𝓟𝓪́𝓰𝓲𝓷𝓪 𝟐𝟎.
Izuku tomó de la mano al rubio, y tras haber dejado un casto beso en su frente y calmado sus lágrimas, marcharon nuevamente al hogar del pecoso. Habían pasado casi toda la tarde en la floristería de los Todoroki y buscaba hacer algo para animar al rubio, después de todo, sabía que el ceniza hacía mucho que no disfrutaba verdaderamente de una quedada entre amigos, y eso era lo único que debían ser por ahora. Este estaba entrando en un proceso de sanación, de superación al que todavía le faltaba mucho trabajo, y por lo tanto, aunque el pecoso fuera ya consciente de los sentimientos que estaba contrayendo hacia el otro, debía aguardar, todo lo que fuese, y si en algún momento había alguna oportunidad, cuando estuviese mejor, la aprovecharía. Incluso si en un futuro, Katsuki se enamorase de otra persona, continuaría apoyándolo y permaneciendo a su lado.
Hoy era viernes por tanto, aunque no fueron a clase, razones que estaban bastante justificadas, pues el rubio había pedido de su ayuda, le había confesado el maltrato que sufría por parte de su padre, sabía que debían descansar ambos, y aunque, forzó en parte al rubio a hablar con la familia Todoroki, sabía que había sido lo correcto. Ver el rostro algo pacífico del rubio le hacía saber que eso ayudaría mucho en los sentimientos de curación que estaba desarrollando. Ahora, se ocuparía de darle tiempo, apoyo, compañía y, muchos desayunos con salchichas en formas de pulpo.
El cielo se había despejado vagamente, y tras no haber comido nada en el día, el pecoso tuvo la idea perfecta —Kacchan, ¿y si nos vamos a comer algo? —le preguntó, emocionado y aún con su mano entrelazada al otro.
Este asintió, viendo sus manos agarradas. No podía negarle nada al chico que se estaba esforzando tanto por ayudarlo —¿Te parece si comemos en tu casa? —sin embargo, cuestionó el rubio.
El pecoso lo observó atentamente: —¿Te apetece estar más tranquilo en casa?
Katsuki asintió a sus palabras y el pecoso no tardó en dejar otra sonrisa deslumbrante, y confirmar a su petición. Realmente después de todas las emociones experimentadas, quería descansar en la protección de un buen hogar. Y eso, instantáneamente le hizo pensar en la última palabra pronunciada por el de cabellos verdoso: "En casa", eso lo hacía sentirse cálido en el interior. Midoriya no tenía ningún problema de integrarlo en su hogar y se sentía feliz de estar en un buen sitio con la compañía de aquel testarudo y preciosos ojos esmeraldas.
Pasearon por un parque, tomando un atajo hacia el hogar del pecoso, habían personas con sus mascotas, jugando; y padres, por el contrario, jugando con sus niños, también había algunas parejas acarameladas, dándose caricias en los bancos o sujetos de las manos. Algo que los hizo sentir nerviosos, empero, no soltaron su agarre. Les hacía sentir en casa.
No tardaron en llegar, después de haber recibido un buen golpe de aire fresco. Izuku abrió y pasó junto al rubio, como habían acostumbrado, dejaron sus zapatos en la entrada. El de pecas suaves en las mejillas, le recomendó que fueran arriba y dejaran la mochila, para poner sus móviles a cargar, cosa que hicieron y no tardaron en bajar de nuevo, a comer unos aperitivos mientras preparaban la comida —que Izuku había precalentado del día de ayer—, y se sentaron a ver una serie. Cuándo estaban dispuestos a sentarse tranquilos y pasar un tarde de viernes cómoda, las llaves se escucharon y la voz de la madre del joven se escuchó:
—¡Izuku! ¡He vuelto, cariño! —habló esta con un tono amable.
Rápidamente, el rubio que estaba en alguna especie de tranquilidad infinita, se tensó al recordar los moretones en su rostro; sabía que no podría evadir preguntas de una madre tan buena como la del chico. Izuku pareció percatarse, y tardó en reaccionar para cuándo la madre apareció en el salón, con algunas bosas en sus manos —¡Mamá! —señaló el chico de pecas.
Esta se sorprendió de aún ver a su hijo, con el rubio, pero como según le había dicho, este tenía algunos problemas e Izuku lo había estado cuidando, por eso, no habían ido a clase —Katsuki, es un placer verte de nuevo —habló la mujer.
El rubio, incapaz de meter su rostro bajo tierra, la saludó sin girarse —Buenas tardes, señora.
Esta no tardó en aparecer frente a ellos, con un pecoso algo nervioso y se fijo en los irises rubíes que lo veían bajo aquellos moratones violetas en su rostro, por lo que su rostró mostró preocupación y soltando sus bolsas, acudió a tomarlo de la barbilla —¡Dios mío! ¿Qué te ha ocurrido, Katsuki?
El joven se sorprendió del agarre y preocupación pero negó, soltando la mano de la mujer de su rostro: —Fue una pelea callejera, quisieron robarme y yo, no quise darles mi teléfono —soltó con una risa suave, y a ojos del verdoso, totalmente fingida, pero que logró colar.
La madre negó y tomando las bolsas de nuevo, se acercó a por unas pastillas que guardaba en su bolso: —No vuelvas a hacer eso, Katsuki. Es mejor perder un objeto material, que la vida —le habló la mujer, para dirigirse a él de nuevo y tenderle la pastilla con un vaso.
—Esto te ayudará —le habló con sencillez, acto que el rubio no tardó en realizar a ojos de aquellas dos personas con esmeraldas en su dirección —¿Seguro qué estás bien? ¿No te duele?
Este negó: —Estoy bien, de verdad, fue una tontería —respondió el ceniza, mintiendo claramente, a ojos de su amigo, el pecoso que lo veía algo dolido de la verdadera situación con la que habían sucedido sus heridas.
La mujer les sonrió y regresó a la cocina: —¿Estabais apunto de comer? ¡Qué estupenda idea, así cenamos todos juntos! —exclamó la mujer con alegría a espaldas de los chicos, mientras lavaba sus manos y acomodaba otros platos.
Izuku se dirigió al chico y sostuvo su mano al verlo algo serio —No te preocupes, Kacchan. Se lo ha creído —le añadió bajo una sonrisa.
Regresaron a ver el primer capítulo de una serie, últimamente, que había sido bastante famosa por las redes sociales los últimos meses, hasta que la comida estuvo lista y todos se sentaron en la mesa a comer, claramente, con un Katsuki nervioso, pero después de todas las emociones del día, aquello ya no era nada.
—¿Piensas quedarte todo el fin de semana? —le cuestionó la mujer al chico rubio con cariño.
Katsuki la observó y dudó levemente su respuesta: —Pues la verdad, no lo había pensando..., no quiero molestar y-
El chico de pecas que tragó con prisa para hablar, le interrumpió: —¡Eso no lo dudes! ¡Vamos a pasar un increíble fin de semana juntos!
Bakugo sonrió inconscientemente al ver la emoción con la que parecía pedir aquello el chico, y no pudo evitar sentir su corazón aletear y asentir sus palabras —Entonces sino es molestia, lo agradecería mucho.
La mujer de cabellos verdes, consciente de la situación entre ambos chicos, solo dejó una sonrisa suave. Comenzaron a entablar una banal conversación y que inevitablemente, hizo que algunas risas se escaparán de los jóvenes chicos. —¿Quizá podríamos ir al zoo, mañana? Ya qué es sábado, y hace mucho que mi Izu, y yo no vamos, sería perfecto —habló la mujer con mucha ilusión.
Midoriya la tornó a ver nervioso, con un rostro rojo y sus manos tratando de hacerla callar. Adoraba aquel plan, pero, no quería que el chico rubio lo viese como alguien pequeño o infantil: —¡Mamá! —le señaló en un tono algo represivo, y giró a ver el rostro del chico rubio.
Lo que vio, lo dejó pasmado; y en parte, un sentimiento triste se instaló también en el corazón del chico pecoso, al entender las emociones reflejadas tras aquella mirada. El chico rubio poseía una expresión, ilusionada, y aún pese a los moratones, podía verse algo de rubor en sus mejillas pálidas y sus ojitos brillosos por la idea. Estaba claro que al sufrir maltrato durante toda su vida, había carecido de tales experiencias, y tornó a ver a su madre, esta vez, dejando su ilusión escapar: —¡Por supuesto, mamá! ¡Es una gran idea! ¿Verdad, Kacchan?
Este respingó al escuchar el llamado, y asintió, avergonzado: —Sería increíble —soltó con una sonrisa ladina, que enamoró al verdoso por completo.
La mujer de cabellos verdes solo podía sonreír tras las interacciones vergonzosas que había en los chicos, eran tan adorables; y aunque le extrañó ver al joven rubio con moratones, quiso creer en sus palabras, esperando que no volviese a meterse en peleas callejeras. Cuando la situación regresó a la normalidad, y comenzaron con su comida, nuevamente, solo podía estar orgullosa de la forma en la que su hijo, Izuku, se había hecho por fin, un amigo.
Minutos más tarde, el timbre se escuchó, e Inko que estaba bastante risueña con los dos jóvenes que devoraban el plato como si no hubieran comido en años, salió a abrir. Se escucharon los murmullos entre dos personas, que Katsuki y Midoriya ignoraron al estar absortos en la comida, y en la película que habían puesto. En un momento, el de pecas repartidas por sus coloreadas mejillas, robó con sus palillos un trozo de brócoli del rubio y se lo comió con una gran sonrisa: —¡Eso es injusto, Deku! —añadió el rubio, dejando una baja risa.
—¡Te lo mereces por no haberme servido la bebida! —le gritó este en broma y con sus ojos brillosos.
—No puedo creer que acabes de cometer canibalismo —añadió Katsuki, tomando un rostro serio, que escondía una mueca de risa.
Midoriya tardó apenas unos segundos en reaccionar, y comenzó a ponerse completamente rojo, por la comparación que le había hecho el rubio con aquella hortaliza, y se frunció de labios tras una larga risa. Katsuki también lo compartió, dejando un suave mirar a aquel personaje que había atravesado todos sus muros, sin importar caer o golpearse, y ahora, estaba junto a él, en un camino que todavía tenían trabajo por construir. Su corazón dio un vuelco y sus orejas se colorearon al estar imaginando que el más bajo, querría crear un futuro a su lado.
Midoriya observó al rubio, algo avergonzado y extrañado continuó comiendo; le encantaba tanto estar junto a él, y sobre todo, no podía entender como nadie se había molestado por pasar una agradable tarde o escuchar su hermoso corazón. Los pasos se hicieron presentes en la sala, y el de ojos esmeraldas se fijo en la mujer de cabellos rubios, de rostro demacrado, marcada en los huesos y moratones apenas visibles que habían malogrado ocultar con maquillaje. Rápidamente consiguió reconocerla, era la mujer que encontró con el rubio aquel día del callejón, la madre de Katsuki.
Se fijo en él con prisa y con una naciente preocupación, este tenía sus irises rubís abiertos, temblando y sus ojeras se habían enmarcado levemente —¿Mitsuki? —cuestionó el rubio con un temblor al final de las sílabas.
Inko sonreía a la mujer, pero notablemente, supo apreciar el rostro ensombrecido que había aparecido en el amigo de su hijo, y una preocupación le nació por consiguiente —Cariño, es hora de que vengas a casa.
El rubio, quien había pensando en su madre y su bienestar al escaparse, se sintió algo aliviado de poderla ver fuera de la casa, y con, aunque fuera aquel aspecto desagradable que ocultaba con su belleza natural, viva —¿Co-cómo me has encontrado? —cuestionó el rubio, tratando rápidamente de ocultar el miedo y la situación ante los ojos de la madre del más bajo —Es-es decir, ya te había dicho que me iba por unos días a pasar tiempo con mi amigo —le comentó, con una mentira improvisada, que queda para todos los presentes muy claro de que apenas se le había ocurrido.
La mujer, moviendo sus delgadas manos trato de atraerlo —Lo sé, cariño —mintiendo ahora ella, pues estaba claro que ni siquiera sabía de la existencia del chico de cabello verde a su lado, que la veía expectante —Pero, tu padre, te ha visto en la tarde, y me ha confesado un grato viaje que quiere realizar este fin de semana. Así que llamé a la escuela, que por suerte aún estaba abierta y me dieron la dirección, que por suerte acertaron —añadió con un tono amable, que trataba de ocultar su miedo —¡Menos mal que la escuela sabe lo unidos que estáis, que supieron inmediatamente, quién era tu amigo!
Inko, tratando de alejar el mal ambiente, dejó una risa baja y apoyó su mano en el hombro de la mujer, asustando por el hueso que había bajo aquella gabardina, tan clavado y fácilmente ocultado por sus anchas ropas. La mujer rubia se alejó instintivamente, que trató de ocultar con una risa fingida —Pero Mitsuki, ya había dicho que tenía planes. No quiero ir —habló el rubio, con las manos temblando, sabía que todo era mentira, que seguramente Hitoshi, la había amenazado con irlo a buscar, y ella, con facilidad había encontrado la información por la escuela y lo había ido a buscar personalmente.
Esta frunció su ceño —Vamos, Katsuki, no me hagas repetirme.
Y cuándo el rubio pensaba negarse nuevamente, la madre del pecoso trató de suavizar el ambiente —¿No podrían aplazar el viaje para el siguiente fin de semana? La verdad es que, mi querido Izuku lo está pasando muy bien, y no me gustaría que dañaran así sus planes. Habíamos pensando en ir al zoo mañana, ¿quizá podríamos ir todos? —habló en tono amable la mujer de cabello verdoso y adorable mirada.
La mujer se sorprendió de aquella oferta y negó rápidamente —No puede ser, querida. Los billetes ya están comprados, además, —añadió apartando la vista de la mujer de cabello verde y acercándose al tembloroso rubio, bajo la vista de Izuku, lo tomó por un hombro— tu padre nos está esperando en el coche. Ya sabes que no le gusta la tardanza —terminó con una vista miedosa en su amplitud, casi parecida también a un lamento por tener que hacerle eso a su hijo.
Midoriya asintió que el ambiente estaba más pesado, sobre todo, tras la mirada de la mujer rubia, completamente atemorizada sobre su hijo, y cuyo, se había puesto algo más pálido —¿Está afuera? —cuestionó el rubio con sus pupilas temblorosas.
Bakugo era un chico muy fuerte, valiente, y que no temía nada ni nadie y si tenía que enfrentarse a toda una banda para defender sus principios o a él mismo, no lo dudaría ni un segundo; pero en lo que respectaba a sus padres, regresaba a ser aquel niño de cinco años, incapaz de decirles no, de levantarles la voz o negarse a sus peticiones.
—Está. en. el. coche. esperando —habló la mujer con unas pausas, claramente, intencionadas, y Katsuki no tardó en levantarse de la mesa en un movimiento, alejando el toque de su madre de su hombro —Espero puedas disculparme Inko, y también Deku, por tener que irme así. Quizá podremos repetirlo en otra ocasión, gracias por todo —añadió el rubio viendo a la mesa, con sus labios temblorosos y dejando una baja reverencia, tomó su plato y lo dejó en el fregadero. —Subiré por mi mochila. —añadió el rubio, cruzando un vistazo con el pecoso, quién lo veía preocupado.
—¡Por supuesto, Katsuki! Ya verás como podremos ir en otra ocasión, anda, ahora no hagas esperar a tus padres —habló Inko, extrañada de los temblores del rubio.
El rubio evadió a su madre y salió de la sala, para subir las escaleras hacia el cuarto del pecoso. Sus manos temblaban, su corazón estaba agitado y sus pensamientos se cruzaban unos, entre otros, "¿Realmente, su padre lo habría visto en la tarde? ¿Lo habría visto en compañía del pecoso? ¿Por qué su madre se veía tan asustada? ¿Por qué no podía quedarse con esta maravillosa familia que lo aceptaba?" Estaba muy asustado y cada pisada hacia el cuarto, sentía que se acercaba a un destino trágico y doloroso.
"Quiero que me ayuden, por favor, ¡Ayuda! " pidió en los recónditos de su mente, con unas lágrimas surcando sus pómulos delgados y ojerosos. Sentía náuseas en su garganta, no quería ir, no quería regresar, solo quería quedarse en el cuarto de pósteres de héroes y anime, encerrado con la sonrisa del pecoso. Abrió la puerta, y se acercó a la cama, donde en el suelo había dejado su mochila; seguido, tomó el celular que había dejado cargando en la mesilla del más bajo y al encenderlo, vio un mensaje de su madre.
"Me amenazó con hacerle daño a tu amigo, sé que no es algo que querrías, y aunque no quiero que te pase nada, sé que no dejarías que le hicieran daño "
Sus orbes se abrieron asustados y apenas abría sus labios temblando, definitivamente, Hitoshi lo había visto con el pecoso. ¿Por qué no podía simplemente acabar con él y dejar de amenazar a los que quería? Eso, instintivamente, le hizo recordar cuando le prohibió estar al lado de Shoto, peor, como provenía de una familia rica y conocida, no podía amenazar con hacer daño al chico. Sin embargo, Izuku era parte de una familia humilde, y no podía arriesgarse a correr la suerte. Debía regresar a este infierno y enfrentar a aquel monstruo, por Deku, y por su madre.
Escuchó unos pasos tras él, y de inmediato supo que el de cabello verdoso con motas negras había ido a acompañarlo, rápidamente, escuchó su débil voz: —Kacchan... lo siento, no he podido hacer nada para que no te vayas... —habló estrepitosamente el chico.
Katsuki, evadió su vista, mientras guardaba su celular y se ponía la mochila en su lugar, habiendo guardado algunas cosas que había dejado fuera —No te preocupes, Deku. Está bien.
Midoriya no tardó en acercarse, y tomar su mejilla con suavidad: —¿Estás bien con esto? No quiero que te vayas..., ¿Quizá podemos volver a intentarlo o incluso puedo hablar con él y-
El ceniza lo negó de inmediato, apretando su mano puesta en su mejilla, tenía una sonrisa débil y nerviosa: —¡No! Deku, estoy bien. Debo estar con mi madre, y estoy seguro, de que todo irá bien.
El pecoso arrugó su nariz, estaba sufriendo una calamidad de emociones al ver aquellos irises rubíes sufridos y con terror. ¿Por qué tenía que pasarle eso? Izuku tomó la mano del rubio y dejó un beso en esta.
"Quiero que me salves, pero..., no puedo arriesgarme a que te hagan daño." —pensó el ceniza, mientras veía aquellas esmeraldas preciosas, tristes y preocupadas. Lo único que había querido era tener alguien que pudiese mostrarle cariño y preocupación por su persona, con esto, ya era feliz —Gracias, Deku.
El de más baja estatura se sorprendió por sus palabras, y no pudo evitar sentir su pecho lamentable y con tristeza; el lugar al que regresaba no podía llamársele hogar, ¿y si le pegaban otra vez? ¿Sería verdad que irían de viaje y podrían hacer las paces?
Katsuki ahora apartó su mano, al sentir aquella calidez por parte del otro, pero, el miedo no tardó en instalarse de nuevo en su pecho. Tenía que ser fuerte, al menos una vez más, y sobre todo porque ya no era él solo o su madre, ahora estaba este pequeño que conseguía ver algo de paz en todo su camino —Cuando llegué a casa, te escribiré para hacerte saber que estoy bien, y quizá..., podemos hablar en la noche, cuándo arreglemos todo —explicó el rubio con una sonrisa débil.
Izuku era muy consciente de lo fuerte que era aquel chico y asintió con algo de ánimo tratando de darle fuerzas. Sin embargo, se fijo en cómo el rubio tomaba un notero que tenía el pecoso en su escritorio, y le escribió algo rápido, para girarse y tenderlo en su mano —Esta es mi dirección, te la doy para que estés tranquilo.
Midoriya sonrió tras aquel gesto, comprendiendo que trataba de tranquilizarlo con aquello. Con una sonrisa, que ambos se regalaron, salieron de la habitación sin más tardar, y bajaron las escaleras con prisa. La mujer rubia, con clara impaciencia, sonrió al verle —Vámonos, Katsuki.
Este asintió y girando con prisa sobre sus pies, dejó un abrazo en el pecoso, para susurrarle cerca del oído: —Te escribiré no más tarde en llegar, ¿bien?
Izuku asintió y correspondió su abrazo con prisa, para dejar una suave sonrisa, y ver como el rubio se despedía de su madre con una reverencia. Midoriya podía ver el temblor en las manos del ceniza y tenía miedo, mucho, mucho miedo. Compartieron una última mirada al despedirlos en la puerta, y observaron como se iban estos, algo separados uno del otro. Había un coche negro a lo lejos, y un hombre de cabello blanco y cuerpo robusto, había clavado sus ojos castaños en él. Obviamente, el más bajo se sintió intimidado, sobre todo cuándo este elevó su mano, saludándolo a través de la ventanilla; acto que el rubio también vio y se asustó aún más. Midoriya correspondió el saludo y tras ver al coche desparecer, entró en casa con su madre.
Estuvieron un rato callados, hasta que al sentarse de nuevo en la mesa, observando los rastros de comida fría por la intervención, la madre del más bajo habló: —Izuku, puede que me esté inmiscuyendo en algo que no debería, pero, ¿no te ha parecido... extraña la situación? Es decir, no sé si la madre de Katsuki estará enferma, pero se veía muy delgada, y cuando nombraron al padre del rubio, pareció como si... hubiera algo malo, o quizá son solo cosas mías —añadió la mujer, riendo con sequedad.
Midoriya fijo un mirar triste sobre su tenedor, su madre tenía razón. Parecía que algo oscuro se avecinaba, y él estaba seguro de que tenía que ver con aquel hombre que se hacía llamar el padre de aquella familia —Mamá..., Kacchan me ha dicho que me escribirá cuando llegué, y si todo está bien. Lo veré el lunes en clase, si no me escribe..., como me ha prometido, aún rompiendo mi promesa con él, te voy a contar algo —añadió con terror en sus ojos y dejando el frío utensilio en el plato, mientras, veía el papel con la dirección de la casa del rubio sobre la mesa.
Su madre tragó grueso y asintió a sus palabras, estaba segura de que su hijo sabía algo, y no lo presionaría por contarlo, pero, en su interior, sentía que aunque recibiera el mensaje del otro chico, aquel ambiente oscuro en aquella familia, permanecería ahí.
Cuando Katsuki entró en el vehículo, dejando su mochila al lado, observó como su madre entró en el auto y se sentó en el asiento del copiloto, silenciosa y con un ligero temblor. Creía recordar que hacía mucho no habían estado los tres en aquel vehículo, pareciendo una familia normal. Se fijo en las botellas que había en los reposa-vasos, una media y la otra vacía; tragó grueso por ende. Dio un último vistazo al de cabello verdoso antes de desparecer, lejos de aquel lugar que quizá, había sido el único hogar que había visto en su vida. Se asustó muchísimo cuando vio como aquel hombre, saludaba al pequeño, no quería que le pasase nada y no podía evitar recordar el mensaje de su madre el el móvil, tenía que proteger a su pecoso.
De repente, la voz de aquel hombre le hizo respingar, al igual que su madre: —¿Es un chico bastante guapo, no? —cuestionó con una sonrisa algo siniestra.
Katsuki apretó sus manos, sobre el cinturón que se había puesto, sabía que debía responder: —No. Es mi amigo. Nada más —habló rápidamente.
—¿Te lo has tirado, ya? —le cuestionó el hombre, mientras, giraba en una rotonda —Es algo más bajo de lo que esperaba, no se parece en nada a ese otro con el que salías.
Sentía que el sudor recorría su espalda para cuando aquel hombre, con aquellos ojos castaños, lo observó por el espejo, y este mantuvo su mirada fija —Solo somos amigos, no hay nada entre nosotros.
Este rio con sorna, y bebió de una de esas botellas, mientras continuaba conduciendo —¿Y te lo quieres tirar, pequeño marica?
Katsuki apretó sus manos y escuchó la voz de su madre, no quería hablar con él, no quería decir nada que lo pudiese molestar —Hitoshi, está diciendo que son solo amigos. Él ya aprendió la lección, no saldrá con más chicos.
Este le dirigió apenas un vistazo por el rabillo del ojo a la mujer, y negó riendo, otra vez: —Estabais muy abrazados antes, os vi al pasar.
Katsuki tragó grueso —Estoy diciendo que no hay nada, ¿vale? Es el único amigo que tengo, y ya está.
El hombre no dijo nada más, para solo continuar en silencio, bebiendo de aquella botella, para cuando llegaron, Katsuki fue el primero en salir, tomar su mochila y ver como su madre y aquel hombre salían tras él.
El rubio abrió la puerta con las llaves de su bolsillo, que con anterioridad sacó de la mochila, y su móvil listo para escribir al chico cuando fuera a encerrarse en su cuarto. Dejó sus zapatos y trató de darse más prisa al ver como sus padres entraban consigo.
Sin embargo, regresó a escuchar la voz del hombre: —Esta vez te has rendido más fácil, ¿no? ¿Ves lo fácil que es ser normal? —le dijo el hombre, dejando sus zapatos para ver la pequeña espalda de su hijo —No vuelvas a renegar de mí, yo solo digo lo único aceptado por la sociedad.
—¿Dices... qué es fácil rendirse? —cuestionó el chico, en un débil hilo de voz, experimentando una desesperación y cólera surgir de su sangre.
Katsuki sintió como el hombre le acariciaba el cabello cuando aún tenía una botella en su mano, y el chico comenzó a sudar con ello, pero, le daba tanta rabia que le estuviera insinuando que rendirse a quién era él en verdad, era fácil.
¿Fácil? ¿Acaso este hombre se daba cuenta de todo lo que había llorado, de las tantas veces que había querido morir al darse cuenta de su padre no lo aceptaba por ser gay? ¿Acaso no recordaba todo lo que le había golpeado y lo había tratado como un monstruo por qué solo le gustarán los chicos? ¿Acaso creía que el dejaría de ser quién era, por sus golpes y maltratos?
Sus puños temblaron para cuando este hombre dejó de acariciar su melena rubia, y sabiendo que debía quedarse callado, no tardó en hablar: —¡No me jodas con eso! —le respondió el rubio, tornándose a verle —¡No hay nada de fácil en rendirse! ¡No tienes ni puta! ¡No sabes cuántas veces me he cortado, no sabes cuántas veces he llorado y mandado todo a la mierda por qué tú no me querías así! ¡¿Y crees que eso significa rendirse?!
Este lo observó con aquellos oscuros ojos, en el pasillo, con su madre quieta aún en la puerta, sorprendida por las palabras de su hijo, mientras, veía al hombre con la botella colgando en sus manos: —¡No me he rendido con quién soy de verdad! ¡Simplemente finjo que acepto todo lo que me digas para que no maltrates a mi madre! —le gritó sosteniendo su propia camisa con fuerza y las lágrimas en el rabillo del ojo —¡¿Sabes cuántas noches he pasado intentando acabar con todo o tratando de encontrar una forma en la que pudiese verte como mi padre?! ¡¿Una forma en la que pudiese perdonarte y empezar de nuevo?! —el chico levantó sus mangas y le enseñó los repetidos cortes ya cicatrizados —¡Mira esto! ¡Es culpa tuya, que me quiera morir, es solo culpa tuya! —le gritó con las venas marcadas en su cuello.
El hombre comenzó a tener una respiración agitada, pero, continuó observando al chico que parecía desahogar todo lo que llevaba dentro —¡Por tu culpa no he podido tener una infancia normal o tener padres a los que quiera! ¡Demonios! ¡He aprendido a escuchar tus pasos y aprender cuándo estás en casa! ¡He aprendido a no comer para no tener que salir del cuarto y aprendido qué no debo mirar a mi madre, sin querer morir o matarte a ti! ¡¿Te parece normal una vida así?! ¡Eres el culpable de mi vida de mierda!
El hombre levantó su mano y lo agarró del cabello en un movimiento; tirando con fuerza, y observando las lágrimas que discurrían de sus ojos rojos que lo veían con rabia —¿Crees que soy un mal padre? —le cuestionó este.
La mujer corrió hacia ellos —¡Suéltale, Hitoshi! ¡No sabe lo que dice, es solo un chico rebelde! —le gritó la de cabellera rubia, tratando de tomar su brazo, y este le pegó un codazo con el brazo de la botella, haciendo que cayese al suelo con sangre en su nariz.
Apretó más fuerte de las hebras doradas del chico, tirando más de él, consiguiendo escuchar sus quejidos —¡Eres el peor padre del mundo! ¡Ni siquiera te mereces llamarte así! ¡Solo eres un monstruo para mí, maldito homofóbico! —le gritó el chico sintiendo como este afirmó su agarre, y lo lanzó contra una pared de un movimiento. Sino hubiera sido por la mochila se habría dado un buen golpe.
El chico se quejó y se quitó la mochila, arrastrándola para dejarla a un lado, ahí tenía el objeto más preciado para él, la foto de Todoroki, y no dejaría que golpease el lugar dónde la guardaba. Se giró para ver al hombre que había lanzado a los dos rubios del hogar al suelo; este monstruo, se acercó al chico, que trataba de incorporarse tras el golpe: —Yo ya he pasado por esto... He sufrido tus golpes y los he visto toda mi vida en mi madre..., por eso supe que nunca cambiarías, monstruo homofóbico, maltratador de mujeres, abusador, mentiroso, infiel, mal padre... —añadió el chico, adjetivo tras adjetivo para referirse a aquel extraño en su corazón.
—¡Nunca os he maltratado! ¡Esto es lo que debe hacer el cabeza familia para corregir vuestros errores! —le gritó con rabia, para levantarlo nuevamente del cabello, y arrastrarlo para acercarse a la mujer de cabellos rubios y levantar la botella a su dirección: —¡Es por tu culpa qué este chico es una maricón de mierda! ¡No pudiste tener un hijo normal, no has servido para nada, maldita mujer! —vociferó para golpear la botella contra la cabeza de la madre de aquel hogar.
Ella trató de esquivarlo, pero, aún así le dio con el cristal, y está cayó al suelo nuevamente —¡¿Pero qué haces maldito?! ¡Déjala en paz, ella no tiene nada que ver! ¡Esto es entre tú y yo! —le gritó el chico, observando entre lágrimas, como este cogía y le pegaba patadas a la mujer, en el rostro, en el estómago, en las piernas, una y otra vez.
Solo podía escuchar los gritos y lamentos de su madre, para seguido, tratando de salir de su perplejidad, elevó una de sus piernas y le golpeó en la cara, consiguiendo darle en la nariz y sacarle sangre, cayendo al suelo, pues este lo había soltado para cubrir su rostro.
Rápidamente, tras su madre, que no podía verse con la sangre en su boca y en su ojos izquierdo, observó como el chico, se levantó con prisa y se lanzó contra el hombre, empotrándose ambos contra el suelo. El chico elevó sus puños y comenzó a golpearla la cara una y otra vez, bajo la mirada borrosa de su madre: —¡Te odio, te odio! ¡Me rendí y estaba dispuesto a soportar tus insultos, pero, no permitiré que amenaces con hacer daño a mi amigo, maldito monstruo!
Le goleó una y otra vez, tantas veces como pudo y con toda la fuerza que tenía; para cuando este hombre, con un puño lo lanzó hacia la pared contraria.
Katsuki se trató de incorporar con las lágrimas brotando con fuerza, y la sangre en sus labios, para dirigirse de nuevo a él: —¡¿Cómo no vas a recordar todo lo que nos has hecho sufrir, maldito hijo de puta! —le gritó limpiando la sangre de sus labios para levantar sus puños contra él —¡¿Por qué no lo recuerdas?! ¿Cómo has podido seguir viviendo haciéndonos esto?! ¡¿Qué demonios te he hecho?! ¡¿De qué tengo la culpa?! ¡¿Por qué me odias tanto?! —vociferó con toda la desesperación que había estado almacenando aquel chico durante todos esos años.
Este hombre, perplejo de ver como el chico era capaz de decirle aquellas cosas, y además de hacer levantado sus manos contra él. Veía con asombro la sangre en sus manos, proveniente de su nariz y boca. Se giró rápidamente y aplastó una de las piernas de la mujer, con toda la ira que salía de su mirada oscura tiránica.
Katsuki, en sus tambaleos, pudo escuchar el hueso que se partía en la mujer y su grito desgarrador. Inmediatamente, regresó un terror a su pecho. ¿Por qué le había dicho todas aquellas cosas? ¿Por qué no se había quedado callado? Comprendió que estaba harto de la situación, de no poder vivir en un hogar normal como Izuku y su madre, y que lucharía, aún en su miedo, por conseguirlo fuera como fuera.
—¡Hitoshi! —gritó el rubio desenfrenado, y tomando uno de los cristales rotos del suelo, para correr y clavárselo en la espalda —¡Suelta a mi madre, monstruo! ¡Lo único que te ha importado eres tú mismo! ¡Jamás nos has querido! —le gritó al habérsela clavado, y retirado con fuerza.
Este encorvó su espalda, tras aquella agresión del chico joven y con la sangre en su rostro, añadió con la mirada más tenebrosa que había visto Katsuki: —¡Te voy a matar a golpes, maldito marica!
El chico limpió su nariz, sintiendo el temblor en sus piernas y labios, y vociferó en respuesta: —¡Vamos! ¡Estoy dispuesto a matarte!
Ese encolerizado, sin poder creer la rebelión que le estaba haciendo su hijo, empuñando sus puños en respuesta, bajo la mujer que lloraba y gemía por el dolor —¡Acabaré contigo, Katsuki! ¡Mataré a tu madre y a aquella puta de cabellos verdes que tienes como novio! —le vociferó, haciendo que el chico tuviera la sangre hirviendo, listo para matar o morir.
Sus miradas rubíes y castañas oscuras se cruzaron, para dirigirse a los golpes, cruzando todo el umbral del pasillo y acabando en el amplio salón, que destruyeron por completo. En todo aquello, el móvil del chico rubio se resbaló y salió de su bolsillo, con una luz intermitente en su pantalla; un mensaje del chico verdoso que le escribía para ver si ya había llegado a aquel infierno.
El lugar estaba hecho un desastre, sangre por todas partes, jarrones, y trozos de objetos desperdigados por todas partes; con el cuerpo de la mujer de cabellos rubios inconsciente en el pasillo de la entrada.
Ahora, el rubio se encontraba en el suelo del salón, con todo el rostro lleno de sangre, uno de sus brazos roto, y bajo los brazos del hombre sobre él, que intentaban ahorcarlo sin piedad. El chico tenía el rostro rojo y las venas marcadas, trataba de zafarse pero ya estaba muy débil, y las heridas del pasado día, también le estaban haciendo mella. No podría recordar todos los puños, golpes y patadas que había recibido. Pero, aquel hombre tampoco estaba perfecto, Katsuki había peleado con creces, le había roto la nariz y arrancando los dientes de su boca entre varios puñetazos. Además, de la sangre que había conseguido hacerle, al haberle clavado el cristal de la botella.
Sin embargo, pese estar viendo aquel rostro rojo de la rabia, revuelto con sangre, y aquellas manos acabando de apoco con su vida, se sentía en paz, había luchado y aunque era bastante probable que muriese aquella noche a manos de aquella bestia, estaba feliz y satisfecho de haber hecho un amigo, de haber luchado por él y su madre, y sobre todo, por aquel pequeño niño que presenció la primera golpiza contra su amada progenitora.
A causa de los golpes, su audición estaba ensombrecida, y la pérdida de aire, no le hizo darse cuenta de las sirenas que se escuchaban, de la forma en que empujaban la puerta y varios pasos se hacían presentes. Aquel hombre no se separaría, hasta matarlo. Con su brazo bueno, trató de agarrarle del rostro, arañando sus ojos; pudo ver como el hombre tornaba su vista hacia el lado contrario, hacia la entrada del salón.
No sabía si era un sueño o milagro, pero, quería creer que habían llegado unos ángeles a ayudarlo. Fue cuándo al ver como no lo soltaba del cuello, una bala cruzó sus ojos y se clavó en el hombro de aquel monstruo, haciendo que separase sus manos y el chico pudiese toser por aire, desesperado.
Le costaba mucho respirar, y apenas, logró girarse sobre sí mismo para dejar la sangre de su boca y lágrimas caer al suelo. Pudo ver como unos hombres se lanzaban contra el agresor y lo retenían bajo sus cuerpos, poniendo esposas contra la bestia que gritaba y forcejeaba con los policías.
Un hombre apareció sobre él, pareció pedir a sus compañeros una ambulancia, y lo sostuvo en su regazo. Era un ángel, de eso estaba seguro. Un señor de piel algo bronceada, anteojos cuadrados, cabello castaño y un bigote sobre sus labios; vestía una mirada preocupada y suave.
—¿Ha sido muy difícil, no es así? —le habló la amable voz que sostenía su cuerpo. Este hombre vestía aquel uniforme de policía —Es fácil rendirse, pero, eso no encaja contigo, ¿verdad?
El rubio experimentó un alivio en su pecho, y no tardó en arrugar su rostro para llorar nuevamente. Era algo que había esperado tanto escuchar, que le dolía inmensamente que tuviese que haber sido en aquella situación y un hombre que desconocía claramente todo su sufrimiento. Sin embargo, había conseguido tocar su corazón y liberarlo de tanta agonía, con aquellas simples palabras.
El hombre dejó una sonrisa, y le repitió varias veces que ya estaba bien, que nadie nunca más, volvería a hacerle daño. Pese las lágrimas, regresó a ver como el policía lo dejaba en manos de unos hombres de urgencias, y estos le ponían oxígeno y lo subían a una camilla. Al salir de si casa, se fijo en su madre, la cuál estaba cerca, en otra de aquellas camillas que cargaban y metían en la ambulancia; observó todos los coches de policías, y, sorpresivamente, aquellos ojos esmeraldas que tanto le encantaban, acudió a su lado, al verlo salir de aquel infierno. Su mirada se suavizó ante el pecoso, que lloraba y tomaba su mano, dándole la explicación de que había sido él, quien llamó a la policía cuando no le respondió los mensajes.
Fueron su madre y él, en distintos camiones; en el de su madre, se subió aquel policía junto a la madre del pecoso, y en el suyo aquel chico, que no buscaba separarse de él, en ningún momento. Lo último que vio fue como metían a aquel monstruo en un coche de policía, sin haberle sanado ninguna herida; hasta perder la consciencia y caer profundamente dormido.
Todo había acabado por fin.
Ay, no sé cómo empezar esto. Este capítulo ha sido muy importante para mí, es literalmente el final de todo lo malo que ha pasado Katsuki a lo largo de este tiempo, es cierto, que aún queda lo más serio, la superación de este gran trauma, tanto para él, como su madre, pero que después de esto, se esforzarán en hacerlo. Este es un capítulo, que lleva en mi cabeza desde 2020, cuándo inició el gran camino de esta historia. Por fin, pueden leerlo y ser testigos del final del sufrimiento de nuestro rubio hermoso.
Perdonen cualquier falta y espero puedan dejar algún comentario, me animaría muchísimo. Como les prometí, seis mil palabras tiene el capítulo, así que es bastante largo.
Es un paso muy importante y todavía no sé como encajarlo bien, esta historia literalmente ha sido mi escape durante muchos años, pero, quiero darle un final a quien fui hace tantos años.
Muchas gracias por apoyarme en este largo camino, como podrán adivinar este ya es uno de los capítulos finales de la obra e indudablemente, cuando ya este todo publicado, entrará en edición. Pero podrán continuar leyéndola, son solo algunas faltas que se corrigen en una misma noche. También me despido de este separador, al que tanto cariño tuve desde el principio, pues se acabó su dolor.
De todos modos, cuándo acabé la obra, dejaré una larga anotación con mis aspectos, sentimientos y conclusiones de esta obra, que espero lean; quedan las partes más bonitas, así que, espero sigan leyendo. Todavía quedan dos o tres capítulos más.
¡All the love, Ella!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro