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Capítulo 3. Cuento de hadas.


La cosa que tiraba de mí me lanzó por los aires antes si quiera de haber comprendido lo que ocurría. Apenas podía ver más que nubes y distintos árboles que me rodeaban, eran extraños, pero antes de haber comprendido lo que eran, empecé a caer frente a un pequeño árbol en miniatura y una cascada. Ni siquiera quería pensar en lo que habría al final o si moriría, en aquel momento estaba más ocupada mirando hacia mis manos y mis pies que habían empezado a encoger. Todo yo lo hacía, como si fuese Alicia en el país de las maravillas después de haber probado un trozo de galleta que la hacía encoger.

¡Oh no! ¡Oh Cielos! ¿Qué era lo que estaba sucediendo?

Recién me arrepentía de todas las decisiones que había tomado. Vi cada momento de mi vida pasar a cámara rápida en mi cabeza y simplemente pensé que si tuviese una oportunidad de salvarme... haría las cosas de un modo distinto y dejaría de esconderme detrás de esa máscara.

Mientras yo caía, un hada se hundía en las profundidades de un estanque, atravesando una puerta mágica hacia el otro lado. Y entonces, cuando realmente pensé que iba a darme un ataque caí al agua, sumergiéndome en esas rebeldes aguas en la oscuridad de la noche.

Luché con todas mis fuerzas por mantenerme a flote, pero no soy buena nadando. Desde pequeña me dio miedo el agua y mis padres nunca me ayudaron a superar el trauma.

Terminé hundiéndome y tragando agua, creí que realmente me ahogaría, pero entonces algo tiró de mí, me elevó por los aires y me depositó sobre una seta, junto a los robles. Ni siquiera fui consciente de lo que me había salvado era un árbol, que había usado sus ramas como si fuesen dedos para sacarme del estanque.

Tosí agua, sofocada, sin poder creerme que finalmente me había salvado y poco a poco fui recobrando la compostura. Pero, en cuanto mis ojos se posaron sobre la criatura que tenía frente a mí, comprendí que aún no estaba bien del todo. Estaba frente a un árbol que poseía cara y labios por los que hablar.

—Pero... ¿qué...?

—Bienvenida a vuestro hogar, princesa Ella — dijo el ser que me había salvado, haciendo una reverencia frente a mí.

¡Oh, cielos! ¿Por qué volvía a soñar con ese mágico bosque con el que no soñaba desde hacía más de seis años?

—Ya veo. Tanto tiempo en el mundo de los humanos os ha hecho olvidar quién sois y el lugar al que pertenecéis.

Cerré y abrí los ojos con fuerza, durante un buen rato, hasta que conseguí marearme.

—Princesa Ella, ¿os encontráis bien? — asentí sin saber exactamente qué decir o hacer. — Trasgo ya debe saber que estáis aquí, probablemente aparecerá en seguida.

—¿Cómo me habéis llamado?

—Vos sois la princesa Ella, una de las herederas al trono de Guilda, la reina del Este, el lugar en el que mora la eterna primavera.

—Me habéis confundido. Yo soy Sonia.

No me podía creer que estuviese hablando con un árbol. Probablemente estaba inconsciente en ese cementerio y estaba soñando todo aquello.

Levanté la vista para ver el lugar en el que me encontraba y me quedé maravillada al ver ese lugar que parecía sacado de un cuento de hadas. Había todo un mundo construido ahí entre champiñones, setas y flores. Las casas estaban junto a los árboles y eran de los más humildes.

—La reina Guilda y vuestras hermanas se pondrán muy contentas de volver a veros. Os guiaré con gusto a la Ciudad de las hadas.

—¿Hadas? — Repetí. Sin lugar a dudas estaba soñando.

—¿Hay algún problema, Fred? — Preguntó una voz que me era conocida saliendo de una de aquellas extrañas casas junto a un hombrecito pelirrojo con un sombrero verde y vestimenta del mismo color. Parecía un duende. Pero... lo cierto es que era un leprechaun.

Desvié la vista hacia ese corpulento hombre y me quedé sin palabras al darme cuenta de que le conocía, pese a estar tan cambiado y vestir con aquel ridículo traje pomposo de color rojo y un sombrero de copa. Sin lugar a dudas, era el sueño más raro que había tenido nunca.

Antes de haber entendido qué estaba sucediendo, mis pies resbalaron por la deslizante superficie y caí de espaldas a la hierba, haciendo que los demás me mirasen confusos.

—¿Qué le ocurre? — preguntó mi hermanastro. — ¿Por qué no puede volar?

—Es cierto, ¿dónde están sus alas? ¿y su varita? — se quejó el árbol.

—Princesa Ella, ¿se encuentra bien? — preguntó el falso Nando mientras yo me ponía en pie y me sacudía el vestido, haciendo que los tres se percatasen de mi extraña vestimenta.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿por qué Nando no me reconocía?

—Deberíamos llevarla a la ciudad de las hadas. — Sugirió el árbol.

Los tres miraron hacia el otro lado del estanque en el que había una gran haya europea.

—La llevaré yo — empezó el chico pelirrojo haciendo que todos pusiésemos los ojos en él. — No debo eludir mi responsabilidad.

—De eso nada. La llevaré yo.

