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𝓟𝓪́𝓰𝓲𝓷𝓪 𝟐𝟏

Parecía como si las gotas de la lluvia dejasen golpeos sonoros, casi formando una melodía entre ellas; una muy suave y cálida. La sala estaba repleta de pupitres ahora vacíos, y las lágrimas del cielo se veían incrustadas a través del cristal. 

Unas esmeraldas, suaves y determinadas, veían a sus compañeros, en específico a aquellos tres que tanto había querido el rubio y a los que ahora debería dirigir una mirada a conciencia.

—Escuchad, sé que no soy nadie para decir esto. Realmente, ha sido muy poco el tiempo en el que he podido conversar con ustedes, pero..., por suerte, he podido compartir mucho con Kacchan. Más de lo que nunca podría haber imaginado —señalaba el chico de motas negras en su pálida piel.

Su cabello verdoso se removía con sus gentiles movimientos, y la fiereza en sus ojos hacía que aquellos a los que se dirigía, no pudiesen apartar la vista. —¿Qué tratas de decirnos, Midoriya? —cuestionó la chica de cabello rosado, algo más largo que desde la última vez que la había visto.

—Con lo poco que he podido conocer de Kacchan, sé que está muy mal, está muy solo, y estaba llevando mucha pena en su corazón tras la muerte de Shoto. Sé de propia mano también que él tampoco os habló, y no tenéis la culpa de su reacción distante, pero...., a mi parecer, buscabais todos una excusa para poder alejar el dolor de la muerte de vuestro compañero. Y Kacchan no hacía más que recordaros aquel sufrimiento.

El chico de cabello rojizo, y mirada afilada, sostenido de la mano de su novio, negó a sus palabras: —¡Eso no es así, Midoriya! ¡No queríamos alejar a Bakugo por Shoto! ¡Él simplemente ya no era como antes! —vociferó el chico con una mirada frágil.

—Tranquilo, Kirishima —añadió el de cabello rubio, aquel de nombre Denki, tratando de tranquilizar a su pareja.

—Escucha lo que dices, Kirishima. No soy un experto en esto, ni un profesional, pero también puedo escuchar que hablas desde el dolor, y sé desde el fondo de mi corazón que en verdad, no quieres decir esas cosas hirientes. Kacchan no puede volver a ser el mismo de antes, el trauma que ha sufrido no podrá regresar quien fue, pero, si estáis conmigo, podemos aprender y empezar de nuevo con él. Todos habéis cambiado desde que murió Todoroki, y es momento de que os paréis a hablar y llorar si hace falta. 

Mina, se limpió sus párpados, comenzaba a lagrimear con sus sentimientos dejándose aflorar. Todos habían necesitado hablar desde hacía mucho tiempo, y la negación y frustración que sentían los había hecho encerrarse en quienes habían sido, tratando de enterrar su dolor como si no hubiera existido nunca.

—Tú eres el mejor amigo de Kacchan —habló nuevamente el verdoso— Tienes que hablar con él, ser capaz de pedirle disculpas por lo que pasó hace unos días, y estar tranquilo cuando lo veas, para que de una vez os podáis escuchar. No os juzgaré por no haberos acercado a él cuándo más lo necesito, pero, si de verdad sois sus amigos, aún podéis arreglarlo.

Kirishima mordió su labio con fuerza, estaba furioso y decepcionado, pero con él mismo. Aquel chico de cabello enredado y ojos esmeralda, tenía razón. Ya se habían encerrado en ellos mucho tiempo, y necesitaban sanar su dolor también. Comenzando con Bakugo y soltando por fin, lo tanto que habían guardado durante aquel trágico año. 

No tardó en soltar la mano de su novio, y acercarse al más bajo para retenerlo en sus brazos. —Gracias, Midoriya —soltó el chico, para ser recibido de los contrarios brazos de los demás. 

El más bajo no pudo evitar lagrimear y dejar una gran y hermosa sonrisa plasmada. Todavía quedaba mucho camino, sin embargo, sabía que esos chicos querían mucho al rubio y no dejaría que sentimientos como el arrepentimiento o culpabilidad, los forzará a alejarse. 

Cuándo se separaron, el rubio de una mecha negra, habló con una animada voz: —¿Podemos ir a hablar con él?

Izuku asintió repetidas veces: —Anoche fue llevado a urgencias, y esta mañana lo trasladaron a una sala privada. Pensaba pasarme después de clases a ver como estaba, así que podéis venir conmigo.

Mina entonces le preguntó: —¿Y sabes por qué acabó en el hospital? ¿Está enfermo?

El chico de pecas negó con su cabeza —No está enfermo, pero, lo mejor es que sea el mismo quién os lo cuente todo. No está en mis manos explicar su verdadera situación.

Aún con sus sentimientos arremolinados, estaban todos los de la sala dispuestos a aclarar la situación, y aunque costase en un principio, sabían que debían arreglarlo, juntos.



El receso terminó, y los alumnos regresaron a entrar en la clase. Con unas gentiles sonrisas, se despidieron los chicos para cada uno dirigirse a su pupitre. Esta situación no era fácil de llevar, al fin y al cabo, Katsuki estaba en el hospital después de haber luchado casi a muerte contra su padre, aquel de nombre Hitoshi, y si no hubiera sido por él, ahora aquel hombre no estaría entre rejas y muy probablemente, el rubio estaría muerto.

Pese que durante la noche la pasó muy estresado y llorando por doquier, acompañó al rubio hasta dónde más pudo, pero al estar tan mal herido, llegó un momento donde no pudo cruzar la puerta junto a él, y tuvo que quedarse en el frío pasillo esperando por su bienestar. 

La madre del rubio, Mitsuki, también fue llevada a urgencias, acompañada de aquel policía y su madre, hasta que también tuvieron que quedarse detrás del portón de color blanco, observando como los enfermeros se llevaban a las víctimas de aquel maltrato. Izuku estaba orgulloso de algo, y era de hablar cumplido aquella promesa que se hizo cuando el rubio le confesó que sufría maltrato, aquella promesa que declaraba el que aquel hombre pagaría por sus actos, y estaba seguro de que pasaría un largo tiempo entre rejas.

Tras dejar a los Bakugo en el hospital, como fue fin de semana, Izuku no pudo regresar a verlos en aquellos tres días, pero estaba muy enterado de la situación, y de los tantos puntos y roturas de hueso que estos habían sufrido.

Su madre, cuando regresaron a casa, con sentimientos ahogados y revueltos, le recomendó que ir a clase podría ayudarlo a despejarse, y él apoyando la idea de su progenitora, aprovechó la situación para arreglar las cosas junto a los compañeros de clase. 

Afortunadamente, aquella mañana antes de salir de su casa, se le notificó a su madre de que al chico lo habían trasladado a una sala privada, y con aquel sentimiento de alivio, trató de sobrellevar el día.

Ahora, sentado en su mesa observando al hombre de corto cabello oscuro y barba iniciada en su barbilla, inició la clase penúltima del día, para cuándo recibió un mensaje en su celular. Era de su amada madre, y le decía que esperaba tuviese un buen día, y que lo esperaba después de clase en el hospital.

Izuku en aquel fin de semana, se preguntó varias veces la preocupación que mostraba su madre por la mujer y el joven rubio, pero quién podría negarlo, el corazón de ambos era tan bueno y rebosante de amor, que no podrían evitar preocuparse hasta de la más pequeña flor apunto de ser pisoteada por un mal mayor. Y de alguna forma, su madre comprendió parte de los sentimientos que contraía hacia el rubio, por lo que quería apoyarlo en este momento tan difícil.

Inko, se encargó de llamar a la institución y notificar del accidente sucedido con el chico, con la intención de que no lo fueran a suspender. Fue por eso que a primera hora, Aizawa notificó a la clase que el chico estaba en el hospital y que tardaría un poco regresar, con la intención de evitar preocupaciones y en todo caso, avisar a sus compañeros más allegados para que lo visitarán.

Observó el asiento tras el suyo vacío, pues era el que pertenecía al rubio, y con una sonrisa, estaba seguro de que ahora las cosas irían mejor. Los fuertes latidos en su corazón se lo aseguraban; haría todo lo posible, por dedicarle cada pedacito de su corazón a aquel de rubíes ojos.



