Capítulo 7.Los juegos.
Me encantó descubrir más curiosidades del lugar, como que el castillo estaba suspendido mágicamente en el aire y no se movía porque estaba construido a partir del tronco y rabas del árbol. Me parecía fascinante conocer ese tipo de cosas. O que había toda una ciudad que aún no había alcanzado a ver en el interior de las murallas, que había un total de cinco torres y que la más alta era la de la reina Guilda, mientras las otras cuatro, estaban cada una en una ala del castillo, y pertenecía a las princesas. Los siervos que no habían sido elegidos por las princesas dormían en las mazmorras junto a los condenados, en otra zona separada, por supuesto.
—...cada princesa puede elegir un total de cuatro siervos por cada ciclo. Pero... la mayoría de nosotras, elige a uno de por vida.
—¿y cuáles son exactamente las tareas de un siervo personal?
—Pues cualquier cosa que su ama quiera pedirle. Acatará cualquier orden sin rechistar, incluso aquellas de índole sexual.
—¿Cómo?
Abrí los ojos como platos, porque eso no me lo había esperado. Ella sonrió antes de echar un leve vistazo a la sala, algo incómoda de hablar de ese tipo de temas conmigo.
—La reina Guilda requerirá que tu también tengas una ceremonia de elección. Debes perder la inocencia para aprender esa lección.
—Oh, no será necesario. Yo ya perdí mi inocencia hace mucho. — Recordé al chico que fue el primero. Sucedió cuando era una chica inexperta, a los veintidós años. Y no lo hice antes, no porque no me lloviesen las ofertas, sino porque no me sentía preparada.
—Es mejor que omitas esa información de la reina. Es bastante estricta en cuanto a las reglas de palacio se refiere.
—Un momento de atención, por favor — llamó Guilda, haciéndose notar entre los invitados. — Esta noche, debido a que despediremos a nuestras hermanas del sur con nuestro particular evento de Los Juegos, no habrá bailes y otros espectáculos. — Un murmullo general se extendió por la sala, dado lo inusual que aquello era. — Bien, me avisan de las mazmorras que Los Juegos están a punto de comenzar. Id dirigiéndoos ordenadamente hacia el teatro.
La velada se dio por finalizada y una a una, tanto princesas como la corte entera, se fue dirigiendo hacia la salida. Salimos por una gran puerta que daba a los jardines en donde había bellos cerezos en miniatura con hermosas flores rosadas que no había visto jamás. Bajamos la escalinata de piedra y seguimos avanzando, mientras Nessa me mostraba los lugares que más le gustaban.
—Mira, ¿ves aquellas ventanas de allí? — me fijé en los grandes ventanales de una zona del castillo. — Es la biblioteca. Es mi lugar favorito dentro del castillo. Ahora no lo recuerdas, pero cuando vivías aquí te encantaba que te leyese emocionantes historias sobre castillos encantados y caballeros humanos. — Sonreí. Me gustaba la forma en la que ella tenía de hablar de mí sobre el pasado. Bueno... de la princesa Ella.
Llegamos al final y me sorprendí de encontrar un gran anfiteatro romano construido en mitad de aquel jardín, formado de enormes setos, ramas y raíces que se afianzaban unas con otras hasta formar aquella obra arquitectónica digna de alabar.
—Fedra es muy talentosa, ¿no crees? — aseguró Nessa mirando hacia el anfiteatro con una gran sonrisa.
—¿Lo ha hecho ella sola?
—Por supuesto. Puede crear cualquier edificación a través de la propia flora.
—Es fascinante.
Subimos por escaleras hechas de más ramas afianzadas unas contra otras y fuimos colocándonos ordenadamente en las altas tribunas, fijándonos en la arena. El centro, bajo nosotras tenía tres zonas muy notorias. La exterior estaba formada por un campo de afiladas espinas que impedía que los gladiadores pudiesen escaparse, la segunda era césped que parecía recién cortado y la del centro era un tipo de arena polvorienta como la que hay en las plazas de toros.
Las antorchas que rodeaban el lugar se encendieron cuando fuimos sentándonos en nuestros lugares y todo quedó en silencio tan pronto como resonaron los tambores que daban comiendo a los juegos.
El suelo tembló bajo nuestros pies y observé con sorpresa como el césped se abría como si no fuese de verdad, sino una compuerta. Una tarima empezó a elevarse, haciendo que los ocho elfos de tierra quedasen expuestos. Habían sido debidamente vestidos con una armadura de metal, un gorro metálico y una gran lanza, otros, llevaban espadas y escudos.
Todos tenían los mismos rasgos, cabellos anaranjados y ojos verdes, a excepción de uno que era afroamericano y que yo reconocí en seguida.
—Bienvenidos a los décimos juegos de supervivencia. Ya conocéis las reglas, pero por si cabe alguna duda, las repetiré. No está permitido el uso de la magia en vuestro beneficio. No se puede escapar si no es luchando. No se otorgarán más armas que las que habéis elegido en las mazmorras y... bajo ningún concepto habrá dos vencedores. Si este fuese el caso, los vencedores se enfrentarán a un combate a muerte. Sólo puede quedar uno. Bien... sin más dilación... ¡Qué empiecen los juegos!
El sonido de los platillos dio el comienzo a la primera prueba y un rugido de león hizo que me faltase el aire. Un león que había salido de la nada se mostró desafiante ante su fácil presa.
Me agarré el vestido con fuerza, en completa tensión, temiendo el resultado. ¡Cielos! ¿Cómo podían divertirse las hadas con el sufrimiento ajeno?
Los siervos se defendieron con bastante maña y ligereza, uno resultó herido de gravedad y la arena se llenó de insoportables gritos de dolor, mientras el león aprovechaba su debilidad para despedazarlo.
Ladeé la cabeza y cerré los ojos, angustiada. Aquello era demasiado como para poder soportarlo. Nessa alargó la mano para coger la mía y me susurró algo que sólo yo podía escuchar.
—Yo también odio este tipo de eventos. Podemos conversar, si quieres. Así se te pasará antes.
Un cañón ensordeció el cielo cuando el elfo murió en combate y la sala entera estalló en vitores cuando el sonido de platillos sonó dando por finalizada la prueba.
¿Cómo podían estar tan campantes? Era una sanguinaria muerte lo que estaban celebrando.
Volví a prestar atención a la arena justo cuando algo inusual sucedió. Daniel levantó la mano para llamar la atención de la reina y esta se mostró molesta por la interrupción.
—No están permitidas las peticiones por parte de los gladiadores durante los juegos, mestizo — le dijo, sin escuchar si quiera lo que tenía que decirle.
—¿No haréis una excepción con el elfo que os ha devuelto a vuestra sucesora?
Un murmullo general se extendió por el teatro, molestando a la reina.
—¡Silencio! ¡Silencio!
Las hadas guardaron silencio y ella se preparó para hablar.
—¿Qué es lo que queréis, engendro? ¿agua? ¿una lanza más grande, tal vez?
—Solicito audiencia con la princesa Ella.
De nuevo el lugar se llenó de susurros. La gente estaba sorprendida con lo ocurrido y aquello sólo disgustaba a la reina.
—¡Silencio! — Se puso en pie, tratando de callar todas las bocas y entonces se dirigió al falso Nando. — ¿Cómo os atrevéis? — blandió su varita en el aire y eso hizo que el joven cayese de rodillas en la arena y gritase de dolor.
—Debemos respetar el código, Guilda — dijo una de sus doncellas. La reina me observó antes de hablar.
—¿La aceptáis, Ella? — la observé sin comprender.
—¿El qué?
—¿Aceptáis la audiencia?
—Significa que aceptas una conversación con él. — Susurró Nessa.
—Sí. La acepto.
—Esto se salta completamente las reglas del juego — se quejaba la princesa Ada, que quería ver más sangre y muerte. — Exijo una audiencia pública, mi reina.
—Se acepta. Ya lo has oído, mestizo. Puedes hablar con la princesa Ella, pero no será en privado.
Parecía que eso no entraba en sus planes y pude ver su malestar. Para no ser la misma persona, sus gestos se parecían mucho a los de mi hermanastro.
—Debes ponerte en pie — animó Nessa, haciéndome una señal para que me acercase a la barandilla. Y lo hice.
Miré hacia ese chico que era igual a Nando y en seguida nuestras miradas conectaron de una forma que no sé explicar.
—Me gustaría que... — empezó el muchacho, sabiendo que todas las miradas estaban puestas sobre él. Lucía tímido y yo esperé a que dijese algo. — Quizás podáis aceptarme como vuestro pretendiente.
Yo no entendía lo que eso quería decir exactamente y antes de haberlo averiguado, Ada habló.
—Pero... ¿Qué disparate es este? No puede solicitar audiencia con ella y proponerse a sí mismo como pretendiente.
—No eres tú la que debes responder, así que cállate — la detuvo Nessa mientras todas las miradas se ponían sobre mí. — ¿Qué decides, Ella?
Que fuese mi pretendiente. ¿Qué era lo que implicaba exactamente?
—Ella no sabe lo que eso implica, su majestad — añadió Nessa por mí como si pudiese leer mis pensamientos. ¡Cielos! Esa chica me conocía mejor que yo misma. — Lleva demasiado tiempo fuera de nuestro mundo como para...
—Significa que será uno de los cuatro pretendientes de tu Fiesta de elección, Ella — añadió la reina, tratando de esclarecer aquella palabra. — Si lo aceptas, claro.
Estudié mis posibilidades. Si lo aceptaba como mi pretendiente lo salvaría de una muerte segura, y eso fue razón suficiente para aceptar, porque aquel juego me parecía de locos.
—Lo acepto como mi pretendiente.
—De acuerdo. Tendremos a otro gladiador para esta prueba.
Daniel desapareció y en su lugar apareció otro anciano que haría la prueba en su lugar. No entendía a dónde había ido ese chico ni nada, pero los juegos tuvieron lugar entonces: Un nuevo sonido de platillos inundó el lugar para dar comienzo a la segunda prueba.
Un sinfín de gorriones aparecieron, dispuestos a atacar a aquellos guerreros. Lucharon fieramente, se dañaron sus brazos y se hicieron multitud de heridas antes de lograr acabar con la última criatura que osaba atacarlos. Yo ya no podía apreciarlos de la misma forma, estaba buscando al falso Nando por todas partes, pero no parecía estar allí.
—Nessa, ¿a dónde se lo han llevado?
—Estarán preparándole para tu baile de selección.
—¿Y cuándo será eso?
—No lo sé. Pero... contando con el hecho de que hablamos de la reina Guilda, podría organizarlo mañana mismo.
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