Capítulo 9.Las lágrimas de un hada.
La fiesta fue interesante, el concierto de violín fue espléndido y la exposición de hermosos cuadros en el jardín, digno de cualquier entendido del gremio. Yo era una gran consumidora de arte, así que debo admitir que lo disfruté.
Estaba tan absorta en mi travesía que ni siquiera me percaté de que me alejaba de la fiesta, bajando escaleras y siguiendo un sendero hacia una zona del jardín que era reservado para ojos indiscretos. Dejé de mirar cuadros hacía ya largo rato, pero me gustó seguir la vegetación de hermosas rosas que eran de color violeta.
Mis pasos se detuvieron en cuanto llegaron a una parte que era distinta a la anterior, oculta entre mantas de hojas de lo que parecía un sauce boxeador, por donde se entreveían pequeñas luces doradas.
Me giré sobre mis pasos para mirar hacia atrás, al lugar por el que había venido y pude escuchar la fiesta a lo lejos. Pero... había algo dentro de ese jardín que llamaba mi atención, quizás fuese empezar a escuchar algo distinto, como si estuviese lloviendo al otro lado.
Aparté aquella manta de hojas para vislumbrarlo mejor y me sorprendí al darme cuenta de que había tenido razón, en esa zona del jardín llovía estrepitosamente. Las gotas caían sobre una fuente de agua azulada que brillaba de forma especial y ... parecía una locura, pues el lugar en el que yo estaba no lo hacía y aparentemente estábamos bajo el mismo techo.
—Pero... ¿qué...?
—Así que te has decidido a investigar por tu cuenta — dijo una voz chillona haciendo que pegase un bote. Me había asustado. Giré la cabeza y me di cuenta de que era la Reina Guilda.
—Su majestad, lamento si me he excedido...
—En absoluto, querida. — Ambas observamos la lluvia cayendo en aquel jardín unos minutos más, antes de que ella volviese a hablar. — ¿No sientes necesidad de correr a mojarte bajo la lluvia?
—No — contesté como si fuese algo obvio. Ella se encogió de hombros.
—Qué extraño. La Ella que conozco adoraba corretear bajo la lluvia y reír como si estuviese loca. — Sonreí, hablaba de ella con cierto cariño. — ¿Cómo es que no has subido a tus aposentos ya? — La observé sin comprender. — Oh, a veces olvido que no posees recuerdos sobre nuestras costumbres. Me refiero a que el mestizo te espera en tus aposentos para que puedas perder la inocencia.
—Ah, ya...
No parecía muy agradecida con la idea y era obvio, tenía que reconocer que... Daniel no era Nando.
—De cualquier modo... me alegro que aún no hayas subido, tenía algo que hablar contigo.
—¿Conmigo? — me señalé con el dedo.
La reina sacó de su bolsillo una botella de cristal que ya había visto antes, al igual que el líquido rosa que contenía. Era la misma que Nessa puso a mi alcance, aquella que aseguraba me devolvería la memoria, pero que... lamentablemente, no sirvió para nada en absoluto.
¿Cuántas más pruebas necesitaba? Yo no era Ella, la princesa hada perdida.
—¿Las reconoces? Son tus lágrimas, Ella. Tu esclavo dice que el duende Trasgo le dio esto. Pero... jamás debes fiarte de un elfo de suelo. Son traicioneros por naturaleza. Dime que tendrás cuidado... No me fio de sus intenciones. Úsalo si tienes que hacerlo, pero jamás confíes tus secretos a un elfo.
—Tendré cuidado.
Entonces la reina vació el contenido de la botella en su mano. Aquel líquido se movió por sí solo como si tuviese pensamiento propio y salió disparado hacia esa zona del jardín en la que llovía, deteniendo la lluvia en el acto. Quedé maravillada al vislumbrar todas esas gotas de lluvia detenidas en el aire como si alguien hubiese detenido el tiempo.
—Acércate. Es hora de que recuerdes quién eres. — La miré sin comprender, observando como la lluvia volvía a caer. — Sal. Todo será diferente cuando vuelvas a atravesar la manta de hojas.
Las gotas que caían empezaron a mutar y su color cambió ligeramente al rosa, el mismo color que las lágrimas que había en el interior de la botella, minutos antes.
—Ahora.
Atravesé la manta de hojas y salí al jardín, mojándome con aquellas aguas. Tan pronto como la primera gota cayó sobre mí me sentí distinta. Miré hacia el cielo, dejando que mis propias lágrimas me mostrasen quién era realmente y ... lo vi. Vi quién era yo en realidad.
Una verdad absoluta que siempre supe en el fondo de mi alma, pero que había estado obviando debido a las situaciones, me golpeó dejándome desorientada y un sinfín de escenas de las que antes no había sido conscientes pasaron frente a mis ojos todas a la vez.
Acababa de entenderlo. Yo era ella. Era la princesa perdida del reino del Este. La princesa Ella.
Mis risas resonaron por aquel bello jardín haciendo que la lluvia se detuviese y fuese en dirección contraria. La reina había tenido razón cuando me dijo que yo adoraba salir cuando llovía y reírme. Me daba igual si me tachaban de loca. En aquel momento... todo aquello me parecía una locura.
Miré hacia la reina, pero... por alguna razón que desconocía ella ya no se encontraba allí. ¿A dónde habría ido? Corrí en esa dirección y tan pronto como atravesé la manta de hojas la encontré allí, esperándome.
¡Qué extraño! Habría jurado que no estaba allí.
—¿Y bien?
—Antes de contestaros... debo haceros una pregunta. En ese lugar sin magia en el que estuve... ¿Cabe alguna posibilidad de que dos personas estén en distintos lugares al mismo tiempo?
—Mmmm hay rumores sobre ello. Se habla sobre universos paralelos, Ella. ¿Por qué me lo preguntas? — Bajé la cabeza con rapidez.
—Por nada.
Una ligera paz se fue esparciendo por mi interior al recordar cómo era mi vida cuando era una niña, en mi relación con mis hermanas y con la reina, en cada hechizo y la forma correcta de mover las alas. No había que dominarlas, tan sólo sentirlas como parte del propio ser.
Y... una gran tristeza llegó cuando pensé en la vida humana que había vivido al otro lado, una que no me pertenecía, pero que hasta hace poco pensé que era mía, la única que conocía.
Recién entendía esa sensación que había tenido dentro desde que era niña: siempre sentí que no encajaba en ese lugar y me sentía vacía por dentro, como si hubiese perdido algo. Ya entendía lo que era. Perdí mis recuerdos sobre mi verdadero hogar y mi propia esencia.
—¿No ha funcionado? — quiso saber la reina. Mis ojos se fijaron en los suyos, pues había perdido el hilo de nuestra conversación. — No recuerdas...
—Ha funcionado.
Su sonrisa apareció poco a poco, mostrándome lo feliz que estaba de tenerme de vuelta.
—Ella... - me abrazó dejándome algo desubicada al principio, pero me unía al abrazo, sintiéndome mejor a medida que sucedían los segundos. — Mi pequeña Ella.
Nuestra pequeña muestra de cariño fue breve, pero significó mucho para ambas. Si bien la reina no solía mostrar sus sentimientos en público, por mí siempre sintió debilidad y me gustaba comprobar que ella me amaba tanto como yo a ella, por mucho que no existiese el amor entre las de nuestra especie.
—¿Me contarás ahora qué sucedió? ¿cómo terminaste en el mundo de los humanos?
Pensé en ello y recordé a Nessa. Por supuesto, no podía ser de otra forma, la culpable fue mi hermana la rebelde que me arrastró en una de sus aventuras y acabé cayendo al estanque. Podría haber muerto, pero... en su lugar, tan sólo atravesé el portal al otro lado.
Recordaba a Trasgo, esa pequeña criatura alada que era un duende de los cielos y que me salvó convirtiéndome en una humana, en el momento correcto, pues mis padres humanos me encontraron tan sólo un segundo después. Recién recordaba, con exactitud cada momento que pasé con ellos al principio y lo mucho que yo lloraba en el orfanato, pues sabía que ese no era mi hogar y ansiaba volver a él.
Trasgo venía a visitarme a menudo y trataba de ayudarme a escapar para guiarme al trozo de bosque en el que estaba oculta la puerta al mundo de las hadas, pero... siempre estaba acompañada por personas que no podían ver a mi diminuto amigo. Tan sólo pensaban que era una niña que poseía una desbordante imaginación.
Con el tiempo, los doctores me convencieron de que todo lo que veía no era más que producto de mi mente y empecé a olvidar quién era. Entonces... fui adoptada por mis padres y nos marchamos a Valencia, España, el lugar en el que ellos vivían.
—¿Lo recuerdas? — insistió la reina. — ¿Recuerdas quién te hizo esto?
—Nadie me hizo nada — contesté, porque no quería que Nessa volviese a tener problemas con nuestra madre. — Estaba jugando con Nessa en el estanque y... perdí el equilibro antes de caerme en él.
—Nessa... — repitió con cierto desdén.
—Ella no tuvo nada que ver — añadí. Ella me conocía lo suficiente como para saber que la hermandad que yo sentía hacia ella jamás me dejaría admitir que Nessa había tenido algo que ver.
—Siempre supe que era la culpable en todo esto, aunque repitiese una y mil veces que no conocía tu paradero.
—Es inocente — insistí, pero la reina no dejaría pasar la oportunidad de castigar a Nessa, pues alguien debía pagar su ira por lo que pasó. — Igual que el esclavo que me trajo de vuelta...
—Ese mestizo... ¿cómo has podido elegirle? ¡Es asqueroso!
No contesté, no quería desairarla, aunque yo opinase lo contrario. Siempre fui muy reservada a la hora de confesar mis verdaderos anhelos, incluso con la reina y Nessa. Prefería pasar desapercibida y dejarme llevar por el resto. Supongo que... en aquella época tan sólo estaba descubriendo cómo funcionaba el mundo, pero... ¿qué excusa tenía aquella vez?
—Estoy tentada porque me cuentes más sobre tu estancia en el hogar de los humanos. Pero... no te quitaré más tiempo. Imagino que estarás impaciente por yacer con el esclavo.
¡Oh! Había olvidado ese pequeño detalle.
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