Capítulo 1. La malvada Sonia.
Horas antes,
en el reino de los humanos.
Las cosas habían cambiado mucho en ese último año, desde que me emborraché y me perdí a mí misma. Ya no era esa gentil muchacha que tenía engatusado a todo el mundo. Ya no era la amiga ejemplar o la hermana modélica. Tanto Esther como Nando o Alba sabían la clase de arpía que era. Tan sólo había un capullo que seguía bajo mi encanto. Su nombre era Óscar, el ex novio de mi mejor amiga y mi futuro esposo.
No estaba orgullosa de haber usado mis armas de seducción con él y quería huir a toda costa, pero mi padrastro Simon estaba orgulloso de lo que había conseguido y tenerle a él después de haber perdido a mi padre... me hacía sentir bien, así que estaba dispuesta a cualquier cosa por mantener aquella mentira.
Esther no me hablaba y no podía culparla. Al fin y al cabo, fui yo la que le quitó el novio. Y Nando estaba enfadado por cómo se habían dado las cosas. Sabía que estaba celoso y molesto de que fuese de otro hombre, así que empezó a resguardarse en el calor momentáneo que otras mujeres le daban, hundiéndose en ellas, olvidándose de mí. Tampoco podía culparle o enfadarme, pues lo nuestro era imposible. Él era mi hermanastro y yo no estaba preparada para empezar una relación con él o para luchar por lo nuestro, pues ni siquiera estaba segura de lo que sentía por él.
¿Cómo podían haberse estropeado tanto las cosas?
Pese a eso, aún seguía tentándome con su cuerpo del delito y yo rehuía de cualquier contacto físico con él. No podía tirarlo todo por la borda por un hombre porque yo me resistía a creer en el amor. ¿Por qué iba a apostar todo a un caballo cuando este podía emprender su camino sin mí? Prefería seguir ocultándome detrás de aquella máscara y negar mis sentimientos. Y así fue como me encontré presa de mi propia vida, sin saber qué hacer por detener un matrimonio que no me complacía. Pero... no me lamentaré por un destino que me había buscado yo misma. En aquellos días, lo único que solía calmarme era dibujar vestidos que nunca llevaría. No es que tenga un gran talento, solo dibujo para evadirme de la realidad, en mis ratos libres, aunque en aquellos días no tenía demasiados. Lo cierto era que la preparación de mi propia boda me tenía demasiado ocupada, por no hablar del trabajo en la revista de mi padrastro, donde compartía despacho con él y con el odioso de su hijo.
Se suponía que debería estar feliz después de haber conseguido al chico que siempre quise. Él era genial, todo lo que soñé, el hombre ideal. El problema volvía a ser yo, y ese vacío existencial que no parecía estar saciado con nada. Era como si no perteneciese a aquella sociedad, como si hubiese nacido a destiempo.
Cada una de las decisiones que tomé a lo largo de mi vida me hicieron ser así. Una mujer que fingía ser otra para huir de su pasado. Sobre todo... huía de cierto desliz que me moría por volver a cometer.
¡Cielo santo! ¿Qué ocurría conmigo? ¿por qué no estaba arrepentida? ¿por qué me moría por volver a inmiscuirme con el odioso de Nando?
Ya no me bastaba con Óscar. Era demasiado simple en la cama, para mi gusto. Necesitaba más de ese sexo arrebatador que Nando me daba, pero jamás volvería a pedirlo o a aceptarlo si quiera.
Di vueltas al bolígrafo sobre mi mano decidiendo sobre el índice de aquel número de la revista, justo cuando la puerta se abrió y apareció ese maravilloso hombre con un ramo en las manos.
Sonreí y pretendí estar feliz por aquel acto. Se supone que es romántico y yo adoraba ese tipo de situaciones, siempre soñé con vivir una de ellas, ser la protagonista de mi propio cuento. Pero ... la verdad es que le robé el príncipe a otra, a mi mejor amiga, para ser exactos.
Si os quedáis el tiempo suficiente a leer este libro os podréis dar cuenta de que yo no era la heroína o la protagonista, yo era el villano disfrazado de personaje secundario amable.
—¿Qué haces aquí? — Pregunté, luciendo tan dulce y buena como siempre. Él sonrió, se había creído el papel que estaba representando muy bien.
—He pensado que podríamos ir a cenar esta noche antes de ir a las hogueras. — Sonreí, colgándome de su cuello, dándole un beso que me hizo sentir angustiada. Quería detenerme de una vez, más que nada en el mundo. En el fondo no quería casarme con él, tan sólo quería volver atrás, y no haberme acostado jamás con el novio de mi mejor amiga, volver a tenerla a ella, la única a la que le confesé una de las muchas historias que atormentaban mi vida.
—Tengo mucho trabajo. — Mentí, tratando de sacármelo de encima. Asintió, retirándose para mirarme. — Picaré algo aquí antes de ir a la playa. — Sonrió al darse cuenta de que nuestro plan de las hogueras seguía en pie.
—Te veré luego, mi preciosa. — Volvió a besarme de forma dulce, resistiéndose a coger lo que tenía delante, pues yo le había dicho que estaba en mis días de menstruación la noche anterior cuando sugirió que tuviésemos sexo.
¡Cielos! ¿Durante cuánto tiempo más iba a poder seguir saliendo airosa de la situación?
—Te amo. — Confesó.
