Capítulo 16
Dakma
Paró delante de la vitrina impecable de una joyería donde se exhibían anillos y collares, todos de oro. Recorrió con la mirada las piezas de una en una, al terminar aclaró su garganta y habló a nadie en particular, aunque, bien sabía que el mensaje iba para nosotros.
—Tantos años liderando han hecho que pierdan su toque, maestros del sigilo. —Sonrió de medio lado al ver a través del cristal cómo nos acercábamos hasta quedar a su lado—. ¿Es la edad? —inquirió con un tonito falso de curiosidad.
Alaí soltó un bufido, al que Kenai correspondió con una sonrisa todavía mayor.
Tiré de su oreja derecha, obteniendo una mueca de dolor que reemplazó a la de diversión en su rostro.
—Nunca aprendes —recriminé. Liberándolo luego de que intentara zafarse de mí sin tener éxito—. Primero no contestas el teléfono, no respondes las cartas. Por un mes, ¡un mes, Kenai! No supimos nada de ti, y ahora viene Gustavo como tu suplente a decir que renuncias. ¿En qué estabas pensando al aceptar enfrentarte tú solo contra la comisión y los Walker? No eres un Dios, aunque quieras hacer milagros no vas a poder concretarlos.
Con una mano cubriendo su oreja, usó la otra para arreglar las pequeñas arrugas que se formaron en su ropa. No respondió hasta que su atuendo no volvió a estar impecable.
—Contradíceme si me equivoco: soy alguien con suerte. Tenía previsto que vendrían con refuerzos para encargarse de los corderos, déjenme el pastor a mí.
—Me preocupé por nada —dije, sintiendo por dentro una mezcla de ira y desconcierto, alivio incluso—, sigues igual de insolente que siempre.
—Gracias.
Una sonrisa.
Pellizqué sus mejillas y suspiré con pesar.
—No era un cumplido.
—Gracias de todos modos, aprecio tu sinceridad.
—Nosotros te cubriremos la espalda. —Alaí le revolvió el cabello—. Pero no por eso te confíes, tienes que tener cuidado, Kenai.
Él arrugó la nariz y acomodó sus rulos desordenados, rebeldes, como él.
—Lo sé, no es un juego.
Alaí asintió a medias.
—No, nunca lo fue. ¿A qué hora comienza?
Kenai sacó un reloj de bolsillo plateado, la aguja de los segundos avanzó dos veces antes de que lo tapara y lo volviera a meter en su bolsillo.
—Tenemos tiempo —dijo, entrando a la joyería.
—No es tu reloj habitual. —Alaí agarró la puerta para que esta no se cerrara y esperó a que pasara primero antes de seguirme, liberando la perilla—. ¿Te lo robaron o se te perdió?
—Ninguna de las dos. —Kenai saludó con un gesto al vendedor, quien desapareció en el interior de su local segundos después sin parar de frotarse las manos—. Es más simple de lo que parece en realidad, solo lo olvidé en casa.
Intercambié miradas con Alaí, seguidas de sonrisas cómplices que desaparecieron cuando Kenai se volvió a vernos.
Alaí lo abrazó, pasándole la mano por los hombros, no paró de alborotarle el cabello hasta despeinarlo irremediablemente.
—Tienes que invitarnos a tu boda con el escritor, no lo olvides.
Kenai dejó de luchar para liberarse de los mimos y pasó a aceptarlos con resignación.
—Creo que será un accidente que las invitaciones no lleguen. —Kenai le siguió el juego—. No quiero una boda con sangre en lugar de vino tinto.
Se detuvieron ahí, el vendedor regresó con una pequeña caja forrada con terciopelo rojo; en el centro de la tapa, una camelia había sido bordada con hilo de oro.
No hacía falta ser un genio para saber el contenido.
Alaí retrocedió unos cuantos pasos, estaba pálido.
—Creo que se tomó mi broma muy en serio.
—¿Tú crees? —Me acerqué a Kenai conectando con su interés despertado en las dos alianzas de oro con un grabado peculiar en la parte interna de los aros.
No supe si fue real o una mera ilusión, pero, por unos segundos fugaces, sus ojos, esos profundos y caóticos ojos, se perdieron en la luz, acumularon emociones y lluvia que no llegó a mojar la tierra.
Ladeé la cabeza, dejando a Alaí la tarea de exclamar eufórico acerca del buen gusto que Kenai tenía en joyas.
Kenai, por su parte, estaba tan ensimismado en su mundo que musitó palabras que dejaron al descubierto su alma, hermosa y pura a pesar del fango en el que se ahogó tanto tiempo.
—¿Qué es el amor? —preguntó en un susurro, tan bajo que creí no haberlo escuchado.
—¿El amor? —Alaí se rascó el mentón, dándome la confirmación de que la pregunta hecha por Kenai no fue un invento efímero, sino real. Muy real—. No sabría qué es de manera específica, ya que las definiciones de la palabra "amor" vuelan con diferentes alas dependiendo de quién las diga, de quién les muestre los diferentes cielos.
El dueño se movió alrededor de la tienda, buscando una bolsa de papel para envolver el pequeño y preciado objeto.
—¿Cómo sabías que amabas a Dakma?
—Fácil. —Alaí sonrió satisfecho, como si todo el tiempo hubiera esperado que la plática tomara esa dirección—. No soy capaz de arrodillarme ante Dios, ni de creer en él, pero, con ella es distinto, si se trata de Dakma, puedo tocar el suelo con mis rodillas mientras le juro lealtad. Ahí me di cuenta. Si hay algo que haría por esa persona, y solo por esa persona...
—¿Es amor? —interrumpió Kenai, recibió su paquete y, a cambio, le entregó al dueño un paquete que aceptó encantado.
—No —dijo Alaí al salir de la tienda tras nosotros—. Es porque la amas.
Kenai guardó su paquete.
—¿No es lo mismo?
—Amor es una palabra que se refiere a un sentimiento, amar es el sentimiento —respondí por Alaí—. Hay una pequeña pero marcada diferencia.
No preguntó ni dijo nada más; no obstante, tampoco dejó de jugar con la pequeña cajita de terciopelo escondida en el fondo de su bolsillo.
°°°
Volvimos a parar, en esa ocasión el destino era una florería, la cual Kenai parecía frecuentar a menudo, si no es que diario, ya que la joven a cargo voló del mostrador hasta él apenas lo vio entrar.
Se llamaba Tamada. Hablaba con prisa, atravesando palabras e ideas, no podía estar quieta, caminaba de aquí para allá, diciendo algo con relación a un encargo.
Me distraje cuando Alaí tocó mi hombro para mostrarme un ramo de gardenias y lirios.
—Para ti —dijo, depositando el presente en mis brazos.
—Gracias. —Le sonreí—. Pero creo que será un poco complicado pelear con esto. Aunque tenga cuidado acabarán marchitas o cubiertas con sangre.
—No importa —Kenai habló desde el otro lado. Arrodillado en el piso revisaba el cargamento de camelias blancas—. Tamada puede guardarlo, solo tendrían que pasar por él más tarde —Tamada lo confirmó diciendo que no tenía ningún costo extra y lo haría con mucho gusto—. Disculpa —interrumpió Kenai, capturando de nuevo su atención—, ¿no tienes camelias rojas?
La chica negó con tristeza.
—No. El nuevo cargamento me llega en la tarde. Por ahora las blancas son las únicas que tengo. Una disculpa, sé lo importante que son las camelias rojas para usted y su prometida.
—Está bien. —Kenai tomó una de las flores y se puso de pie—. Me llevaré esta.
Alaí se acercó a Tamada con mi ramo y se lo entregó, ella lo sostuvo con tanto cuidado que parecía estar llevando a un bebé en lugar de flores.
—¿A nombre de quién pongo el ramo? —preguntó Tamada, preparada para anotar en una tarjeta de papel que amarró a uno de los lirios.
—"My Rose" —respondió Alaí, con una sonrisa tan brillante que dejaba mal a la luz del sol.
Tamada nos miró entusiasmada, como una niña que acabó de descubrir que las hadas en realidad existen.
—¿Son pareja o apenas van a tener su temporada de cortejo como el señor Kenai?
—Somos pareja —respondí, agarrando a Kenai por el cuello de su camisa para que no huyera. Luego de contestarle a Tamada me volví hacía él—. ¿Vas a pedirle una temporada de cortejo a Dana? —pregunté, tomando algo de distancia de la zona en la que Alaí y Tamada arreglaban el pago de las flores—. Creí que los anillos eran para pedirle matrimonio.
—Es pronto para eso —dijo—, si voy a hacer las cosas voy a hacerlas bien. Quiero hacerlas bien. Lo merecemos. Si funciona, si nos casamos... —Dejó por un momento que su sueño volara, se recuperó con la llegada de Alaí—. Si eso sucede le daré otro anillo. —Sus labios formaron una sonrisa maliciosa—. Uno que ustedes pagarán como padrinos.
—Interesado. Eres un romántico interesado —dije y él se rio.
°°°
Hay un dicho que dice que todos los caminos llevan a Roma y algo similar ocurrió con nosotros, quienes, a pesar de vagar sin rumbo fijo, terminamos metidos en la calle acordada por Kenai y la comisión.
Era un lugar solitario en los barrios, dominados día y noche por la sombra del crimen, las drogas y el aroma a pólvora que quedaba al final de cada enfrentamiento por poder o dinero.
Mujeres vendían su cuerpo dentro de los locales con punta de inofensivos, niños corrían, llevando entre sus brazos, morados por golpes dolorosos, recados o paquetes que podían costarles la vida. Los ancianos fumaban, fingiendo demencia a los robos que ocurrían delante de sus ojos, no intervenían. Nadie hacía nada.
Alcohol.
Drogas.
Cigarros baratos.
Sangre.
Caos.
Un hombre cayó de un segundo piso, tenía tres balazos en la cabeza; lo rodeamos solo porque se interpuso en nuestro camino, si no, apenas y le habríamos prestado nada de atención.
Así eran las cosas.
Nadie le dio importancia.
Matar, que te mataran, ya era cosa del diario. Al menos en nuestro mundo.
Odiaba a la mafia por eso, a la ciudad misma por ser cede de tanto mal y, aun así, tampoco hacía nada, porque no tenía nada más, no conocía nada más.
Era mi vida: contrabando de armas, robos, secuestros, torturas, extorsión, venta de medicamentos, exportación de drogas. Eso era mi vida.
Seguimos avanzando. Caminamos junto a una pelea, ninguno de los tres reaccionó a la lluvia de puños, a la sangre en la pared o los gritos de las víctimas.
El mundo se estaba autodestruyendo, se ahogaba en su propio silencio sin tener idea de cómo romperlo.
Tanto tiempo callados nos hizo olvidar que podíamos hablar.
A pesar de ello, hubo algo, un ruido que destruyó por completo esa falsa paz que servía para esconder el estruendo de un cañón de batalla.
Acostumbrada al silbido que dejaba el recorrido de una bala al cortar el aire, reaccioné a tiempo, agachándome por inercia para que el tiro fallara.
El impacto nunca llegó.
No para mí.
Kenai tenía una expresión indescifrable al ver el rojo de la sangre, que fluía de la pequeña herida en su mejilla, manchar los pétalos abiertos de la camelia blanca que pasó a ser roja.
—¿Ya es hora? —preguntó Alaí, viendo la ventana rota de la que salió el disparo.
—No. —Kenai probó su sangre—. Pero, ¿a quién le importa?
—Tenemos a nuestros hombres en posición —dije—, ¿doy la orden?
De la ventana continua salió una segunda bala que erró peor que la primera.
A nuestro alrededor la gente corrió a refugiarse, despejando un área considerable que iba a convertirse en un baño de sangre.
—Es Belto. —Kenai se rio entre dientes—. Le encanta hacer escándalo y solo él tiene tan mala puntería.
La tercera bala pareció ir más para Alaí que para Kenai, quien cambió su mueca de diversión por una más hostil. Desenfundó su arma y, tras mirarme y asentir, tiró del gatillo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro