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Capítulo 1.El bosque prohibido.


Sobre la cima de una frondosa haya europea, oculta entre las ramas, una mágica ciudad azul se encontraba. En ellas vivían las más mágicas criaturas que en el mundo pueden existir. Estas eran las hadas y las más jóvenes, las llamadas princesas de la primavera, tenían órdenes y duras reglas que acatar. Pero... había una de ellas que era distinta a todas las demás. Desde que nació, desde que la reina Guilda le puso nombre. Ella era Nessa, el hada de la envidia.

Su aspecto había cambiado un poco con el paso de los meses desde su nacimiento. Se había convertido en un hada mucho más esbelta y redonda que sus hermanas. Ada solía bromear a menudo sobre que la envidia la engordaba. No podía reprochárselo, al fin y al cabo, era el hada de la honestidad.

Nessa no se sentía distinta por su aspecto, sí por su particular forma de ser y su inexplicable desdén por las normas de palacio.

Parecía ser una mañana como cualquier otra en el indomable mundo de las hadas y por supuesto, las princesas seguían durmiendo en sus habitaciones. Aún quedaban algunas horas antes de que la reina Guilda las recibiese en el gran salón para su prueba. Pero... al contrario que sus hermanas, Nessa se había despertado temprano. Adoraba sentarse en el banco de madera junto a su ventana y mirar hacia el bosque que se encontraba al otro lado del estanque, ese que tenían terminantemente prohibido visitar. Pero... Nessa sentía curiosidad sobre aquel lugar. Había escuchado historias sobre los duendes enanos que nacían junto a las raíces de los robles del otro lado, aquellos que un día se convertirían en esclavos. No podía confundírseles con los duendes voladores que solían ser protectores y mucho más engañosos que los anteriores.

Sabía en qué consistía la labor de un duende enano que había sido elegido como lacayo personal de un hada en concreto: se convertía en su esclavo sexual. Pero... ella no estaba interesada en doblegarlos, sí en estudiarlos, en comprender su naturaleza, incluso en la cooperación de especies. Sabía que era una locura, la reina Guilda jamás aceptaría algo así. Quizás el problema era que Nessa era demasiado avanzada para su tiempo y mundo.

Tenía tantas ganas de saltarse las reglas aquella vez, que no pudo evitar que sus diminutas alas se desplegasen y la hiciesen volar sobre los aires. Sabía bien quién sería su compañera de travesuras, aquella a la que arrastraba en cada loca idea que se proponía, la única que no se burlaba de su aspecto y con la que sentía una complicidad que no podía explicar. Su hermana Ella, el hada del deseo. La favorita de la reina Guilda, la que esperaban que un día se convirtiese en su sucesora. Y... aunque a veces odiaba no ser la elegida y sentía envidia de la belleza sin igual de su hermana, jamás podría odiarla por ello. No cuando la bondad surgía en su corazón. Ella era demasiado buena como para ser un hada.

Salió por la ventana de su habitación y como un cometa atravesó el aire, esquivando ramas, hojas y largas torres en las que aún dormían sus remolonas hermanas.

Se asomó a la ventana de la torre del Este y no le sorprendió verla dormir plácidamente. De un salto se coló en la habitación despertando a su hermana.

–¡Nessa! – se quejó la niña de cabellos dorados desde la cama, mirando a su hermana con cara de pocos amigos. – ¡Me has despertado!

–¡Ya era hora! ¿Sabes qué hora es?

–Aún falta tiempo para que nuestra madre nos requiera en el gran salón.

–No hablo de eso, boba. Esta vez tenemos que ir al bosque...

–¿El bosque? – preguntó Ella con cierto temor en su voz, mientras su hermana tiraba de su mano para ayudarla a levantarla. – Pero... está prohibido. Si la reina se entera de que hemos ido allí...

–Nadie se enterará. Regresaremos antes de que despierten todos.

–Podría ser peligroso – insistió la pequeña resistiéndose a acompañar a su hermana en aquella aventura. Pero, Nessa no se dejó achantar y de un tirón sacó a su hermana de la habitación a través de la ventana.

El hada desplegó sus propias alas y se sostuvo en el aire.

–Hablo en serio, Nessa. No sabemos qué tipo de criaturas viven en el bosque.

–Eso es lo que debemos averiguar, ¿vienes o qué?

Ella la miró dubitativa y después fijó la vista en su habitación. Tenía dudas sobre hacer lo correcto o seguir a su hermana favorita en sus continuas locuras. Se decantó por lo segundo porque no quería dejarla ir sola al bosque, temía que le sucediese algo horrible.

Aquellas dos pequeñas hadas bajaron del árbol, en círculos que lo rodeaban descendentemente. Atravesaron el estanque y una de ellas se detuvo al sentir un extraño escalofrío que la recorrió entera. Miró hacia el lugar que llamaba su atención. Era un árbol que se encontraba en el centro del estanque y parecía haber algo especial sobre él. En seguida vio los tallos que un día florecerían y darían el fruto del que más pronto nacerían otras hadas.

–¿A qué esperas? ¡Vamos! – se quejó Nessa.

Volvieron a avanzar y se detuvieron cerca de las rocas, escuchando la cascada y el movimiento de agua de un río cercano.