—¿Estás loco? Tú no puedes entrar allí. Serías pasto para las águilas y lo sabes.

—¿Y qué me dices de lo que te harán a ti cuando se enteren de que has matado a un hada?

—¡Yo no la he matado! — se quejó el otro.

—Chicos, chicos, chicos... — empezó el árbol, tratando de poner paz entre aquella disputa inútil. — ¿Qué os parece si la lleváis los dos?

Los hermanos se miraron con cara de pocos amigos, cruzándose de brazos al no haber ganado en aquella batalla, pero Rómulo no estaba interesado en ganar nada, en realidad. Tan sólo estaba afligido aún por lo que había sucedido. No podía creerse que hubiese perdido a Nessa.

Unos minutos más tarde, Rómulo, el falso Nando que al parecer se llamaba Daniel, y yo, atravesábamos el estanque montados en una barca que nos llevaría al otro lado. Los hombres remaban mientras yo observaba la belleza de aquel lugar.

Enormes mariposas tan grandes como yo nos sobrevolaban, mientras los mosquitos las evitaban y seguían con su camino. Enormes flores crecían al otro lado, eran casi tan altas como un edificio y los árboles tan grandes que apenas podía ver la cima tras las nubes del cielo. Las chicharras canturreaban hasta el punto de que el sonido fue insoportable y las libélulas rozaban la superficie del agua mientras las ranas que eran más grandes que nosotros, trataban de decidir si se las comían o no.

La barca se detuvo junto a la otra orilla antes de haber podido preguntar nada sobre el extraño lugar en el que estábamos y me quedé perpleja al bajar y mirar hacia la gran haya que se veía frente a nosotros. Era tan alta como los demás árboles, con la diferencia de que poseía una larga escalera que ascendía hacia el cielo y rodeaba el tronco.

—Cielos... pero... ¿qué...?

Volví a abrir la boca con sorpresa al vislumbrar un gran castillo construido en las ramas del árbol, suspendido mágicamente en el aire.

—¡Oh! — señalé hacia ese lugar, maravillada, sin poder emitir sonido alguno.

—Es la ciudad Azul — observé los destellos azulados que se veían a causa de que el sol incidía sobre los bellos cristales de las torres del palacio. — La ciudad de las hadas.

Ellos querían llevarme hasta allí porque pensaban que yo era un hada. Cuán defraudados estarían cuando se enterasen de que tan sólo era una simple humana.

—Deberíamos ponernos en marcha — comenzó uno de ellos, el del cabello pelirrojo. — Hay un largo recorrido a pie y puesto que la dama no tiene alas, no podremos subir de otro modo.

Ni siquiera podía pensar en cuántos escalones habría.

No habíamos hecho más que dar un paso, cuando una mojada jovencita que tendría más o menos mi misma edad cayó del cielo. Era hermosa, vestida con un pomposo vestido verde y cabellos anaranjados, pero lo que me sorprendió fue que el vestido que llevaba le quedase tan apretado. ¡Dios! ¿De verdad podía respirar con él puesto? Parecía que iba a estallar de un momento a otro.

Mis ojos se encontraron con los de ella y me fijé en lo redonda que era, pese a eso, era muy bonita.

—¡NESSA! — Gritó Rómulo, dando unos pasos hacia adelante para posicionarse frente a ella, dejando algo preocupado a su hermano que jamás le había visto tan preocupado por un hada. — ¿Qué os ha sucedido? Os estuve buscando en el estanque, incluso me tiré yo mismo para... ¡Exijo una explicación ahora mismo!

—Estaba...

—¿Estás bien? — ella asintió y él la agarró de la cintura para atraerla hasta él. — No volváis a darme un susto así nunca. Pensé... pensé que te había perdido.

—Rómulo — se quejó ella, algo incómoda por estar montando aquel número frente a mí. — ¿Podemos dejar esta conversación para otro momento? Ella ha vuelto a casa y debo...

—¡Cálmate hermano! Deberías recordar cuál es tu lugar frente a las hadas.

—¿Hadas? — preguntó él, molesto. — Ella no es un hada — señaló hacia Nessa.

—¡Rómulo! — se quejó Nessa, que detestaba que él fuese así cuando tenían público. No quería dar una mala impresión.

—Está bien, de acuerdo. Dejemos esta conversación para más tarde, pero... antes de convertirme en el siervo que merecéis, dejadme hacer una última cosa.

—¿El qué?

Él no contestó con palabras, se acercó más y besó sus labios. Pretendía ser algo dulce, pero... como siempre, se convirtió en mucho más, que no se detuvo hasta que Daniel se aclaró la garganta y Nessa dio un paso hacia atrás, terriblemente avergonzada.

Ni siquiera quería conocer sobre el tipo de relación que había entre ellos. Una cosa estaba clara: era amor.

Y así, aquel variopinto grupo que habíamos formado, subimos por aquella larga escalera hacia el castillo de las hadas del este, el hogar de la eterna primavera, sin saber qué me tendría preparado el destino.

Era muy posible que estuviese dormida, a salvo en Tenerife, junto al árbol del drago y que todo aquello no fuese más que un sueño. Pues... ¿Qué más podría ser?

¡Cuán equivocada estaba!


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