Capítulo 3.Desdichada.
En el lujoso castillo de las hadas de estilo bizantino, en una gran sala que poseía infinitud de ventanas y bellos cuadros decorando las paredes, en el centro de la estancia, una bella hada de cabellos azules bebía cómodamente un extraño mejunje azulado, sentada en su diván favorito.
Los techos de la estancia estaban pintados con un gran cuadro que representaba el nacimiento de las hadas y bellas vasijas de oro macizo decoraban las mesitas de cada rincón.
La singular melodía del arpa que acariciaba un hombre que llevaba una vestimenta poco usual para los de su especie, se mecía en el ambiente. Vestía una camisa de gasa y unos pantalones muy ceñidos.
El nombre de este caballero era Cápso y era el sirviente personal de la reina, lo que comúnmente se conocía por su siervo. Este, no sólo la complacía en cada petición que se le encaprichase, si no también le hacía favores de índole sexual.
Al otro lado, junto a las puertas doradas, una gran oruga dormitaba mientras los duendes de palacio no cesaban en su tarea de masajear su gran cuerpo, extrayendo la seda de color azulado que desprendía que posteriormente sería introducida en la máquina del té, para ser servida a la reina. Era la bebida real.
La celestial melodía se detuvo tan pronto como las puertas de la sala fueron abiertas, haciendo que la reina despertase de su descanso y mirase malhumorada hacia una de sus doncellas que había entorpecido su descanso.
–Disculpadme, mi señora. Pero... traigo noticias del norte.
–¿Dónde está? – preguntó, olvidando su enfado de golpe. – ¿La han encontrado?
–Me temo que no, su majestad.
La desilusión visitó el rostro de aquella hada que vivía en un infierno desde que la princesa Ella desapareció sin dejar rastro. Cada ser de los bosques a los que preguntó personalmente, no tenía información sobre el paradero de su hija favorita. Para ninguno era un secreto que la reina sentía debilidad por ella, llegando incluso a estar segura de que sería su heredera al trono antes de haberlo promulgado oficialmente.
Habían pasado dieciséis años mágicos desde que la princesa desapareció. Aunque... tenía sus sospechas. Sabía que lo que fuera que hubiese sucedido, tendría que ver con la rebelde Nessa, aunque esta asegurase no tener la información de lo que reclamaba.
–Está bien. ¿Cuáles son las noticias que nos traen nuestras hermanas del norte?
–Vendrán a finales del ciclo a hacernos una visita. Para entonces... todas las princesas deberán tener acompañante.
La reina pensó en la única de sus hijas que aún se resistía a elegir siervo. La había instruido personalmente en la materia, incluso asistió a varias reuniones de selección personalmente, pero ninguno de los leprechauns que ella misma seleccionó parecía ser del agrado de Nessa. ¿Qué era lo que esa muchacha estaba esperando?
–Trae a la princesa Nessa ante mí.
–Sí, mi señora.
Y después de una reverencia, la doncella se marchó de la sala del té, dejando a su reina disfrutar del resto del evento.
Mientras, en una de las habitaciones de ese gran castillo, en la torre del ala oeste, una joven de cabellos anaranjados y complexión esbelta, sentada en su escritorio, dibujaba. La estancia estaba pintada de un color verde muy agradable con algunas zonas doradas y blancas.
Su largo vestido de color verde adornado con florecillas doradas le quedaba algo apretado y es que había engordado mucho en las últimas semanas, debido a los panecillos que solía robar de las cocinas. Adoraba comer y eso la había vuelto menos ágil de lo que le gustaría. A veces se sentía prisionera de su propio cuerpo, pues su espíritu quería hacer muchas cosas, pero debido a su obesidad, apenas podía hacer mucho.
La puerta de su habitación se abrió y una de las doncellas de la reina entró en el interior de la estancia. Se fijó en la gran luz que entraba en la estancia, en la cama aún deshecha y en las manos llenas de carboncillo de la princesa.
–Alistaos, princesa Nessa. La reina requiere vuestra presencia en la sala del té.
La joven hada asintió, en señal de que había recibido el mensaje y entonces la doncella se marchó.
Nessa se levantó de su escritorio y se encerró en el baño. Debía prepararse para la audiencia con la reina. Tan sólo se preguntaba... ¿qué le reclamaría aquella vez?
