
ㅤㅤ𝟎𝟏𝟑. ㅤ betrothal
CAPÍTULO 13
compromiso
. 𓍢ִ໋ 🕯️ ༘ 💍 ⋆˚ 🌌.
La noche del baile había llegado, y la emoción llenaba el aire en Aubrey Hall. Todos en la enorme mansión estaban ocupados alistándose para el gran baile de la noche. Las criadas corrían de un lado a otro, asegurándose de que cada detalle estuviera perfecto, mientras los invitados se preparaban en sus habitaciones, ansiosos por la velada que estaba por comenzar.
Amelia se miró en el espejo, admirando su reflejo. Su cabello estaba recogido elegantemente, y un collar precioso que Anthony le había obsequiado brillaba en su cuello. El vestido color champaña, adornado con tul bordado y apliques de piedreria violetas, resplandecía como estrellas en la noche.
El salón de baile estaba igual de resplandeciente. Las luces de los candelabros reflejaban en los espejos, creando un juego de destellos que iluminaba el ambiente con una calidez mágica. Las mesas estaban cubiertas con manteles de encaje y adornadas con arreglos florales que exhalaban un ligero aroma a lavanda y jazmín. Los músicos, ubicados en la pista de baile, afinaban sus instrumentos, listos para llenar el aire con melodías encantadoras.
Al entrar al salón junto a su madre y su padre, todas las miradas se enfocaron hacia su persona, aunque esa era una reacción a la cual Amelia ya se había acostumbrado. Los murmullos de admiración y las sonrisas corteses se dirigían hacia ella, pero su mente estaba en otro lugar.
Anthony, por supuesto, fue el primero en acercarse con una sonrisa encantadora.
—¿Me concedería el honor del primer baile, Lady Amelia? —preguntó, extendiendo su mano.
—Por supuesto, Milord.
La orquesta comenzó a tocar una suave melodía, y Anthony y Amelia se deslizaron por la pista de baile con elegancia. Los movimientos del vizconde eran precisos y seguros, mientras que ella se movía con una gracia natural.
—Estás deslumbrante esta noche, Amelia.
—Gracias, Anthony. Tú también te ves muy bien —respondió, sonriendo con cortesía.
El baile continuó, y pronto la pista se llenó de parejas que se unieron a ellos. Cuando la música terminó, Anthony la acompañó de regreso a su lugar, y Amelia se unió a sus padres para un breve descanso.
Después de un rato, se encontró explorando la sala, observando a los invitados y disfrutando del ambiente festivo pero su mirada se desvió hacia la mesa de ponche, donde divisó a Benedict. Un deseo de acercarse a él la invadió; lo extrañaba, extrañaba hablar con él y extrañaba la manera en que él la miraba, aunque últimamente esas miradas solo duraban un par de instantes.
Con determinación, se dirigió hacia su lugar, sintiendo que el bullicio del baile se desvanecía a su alrededor.
—Hola, Benedict —dijo Amelia, sonriendo con calidez—. ¿Te importa si me uno a ti?
Él la miró, y por un instante, la sorpresa iluminó su rostro. —Por supuesto, Amelia.
Otra vez le había apartado la mirada.
—¿Estás molesto conmigo?
—No, Amelia. No estoy molesto contigo —respondió, aunque sus palabras no coincidían con su lenguaje corporal.
Amelia frunció el ceño, sintiendo la distancia entre ellos.
—Entonces, ¿por qué ni siquiera puedes mirarme a los ojos por más de dos segundos?
—La verdad es que es doloroso mirarte.
Su corazón se estrujó en su pecho, y nunca había sentido tantas ganas de llorar como en ese instante. La estaba mirando con los mismos ojos tristes que la habían observado la noche en que ella le dijo que quería casarse con Anthony. No podía ser egoísta con él; toda la situación debía ser una pesadilla para Benedict. Se imaginó en su lugar, soportando la agonía de verlo cortejando a otra, y la mera idea le provocaba náuseas.
Amelia abrió la boca para hablar, aunque no estaba segura de qué palabras podrían consolarlo. Su único deseo era hacerlo sentir mejor. Pero antes de que pudiera pronunciar una sola frase, fue interrumpida por la llegada de Anthony, quien se había acercado a ellos sin que ella se percatara.
—Hermano, ¿te importaría si me llevo a Amelia para bailar?
Benedict tragó con dificultad, porque sí, de hecho le importaba mucho que se la llevara así fuera solo por un momento.
