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Capítulo 5. Las doncellas de la reina.


El largo pasillo que daba a las habitaciones de las princesas hadas era de madera de la que salían ramas y hojas de distintos tamaños. Mientras era conducida a mi habitación, no pude evitar preguntarme sobre cómo podía la magia lograr algo tan curioso como aquello, cuando se suponía que estábamos flotando sobre el aire.

Ambas nos detuvimos frente a una habitación dorada con detalles de color rosa que se abrió mágicamente como así lo ordenó la reina. El lugar estaba decorado de forma muy extravagante y había todo tipo de juguetes de niña de la época, incluso algunos bocetos de dibujos colgado de un gran lienzo.

—Todo está tal y cómo lo dejaste antes de tu marcha — me fijé en la pequeña camita y sonreí. Era obvio que era la habitación de una niña. Ni siquiera quería pensar en la posibilidad de que aquellas tonterías fuesen ciertas, pues era posible, ya que yo me perdí en Irlanda cuando era una cría. Pero no iba a darle importancia a ese detalle. — Nuestras hermanas llegarán en seguida para asearte y prepararte. Los juegos tendrán lugar después del banquete que se organizará en tu honor. — Sonrió al verme tan perdida y dijo algo más. — No temas, princesa Ella. Muy pronto volverás a ser la princesa que eres y será como si nunca hubieses desaparecido. Espero que todo esté a tu gusto, puedes solicitar a Fedra lo que desees. Y podréis solicitarle audiencia conmigo, siempre que gustéis.

—¿Qué pasará con el chico que me ha traído hasta aquí? — pregunté, algo preocupada por ese detalle.

—¿El duende? No temáis, princesa. No dejaremos que ese engendro vuelva a molestaros.

Me molestaba terriblemente que fuese tratado así, pero no iba a interceder por él, más cuando ni siquiera le conocía y se parecía tanto a mi hermanastro.

—Muchas gracias, su majestad.

—Vos no tenéis que llamarme así. Ahora no lo recordáis, pero vos erais mi favorita, Ella. Vos siempre podréis llamarme por mi nombre: Guilda.

—Está bien, Guilda.

La reina me dedicó una sonrisa antes de dejarme a solas en mi habitación. Me fijé en cada detalle de este lugar tan peculiar. No sólo por la pomposa decoración o los cachivaches que ni siquiera sabía lo que eran, me gustó que hubiese un balcón al fondo de la estancia y caminé hasta él. Aparté la cortina de seda y me sorprendí con las bellas vistas del reino que tenía sobre lo que parecía ser una de las cuatro torres medianas. Había una última torre sobre aquellas y era la habitación de la reina.

Estaba impaciente por conocer al resto de las princesas, las cuales se suponían que eran mis hermanas. ¿Cómo serían? No poseía ni un solo recuerdo de ellas. Aunque, ya había tenido el honor de conocer a Nessa, el hada de la envidia y su protegido, el esclavo Rómulo. Aunque... ella no parecía tratarlo de la forma en la que las hadas solían tratar a sus esclavos, eso era algo que descubriría en profundidad, más tarde.

Debía empezar a creer en aquel cuento de hadas, en que yo era un hada, pues... sólo eso explicaría las alas que tenía en la espalda, mis alargadas orejas, el pomposo vestido rosa e incluso la varita mágica de color plateado.

¿Y si tenían razón? ¿y si era un hada que se perdió en el mundo de los humanos? ¿y si debido a mi estancia en él olvidé todo sobre mi verdadero hogar?

Volví a entrar en la habitación y sacudí la cabeza, molesta conmigo misma. Lo cierto era que, en aquel momento, ni siquiera podía pensar en mis amigas, en Óscar y el compromiso, o en Nando.

La puerta de mis aposentos se abrió y cuatro hermosas hadas entraron por ella. La de cabello rubio que llegaba una diadema de flores sobre la cabeza dio un paso hacia adelante para presentarse.

—Su majestad. Nuestra reina Guilda nos dijo que no recordáis nada sobre este mundo o a nosotras. Así que hemos venido a presentarnos y a confesaros lo mucho que nos agrada volver a teneros en palacio. — Asentí, dedicándoles una sonrisa, sin saber qué más hacer. No se me dan bien ese tipo de situaciones. — Yo soy el hada Flora, el hada de las flores. — Hizo una reverencia y animó a sus compañeras a que hicieran lo mismo.

—Su majestad. Yo soy Fedra, el hada del musgo que crece en los árboles. — añadió aquella que tenía el pelo verde con un vestido que parecía hecho de hojas secas.

—Mi nombre es Tara y soy el hada de la colina. — Dijo aquella que tenía el pelo negro y un vestido marrón muy simple.

—Yo soy Nora, el hada de la hierba. — Admitió aquella de cabello corto y blanco.

Las cuatro sonrieron, pero sólo una de ellas se quedó en la estancia, todas las demás se marcharon, dejándonos a solas. Ella era Fedra.

—Querida princesa Ella, no sabéis lo mucho que me alegra que hayáis vuelto. La reina Guilda está tan contenta con vuestro regreso. Ha estado preocupada por vuestra ausencia todo este tiempo — aseguraba y mientras hablaba blandía su varita en el aire y preparaba la habitación para que un hada adulta la ocupase. La cama se agrandó, la decoración del lugar cambió, incluso las paredes lo hicieron. — Ya estaba empezando a pensar que iba a tener que dejar su legado a la princesa Nessa, imaginaos, con lo celosa que es... habría supuesto todo un escándalo en el reino, más ahora que parece un monstruo verde. — Sonrió al verme tan perdida y me hizo una señal para que le siguiese a un lado de la habitación. Me sorprendí al ver lo enorme que era la bañera real de las princesas. Casi como una piscina redonda que ya estaba preparada con un sinfín de espuma. El olor a flores llegó hasta mis fosas nasales haciéndome sentir bien. — Espero que sea de vuestro agrado, os he preparado un baño con vuestras flores favoritas: los lirios blancos.

Otra casualidad más. La princesa Ella y yo compartíamos flor favorita.

—Dejaré un bonito vestido para el banquete sobre vuestra cama y volveré a tiempo para arreglaros el cabello, más tarde. La reina necesita de mi ayuda para elegir vestido.

—Tengo una pregunta que me gustaría haceros, si no es molestia.

—Os escucho.

—¿Todas las princesas tienen cuatro doncellas?

—¡Por supuesto que no! Sólo las reinas tienen doncellas que las ayudan con sus labores. Las princesas tenéis cuántos esclavos como deseáis.

—No lo entiendo. Entonces... ¿por qué estáis aquí?

—Lo estoy como favor personal a la reina Guilda. Ella os tiene en gran estima, princesa Ella.

—Ya veo...

—Después de los juegos de esta noche, con el primer baile oficial, podréis solicitar audiencia con la reina y solicitar un total de cuatro esclavos por ciclo. Estaré encantada de ayudaros a elegir o si necesitáis mi ayuda para otros menesteres.

—¿Y cuándo podré conocer al resto de las princesas?

—Según tengo entendido ya habéis conocido a una de ellas. La revoltosa Nessa, espero que no os llene la cabeza de tonterías como la otra vez.

La mujer se marchó, dejándome a solas en la habitación. El ambiente había mejorado bastante, pero aún faltaba quitar ese horrendo color rosa pastel de las paredes. Podría haberlo hecho yo misma con aquella varita, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.

Una ligera brisa llegó hasta mí desde la ventana y cuando miré hacia ella descubrí a esa princesa pelirroja allí. Parecía haber entrado volando.

—No temas, Ella. Yo seré tu guía en este palacio de locos y te ayudaré a recordar quién eres.

—La verdad es que me gustaría descansar un momento. Todo esto es nuevo para mí y me siento un poco abrumada.

—Oh, es normal. Si quieres, puedo venir a la hora del banquete para guiarte al gran salón donde tendrá lugar. Es tradición que cada una de nosotras lleve a su esclavo para iniciar el baile, pero... dada la situación, es normal que tú no tengas uno.

—¿Eso es lo que Rómulo es para ti?

—Bueno... a ojos de los demás sí. Pero, lo cierto es que es un poco más complicado que eso. Ya sabes, tú estuviste allí. — Me señalé con el dedo. — Sucedió cuando fuimos por primera vez al bosque prohibido. Insistí tanto en hacer travesuras aquella vez, que no pudiste decir que no. La teoría era que íbamos a inspeccionar el terreno, pero... terminamos encontrándonos por primera vez con Rómulo.

Ella estaba describiendo a la perfección ese sueño que tuve una vez, el cual recordaba con lujo de detalles.

—Lo recuerdo — dije, sin pensar.

—¿De verdad?

—Sí. No sé cómo, pero... recuerdo algunas cosas. No porque tenga recuerdos de la princesa Ella. Es más bien que son como sueños que tuve.

—Creo que es el momento de recordar, Ella — me llamó mientras levantaba la mano hacia mí, como si esperaba que le diese algo. — La botella que te di antes.

La recordé en seguida. La había metido dentro de mi bolso de cuentas y planeaba devolvérsela en cuanto tuviese ocasión. La saqué y se la entregué. Ella la abrió y derramó el líquido en su mano. Este se mantuvo quieto en ella un momento antes de emprender su camino. Ambas observamos atónitas como ese extraño líquido se sostenía en el aire, deteniéndose junto a mí, antes de evaporarse, como si nunca antes hubiese existido.

—¡Qué extraño! Esto no era lo que se suponía que debía ocurrir. Daniel tenía razón, esto iba a costar más de lo que creía.

—¿Daniel?

Ella se fijó en mí, parecía que había hablado más de la cuenta.

—Deberías prepararte para el banquete. Date un baño y nos vemos más tarde.

Se marchó con rapidez por la ventana, en vez de usar la puerta como las personas normales. En ese momento no lo sabía, pero... Nessa era una princesa muy peculiar.


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