Ambas posaron sus delicados pies sobre la hierba y se acercaron al río para observar la majestuosidad de aquellas aguas tan limpias.

Nessa tuvo una idea descabellada y antes de haber pensado si quiera en ella, se agachó junto al río y empezó a salpicar a su hermana. Ambas rompieron a reír, haciendo algo tan inocente como jugar con el agua.

–¡Para! – gritaba Ella entre risas, pero su hermana estaba lejos de parar.

Entonces, algo sacó a ambas de sus pensamientos e hizo que mirasen hacia un lugar del bosque en el que no parecía haber nada. Pero... ambas estaban seguras de haber escuchado un ruido que provenía de aquel lugar.

Unas exóticas hojas de color rojo aparecieron entre los árboles, después apareció lo que parecía ser cabello de un color anaranjado muy intenso y luego... los ojos de Nessa se encontraron con los grises de aquella extraña criatura que no había visto jamás.

La pelirroja dio unos pocos pasos hacia el niño, porque sin lugar a dudas, aquel ser era un niño que parecía ser de su misma edad y Ella tuvo miedo.

–¡No vayas, Nessa! No sabemos si será peligroso.

–¿Peligroso? Tan sólo es un inofensivo niño. – Caminó hasta él, haciendo que este se escondiese detrás del tronco de un árbol. – Sal. No tengas miedo. No vamos a hacerte daño. Me llamo Nessa y esta es mi hermana Ella. ¿Tú cómo te llamas?

El niño salió de detrás del árbol y se acercó despacio, teniendo miedo de interactuar con esas niñas que no conocía. Entonces se fijó en sus orejas y nariz, no eran como las de los duendes enanos, sino como las de las hadas.

–Sois hadas – reconoció temeroso. Nessa no entendía por qué ese niño les tenía tanto miedo.

–Sí, ¿y qué? No somos peligrosas.

–Sois malvadas.

–No. No es cierto – se quejó Nessa. – ¿Te parecemos peligrosas? – el niño negó con la cabeza. – ¿Cómo te llamas?

–Mi nombre es Rómulo.

–Tenemos que irnos, Nessa – se quejaba Ella, que parecía a punto de entrar en pánico. – No podemos hacer esto, ni siquiera deberíamos estar aquí. ¿Sabes lo que nos harán si se enteran de que hemos venido al bosque? ¿y si se enteran de que hemos hablado con un duende?

–¿Eres un duende?

–Así es. Un día mis hermanos y yo... seremos vuestros esclavos.

–Nessa, vámonos – chilló su hermana exasperada.

–Tengo que irme, mi hermana está algo irritable hoy. No es buena haciendo amigos – la otra la asesinó con la mirada.

–¿Amigos? Un duende y un hada no pueden ser amigos.

–Pero... yo no soy un hada cualquiera, Rómulo.

–¿Ah no?

–No. Yo soy Nessa, el hada más rebelde de todas.

Ambos sonrieron con cierta complicidad.

Nessa quería cambiar el mundo, Rómulo tenía miedo de confiar en las hadas y Ella no se fiaba de que el niño no fuese peligroso. Pero... la extraña amistad de Nessa y Rómulo se hizo más fuerte con el paso de las semanas, con cada visita a escondidas de esa niña a los bosques de los duendes, hasta el punto de descuidar a su pequeña hermana Ella.

Había sido la última en nacer, por lo que era la más pequeña de las cuatro. Por eso, Nessa se sentía responsable de ella desde que nació.

–¿A dónde vas? – preguntó una voz a sus espaldas, justo al salir de las cocinas, haciendo que tuviese miedo de haber sido descubierta. ¿Cómo iba a explicar ante las doncellas o la mismísima reina que había robado panecillos dorados de la alacena? – ¿Dónde llevas los dulces de palacio? – Ella lo supo con tan sólo una mirada. – ¿Estás loca? ¡No puedes seguir llevándole regalos de la ciudad de las hadas a ese chico! Si sigues siendo tan temeraria... te pillarán.

–¿Qué hay de malo en hacer nuevos amigos? La reina Guilda siempre habla sobre la cooperación con otros reinos y la importancia de interactuar...

–Con otras hadas, Nessa. Habla de entablar amistad con las princesas de otros reinos, no con las criaturas que moran en el bosque. – Ambas quedaron en silencio por un momento. – Ya nunca tienes tiempo para jugar conmigo.

–¿Cómo qué no? – sabía que se estaba engañando y su hermana tenía razón. – ¿Sabes qué? Iremos a jugar ahora mismo.

–¿Ahora? Pero... tenías planes con tu amigo el duende.

–Puedo posponerlo. Nada es más importante que jugar con mi hermana favorita.

Ambas se sonrieron con complicidad, como antes y por un momento, todo volvió a ser igual entre ambas. Nessa levantó el bollo dorado y se lo cedió a su hermana como ofrenda de paz y esta lo tomó antes de dar un mordisco.

–¿Dónde iremos?

–Al estanque. ¿Te acuerdas de Trasgo?

–¿Trasgo?

–Sí. Esa criatura que protege el árbol, junto a las flores de donde provenimos. ¿Qué te parece si vamos a jugar con él?

Ella sonrió pues, en el fondo, adoraba los planes locos desu hermana


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