Y ahora se sentía bastante ridículo al asentir cortésmente y ver cómo Amelia se alejaba con su propio hermano, quien nunca la amaría como él lo hacía ni la trataría como algo más que una amiga y una mera necesidad en la vida de un hombre importante.
Amelia volvió a la pista de baile junto al vizconde, pero su mente estaba lejos de los pasos que debía seguir. A pesar de que Anthony la guiaba con gracia, ella apenas podía concentrarse en mantener el ritmo de la música. Sus ojos seguían a Benedict por toda la habitación, observando cómo se retiraba sin que nadie más pareciera notarlo. El bullicio del baile continuaba, y a nadie le importaba que él se marchara, pero a ella sí.
—Disculpa, Anthony. Necesito un momento.
Era de extrema mala educación retirarse de la pista en medio de la canción, pero la necesidad de seguir a Benedict era más fuerte que cualquier protocolo. Anthony la miró con los ojos bien abiertos, porque nunca nadie lo había dejado de esa manera, aún así, le permitió marcharse luego de asentir con su cabeza.
Amelia se acercó a su padre, que la observaba con la misma expresión que había tenido Anthony en el rostro.
—Padre, necesito un momento a solas.
Su madre, preocupada, se acercó también.
—¿Estás bien, querida? —preguntó, su voz llena de inquietud.
—Sí, mamá. Solo necesito un poco de aire.
Su padre, con una mirada comprensiva, asintió.
—Por supuesto, mi niña. Tómate el tiempo que necesites —dijo, dándole su permiso.
Amelia salió del salón de baile, caminando por los pasillos de la casa, se preguntaba dónde podría haberse metido Bridgerton. Sus pasos resonaban en el silencio del corredor, y su corazón latía con fuerza. Divisó la puerta de la habitación de Benedict. Nunca había estado allí, pero sabía perfectamente cuál era.
Con una mezcla de nerviosismo y osadía, abrió la puerta y entró. La habitación era espaciosa y sobria, con paredes de tonos neutros y muebles de madera oscura. Un caballete con un lienzo a medio pintar ocupaba una esquina, y libros y materiales de arte estaban esparcidos por una mesa cercana. Benedict estaba sentado junto a la ventana, mirando hacia el exterior, pero se giró rápidamente al escuchar la puerta abrirse.
—Amelia, ¿qué haces aquí?
—¿Por qué te fuiste?
Ella cerró la puerta y él se levantó, dejando su lugar junto a la ventana.
—Amelia, esto no está bien. No deberías estar aquí —dijo, aunque no podía ocultar el alivio en su voz al verla.
—Lo sé, pero no podía quedarme sin saber cómo estás. No después de lo que dijiste.
Benedict suspiró, pasando una mano por su cabello en un gesto de frustración. No quería que las cosas se complicaran aún más.
—Amelia, basta. No hay que hacer esto más difícil, tomaste tu decision, tenemos que vivir con eso.
Benedict siempre la entendía, más que nadie, y no tenía que esforzarse en hacerlo porque simplemente era fácil para él ver a través de ella. Sin embargo, con esas palabras, Amelia se dió cuenta de que, sin importar cuán perfecto fuera él o cuánto la comprendiera y conectara con ella, él siempre sería un hombre. Él podía decidir ser pintor, escritor, casarse con quien quisiera o incluso permanecer soltero de por vida, y absolutamente nadie pondría en duda sus decisiones. Así que no, por primera vez, Benedict no la entendía realmente.
—¿Crees que es tan simple? ¡No tienes ni idea de lo que es ser una mujer en esta situación! Tú puedes tomar decisiones y hacer lo que quieras con tu vida. Yo no tengo esa libertad.
—¿Y crees que para mí es fácil? Ver cómo te entregas a Anthony, sabiendo que realmente no lo amas, es un tormento —exclamó, su voz temblando de rabia contenida.
Amelia avanzó un paso hacia él, sus ojos brillantes de emoción.
—No tienes derecho a juzgarme, Benedict. Tú no entiendes la presión que tengo alrededor. No puedes simplemente decir que tomé una decisión como si fuera así de sencillo
Benedict gruñó para sus adentros, frunciendo el entrecejo con intensidad. Amelia estaba casi segura de que lo había escuchado murmurar una palabrota, y también estaba segura de que nunca antes lo había visto tan frustrado; él solía ser muy calmado, incluso en las situaciones más tensas.
—Tú me lo hiciste parecer sencillo cuando afirmaste que querías casarte con Anthony, porque eso es lo que deseas, ¿no? Digo, tú misma lo dijiste, y por eso yo dí un paso atrás.
