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𝓟𝓪́𝓰𝓲𝓷𝓪 𝟏𝟗.

Ahora, el rubio ceniza descansaba con una sábana sobre sus hombros, mientras, una taza de té se encontraba sobre sus manos, que sorbía de apoco.

Las mujeres Todoroki estaban más tranquilas, había limpiado sus rostros, calmado sus corazones, y cerrado la tienda para más intimidad. Por otro lado, los hermanos tras el garaje, habían entrado, y se encontraban apoyados en la puerta, sentados sobre el frío suelo. 

Todos reunidos; las personas que más habían sufrido aquel ciclo de tristeza y violencia, durante tanto tiempo, marcada especialmente por la muerte de Shoto. Rei veía con pesadumbre al joven de cabello ceniza, y dejando un largo suspiro, se dirigió hacia el de cabello verdoso. 

—Izuku, lo mejor es que regreséis a casa. Todos debemos descansar un poco, pero, de igual forma estaré encantada de recibiros otro día —les indicó la mujer de rostro maduro.

Katsuki asintió tras sus palabras, y no tardó en levantarse junto al más pequeño. —Ha sido un placer, Rei —le habló el más bajo, y tras un asentimiento del rubio, la mujer les dedicó una sonrisa para verlos acercarse a la puerta.

Antes de lograr salir, Bakugo escuchó por parte de Toya Todoroki, unas palabras que calmaron la ansiedad arremolinada momentos antes. —Lo siento, Katsuki. Espero puedas perdonar la forma en que te he tratado, todo este tiempo —le dijo con una sinceridad verdadera.

Katsuki le sonrió vagamente y salió con prisa, no podía creer que gracias al verdoso hubiese podido solucionar todo aquello que llevaba atormentándolo desde la muerte de su ex-novio; o no del todo solucionar, más bien, iniciar un proceso de sanación. 

Caminaba con rapidez junto a este, escuchando la campanilla de la puerta en la entrada y el cerrar de esta, para dirigirse sin un destino fijo, perdidos, bajo el cielo azul que parecía brillar con más plenitud. De alguna forma, Katsuki podía solo pensar en la velocidad con la que habían sucedido las cosas y como ahora de alguna forma, experimentaba un peso fuera de sus hombros, aún con algunos resquicios, pero apenas casi notables.

Esta vez, podía ver el sol, despejado de las nubes, abierto en aquel océano de color cerúleo, y sentía que era Shoto quien sonreía desde aquel lugar. Se fijo en el más bajo, y especialmente en aquel cabello verde de motas algo oscuras, con su piel algo sombreada por el sol. Tiró de él, en medio de la calle, y lo acunó en sus brazos, sorprendiendo a este. 

No sabía lo que pensar, no sabía como reaccionar, que era lo que debía hacer después de esto, que debía ser de él después de volver a hablar con aquella familia; pero aquel pequeño, lo hacía sentir en calma, de alguna forma, apaciguaba sus sentimientos. No buscaba siquiera recordar el dolor que lo relacionaba con su familia, con su padre; ni siquiera, las bajas molestias que se marcaban en sus moratones recientes podían desvanecer ese rostro pacífico bajo el cuello del pecoso.

Quiso reír, sin consuelo, de aquella forma en la que lloras y no puedes respirar, hasta el punto en el que necesitas que te ayuden porque podrías morir sin la capacidad de respirar por ti mismo. Ojalá todo hubiera sido tan sencillo, tan fácil como acababa de imaginar en sus más profundos sueños. Sí, habían salido de la floristería de aquel nombre extraño; había caminado apenas unos metros en silencio con el más bajo, pero tan pronto como observó aquel cielo cerúleo, escondido entre las nubes, de apariencia oscura y triste, su pecho comenzó a golpear frenético, y su rostro se arrugó en aflicción bajo la lluvia que iniciaba.

Sus puños se apretaron y las lágrimas iniciaron recorridos nuevamente en sus mejillas pálidas, quemando los rastros de sus ojeras y heridas violetas. Estaba tan cansando de quién era, había conseguido conllevar una conversación que tanto había necesitado en su pasado (y que no podría haber hecho sin la ayuda del pecoso, pues siempre había sido incapaz de hacerlo solo); un perdón que había buscado con añoranza y sangre durante todo ese largo tiempo, pero, ¿Por qué seguía doliéndole tanto? ¿Por qué no podía estar más tranquilo, sin sentir y pensar que debía huir? ¿Por qué le molestaba tanto que Rei Todoroki y su familia se culparan tanto, si todo era solo culpa suya?

Solo podía ver el cielo oscuro, donde en sus más recónditas imaginaciones, buscaba encontrar el rostro de Shoto. ¿Cómo podría perdonarlo aquel al que instó de matarse? ¿Cómo podría perdonarse él, después de todo el daño que había maniobrado durante toda su vida? ¿Cómo podría librar a su madre del dolor que era tenerlo como hijo?

Su alrededor de volvió opaco, casi como si hubiera entrado en un espacio infinito, silencioso, como el de la otra vez en el que escuchó una voz gentil; pero esta vez, no había nada, más que una oscuridad íngrima. No escuchó los llamados del pecoso, ni sus pasos acercarse o su voz repetir aquel nombre que llevaba desde que nació. ¿Cómo podía este chico estar a su lado, después de descubrir todo lo que llevaba encima, y, de saber todo lo que había hecho?

—¡Kacchan! —escuchó esta vez ahora de aquel pecoso que arrugaba las manos de ambos en un agarre casi efímero.

Su vista regresó aún opacada por las lágrimas para ver aquellas pecas enmarcadas en los rosáceos pómulos del otro, acompañados de aquellas esmeraldas que vestía como ojos. El rostro del rubio se frunció y apartó sus manos de él con un golpe: —¡No soy bueno, Deku! ¡Aléjate de mí! ¡Después de todo lo que he hecho, no debería existir! —vociferó con temblor en sus manos y el corazón agitado.

El de cabello verdoso tomó un rostro preocupado por escuchar aquellas palabras, otra vez, en los labios del rubio. Sabía perfectamente que el chico estaba muy mal, necesitaba un verdadero apoyo, y lo único que había obtenido era dolor, repulsión, desprecio y tristeza. Acudió a sus brazos, elevándose en las puntillas y lo sostuvo con fuerza —No me voy a ir a ninguna parte, Kacchan. Te lo he dicho muchas veces, y no me cansaré de repetirlo, no digas que quieres morir..., por favor, te necesito a mi lado.

El ceniza, arrugó sus manos, arrepintiéndose una vez más de haberlas levantado contra la única persona que tenía de su lado. Con prisa acudió a su caricia, y lo abrazó de la cintura con fuerza, alejando sus pensamientos de nuevo, y solo queriendo estar cerca de su amigo, de aquella presencia que calmaba su compulsiva, dolorosa y excesiva pensadora mente que lo acompañaba. El verdoso escuchó sus sollozos cerca de su oreja, y lo estrujó aún más contra él; no iba a dejar de intentarlo, no descansaría hasta poder liberar al alma de rubio de su dolor. 

Entre tanto, un hombre de cabello blanco y orbes castaños, observaba la escena a lo lejos; se podía incluso oler la ira en sus facciones, colmadas de repulsión; y con sus nudillos blancos y una bolsa con varias botellas, marchó hacia el que consideraba su propio infierno. 

La entrada en la cerradura se escuchó con facilidad, y el abrir abrupto de esta a su lado; el pasillo era un desastre, envuelto en desorden y suciedad, restos de botellas y platos rotos, y en el suelo, recogiendo esto, como apenas podía, la mujer de largos cabellos rubios, y delgadez extrema. Su mirada aclamó por auxilio, al descifrar la mirada tan oscura que vestía su esposo; sus puños se arrugaron, sosteniendo el pañuelo mojado entre sus manos que buscaban limpiar los restos de sangre; a su vez, los golpes recientes ardían en su pálida piel, y aún, en aquel estado, estaba feliz de que su hijo no estuviera allí. 

De que su pequeño rubio, sea donde estuviera, no tuviera que verla de aquella forma. Con el temblor en su cuerpo, en su voz, fingió una suave sonrisa al hombre de apariencia casi demoníaca ante sus ojos; para cuando el primer golpe apareció.





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Lamento mucho siempre tardar en actualizar esta historia; pero también me es difícil despedirme de mi amada obra, que es una gran ayuda para liberar mis propios sentimientos, como muchas veces ya he comentado. Así que les dejó una corta actualización para iniciar el año con el propósito de acabarla finalmente, estamos muy cerca del final, así que agradecería mucho continuar viendo su apoyo. El siguiente será mínimo de más de tres mil palabras, así que, esperan con paciencia. 

¡All the love, Ella!

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