional de Benedict y su familia, la situación la había dejado emocionalmente agotada.

Decidió que necesitaba un respiro, un tiempo lejos del bullicio de la ciudad y de las miradas escrutadoras de la sociedad. Así que, tomó una decision, y sin mayor preámbulo, retornó al hogar familiar en el campo junto a su hermano Thomas y su cuñada Eleanor.

En Rosewood Manor, Amelia se permitió relajarse por primera vez en semanas. Los primeros días transcurrieron entre lecturas, paseos por el campo y exploraciones de los jardines, un bálsamo para su alma agitada. Sin embargo, no todo había sido malas noticias; se sintió inmensamente feliz al ser la primera en enterarse de que Thomas y Eleanor estaban esperando su primer bebé. Una noticia que iluminó su corazón en un momento en que la alegría era justo lo que necesitaba.

Pero, a pesar de la serenidad que la rodeaba, su mente seguía atrapada en el bullicio de la ciudad y en la propagación de los rumores que resonaban a su alrededor.

Amelia mantenía una constante correspondencia con Daphne, quien le ofrecía palabras de aliento y apoyo desde la distancia. Pero era con Eloise con quien más se comunicaba, sabiendo que también había sido afectada por el escándalo desatado por Lady Whistledown. Sus cartas eran un intercambio de consuelo y comprensión, un recordatorio de que no estaban solas en sus luchas.

Era apenas el inicio de la tarde cuando el salón de entretenimiento de Rosewood Manor se llenó de risas. Amelia y Eleanor eran las únicas presentes, pero sus carcajadas resonaban en las paredes del elegante espacio.

—La idea es que no te muevas, Ellie.

—¡Lo intento! Mi brazo está entumecido —respondió Eleanor, intentando mantener la pose mientras sostenía una taza de té entre sus delicadas manos, cerca de sus labios. Había estado en la misma posición durante unos diez minutos, y la frustración comenzaba a asomarse en su rostro.

Amelia, sentada en el sillón frente a ella, se concentraba en retratarla. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando el salón en un tono dorado.

—Eres una modelo pésima, creo que Thomas lo hace incluso mejor —bromeó Amelia, sin apartar la mirada del boceto que tomaba forma en la página.

Eleanor mojó su dedo en el té —ya extremadamente frío a esas alturas—, y lo sacudió en dirección a su cuñada. Algunas diminutas gotas alcanzaron a mojarla.

—Tu hermano es una diva; adora posar.

Ambas se sumieron en un ataque de risa cuando, de repente, la puerta se abrió de golpe. En el umbral apareció el susodicho, pero lo que hizo que el corazón de Amelia se detuviera por un instante fue la figura que lo acompañaba: Benedict.

—Benedict —exclamó Amelia, levantándose rápidamente, una mezcla de sorpresa y alegría surgiendo en su pecho.

—Buenas tardes —saludó, con una sonrisa amplia—. Espero que no hayamos interrumpido.

Eleanor dejó su taza sobre la mesa y sonrió al ver a los dos enamorados.

—No te preocupes —dijo con ligereza—. De hecho, ya necesitaba un descanso.

Amelia se quedó inmóvil por un momento, sosteniéndose del mueble detrás de ella mientras sus ojos se encontraban con los de Benedict. La conexión entre ellos era palpable; él la miraba con una intensidad que hacía que su corazón latiera más rápido. Era evidente que contenía las ganas de acercarse más a ella y abrazarla.

Mientras Eleanor se levantaba y se dirigía hacia la puerta, tomó la mano de Thomas, guiándolo con firmeza. Él, un poco reticente, intentó protestar juguetonamente.

—Pero, mi cielo, debería quedarme y acompañarlos...

—¡Vamos, Thomas! —insistió ella, jalandolo suavemente—. Necesito que me enseñes cómo posar, según tu hermana lo hago pésimo.

Amelia se mantuvo en su lugar, todavía con una mano apoyada en el mueble a sus espaldas, una sonrisa nerviosa iluminando su rostro mientras miraba a Benedict. Justo antes de desaparecer por el pasillo, Thomas lanzó una advertencia en tono de broma.

—No hagan nada indebido, ¿eh?

La respuesta de Eleanor fue inmediata, regañándolo con una risa leve que resonó en el aire. Una vez que la puerta se cerró detrás de ellos, el silencio del salón se hacía palpable. La muchacha sintió cómo su corazón se aceleraba en el espacio recién dejado, y del otro lado, Bridgerton avanzó hacia ella, acercándose con una mirada que contenía una mezcla de ternura y anhelo. Pero en lugar de lanzarse a un abrazo apasionado como ambos deseaban, simplemente plantó un beso delicado en su mejilla.

Tomando su mano con suavidad, se detuvo frente a ella, mirándola a los ojos.

—¿Cómo has estado?

