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_Prefacio_

En un agradable bosque primaveral, junto a una enorme haya europea y un sinfín de campanillas las risas de las hadas se escuchaban en el lugar. Ellas eran las jóvenes princesas del sur que estaban de visita en el Este. Pronto abandonarían el eterno refugio de la primavera y volverían al calor sofocante del verano.

—Irina, Rose, Fiona y Anastasia — riñó la reina del sur. Era una bella mujer de larga melena negra y un vestido rojo más simple que el de sus vecinas del este. — Es tarde. El sol se pondrá y la gran reina Guilda nos espera en palacio. ¿Acaso queréis perderos el gran banquete de despedida que se organiza en nuestro honor?

De un giro de varita, las jóvenes hadas volvieron a su tamaño original y tras echar un leve vistazo al bosque, se prepararon para abandonarlo siendo guiadas por la reina Ciara. Se elevaron hacia la copa de ese majestuoso roble, dirigiéndose a la Ciudad Azul, el lugar en el que moran las hadas del este.

En cambio, había un hada que aún no había abandonado su posición y su nombre era Nessa. Ella era el hada de la envidia, los celos y la testarudez.

Sus largos cabellos rizados de color anaranjado caían en cascada por su espalda, enredándose con sus alas de color verde, que sobresalían de su pomposo vestido del mismo color. Sostenía un parasol con el que resguardarse de los rayos que podrían ennegrecer su pulcra piel.

Junto a ella, tripulando el navío, un duende que parecía un hombre se encontraba. Él era Rómulo, el esclavo que había elegido para satisfacer sus placeres.

Levantó la vista para fijarse en su apuesto esclavo, ese por el que tenía sentimientos tan contradictorios para un hada, pues sus especies no podían converger. Ambos se sonrieron con complicidad, pese a haber un abismo separándolos. Su rostro se tornó triste al recordar lo acontecido la noche pasada y él se sintió miserable por no poder hacer nada para exterminar su orgullo.

—¿Aún estás enfadada conmigo por lo que sucedió la otra noche?

Los dedicados dedos de Nessa acariciaron la superficie del estanque mientras pensaba una y otra vez en las palabras de su madre, sin poder prestar atención a la pregunta de Rómulo.

Quizás su madre tenía razón y debía soltar la correa del único ser por el que ya hacía tiempo que sabía que sentía más que amistad. Había leído sobre ese sentimiento en sus libros románticos, cuando se suponía que debía estar estudiando historia de las hadas. Desde siempre fue una rebelde sin causa. La pregunta que se hacía en aquel momento era sí desobedecería a su madre una vez más o aceptaría de una vez su destino.

Ella no era como Ella, ni siquiera como Ada o Tina. El miedo siempre estuvo presente en cada decisión que tomó, y fue así desde hacía ya mucho tiempo. Si tenía que pensar en cuándo empezó todo... se daba cuenta de que empezó a tener miedo de quién era después de que Ella desapareciese. Y la razón seguía siendo la misma de siempre... aún se culpaba por haber provocado el accidente que mandó a su hermana pequeña al mundo de los humanos.

Antes de eso, pese a odiar el favoritismo de la reina Guilda con Ella, siempre la arrastró en sus travesuras porque para ella Ella también era su favorita. Pero... debido a eso... la perdió.

No podía tener más favoritos y aunque se resistió a sentir lo mismo por Rómulo, no pudo evitarlo. Pero... su corazón se resquebrajó un poco más cuando él la abandonó, dejando de asistir a sus encuentros.

La rabia, el miedo, la envidia, la desilusión y la desesperanza fueron sus compañeros durante mucho tiempo, aunque deseó con todo su ser que sus deseos se hiciesen realidad y que aquello que perdió hacía ya mucho volviese. Y... pensó recuperarlo cuando Rómulo volvió, pero... se había estado engañando a sí misma, porque lo que era obvio es que ese siervo nunca sería para ella.

La reina Guilda tenía razón. Nessa no poseía el temperamento suficiente como para doblegar a Rómulo.

Tomó una dura decisión en ese justo momento porque sabía que era lo correcto y era hora de hacerlo, ya no podía seguir siendo una niña pequeña que huía y se saltaba las normas continuamente.

—Nessa, dime, por favor. ¿Por qué estás tan callada?

Que Rómulo se sentase en el asiento de madera junto a ella no le sorprendió, ya no dejaría que nada volviese a alterarla o que él se aprovechase de la amistad que una vez hubo entre ellos para doblegarla.

Miró a sus ojos sabiendo que sería la última vez que le tendría tan cerca y dejó escapar algunas lágrimas, porque en el fondo de su alma sabía que lo que sentía por él no se marcharía, aunque pusiese todo de su parte por ser un hada correcta aquella vez. La peculiaridad de aquel momento llegó cuando sus lágrimas se tiznaron de verde cual esmeralda y sus cabellos se coloreaban de este mismo tono mechón a mechón.

—Nessa, cuéntamelo. Esta desinformación me está matando, por favor, dime...

—Desde que nos conocimos en ese bosque ansíe un futuro distinto para ti — él asintió porque sabía que era así, ella siempre se lo confesó cada vez que hablaron sobre ello. — Por eso, cuando te vi en la sala en mi noche de elección... tuve la iniciativa de salvarte.

—Lo sé. Sé por qué hiciste lo que hiciste.

—Me aterraba la idea de ver como ellas te castigaran. Así que... tracé un plan en mi cabeza para salvarte. — Más de esas lágrimas siguieron saliendo mientras aquella hermosa princesa se iba convirtiendo en una de color verde, de la que ya no podía distinguirse el vestido de su piel. — Ya no lo haré más, Rómulo.

—¿Qué estás...?

—Esta noche, después del baile de despedida de nuestras hermanas del sur, daré una noticia. Te liberaré, Rómulo. — Él negó al darse cuenta de que sus peores temores estaban por cumplirse. — Podrás tener sexo con cualquiera de esas mujeres a las que tanto te gusta mirar.

—No volveré a pasarme de la raya, te lo prometo. Así que, reconsidera lo que estás diciéndome.

—No se trata de lo que tú no harás, Rómulo. Se trata de lo que no puedo hacer yo. No puedo tomar las riendas, no puedo...

—Entonces, hazlo. Atrévete a ser la Nessa que conocí cuando era un niño. Jamás dejabas que nadie te mandase, hacías lo que te complacía, tomabas lo que deseabas y ...

—¿Y si no puedo?

—Podrás — ella negó con la cabeza. — Porque yo estaré mirándote y no querrás defraudar a tu amigo Rómulo. — Ella sonrió al notar el intento de él por animarla. Pero la perdió al escuchar la palabra con la que él la había denominado.

Amigos.

¿Acaso sólo era amistad lo que él sentía y ella lo había confundido todo desde el principio? ¿y si él se refería al sentimiento de la amistad cuando explicó que nunca antes había sentido aquello por nadie?

—Deberíamos volver, ya ha oscurecido.

—Quiero que me lo prometas primero, Nessa. Prométeme que seguiremos remando juntos, que...

—Yo ya he tomado mi decisión, Rómulo. Después de esta noche, el problema será de otra.

Nessa se puso en pie y trató de encontrar los remos en medio de toda aquella oscuridad, pero no podía ver apenas nada. Rómulo siguió sus pasos y la agarró del brazo, trataba de hacerla entrar en razón, pero antes de haber dicho una sola palabra, la joven se soltó de su agresor, pero tiró con tanta fuerza que consiguió caer el equilibro y caer de la barca en aquellas turbias aguas.

—¡Nessa! — gritó Rómulo buscándola entre toda aquella oscuridad. — ¡No! ¡No! ¡No! — la buscó con temor, sabiendo que si algo malo le sucedía perdería la única oportunidad que siempre tuvo y nunca supo aprovechar. — ¡NESSA!

Su voz afligida resonaba en el silencio que tan sólo era interrumpido por el ulular de los búhos. La ansiedad del momento ni siquiera le dejaba tomar una decisión, así que saltó de la barca y se hundió en las profundidades una vez tras otra, buscando en aquella oscuridad a la mujer a la que amaba, pero que debido a las circunstancias en las que vivían no podía amar en público.

Pensó una y otra vez en la conversación que habían mantenido, temiendo que ella pudiese haber malinterpretado algunas de sus palabras.

¿Por qué? — se preguntaba una y otra vez, mientras sentía aquella frustración dentro de él por no poder encontrarla. — ¿Por qué tenía que ser así de orgulloso hasta el final?

Y así, mientras la princesa Nessa se hundía en las profundidades de aquel profundo estanque, el viento me sacudía mientras caía a un abismo que no parecía tener final.

Caía. Sí, caía.

Todo porque un dragón aburrido había decidido arrastrarme a mí y a mis amigas para su diversión. Ya habéis escuchado la apasionante historia de Esther y los ángeles, la de Alba y su apuesto lobo. Ahora... escucharéis la mía.

El aire me sacudía tan fuerte que apenas podía pensar con claridad y ni siquiera fui consciente de que había empezado a menguar, a convertirme en una diminuta criatura. Mis cabellos rubios se enredan y se me pegan a mi delicada piel blanca. Ni siquiera era consciente de lo que estaba a punto de suceder, viviría un cuento de hadas como Alicia en el País de las maravillas.


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