1st PLATE: SWEET REVENGE
🍴EAST FLAVOR 🍽
Filadelfia, Costa Este... No importa cuán alto sea el precio, aquí podemos pagarlo con solo un chasquido de dedos. Las grandes mansiones en Halliwell Fields se pavonean orgullosas con el derroche de varias black cards.
Aquí se acostumbra a despedir el verano con tintes de invierno sobre albercas adornadas con mujeres y hombres de poca ropa. Sobre tintes y clichés donde el alcohol se liga con los sueños enormes en el mentolado Marlboro. Con todo y nada para traer el letrero de la aristocracia sobre la frente. No importa el origen sino lo que cargues en tu bolsillo.
No importa ser el heredero de una familia de descendencia asiática mientras puedas costear el sueño americano. La nueva fuerza, la generación Z agazapada detrás de las pequeñas botellas de Gin Tonic y las vacaciones en Aspen o los Hamptons.
Con ilusiones tan vacías como las esperanzas de unos ojos azul resaca, como las manos pálidas y ágiles de un chico que creció en medio de la abundancia exultando soberbia desde las sombras.
Min Yoon Gi siempre estuvo del otro lado de la vida de Park Jimin. Asistieron al mismo colegio, a pesar de separarlos dos años. Tuvieron la misma nana (la madre de Yoongi). Compartieron su primer beso, solían escuchar al mismo Eminem y apostar por quién escupía más lejos en el patio de la mansión de los Park.
Solían ser uno y perfectos extraños a la vez. Solían competir y odiarse como dos mocosos irresponsables hasta que Jimin cumplió los dieciocho años y le regalaron un jodido Ferrari. Yoongi le dijo: felicidades, ya eres mayor de edad... El rubio lo arrastró a su habitación y le susurró que le regalara su primera vez.
Los recuerdos no siempre enorgullecen cuando la servidumbre y la aristocracia se mezclan. La primera vez se convirtió en una necesidad obsesiva. Jimin estaba perdido, no sabía muy bien si enamorado o atraído por el fruto prohibido que era el hijo de su antigua nana y actual cocinera de la mansión Park.
Quizás necesitó un golpe de realidad tan fuerte como saber que la señora Min también tenía secretos... algunos tan sucios como los que él deseaba protagonizar con su delicioso hijo.
Tener una relación extraoficial con Yoongi parecía un pequeño negocio hasta que su propia madre se enterara. Cómo de la noche a la mañana su querido hijo, el adorable omega dominante que había educado para mentir, engañar y liderar el imperio que le correspondía a su familia, cometía el mismo error que su padre.
Jia Park era conocida por su agudeza y no dudó en pedirle el divorcio a su esposo cuando este se rehusó abandonar a la madre de Yoongi. Allí llegó la fractura. El día que Jimin se enteró que Yoongi sería una especie de hermanastro colapsó de la peor manera posible.
Para alguien acostumbrado al suave maquillaje de su verdadera naturaleza, ser humillado frente a una multitud mientras Jimin le gritaba hijo de una zorra, no era saludable. Yoongi juró alejarse de toda aquella escena que no le pertenecía.
Ni siquiera lo pensó para aceptar la beca que sus tíos maternos le prometían en Francia. Ni siquiera lo pensó para darles la espalda a la familia Park y a su insufrible hijo. Todo hubiera quedado en aquella página adornada con lo más repugnante de una sociedad donde únicamente pesa el dinero si el objetivo hoy no fuera el mismo.
Diez años después de una despedida forzosa, la fachada de EAST FLAVOR parecía escupirle en el rostro mientras el chef Min Yoon Gi apretaba casi con violencia su portafolio. La selección para determinar quién sería el nuevo jefe de la cocina de aquel restaurante estaba en proceso y no tenía que sumar dos con dos para saber que vería a Jimin.
Ya no tenía veinte años. Jimin había abandonado los dieciocho y estaba camino a cumplir los treinta. Él recién arribaba a los treinta y dos mientras su cabello en tonos purpúreos solo rematado con algunas canas, lo hacían ver más atractivo de lo normal.
Caminando con elegancia, saludó al resto de los que esperaban en la fila para entrar al restaurante. Terrazas cómodamente amuebladas con mobiliario de madera rústica. Balcones donde se mezclaba la caoba y el cristal. Campanillas de viento y centros de mesa con la forma de un loto.
El maldito seguía teniendo tan buen gusto y genialidad para convertir su beca en Administración Empresarial en un imperio propio.
Cinco años después del desastre, como él solía llamarlo, su madre se había casado con Park Chanyeol, el padre de Jimin, y su hermano menor Soon Young había llegado al mundo para reforzar el hecho de que debía soportar al progenitor de quien le había roto el corazón con el peso de sus botas Timberland.
Muchos se preguntarían... si deseaba estar a miles de kilómetros de distancia de Jimin... Por qué precisamente aplicaba a la selección de EAST FLAVOR como si fuera un principiante.