Se aseó como era debido y se colocó uno de los vestidos de su vestidor. Todos tenían la misma característica: eran verdes, pero cada uno de ellos eran de tonalidad y estampado diferente. Ese era su color, el que la reina Guilda ordenó para ella, y no tenía permiso para vestir de otro color.
Se recogió mediante un conjuro sencillo el cabello en un moño y de igual forma, eligió un maquillaje sencillo. Después, salió de sus aposentos y se dirigió a la sala del té en donde la esperaba la reina.
La puerta de la sala volvió a abrirse por segunda vez, interrumpiendo la melodía del arpa, pero aquella vez, la reina sabía perfectamente quién era.
–Mi reina, ¿me habéis llamado?
–Siéntate en el sillón junto a mí, querida. – De un movimiento de varita hizo aparecer uno a su lado y le hizo una señal a su hija para que se sentase. Esta lo hizo – Verás, Nessa. Ha llegado a mis oídos que nuestras hermanas del Norte vendrán de visita y todas las princesas del reino abrirán el baile con sus parejas.
–¿El baile? – Nessa supo que era lo que su reina quería hablar con ella y tuvo miedo. Aún no se sentía preparada para mantener relaciones con un duende, entre otras cosas era porque no se sentía cómoda en su cuerpo.
Si ella se veía horrenda con toda aquella grasa colgándole... ¿cómo la verían los demás?
–Habrá reuniones de selección cada día hasta que elijas un siervo, Nessa.
–Pero... yo no estoy preparada aún, su majestad.
–Ninguna de nosotras lo estuvo la primera vez. Pero es necesario para tu aprendizaje, Nessa. Debes elegir un siervo con el que perder tu inocencia. Y si sigues eludiendo tu responsabilidad, no tendré más remedio que elegirlo por ti.
–¡Madre!
–Eres una de las princesas. Como todas las demás. Y quiero lo mejor para ti. Después de lo inesperada que fue la pérdida de Ella... necesito volcar mi atención en alguien, y esa eres tú. Empezaremos con una dieta más estricta a partir de mañana mismo. Nada de pastelitos para el desayuno, merienda o cena. Y que no me entere yo de que los robas de las cocinas. Debes adelgazar y convertirte en un hada deseada por cualquier siervo.
–Yo no soy Ella. Ella era el hada del deseo. La que desprendía fascinación por los que la rodeaban. Pero yo...
–También eres hermosa. Aunque te creas que no. Mentalízate y prepárate, organizaré un baile para esta misma noche y elegiré personalmente a los mejores siervos para ti.
Nessa tuvo miedo, aun conociendo las reglas de palacio siempre tuvo miedo de según qué cosas. Perder la inocencia con un duende la aterraba.
Se marchó de la sala del té llena de dudas, dando vueltas al anillo dorado que tenía en el dedo anular, sin saber bien cómo escaparía de aquella encerrona. Estaba tan absorta en sus propios pensamientos, en lo injusta que era la vida, que no se dio cuenta de que Ada caminaba en dirección contraria por aquel mismo pasillo.
–Hola, Nessy – la joven levantó el rostro, mirándola con cara de pocos amigos. Odiaba el apodo que le había puesto. No era un apelativo cariñoso, la llamaba así por el monstruo del Lago Ness. Solía decir que Nessa era tan grande como una ballena. – ¿De visita a las cocinas?
–Regreso a mi habitación – contestó, intimidada, mirando hacia el suelo. – La reina requería mi presencia en la sala del té.
–¿Ah sí? ¿y eso por qué? ¿acaso te metiste en líos otra vez? – Nessa detestaba el desdén con la que la trataba su hermana. – El día menos pensado... harás que la reina Guilda te mande al palacio del Norte como castigo. – La asesinó con la mirada antes de seguir con su camino, sin contestar si quiera. – Qué impertinente... – susurró Ada, antes de proseguir con su camino.
Nessa volvió a sus aposentos y tras cerrar la puerta, se dejó caer sobre la pared, mientras sus lágrimas recorrían sus mejillas. Por un momento recordó a Ella y la penitencia que llevaba por dentro, sabiendo que, por su culpa, su hermana pequeña había quedado atrapada en un mundo sin magia y que, debido a eso, no podía volver.
¿Cuán peligroso sería aquel mundo para ella?
Al menos... estaría viviendo una vida lejos de aquel palacio y sus estúpidas normas. Nessa lo habría dado todo por estar en su lugar, por vivir una vida distinta a la que se esperaba de ella.
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