—Yo... S-sí, sí quiero.
Benedict soltó una risa seca, pensando que en ese momento no había peor mentirosa que Amelia. Sin embargo, ella no encontró la gracia en su reacción. ¿Acaso le parecía divertida la aparatosa situación?
—¿Estás enamorada de él? ¿Cuando te habla, sientes que el corazón se te sale del pecho? ¿Sientes calor cuando está cerca de ti?
Ella se quedó en silencio. No sentía ninguna de esas cosas cuando estaba con Anthony; esas emociones las experimentaba cuando estaba con él.
—Amelia, tú no tienes idea de lo que es desear a alguien con tanta intensidad que duele. ¿Qué sabes tú de ese tipo de deseo y pasión? —dijo, su voz baja pero cargada de significado.
Amelia sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral ante sus palabras. Había una intensidad en los ojos de Benedict que no había visto antes, ni siquiera el día de su primer beso.
—¿Qué quieres decir?
Él se acercó más, sus movimientos suaves pero deliberados. Se detuvo justo enfrente de Amelia, su mirada fija en la suya.
—Sé que no entiendes lo que significa anhelar a otra persona —dijo, su voz suave pero firme—. La pasión es un fuego que arde en el interior, que te envuelve y te transforma tanto que a veces ni siquiera puedes reconocerte.
Amelia lo miró, sintiendo una mezcla de confusión y emoción. —Tú no puedes hablarme así. No puedes decirme que no sé lo que es desear a alguien.
—¿De verdad crees que lo sabes? El deseo es más que un simple capricho.
—Tienes razón, no debería estar aquí.
Sintió miedo. Si Benedict tenía razón y la pasión era como un fuego, entonces ella estaba ardiendo por dentro. Amelia había pensado que la pasión era lo que había sentido cuando se besó con él: esa sensación y las cosquillas en su estómago. Pero lo que experimentaba ahora no se podía comparar; era como si esas emociones se hubieran multiplicado por un centenar. La intensidad de sus sentimientos la estaba llevando a pensar en cosas que jamás se atrevería a decir en voz alta. Y si se dejaba llevar por la lujuria que brillaba en los ojos del hombre frente a ella, podría jurar que él estaba igual, o incluso peor que ella.
—Déjame enseñarte lo que es el deseo, Amelia. Déjame mostrarte lo que realmente significa la pasión —dijo, levantando una mano para acariciar suavemente su mejilla.
El contacto hizo que la castaña contuviera la respiración. Sentía su corazón latir con fuerza, como si estuviera a punto de saltar de su pecho. La cercanía entre sus cuerpos era abrumadora, llenando el espacio entre ellos con una electricidad palpable.
Benedict inclinó su cabeza lentamente, acercando sus labios a los de Amelia. La tensión entre ellos era casi insoportable, cada segundo se sentía como una eternidad.
—Quiero que sientas lo que siento yo. Quiero que entiendas lo que es desear a alguien completamente, sin reservas —dijo Benedict, su voz un susurro cargado de emoción.
Amelia cerró los ojos, permitiendo que esas emociones de las que tanto hablaba Benedict la envolvieran. Cuando los labios de él finalmente se encontraron con los suyos, sintió una explosión. No era como el primer beso que se habían dado, ese había sido de puro amor. En cambio, este estaba lleno de urgencia y necesidad, desbordante de emociones reprimidas durante demasiado tiempo.
Y también estaba mal.
Era incorrecto en todos los sentidos que podían existir, porque afuera estaba su familia, incluyendo a Anthony, ajenos a lo que ocurría dentro de esa habitación. Como dama, se suponía que debía mantener su inocencia intacta, y que fuera su marido quien le mostrara todas esas sensaciones desconocidas. Pero Benedict no podía contenerse más, y sinceramente, por primera vez quería ser egoísta. Si Anthony iba a casarse con Amelia, entonces él merecía al menos tener esa parte de ella, por efímera que fuera.
Mientras el beso se profundizaba, Amelia se aferró a Benedict, sintiendo cómo la intensidad de sus sentimientos se apoderaba de ella. Cada parte de su ser respondía al contacto, al calor de su cuerpo. El mundo exterior se desvaneció, y solo existían ellos dos, perdidos en la vorágine de sus propios deseos.
