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|5| El jefe [Suguro]

Hacía ya varios meses que ocupabas ese empleo. Eres una secretaria eficiente que goza con su trabajo, aunque a veces te agradaría que los hombres de la oficina no admiraran tan abiertamente tu figura voluptuosa.

Has sorprendido incluso a tu jefe, el Sr. Suguru Geto, admirándote. No le hiciste caso, pero en secreto pensaste que era atractivo.

Un día, mientras permaneces sentada ante tu máquina de escribir, el Sr. Geto se acerca a tu mesa. Dice que va a buscar algo que dejó la noche anterior en el cajón más bajo.

-No se moleste -dice cuando tratas de apartarte-. Siga trabajando, ya me las arreglaré.

Así pues, sigues escribiendo. El hombre se inclina y revuelve unos papeles en el cajón. De pronto, sientes su mano en el tobillo. ¿Se trata de un accidente? No se mueve, sino que permanece allí, como esperando alguna respuesta. Después de una pausa prolongada e incómoda, sientes que su mano asciende por tu pierna y vuelve a detenerse. Decides que te agrada y tu silencio es la señal para que siga adelante. Los dos están controlados. Nadie que pasara cerca se daría cuenta de
que la acción no era de trabajo formal.

Antes de que pase mucho tiempo, su mano está entre tus piernas, jugueteando contra tus pantaletas y sobre los labios de tu vagina. No pierdes una sola letra de escritura en tu esfuerzo determinado por no atraer la atención de nadie de la
oficina, pero se te cierran los ojos y comienza a apresurarse tu respiración.

Ya ha logrado alcanzar tu vagina húmeda y comienza a insertar su dedo, metiéndolo y sacándolo con lentitud. Tratas de no dar ninguna señal de la actividad bajo el escritorio, pero eso es algo que te resulta cada vez más difícil.

Apresura el ritmo y sus dedos se desplazan cada vez con mayor rapidez. Entonces, alargas las manos hacia atrás buscándole el pene. Te ayuda abriéndose la bragueta. Rodeas su miembro con tus dedos y comienzas a acariciarlo. Sigues
dando la cara al otro lado escribiendo con una sola mano. Lo acaricias con rapidez y, dentro de tu vagina, su mano sigue el mismo ritmo. Tienes el clítoris tan duro como su pene.

Sólo hace falta un poco más de sus caricias para que tengas un orgasmo delicioso. En un instante, se abrocha la bragueta, se endereza y regresa a su escribiendo. Nadie en la oficina se dio cuenta de nada.

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