La lluvia había cesado, y con la salida del sol, Midoriya pudo identificar un precioso arcoíris que surcaba el cielo. Lo quería sentir como una señal para el nuevo camino que estaba dispuesto a navegar. Con una sonrisa, caminó junto a los tres chicos que habían sido grandes amigos del rubio;  Mina en algún local de la calle, compró un pequeño ramo de lirios amarillos, y se notaba que tanto ella como los demás estaban muy nerviosos. El de cabello verdoso no pudo evitar dejar una sonrisa al verlos.

Finalmente, el camino se hizo más corto de lo esperado. El silencio del hospital; el olor común que recorrían aquellos pasillos; los enfermeros y trabajadores uniformados con mascarillas; las personas que esperaban impacientes en los bancos o en las filas a su turno, era una situación que lo ponía nervioso. Con esta vez, ya eran dos en las que iba a visitar al rubio al hospital, pero el fondo, estaba feliz de que aquella fuera la última para siempre.

Los cuatro chicos caminaron hacia la recepción donde fueron muy amablemente atendidos por una señorita, que los guío hasta la habitación donde descansaba el rubio. También les confesó que estaba despierto, y que la madre del chico verdoso, ya estaba ahí con él. 

Los jóvenes, que claramente, desconocían la situación, estaban muy extrañados y solo esperaban resolver todas sus dudas al hablar con el rubio. Sus pasos resonaban bajo aquel pulido suelo, y el rechinar de la puerta se escuchó para cuando Midoriya tiró de esta. El más bajo les pidió que esperasen fuera, mientras él avisaba al chico y lo saludaba. Con paciencia, estos aceptaron.

Midoriya observó que la ventana estaba abierta, y la cortina que ocultaba el sol de un color blanco, se removía con suavidad. Un asiento acolchonado estaba en un lateral, lugar en el que estaba la madre del pecoso que parecía haber mantenido una corta conversación con el chico. Habían dos pequeñas mesillas y una camilla, donde descansaba el rubio. Este estaba arropado con una manta de cuadros, tenía algunos cables atados a su piel, conectados a unas bolsillas que colgaban de unos aparatos metálicos, de los que desconocía su nombre, y una pantalla a un lateral, que parecía mostrar las pulsaciones del chico.

Sus rubíes parpadeaban con lentitud, llevaba una escayola en uno de sus brazos; su rostro estaban aún más amoreteado que antes, tenía una venda en su cuello, y parte de su cabeza. Parecía que también se había fracturado los dedos de su mano libre, porque también los tenía cubiertos de aquel vendaje. Se podía ver algo de hinchazón en su labio, y mejilla derecha. Izuku no pudo evitar tragar grueso, para cuando lo vio; pero, al mismo tiempo, una inmensa felicidad atinó a tu pecho, estaba feliz de verlo con vida.

Corrió a su lado, con aquel rostro iluminado. —¡Kacchan! —exclamó, llamando la atención de su madre y del chico de cabello rubio.

Este dejó una corta sonrisa, para seguido, sentir como el verdoso lo abrazaba sin cuidado. —¡Ah! —exclamó el chico entre quejidos, al sentir el peso del otro sobre su cuerpo, y una baja risa apareció tras eso.

El de mirada esmeralda se avergonzó y se alejó con rapidez, para mantenerse sobre su sitio. —¡Perdón, Kacchan! —añadió con una deslumbrante sonrisa. —¿Cómo te sientes?

El rubio negó con una sonrisa ladina: —Mejor. Estoy mejor, Deku —le respondió con una mirada cálida rojiza que se dejó envolver por el verde de sus ojos.

—Eres un chico muy fuerte, ¿eh? —bromeó el de pecas, y la risa suave del otro no tardó en aparecer.

Se quedaron así, unos instantes. Había mucho que decir, mucho que hablar, pero, por el momento, era suficiente que supieran que estaban el uno para el otro. El carraspeó de Inko, desconcentró a los chicos, que dejaron risas avergonzadas. 

El rostro del pecoso se coloreó, y rascó su cabello pidiendo perdón nuevamente. —¡Cierto! Se me había olvidado..., —habló el chico, corriendo hacia afuera, y haciendo entrar a los otros adolescentes.

Katsuki se extrañó de aquello, y tratando de adivinar con que nueva novedad saldría el chico, observó como sus ex-amigos pasaban a la habitación. La sonrisa que había nacido con el verdoso desapareció por completo, y solo pudo tragar grueso. ¿Por qué Deku era tan..., estúpido?

Obviamente, se refiero a él como estúpido con cariño. Ese chico hacía lo que se le venía en gana, y le daba vuelta seca a toda su vida..., lo quería por eso. Los chicos intrusos en la habitación abrieron sus ojos sorprendidos al ver el aspecto tan demacrado de su amigo y, no tardaron en correr hacia él.

—¡Bakugo! —vociferó el joven de cabello rojizo, siendo el primero en acudir a su lado.

El rubio ceniza estaba perplejo, y no tardó en ver de forma incriminatoria, al más bajo de pecas, quien le pidió disculpas con una sonrisa en silencio, y sacó a su madre de la habitación, para salir ambos de la sala, dejando a los amigos reunirse y hablar en intimidad.

Katsuki no tardó en tomar un rostro serio. —¿Qué hacéis aquí? —preguntó de forma hostil, observando al rubio novio de Kirishima, y a la chica de cabello rosado que colocaba unas flores en un jarrón.

El de cabello picudo y rojizo no tardó en fruncir su ceño y hablar con unas lágrimas atascadas en sus ojos: —¡Bakugo! ¡Deja de ser tan idiota y hablemos por favor! ¡Está muy claro que tienes que contarnos muchas cosas! —le dijo con preocupación latente en su voz.

El rubio ceniza pensó replicar aquello, con rabia, con dolor tras recordar como este le había dicho que olvidase y superase a Shoto como cualquier cosa..., pero, recordar el esfuerzo que estaba haciendo el más bajo, le hizo morderse el labio, nervioso. No quería mentir más, no quería alejar a esos chicos de su vida, y si por alguna razón tras saber su verdadera historia, ellos decidían irse, por lo menos sabría que no era culpa suya.

Tornó su rostro hacia la ventana, observando el pálido sol que iluminaba tras ellas. Con un rostro triste y agotado, dejó un suspiro claro. —Os voy a contar toda la verdad..., no quiero ocultaros más cosas... —les dijo con un tono de voz, muy apagado.

Los chicos tragaron grueso, y tomaron asiento junto a él, dispuestos a escucharlo atentamente. Sus expresiones cambiaron a lo largo del relato, en un principio eran serios, para pasar a horrorizados y finalmente tristes, llorando amargamente por todo lo que había vivido el ceniza. Desde el primer golpe que vio dirigido a su madre, el día de la muerte de Shoto y todo lo que ocurrió aquel día, hasta el día anterior donde había peleado a muerte con el que era, muy a su des-fortunio, su padre. 

Lo dijo todo, absolutamente todo lo que llevaba ocultando tanto tiempo para no tener más secretos con ellos. También les pidió disculpas por no haberlo hecho antes, por haberse alejado y haber tomado un camino erróneo en el que canalizar su dolor y tristeza. Por supuesto, estos también le pidieron disculpas; y cada uno por su parte, explicaron lo que les había hecho cambiar la muerte de Shoto y como habían estado fingiendo estar bien, para evitar destapar todo lo mal que estaban. 

Finalmente, los tres chicos acabaron llorando sobre el ceniza que mantenía un rostro afligido y triste; con unas pálidas lágrimas que recorrieron sus mejillas, y que se las dedicó a su precioso ángel que ahora descansaba en el cielo.

Con una mirada cálida, aún escuchando los llantos de sus compañeros, observó al pecoso que miraba por la ventana nervioso. Era un tonto. La sonrisa surcada en sus labios, que apareció tras ver su cabello verde revolotear por la ventana, no pudo evitar hacer a los demás sonreír junto a él.

Esta vez, estaban juntos, como siempre debieron estarlo. Y jamás, nunca jamás, volverían a dejar al rubio ceniza solo.




˜"*°•.˜"*°• ¿Es el final? •°*"˜.•°*"˜

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Bueno, aquí les traigo otra actualización. Estoy muy, muy feliz con este resultado. Ya creo que nos queda uno o dos, como mucho, capítulos más. 

Ya tenemos portada definitiva, han habido muchos cambios pero finalmente está es la elegida. Me encanta como se ve Katsuki.

¡Muchas gracias por el apoyo que he estado recibiendo todos estos años con este proyecto tan personal! ¡Disculpen cualquier falta de ortografía y recuerden que los amo muchísimo! ¡Nos leemos en el siguiente!

¡All the love, Ella!

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