Amelia, atrapada en la inmensidad de su mirada, sintió cómo la presión que había estado ignorando durante días la abrumaba de nuevo. Los rumores, las habladurías y las expectativas la asaltaron con fuerza una vez más, y sus ojos comenzaron a llenarse de las lágrimas que había contenido durante días. Se sintió confundida por un instante; no quería estar triste, especialmente con Benedict frente a ella. Sin embargo, era inevitable desmoronarse ante él. Sentía que él era su refugio, y en ese momento no le importó el riesgo de caer, porque sabía que él estaría allí para sostenerla si eso ocurría.

Benedict la atrajo hacia él, abrazándola con ternura y fuerza. Podía sentir su dolor y deseaba con todo su ser poder aliviarlo.

—Ya estoy aquí, mi amor. Todo estará bien.

Amelia se aferró a él, sintiendo cómo sus preocupaciones se desvanecían momentáneamente en el calor de su abrazo. El mundo exterior se desdibujó y solo existían ellos dos.

—No sé qué hacer —murmuró contra su pecho.

—Lo primero es respirar —respondió él, separándose un poco para mirarla a los ojos—. Estoy contigo, y juntos encontraremos una manera de enfrentar esto.

Pasaron unos minutos, no podría decir cuántos con exactitud, pero fueron suficientes para que ella comenzara a calmarse. Aunque, tomó algunos más como excusa para permanecer pegada a él, sintiendo cómo sus grandes manos acariciaban suavemente su cabello.

En algún momento, se movieron al sillón. Benedict le sirvió una taza de té y la colocó en sus manos con tal delicadeza que parecía que, de haber sido por él, se lo habría dado directamente en los labios. Amelia se acomodó, disfrutando de un sorbo de la bebida antes de apoyar su cabeza en el hombro del hombre a su lado. Él había pasado su brazo por la espalda de la castaña y estaba a punto de inclinarse hacia ella cuando un objeto a su costado llamó su atención.

Sin necesidad de moverse, lo tomó entre sus manos y sonrió para sí mismo al darse cuenta de que estaban en el lugar donde todo había comenzado.

Benedict observó a Amelia mientras se acomodaba en el sillón, su mirada perdida en el recuerdo de aquel primer encuentro que había cambiado el curso de sus vidas.

—¿Sabes? —comenzó, su voz suave y reflexiva—. Cuando tomé tu libro aquella noche, no fué por casualidad. Sabía que dibujabas.

Amelia lo miró, sorprendida por la confesión. Su corazón latió más rápido, y un conjunto de curiosidad y emoción la invadió

—¿Sabías? Pero... ¿cómo?

—Siempre he notado la forma en que admiras los cuadros y las pinturas. La manera en que tus dedos tienen restos de tinta y carboncillo. Era imposible no darse cuenta.

Amelia se quedó en silencio por un momento, procesando lo que él decía y se sintió culpable.

—¿Cómo nunca pude darme cuenta?

Benedict tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella, y la miró con una intensidad que la hizo sentir completamente vista y comprendida.

—Desde el primer momento, supe que había algo especial en tí. Solo que tú estabas demasiado concentrada en Anthony como para darte cuenta de que yo estaba allí, observando y admirando desde la distancia.

Amelia se quedó en silencio por un momento, procesando la profundidad de sus palabras. Se dio cuenta de que, a pesar de las complicaciones y los malentendidos del pasado, Benedict había estado presente, viendo más allá de lo superficial, conectando con su verdadero ser.

—Me hace sentir... completa, saber que alguien me ha visto realmente, incluso cuando yo misma no lo hacía.

Benedict sonrió, acercándose un poco más y plantando un suave beso en su frente.

—Acostúmbrate, porque siempre seré tu mayor admirador.

En ese instante, Amelia supo que había encontrado a alguien que la comprendía en su totalidad, alguien con quien podía ser auténtica. Ni siquiera el hombre de sus sueños se comparaba con la perfección que era Benedict. Mientras se acurrucaba más cerca de él, solo podía pensar: «por el amor de Dios, no puedo esperar a pasar el resto de mi vida junto a él.»





𔓘     .     °        .      ❀       .          *




La tarde transcurría con una serenidad que parecía envolverlo todo. Después de un almuerzo ligero en Rosewood Manor, Benedict le había sugerido a Amelia dar un paseo en carruaje.

Thomas, aún trataba de acostumbrarse a la nueva libertad que le otorgaba a su hermana al permitirle quedar a solas con Benedict. Sin embargo, fue Eleanor quien, durante la comida, convenció a su esposo de que los dejara ir solos, bajo la promesa de que regresarían antes del anochecer.

—Confía en ellos, querido. Son lo suficientemente responsables —dijo Eleanor con una sonrisa persuasiva.

Amelia sintió una oleada de gratitud hacia su cuñada mientras se preparaban para salir. El carruaje se puso en marcha, y el camino se llenó de un silencio cómodo, interrumpido solo por el suave traqueteo de las ruedas sobre el sendero.

—¿A dónde vamos? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.

Benedict sonrió con picardía. —Es una sorpresa.

—No me gusta que me hagas esperar.

—Paciencia, Amelia. Te prometo que valdrá la pena.

El trayecto se extendió casi una hora, y aunque no intercambiaron muchas palabras, el silencio fue un buen compañero permitiendo que cada uno se sumiera en sus propios pensamientos.

El carruaje se detuvo y Benedict bajó primero antes de extender su mano hacia Amelia para ayudarla a descender. Cuando ella puso un pie en el suelo y levantó la vista, se encontró frente a una casa encantadora rodeada de flores y árboles. Era mucho más modesta y pequeña que la imponente Rosewood Manor o Aubrey Hall, pero había algo precioso y hogareño en ella que la hizo sentir inmediatamente acogida.

Amelia se quedó parada frente a la estructura, sintiendo cómo el mentón de Benedict se apoyaba suavemente en su hombro mientras la abrazaba por detrás. El contacto envió escalofríos por su espalda y una sensación de calidez invadió su pecho.

—Es hermosa.

—Me alegra que te guste. El dueño anterior le puso el nombre pero podemos cambiarlo —Benedict hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Creo que «Nuestra Cabaña» suena muchísimo mejor.

Amelia se giró ligeramente, sus ojos capturando el letrero en la fachada de la casa: «Mi cabaña». La inscripción le arrancó una sonrisa, y con una mezcla de curiosidad y emoción, se separó suavemente del abrazo de Benedict. Colocó sus manos sobre el pecho de él, mirándolo inquisitivamente sin siquiera poder ocultar la sonrisa de sus labios.

—Benedict... ¿Qué hiciste?

Una suave carcajada escapó de los labios de Benedict, resonando como una melodía en los oídos de Amelia. Con un gesto lleno de cariño, la tomó por la cintura y la acercó más a él.

—La compré hace unos meses. Para tí y para mí, para que un día sea nuestro hogar.

Ella sintió que su corazón daba un vuelco dentro de su pecho, una calidez indescriptible inundándola. Él superaba cualquier expectativa que alguna vez hubiera imaginado. Siempre pensó que su vida se desarrollaría en la ciudad, que llegaría a ser vizcondesa, ocupada en organizar bailes y cumplir con las demandas de la sociedad. Pero lo que Benedict le ofrecía era mucho más: un refugio en el campo, lejos de las superficialidades, un respiro de todas las expectativas. Y él no tenía idea de lo feliz que eso la hacía.

—Es perfecta —logró decir, su voz apenas un susurro, pero lleno de aceptación y amor.

Benedict sonrió, complacido por su reacción. Con suavidad, la giró de nuevo por la cintura para que ambos pudieran contemplar juntos la casa. Sí, definitivamente podía imaginarse formando un hogar allí juntos.

—Espera, hay algo más.

El castaño, separándose un poco, sacó un pequeño bote de pintura de uno de los bolsillos de su pantalón. Se lo extendió a Amelia, quien lo tomó con curiosidad.

—¿Pintura? —preguntó, frunciendo el ceño aunque sin dejar de sonreír.

—Ábrelo

La instruyó con sus ojos brillando con emoción y anticipación y con cuidado, desenroscó la tapa, no sabía por qué pero las manos le temblaban. La mirada intensa de Benedict tampoco ayudaba a calmar sus nervios. Al abrir el bote, sus delgados dedos encontraron un precioso anillo en su interior.

No puede ser...

La vida pareció detenerse por un instante mientras Benedict se arrodillaba frente a ella, sus ojos fijos en los suyos, llenos de amor y devoción.

—Amelia Somerset, ¿te casarías conmigo?

Amelia sintió que el tiempo se suspendía. La propuesta era más de lo que alguna vez había soñado, y en ese momento, todo lo que importaba era el hombre frente a ella, ofreciéndole un futuro lleno de amor y promesas.

Y nunca antes había estado tan segura de su respuesta.

—Sí, Benedict. Sí, mil veces sí —su voz temblorosa pero clara—. No hay nada que me haría más feliz.

Él se levantó, colocándole el anillo en el dedo con manos temblorosas de emoción. Luego la envolvió en un abrazo, sellando la promesa con un beso que hablaba más que las palabras.

Frente a la cabaña que algún día llamarían hogar, Amelia y Benedict estuvieron seguros de que su futuro juntos sería tan brillante y hermoso como el amor que compartían.






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definitivamente cuando se trata de benelia soy toda una romanticona

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falta solo un capítulo y el epílogo para el final de esta historia así que crucemos los dedos porque todo se mantenga así de lindo con ellos dos (muajajaja 😈)

nos leemos la semana que viene chiquiss 🤍🌟


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