Por qué no cambiaba el estrés de ser evaluado por esa pesadilla de omega que era Park cuando contaba con el suficiente prestigio y capital para establecerse en París definitivamente.
Venganza...
He ahí la especia para hacer más deseable el aderezo. A pesar de no tener una comunicación muy estrecha con su padrastro, Yoongi sabía por medio de su madre, que las cosas no marchaban tan bien para la administración que actualmente llevaba Jimin.
Bienes raíces y restaurantes es demasiado, aun cuando el omega se cargara el ego de un megalómano. Su padre, con quien el rubio no hablaba para nada después del escándalo de saber que salía a escondidas con la madre de Yoongi, también estaba preocupado.
Aun cuando hubiera llegado más lejos que nadie, Jimin seguía siendo un omega. Uno muy dado al derroche y la frivolidad a cuenta de lo que le inculcara Jia toda su vida. Sin lugar a dudas, ser hijo único no lo había ayudado.
Para las columnas de chismes, Jimin era el dulce amante... Una manera suave de llamarlo la zorra de la new americana, y que desgraciadamente, el rubio conocía.
—Park acaba de llegar... ¿Crees que le gustará mi atuendo? Dicen que prefiere amantes más jóvenes que él...
—Qué asco, Woo Young... tal parece que solo vamos a ofrecernos en bandeja para ese omega pretencioso...
Yoongi carraspeó ganándose la atención de los jóvenes alfas que le antecedían en la fila. Iba a ser una tarde a agónica mientras escuchaba rumores disonantes sobre Jimin. Rumores que se moría por comprobar.
"¿Me extrañaste, cariño? Veamos si aún sigo siendo tu bel ami..."
Sonrió entre dientes mientras volvía a escanear la estancia a su alrededor. Detrás de las puertas dobles, pasando el salón principal, la cocina de EAST FLAVOR reverberaba mientras las cámaras y medios de comunicación del estado afinaban detalles para cubrir la selección del futuro jefe de la monstruosa maquinaria patrocinada por Park Jimin.
—¡Para cuándo mi americano, fueron a fabricarlo a Australia! ¡Jungkook, dónde demonios estás!
La voz de Jimin hizo esbozar varias muecas que fueron sustituidas por sonrisas tensas. Enfundado en un traje gris perla que resaltaba sus curvas y acanelada tez, el omega les dedicó una mirada de acero a sus asistentes.
Un chico con el cabello teñido en azul y el rostro adornado por piercings apareció segundos después con una bandeja plástica donde descansaban los típicos donuts y dos tazas de cafés del Starbucks más cercano.
—Tuve que ir al otro extremo de la calzada... Ca-mi-nan-do... Tuve que jodidamente caminar por tu culpa. Aun no me han salido alas, si las tuviera ya hubiera volado lejos de ti... ¿Te llegó mal el celo o tu nuevo amante no lo hace bien?
Jeon Jungkook tenía veinte años, carecía de sentido común con filtro incluido y además de ser su asistente personal, era su primo por parte de madre. Todo en la familia como la monarquía inglesa. Se recordaba Jimin mientras esbozaba un mohín caprichoso antes de aceptar la bandeja frente su nariz.
—Estoy estresado Kookie, ya sabes cómo es. Si no pongo orden se nos cae todo encima ¿Comenzamos?
Se dirigió al nervioso equipo que estaba a cargo de la evaluación de los candidatos. Obtener una estrella Michelin era la meta. Con ese resultado podría despejar la nube de rumores que le colocaban actualmente como un futuro millonario en banca rota. Los asuntos puertas adentro no debían importarles a los demás. Solo a él y a su frágil madre.
—Por supuesto, señor Park.
Contestó Seok Jin, el jefe actual de la administración de su restaurante y a quien buscaba relevar por un tiempo debido a su estado de salud. Una sonrisa tensa se dibujó en el agraciado rostro de Jimin mientras el primer candidato quedaba detrás de la encimera donde las especias, verduras, cortes de carne, huevos y lácteos esperaban para satisfacer su exigente apreciación.
Siempre había admirado la buena gastronomía, como solo un heredero de su alcurnia podía. Había viajado lo suficiente para poder saber y descubrir mezclas que harían a cualquiera alucinar o codiciar su posición.
No se había especializado en esa área porque el peso de la empresa que abandonara su padre había quedado sobre sus hombros a los dieciocho.
A los dieciocho la vida se le había derrumbado. A los dieciocho, casi a los diecinueve... Yoongi se había ido...
Con algo parecido a la nostalgia acarició el cordón de estambre que mantenía un viejo anillo sobre su pecho. Una verdadera baratija en comparación a las joyas que usaba. Una verdadera minucia, pero su único recuerdo del alfa que había amado a su retorcida manera.
Porque a pesar de todo, aquel idiota era quien realmente le comprendía. Aun cuando tuvo que despedirlo para salvar el orgullo de su madre. Aun cuando tuvo que humillarlo y hacerlo pagar por la decisión de un padre que le abandonó.
Jimin pestañeó alejando aquel recuerdo que no comprendía. No era el momento ni el lugar, pero su mente y paladar lo volvían a traicionar. La sonrisa donde unas encías rosáceas eran perceptibles y los palillos se movían hacia su boca con ánimo de picotear sus labios en protesta llegó de repente.
Jimin arqueó las cejas para evitar ser descubierto. Le habían pedido un platillo para la prueba y él había pensado nostálgicamente en Yoongi.
—Tangsuyuk...
Murmuró para que Jungkook repitiera la orden. Era una tarde melancólica y fría para un corazón de piedra. Era un platillo sinceramente simple para un restaurante gourmet y esa era la idea. El que lograra convertir el aburrido cerdo agridulce versión coreana en un plato cinco estrellas pasaría la prueba.
Pero... si fuera así de simple... quién tendría lo suficiente para domar a su irreverente corazón. El aroma a durazno que identificaba al omega de Jimin se dispersó entre el perfume de la marca Dior que solía llevar.
El aroma del rubio de mejillas rosas y cabellos angelicales pudo traspasar el de las especias y las cacerolas chispeantes para que cierto alfa de ojos azul melancólico le reconociera, respondiendo con su propia esencia en tonos de lluvia y café.
—¿Qué pasa?¿Por qué frunces el ceño? De los tres que han pasado, este es el mejor... No debería comer tanto...
—¿Tú preocupado por eso? Jungkook, tú solo vives para comer...
El aludido resopló apropiándose de la porción que Jimin no había podido tocar. El rubio barrió su abundante melena con la mano antes de enfrentarse al chico de los orbes azabache.
—No es eso... Tuve... tuve un repentino presentimiento...
—¿Qué estás baboso como el infierno?
—No... Mejor ya deja de tragar y veamos al próximo...
Jimin le despeinó el largo flequillo y el menor se encogió de hombros. La ligereza que había adquirido en las últimas horas se quedó atascada cuando la voz grave del último postulante se hizo presente sobre la isla de la cocina.
—Min Yoon Gi, chef ejecutivo formado en la Sorbona...
Por unos instantes Jimin pensó estar alucinando. Por unos instantes la figura elegante de Yoongi usando un uniforme de chef en tonos negros y botones plateados pareció sacudirlo de pies a cabeza. Cómo diez años se borraban de un plumazo.
Cómo la expresión adusta y amarga en su cabeza volvía a ser la de un niño de cinco años persiguiéndole en el jardín mientras competían por un primer lugar entre sus madres.
Jungkook contestó por él dándole la bienvenida a Min. El corazón del omega seguía palpitando en desconcierto mientras un rubor inestable le incendiaba las mejillas.
No soy ese mocoso. No soy ese mocoso. No siento nada. No es él... Puede ser otro Min Yoon Gi... pero Francia... Yoongi se fue a Francia cuando... Oh... Por la Diosa...
Se mordió el pulgar hasta paladear su propia sangre. El olor metálico fue perceptible para cierto alfa que ya estaba a mitad de los preparativos. Ver a Yoongi desenvolverse en la cocina solo alimentaba más la inestabilidad en Jimin.
Ver cómo sus pálidas manos sostenían el cuchillo o sofreían los fideos que serían parte del platillo o cómo borraba las reglas de lo que debía ser correcto en el tradicional cerdo agridulce, le irritaba a sobre manera. Cuando el plato estuvo frente a su congestionada nariz, el nudo en su garganta era descomunal.
—No comeré nada de lo que prepare este hombre... Esto... esto es una locura... ¡Salga de mi restaurante ahora!
La voz que intentaba sonar firme maquilló la abrupta despedida del empresario Park Jimin mientras intentaba escapar del foco de los medios o de la mirada atónita de Jungkook.
Su primo era demasiado joven para reconocer que aquel hombre había sido más que un recuerdo en su vida; a quien seguía atesorando en esas fotos escondidas en el fondo de su vestuario. Park Jimin hiperventilaba mientras la seguridad de los sanitarios pagaba su frustración.
Subió al retrete más cercano sin importarle cargar con media legión de microbios. Era más vital ocultarse de Jungkook o de quien quiera que estuviera ingresando al baño.
Solo que su memoria era tan aterradora que el aroma a lluvia y café recién hecho no era el de su primo omega. Una maldición quedó entre sus labios antes que Min Yoon Gi abriera la puerta y tirara de su mano con violencia. Uno frente al otro.
Azotando la puerta del cubículo antes de volver a sellar con seguro. Uno frente al otro y el tiempo parece detenerse cuando las manos de Jimin quedaron presas contra el pecho del alfa que aun amaba en sus recuerdos.
—Tú vas a contratarme... jodidamente que sí...
🍽EAST FLAVOR 🍽
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