Capítulo 10
Dakma
Algo grande ocurriría en los días siguientes, quizá la disminución de impuestos, la devaluación del dólar, la destrucción de la religión o la legalización de organizaciones criminales como Atwood. Llevaba rato mentalizándome para no sorprenderme si ocurría porque, por primera vez en años..., corrijo, por primera vez desde que nos conocimos, Kenai Morte volvió por voluntad propia a la base, solicitando una reunión, no con el jefe, sino conmigo. ¡Mil veces más extraño y cien mil más preocupante!
Los hombres de Cheshire que vinieron con él bajaron las cabezas al verme llegar, abriendo de inmediato la puerta que nos separaba. Volvieron a inclinarse cuando pasé a sus lados, no se levantaron hasta que estuve dentro y la puerta de nuevo cerrada y con llave.
Kenai leía el periódico, sentado en uno de los sofás más atesorados de Taylor, a su lado tenía una tetera de porcelana y una copa de vino sin tocar.
No parecía diferente, lo que hacía seguro que estuviera ahogándose con todo el estrés que conllevaba hacerse cargo de Cheshire y la comisión.
Usaba la misma máscara de indiferencia, bien marmoleada y fría, practicada por años, pulida por golpes, traiciones y un sinfín de encuentros que lo llevaron a estar en ese sofá, bebiendo té exportado y vino de la mejor calidad.
Me senté en frente, tomándome mi tiempo para buscar una posición cómoda ya que parecía no tener prisa (ni interés) por comenzar una charla, a pesar de haber sido él quien solicitó verme de urgencia.
—Si no te conociera, creería que estoy aquí como una víctima más de Taylor —dije, tomando la botella de la mesa y la copa vacía que se llenó con un exquisito aroma a uvas.
Kenai bajó el periódico a medias, sosteniéndolo con una mano mientras usaba la otra para beber de la taza con flores de oro en los bordes.
—¿Qué te hace pensar que tu hora aún no ha llegado?
—Que sigo respirando. —Di el primer sorbo al vino en la copa. La cosecha era buena, su sabor embriagaba mi paladar con dulzura y exquisitez—. A diferencia del resto, yo no poseo información que él quiera usar, así que, el día que quiera matarme te ordenará que lo hagas rápido. No habrá necesidad de torturarme.
—¿Prevés tu muerte antes de que ocurra? Qué ingeniosa, aunque los dos sabemos que Taylor ya te eligió como sucesora, en todo caso sería a mí a quien te ordenara matar. Yo no tengo valor que resulte irremplazable.
—Yo no diría eso. Si estás manejando la primera división es por algo.
Kenai dejó su lectura de lado.
Le sonreí.
Así que pasábamos a lo importante. Bien.
—¿Recuerdas el enfrentamiento de hace tres años? —comenzó a decir.
—¿Cuál de todos?
—En el que se involucró la policía porque descubrieron uno de los negocios de los Walker en New York.
—Lo recuerdo.
—Alaí estuvo a punto de morir, dos veces. En las dos evité que eso sucediera, la última vez incluso a costa de cuatro impactos en mi pierna. El tendón quedó destrozado y pasé un tiempo guardando cama porque el hueso se rompió. Esa vez me dijiste que quedabas en deuda y ahora quiero que la saldes.
—No tengo inconveniente con mantener mi palabra, Kenai. No obstante, necesito los detalles y de antemano te advierto que, si se trata de traicionar a la organización yo te mataré aquí y ahora. No voy a darle la espalda a Atwood.
—No te he pedido que lo hagas —dijo burlón—. Y si quieres matarme, adelante, aunque no lo recomiendo porque entonces tú y el hijo que llevas en tu vientre volarían al más allá conmigo.
Entrecerré los ojos, él comprendió mi interrogante porque dejó caer la evaluación médica que solicité.
Su sonrisa creció.
—Tienes un par de meses.
—Eres un... ¡Maldito, Kenai! —Agarré el expediente, guardándolo en el interior de mi saco—. Di ya lo que has venido a decir o de verdad te mataré.
—Claro, sí. Debes tener prisa ahora que lo sabes.
—¡Kenai!