—Y yo a ti. — Sonreí de esa forma que tanto le gustaba y se marchó del despacho. No había hecho más que girarme con la intención de volver a sentarme cuando la puerta se abrió y Nando apareció frente a mí. Lucía con esos aires de superioridad que tanto me disgustaban. Cerró la puerta detrás de él y se acercó poco a poco, mientras yo apretaba el ramo haciéndome daño en la mano, con ganas de mandarle a la mierda.
Para nadie era un secreto que mi hermanastro y yo nos odiábamos. Fue así desde el principio y siempre le molestó que se me acercasen los chicos.
—¡Qué enternecedor! — Se burló mientras yo dejaba las flores sobre la mesa y me preparaba para encarar a ese cabrón. — Lo has engatusado realmente bien.
—¿Qué quieres? — Sonrió y lo supe sólo con eso.
—Ahora que los pequeños están lejos ¿quién va a salvarte del lobo feroz? — Sonreí, divertida, empujándole para apartarle de mí.
—No necesito a los pequeños para esto. — La forma lasciva en la que me miró despertó algo malvado dentro de mí, algo que añoraba cada día, pero que debido a mi forma de pensar no solía dejar salir.
—Mi padre está muy orgulloso de ti. — Admitió, acortando las distancias entre nosotros. — Has conseguido un contrato millonario y vas a casarte con un tipo influyente. Pero ... ¿qué tan defraudado estaría si se entera de que te gusta meterte en la cama de su hijo mayor...? — Le empujé y eso le hizo sonreír.
—Eso sólo pasó una vez y no fue en tu cama. Además, estaba borracha. Te aprovechaste...
—¿Quién se aprovechó de quién? Fuiste tú quién me lo suplicó, princesa.
Odiaba que me llamase de esa forma. Era su descarada forma de actuar lo que tanto me disgustaba.
—¿Hasta cuándo vas a excusarte? ¿cuánto tiempo más pasará hasta que te atrevas a reconocer que te mueres por mí?
—Deberías marcharte, Nando. — Sonrió, mirándome con esa posesión que me volvía loca, mientras yo me sujetaba al borde de la mesa.
—Te gustó. — Se acercó a pasos agigantados. — Lo que tú y yo tenemos... — Rompí a reír sin poder creer su desfachatez. — Ese simple de Óscar tiene pinta de no saber tratarte en la cama.
—Es un caballero. — Contesté mientras él negaba con la cabeza. — Algo de lo que tu careces, por supuesto. No tienes educación y, además, eres un mujeriego.
—Esto... — Alargó la mano para quitarme el ramo, pero yo no lo solté y a él le costó hacerlo. — No es para ti. A ti no te van las rosas rojas, Sonia. — Abrí la boca dispuesta a responderle. — Tu eres de lirios blancos. — Tragué saliva, sin saber qué decir. ¿Cómo podía ese idiota saber cuál era mi flor favorita? — Bien. ¿Quieres casarte con ese idiota y seguir haciendo el paripé? Hazlo. Cásate con ese simple y deja que mi padre se aproveche de la situación. — Tiró el ramo a un lado de la habitación, encestándolo en la basura y entonces me agarró de la cintura para atraerme hasta él. Una corriente eléctrica me recorrió entera tan pronto como sentí su agarre. — Cuando hayas terminado con él te quiero de vuelta, princesa. — Agarré su mano y traté de quitármelo de encima. Pero ese hombre era el mismísimo demonio reencarnado. Una tentación más que apetecible, más cuando yo estaba con el síndrome de abstinencia.
—Suéltame. — Pedí, pero no me hizo caso y no contento con eso se atrevió a acercarse más. ¡Cielos! ¿A quién quería engañar? Yo era una pecadora que se moría por volver a acostarse con su hermanastro.
—Eres mía. — Aseguró con esa posesión que tanto me disgustaba y me ponía a tono a partes iguales. — ¿Crees que me gusta que ese tío toque lo que es mío?
—Yo no...
—¿No? — Esa mirada peligrosa me hizo perder el aliento. — Esa pose inocente no te pega nada, princesa. Me gusta la verdadera tú, la que le atrae el peligro y se atreve a meterse en la cama de su hermano.
—Hermanastro. — Corregí. Sonrió y buscó mis labios con los suyos, pero yo me eché hacia atrás y terminé apartándole y cruzándole la cara. Eso no le sentó nada bien. — Me das asco...
—Quizás deba buscarte esta noche en las hogueras, después de que hayas tomado algunos tragos para que me muestres a esa chica que tanto me gusta. — Me mordí el labio, ansiosa, mientras él volvía a acortar las distancias entre nosotros. — Me muero por ver a esa chica atrevida y que me...
—¿Qué ha pasado con la portada de...? — Glenn entró en el despacho sin llamar y él se apartó, avergonzado, mirándome de reojo mientras prestaba atención a su padre, que parecía sorprendido de vernos juntos. — Ah, Fernando, ¿estás aquí? Te estaba buscando para que me explicases ... ¿qué ha pasado con la nueva modelo? — Sonreí al darme cuenta de que iba a reñirle. — Tienes que dejar de acostarte con las modelos, hijo. Ese abuso de poder que te gastas está acabando con nuestra reputación. — Él se lo tomó a guasa, justo como siempre y se marchó sin más. — Sonia, ¿qué es eso de que hayas cambiado la portada del próximo número sin consultármelo?
—La nueva modelo amenazaba con demandarnos si la sacábamos en ropa interior. — Asintió, molesto con su hijo antes de lanzarme una mirada de agradecimiento. — He conseguido que uno de nuestros modelos masculinos hiciese el trabajo por la mitad. Y será nuestra portada.
—Bien hecho, Sonia.
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