Bridgerton la rodeó con sus brazos, atrayéndola más cerca, dejando que sus manos exploraran su espalda delicadamente. La jóven, en respuesta, deslizó sus manos por su cuello, sosteniéndose de él como si fuera su única ancla en un mar agitado.
La mano que él había estado paseando por su espalda había tomado vida propia, atreviéndose a posarse sobre su pecho. Amelia había pensado que su toque siempre sería cálido, pero en contraste con la temperatura de su propia piel, los dedos de Benedict se sentían helados. Ella jadeó contra su boca, y ese gesto fue suficiente para que él interpretara que le daba permiso, apretando sus senos con una leve presión. Los besos comenzaron a descender hacia su cuello, y con cada roce, Amelia sintió que estaba tocando el mismísimo cielo.
¿Cómo podía estar mal algo que se sentía tan bien, tan correcto?
Ninguno de los dos quería dejar esa habitación, ni ese momento. Ambos sabían que, al hacerlo, la realidad que los rodeaba no cambiaría: Anthony le pediría matrimonio a Amelia, y ella, atrapada en su compromiso, aceptaría.
Aunque eventualmente tuvieron que hacerlo.
Benedict quería, pero sabía que no podía seguir corrompiendo a aquella pobre muchacha. Así que, después de un último beso en sus labios, se apartó de ella. Al salir de su dormitorio, ambos actuaron como si nada hubiera ocurrido, la fiesta continuó, y la vida siguió su curso. Pero para ellos dos, ese momento sería un recuerdo imborrable, una prueba del amor y el deseo que compartían, aunque el destino los obligara a seguir caminos separados.
Había sido difícil, y Amelia ni siquiera regresó al baile. En lugar de eso, fue directamente a la habitación que se le había asignado desde el principio de la semana y se encerró allí hasta que la fiesta terminó. Por más que se obligó a dormir, solo consiguió dar vueltas en la cama. Cada vez que cerraba los ojos, solo sentía los labios de Benedict contra su piel, escuchaba la manera en que él susurraba su nombre, sentía sus manos recorriendo su cuerpo. ¿Cómo podía dormir tranquila después de eso?
Amelia se mantuvo con los ojos pegados a la ventana, observando cómo la luz de la luna era reemplazada por el resplandor del amanecer. Deseaba que fuera de día cuanto antes, porque así la celebración en Aubrey Hall habría terminado y podría irse a su casa, podría volver a cerrar su corazón y tratar de olvidar lo que había sucedido, aunque estaba segura de que eso sería imposible. Pero Benedict le había prometido que en la ciudad todo volvería a la normalidad, o a la nueva normalidad: él se iría a la academia y ella seguiría con Anthony.
Y al pensar en el vizconde, la culpa la consumía; no sabía cómo podría mirarlo a los ojos después de lo que había hecho. La idea de enfrentarse a él la aterrorizaba, especialmente porque no parecía querer arrepentirse de lo que había pasado.
Cuando salió de la mansión, Amelia pensó que se encontraría con una fila de carruajes esperando para llevar a los asistentes de regreso a la ciudad, y efectivamente, allí estaban. Pero no solo había carruajes; un espléndido espectáculo de flores adornaba cada rincón de la entrada. Montones de claveles, lirios y tulipanes estaban dispuestos con esmero, creando un escenario digno de una de esas pinturas que se exhiben en las galerías de arte.
Al final del camino de grava no estaba su carruaje esperándola, sino Anthony Bridgerton. Amelia sintió el impulso de quedarse ahí, paralizada, sin atreverse a avanzar y enfrentar la realidad de la que tanto había estado huyendo. La familia Somerset había sido la última en abandonar la mansión, así que fueron ellos, junto a los Bridgerton, quienes observaron la escena en primer plano.
Con pasos lentos, Amelia se acercó al vizconde, sintiendo cómo el corazón latía con fuerza en su pecho. Cuando estuvo frente a él, Anthony le sonrió, sus ojos fijos en los de ella, llenos de determinación.
Se puso en una rodilla y finalmente preguntó:
—Lady Amelia Somerset, ¿se casaría conmigo?
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
Benedict y Amelia se besaron otra vez: 🥰❤️🩹🥳🦋
pero Anthony por fin le pidió matrimonio a Amelia: 😧🫠🤯🏃🏼♀️
ya falta menos de la mitad para acabar esta historia, les prometo que en los próximos capitulos Amelia y Benedict se irán quitando la venda que tienen en los ojos (y en la boca porque nunca dicen nada 🤬) así que no se desesperen chiquillas
les mando un abrazo, gracias por leer 🤍
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