—Hemos sido compañeros desde que llegué a Atwood y en todo este tiempo no he ido en contra de Taylor ni una sola vez, tampoco te he pedido nada, Dak. Pero siempre existe una primera vez para todo. Necesito que te comuniques con tus contactos en la policía, quiero que cuiden a una persona.
—¿Solo eso? ¿No es algo que puedas hacer tú?
Kenai me fulminó, soltando humo negro que inundó el ambiente ya tenso, volviéndolo peor.
—Creo que ya sabes que me encuentro en un punto crítico, por un lado, la comisión finalmente le ha puesto precio a la cabeza de Morte, solo es cuestión de tiempo hasta que Belto comience a trabajar con ellos, y el rostro del Don que maneja Cheshire se vuelva de conocimiento público. —Verlo aceptar su vulnerabilidad con tanta sinceridad me dejó perpleja. De no haberlo vivido directamente jamás habría creído que llegaría a existir el momento en el que el orgulloso líder, Kenai, bajara la cabeza y admitiera que se encontraba en problemas. Me miró, me suplicó a través de sus ojos y los fantasmas atrapados en ellos.
—¿A quién tengo que proteger?
—A Dana.
Las palabras de Alaí cobraron sentido y el mundo se rompió.
—Kenai...
—No me importa el modo, quiero que consigas que sea la policía quien lo proteja, si alguien de la mafia sabe que él es... —Se atoró con las palabras, reanudando con menos intensidad—. Si saben que es importante para mí van a matarlo. Hace días los hombres de Belto intentaron asesinarlo para llegar a mí, no sé cuáles sean sus intenciones, pero es obvio que él sabe de Dana y va a usarlo para erradicarme. No puedo dejar que eso pase, Dana no cometió los crímenes, no tiene por qué pagar por ellos.
—¡Te estás cegando, Kenai! —Me puse de pie, señalándole sin importarme la grosería en el gesto—. La preocupación por él te está impidiendo ver el panorama y pensar como lo harías normalmente. ¡Sé racional!
—¡Estoy siendo racional! —exclamó, levantándose también.
Mi mano estrelló su mejilla, la marcó por unos segundos antes de que el tono rojizo se perdiera en el canela de su tez.
—Sabes cuáles son las intenciones de Belto, lo que no sabes es cómo manejarlas sin que lo lastimen.
—Sí.
—Tienes miedo.
La respuesta demoró un poco, pero al final salió igual de fuerte que la anterior.
—Sí. Tengo miedo. —Las lágrimas que pocas veces se dejaban ver hicieron acto de presencia en sus ojos de chocolate y olvido—. Dakma, ¿qué debo hacer? —Hice a un lado la mesa y lo abracé, no me correspondió el gesto, pero tampoco se apartó—. No entiendo lo que está pasando. Quiero protegerlo, no quiero alejarme de su lado. —Mi hombro se humedeció—. No quiero que le pase nada, quiero estar con él. Lo quiero, Dakma.
—Lo sé, Kenai. —Acaricié sus rulos, en ciertas partes quedaban algunos copos escondidos que mojaron su pelo al derretirse con el calor de mis manos.
¿Cuánto tiempo llevaba sin hacer eso? ¿En qué momento dejé de abrazarlo y le permití vagar solo en este mundo cruel en el que todos quieren devorar a todos?
Quizá no fue mucho, pero sí el suficiente para hacerme olvidar el tacto de su cabello, la suavidad de sus mejillas y el dolor seco que sueltan sus lágrimas.
Este es el niño al que tanto he cuidado y, a la vez, al que tanto he destruido.
—Le dije que me odiara, porque si me lo dijera sería más fácil que me aleje, sería más fácil que lo protegiera de mí.
—¿Y Dana que dijo?
Sus brazos me rodearon, la humedad en mi hombro se extendió, avanzó inundando el resto de mi ropa, de mi corazón.
—Que no podía. Y yo tampoco puedo. ¿Por qué es diferente a los demás?
—Porque es amor, Kenai. —Sus dedos se clavaron en mi espalda—. Incluso si es un hombre, tú lo amas.
Tembló igual que un niño tímido en los brazos de su madre, frío como un muerto que lleva días sin vida y quebrado como un jarrón bonito de porcelana al que nadie quiso reparar una vez que colapsó en el suelo, deshaciéndose en una infinidad de pedazos.
Hay que tener paciencia para eso, más si se trata de reparar una vida humana, un alma, o a un humano mismo.
Las piezas muchas veces son frágiles y hay que saber manipularlas para que estas no se vuelvan polvo, perdiéndose así en el aire y la gracia que hay en este.
—¿No está mal? —preguntó con dificultad, arrastrando a cuestas las palabras contagiadas por ronquera.
—¿Y qué si lo está? Somos gente que va en contra de las normas, que rompe las leyes. ¿Qué más da si te gusta un chico o una chica? Ser quien eres no será tu peor crimen, Kenai. Si en algún momento te capturan, créeme, por lo último por lo que te juzgarán será por eso. Antes tienes que pagar por asesinar, secuestrar, hacer fraude, venta ilegal de alcohol, armas y exportación de heroína.
—Te faltó robo de identidad.
—¿Lo ves? Tu expediente negro se pone peor. Personalmente creo que la gente que juzga por cosas infantiles como la ropa que llevamos o lo que te gusta, está loca. Si tienen tiempo para criticarnos deberían usarlo para cosas más productivas.
—Eso no resuelve mi problema.
—Escucha, la vida que llevamos nunca será pacífica, nunca. Hay riesgos a diario y los precios por nuestras cabezas suben y suben, no sabemos si mañana seguiremos vivos o nos encontrarán tirados. Esta es nuestra vida, quizá no la que elegimos, pero sí la que nos tocó vivir y bien o mal debemos seguir adelante. —Nos separé un poco, mis manos dejaron de acariciar su cabello y pasaron a sostenerlo con firmeza por los hombros—. Escucha, Kenai, me encargaré de hablar con mis agentes, protegeremos a Dana, no te preocupes por él, les pediré que hagan guardias sin que él lo note, así estará protegido y podrás seguir frecuentándolo. Sin embargo, debes ser más discreto, si los hombres de Belto lo saben no pasará mucho para que la comisión se entere también. Mañana tengo una reunión con Taylor, pediré permiso para mandar un grupo a por la cabeza de Belto ya que, tanto Alaí como yo, tenemos responsabilidades aquí en la cede, no podemos dejar que se desmantele Atwood por la deserción de Belto, así que tenemos que evitar revueltas, procuraré apresurarme, así podré echarte una mano con la comisión y saldar mis dos favores. Por eso debes esperar, Kenai. No mueras, no a menos que sea yo quien te mate por irresponsable. ¿Entendiste?
Sus pestañas aletearon, moviéndose despacio, igual que mariposas que recién abandonan sus capullos luego de estar días atrapadas en el interior, sumidas en un profundo proceso de cambio, acompañadas de la oscuridad y la soledad, sin nadie más.
Las lágrimas desaparecieron junto a su expresión decaída, atrás quedaron los restos determinados de su tozudez y fuerza. Seguía roto, pero me transmitió un mensaje a través de la seguridad estoica con la que se mantenía erguido.
"Estaré bien". Me dijo. "Quizá no ahora, quizá no siempre, pero estaré bien".
¿Cuánto peso más podrá soportar?
Volví a abrazarlo, sabiendo que extrañaría esa sensación luego de que se alejara. Le besé en la cabeza, aplastando sus rulos endemoniados, rezando en silencio para que no note que mis propias lágrimas se unen a la humedad que dejó la nieve tras de sí.
Él permaneció quieto, dejando que el llanto se fuera por sí solo, esperando que la máscara del monstruo rojo regresara a él.
—Serán buenos padres —dijo de pronto, pegando su frente a mi hombro, otra vez hubo lágrimas que humedecieron la tela, otra vez hubo dolor—. Tú y Alaí serán buenos padres, solo espero que puedan criar a ese niño sin que aquellos que buscan sus cabezas se la corten a él como venganza.
La idea me provocó náuseas, alborotó mis vellos y puso en alerta cada uno de mis sentidos, porque, a pesar de todas las medidas de seguridad que creíamos tener, al final era cierto, lo que Kenai expresó era la dura realidad en la que vivíamos atrapados, ya sea por el destino o una decisión.
No quedaba lugar para nosotros afuera, y, si lo hubiese, hacía mucho que lo olvidamos hasta perderlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro