Capítulo 2. El dragón.
La alarma del móvil empezó a sonar y yo me sorprendí de que fuese tan tarde. No había pretendido quedarme hasta tan tarde, pero aún me encontraba ordenando el siguiente número antes de pasárselo al departamento de impresión. No podía llegar tarde a mi cita con Óscar, así que me levanté y rebusqué en mi armario el vestido que había improvisado. Lo había tenido que comprar en una boutique cercana al despacho, muy cara, sólo para poder estar lista sin pasarme por casa. Me coloqué ese ajustado vestido y mis zapatos de aguja. No iba vestida para la ocasión, pero no había nada más que pudiese ponerme.
Con una gomilla me hice un semi recogido y luego eché una leve ojeada al despacho antes de salir por la puerta. Era la última en marcharme, como siempre, las luces estaban apagadas, a excepción de la del despacho de Nando, lo que me pareció inusual, pues él era el primero en marcharse a casa. Esa necesidad insana por saber qué estaría haciendo mi hermanastro me llevó a detenerme frente a su oficina, escuchando las escandalosas risas de una mujer.
Ese estúpido se había atrevido a llevarse a una chica a la oficina y de nuevo me tocaría a mí limpiar sus desastres.
Entré sin llamar, en un arrebato de rabia, y los ojos de ambos se pusieron sobre la puerta. Me sorprendió encontrar a la mujer vestida mientras él trabajaba sentado en su escritorio, con el ordenador abierto.
—¿Querías algo, Sonia?
—¿Qué haces aquí? Todos se han ido ya... — señalé hacia atrás, refiriéndome al resto de los trabajadores de la oficina.
—Tenía trabajo qué hacer.
—¿Trabajo? — eso no había quién se lo creyese.
—Si todo ha quedado claro puedes irte, Anna. Nos veremos el lunes, a las nueve en punto.
—Por supuesto, señor Borke.
La muchacha le echó una leve mirada a Nando que se veía con ganas de pasar la noche con él, pero este miraba hacia mí. Ella pasó por mi lado sin despedirse si quiera y se marchó sin más.
—Dar buena impresión no es lo tuyo, ¿eh? — se tocó el tabique nasal antes de cerrar el ordenador y ponerse en pie. — La señorita Santos tendrá una pésima opinión de ti, Sonia.
—¿Y crees que me importa eso? Ni siquiera me interesa saber quién...
—Mi nueva secretaria. — Se apoyó en la mesa al haber caminado hasta mí y me estudió minuciosamente con la mirada. Fijándose en mi atuendo, en lo perfectos que se me veían los pechos en ese vestido. — ¿No vas demasiado provocativa con ese vestido?
—Eso no te importa — di un paso hacia atrás y él no me detuvo.
—Demasiado arreglada para unas hogueras de San Juan. — Mis ojos se encontraron con los suyos y dude de todo. — Claro, que... desentonarías con ese simple en cualquier parte.
—¿Quién es el insolente ahora? Debo irme o llegaré tarde — di un par de pasos hacia la puerta, pero él me agarró de la mano, impidiéndome dar un paso más, haciendo que una corriente eléctrica me recorriese entera y el deseo me nublase la razón. Pese a eso no me di la vuelta, tenía demasiado miedo de mí misma.
—Quédate — susurró. No contesté. Sentía que se me trabaría la lengua si lo hacía. Sentía su cuerpo muy cerca del mío, mientras sus palabras volvían a revotar en mi cabello. — Podemos hacer lo que tú quieras, no tenemos por qué follar, princesa.
Entonces si me di la vuelta para encararle, porque no entendía su actitud de mierda. Llevaba todo el maldito año sacándome de quicio, tratando de que volviese a suceder algo más sexual entre ambos y... en aquel momento parecía estar hablando más en serio de lo que había hablado jamás. Y no podía concebirlo.
—Escapemos de aquí, dejemos atrás este lugar en el que somos hermanastros y ...
—No puedes estar hablando en serio... ¿Tú y yo? — dejé escapar una risotada que no le sentó nada bien. — Vamos, Nando... Tú eres un mujeriego y yo no creo en el amor. No trates de mentirme para conseguir algo más, porque no funcionaría.
—¿Un mujeriego? — parecía molesto con aquel insulto. — Sí. Me he acostado con esas mujeres, porque... ¿qué se suponía que tenía que hacer? ¿quedarme de brazos cruzados mientras me refregabas en la cara que te acostabas con ese simple? ¡Eres mía, joder! ¿Cuánto tiempo más necesitas para aceptar eso?
—Jamás seré tuya. Sólo fue un desliz que no volverá a repetirse.
—Por supuesto que volverá a repetirse — espetó, molesto con mi actitud. — Y no sólo me pertenecerá tu cuerpo, también tu alma.
—Ni en un millón de años me enamoraría de un capullo como tú. No me gustas nada. Te detesto y ... — perdí el hilo de lo que decía tan pronto como sentí su mirada sobre mis labios. ¡Cielos! ¿A quién quería engañar? Me moría por acostarme con él.
—Un día dejarás de esconderte detrás de esa máscara.
—Sigue soñando.
Me solté de su agarre y abandoné el despacho. A cada paso que daba me iba arrepintiendo más de haberle dejado allí, quería volver y reconocer cualquier cosa si con ello conseguía volver a acostarme con él. Sacudí la cabeza, tratando de recobrar la compostura y me monté en el auto.
Nando dejó escapar su frustración en un grito de rabia antes de abandonar su despacho para salir a buscarme, pero ya era tarde, hacía ya algunos minutos que me había marchado. Eso no le detuvo, corrió calle abajo, importándole bien poco estar lejos de la playa, necesitaba hablar conmigo, explicarme sus razones, tirarlo todo por tierra si con eso me recuperaba. Lo necesitaba, llevaba esperando demasiado tiempo.
Mientras, yo aparcaba el auto a pie de playa, era una suerte haber encontrado un aparcamiento allí. Me bajé del auto y caminé con aquellos altos tacones que no estaban hechos para andar por la arena con una gran sonrisa al ver a lo lejos a Óscar. Estaba guapísimo y no parecía haberse dado cuenta de que estaba allí. Empecé a caminar hacia él y a medida que lo hacía me fijaba en lo concentrado que estaba mirando hacia un punto. Miré hacia este y me sorprendí de encontrar a Esther junto a Alba allí.
¿Cuándo había vuelto de su viaje sabático?
Me tocaría hacer mi papel de víctima de nuevo y estaba más que cansada de él.
Me detuve incapaz de avanzar justo cuando mi mirada se cruzó con la de Esther. Pude sentir su dolor y algo se desgarró por dentro.
Ella empezó a caminar hacia mí y Óscar se detuvo entre ambas queriendo evitar un enfrentamiento. Sabía que ella estaba borracha y que se volvería irracional.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? — Le golpeó en el pecho. — ¡Yo te quería, te quería, joder! — Agarré a mi futuro esposo y lo aparté de ella, haciendo que esta me observase sin comprender. — Y tú... ¿Cómo puedes si quiera mirarme a la cara después de lo que me has hecho?
Yo también me lo preguntaba a veces. ¿Cómo me atreví a dejar que ese demonio tomase el control? ¿Cómo pude seducir y acostarme con el novio de mi mejor amiga?
Ellos estaban pasando por una mala racha. Lo habían dejado tras una pelea que iba a arreglarse muy pronto, pero yo me metí en medio de ambos.
—Esther, lo siento. — Comencé poniendo esa cara de mosca muerta que no me pegaba nada. Muy pocas personas podían verme realmente y una de ellas era Alba. Me caló desde el primer minuto. Por supuesto, allí estaba, tratando de salvar a su mejor amiga de que cometiese una locura. ¿Por qué siempre estaba en medio de ella y yo? ¡Era realmente desconcertante! — ¡Alba, para, déjala!
Agarró a su amiga del brazo y tiró de ella dunas arriba.
Estaba tan enfadada que sólo quería ir tras ellas, pero Óscar me detuvo, queriendo evitar que las cosas fuesen mucho peor.
—Sonia. — Óscar me agarró de la mano y me atrajo hasta él. — Déjalo estar, no compliques más las cosas. — Acarició mi mejilla tratando de hacerme sentir mejor, pero en aquel momento yo tan sólo quería correr junto a mis amigas.
—¿Yo complico las cosas?
—No. No quería decir eso. — Le empujé, molesta con su actitud. Pues a pesar de que estábamos juntos, sentía que la sombra de Esther siempre estaría entre nosotros por siempre.
—A lo mejor lo que pasa es que te arrepientes de haberla dejado a ella para estar conmigo. — Negó con la cabeza, molesto de que estuviese siendo tan cruel.
—Eso no es así y lo sabes. Te quiero.
—Quizás ese sea el problema. — Me miró, sin comprender, mientras yo me soltaba y corría detrás de mis amigas montaña arriba, mientras Óscar se quedaba allí antes de seguirme. Sabía que a él iba a costarle mucho subir la montaña pues no estaba nada en forma. Yo siempre fui ágil.
Mientras, Nando acababa de llegar a la playa. De un vistazo vio al panoli de Óscar y corrió hacia él en busca de explicaciones sobre mi paradero.
—¿Nando? — él se molestó por ser denominado así. Podía soportarlo de mí, pero de nadie más. — ¿Qué haces aquí?
—No tengo tiempo para explicaciones. ¿Dónde está Sonia? — se encogió de hombros y eso sólo consiguió molestar a mi hermanastro.
—Se ha ido detrás de Alba y Esther. Intenté detenerlas, pero...
—Ya veo, eres tan inservible cómo pareces.
—¿Qué?
—¿Dónde han ido?
—Han subido a la colina.
Nando echó a andar sin darle si quiera una explicación a Óscar.
—Alba. — Grité al llegar hasta ellas, observando como ambas dejaban de abrazarse y se fijaban en mí. — Las cosas no son como tú piensas... — Empecé al ver a mi mejor amiga tan destruida. Quería confesarle la verdad. Pedir perdón sobre mi desliz. Hablarle sobre la apuesta que hice con Nando y muchas otras cosas más. Pero ... me detuve tan pronto como Alba llegó hasta mí y me empujó para que me alejase.
—¡No te acerques a ella! — Se puso entre ambas y terminó pegándome un puñetazo en la cara.
Estaba a punto de perder las formas, de olvidar ese papel de santa que me perseguía a todas partes y sacar las garras, a la verdadera Sonia, pero entonces escuchamos el grito ahogado de nuestra amiga y perdimos las ganas de pelearnos.
—¡Estoy aquí! ¡Ayudadme!
Corrimos hacia ella. Parecía haberse caído por un agujero, como una gran madriguera junto a la lápida torcida y ese espeluznante árbol. La agarramos, ambas de una mano y tratamos de sacarla de ahí, pero parecía estar enganchada a algo que la retenía en ese lugar.
Su rostro se desencajó en cuanto se dio cuenta de algo y eso me asustó.
—¿Qué pasa? — Quiso saber Alba.
—¡Sacadme de aquí! — Suplicó aterrada mientras algo tiraba de ella hacia abajo. El pánico se reflejó pronto en nuestros rostros y mientras la agarrábamos con todas nuestras fuerzas tuve miedo de perderla. — ¡No me sueltes!
Un leve repiqueteo se escuchó en el interior de aquel hoyo y las tres temimos lo que estaba por llegar.
Durante minutos que nos parecieron eternos y aterradores luchamos por salvar a nuestra amiga de aquel hoyo, pero por más que lo intentamos con todas nuestras fuerzas, fue en vano. El ser que tiraba de ella era mucho más fuerte.
Esther cayó por aquel oscuro hoyo sin que hubiésemos podido hacer nada por salvarla, mientras Alba gritaba a mi lado tratando de buscarla, como si pretendiese que ella fuese a contestar al otro lado.
Mis lágrimas salieron al darme cuenta de que algo horrible le había sucedido y ni siquiera pude hablarle sobre mis demonios. Iba a arrepentirme toda la vida de aquello.
Me puse en pie como pude, entre sollozos, haciendo que Alba se fijase en mí y recordase la situación.
— Todo esto es por tu culpa. — Me empujó, pero yo estaba demasiado afectada como para defenderme si quiera. No podía dejar de mirar hacia ese agujero. — Eres una maldita desagradecida, ¿cómo se te pudo ocurrir meterte con el novio de tu mejor amiga?
—¿A mí? — Detuve su siguiente empujón y le propiné uno yo a ella, importándome bien poco si veía mi verdadero ser. — ¿Yo no tengo derecho a meterme con el novio de otra, pero tú sí? No seas hipócrita, Alba.
—Podías meterte con el novio de cualquier desconocida como hago yo. Pero no con el novio de tu mejor amiga. Esa es la diferencia entre tú y yo. — Rompí a reír, antes de asesinarla con la mirada. Nunca fue un secreto que me odiaba, pero ella estaba comprendiendo en ese momento que yo lo hacía con la misma intensidad o incluso más.
—¿Por qué Esther es la única que puede tenerlo todo? ¿Por qué yo no puedo? Estaba cansada de estar bajo su sombra como haces tú todo el tiempo.
—Podías haber tenido cualquier cosa que quisieses, pero por ti, no robándoselo a tu mejor amiga.
Abrí la boca dispuesta a contestarle cuando sentí algo enredándose en mi tobillo y me asusté tanto que no pude si no más que mirar hacia abajo. Alba también lo hizo, sin comprender qué era lo que me ocurría.
Traté de soltarme y la supliqué con la mirada tan pronto como esa cosa tiró de mí hacia el agujero y caí por él, sin tener oportunidad si quiera de agarrarme al borde o a Alba.
—¿Sonia? — Me llamó sin entender qué había ocurrido. — ¡Sonia! ¡SONIA! — Gritó con todas sus fuerzas, asomándose a aquel oscuro agujero mientras yo caía y caía, sin poder dejar de gritar, aterrada.
Nando había llegado a la cima hacía ya unos minutos, pero lejos de moverse y actuar se quedó quieto, parecía haberse quedado completamente en shock.
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