Capítulo 40
Tomás corrió hacia la escena justo en el instante en que la imagen de una chica en el aire se mostraba cual trofeo. Buscó a Lily entre los presentes hasta encontrar a Evangeline con la mirada puesta en la tarima. Cercana al umbral que daría paso al elenco y a Ana junto a Lily.
Se acercó hasta ella perturbado por verla tomarse de las piernas y sus ojos puestos en el suelo absorbida por sus pensamientos.
—Lily, Liliana debemos irnos —dijo Tomás.
—Es imposible. Parece ida —lanzó Ana.
—Tomás, levantala. Saldremos de aquí cuanto antes. Ana, avisa a Katherine. Esto es un problema de ellos, no nuestro. —dijo Evangeline.
Les apremio en cuanto notó sus faltas de acción. En ese momento Tomás hizo lo ordenado. Pasó un brazo de Lily por encima de su cabeza mientras que la tomaba fuertemente de la cintura. Tanto Ana como Tomás siguieron el mismo pasillo por donde antes habían cruzado. Amanda puso sus ojos sobre el trío y notó la mirada perdida de su sobrina. Palideció.
—Katherine, hay demasiada...
—Lo sé. Esa chica ha estado jugando con los espíritus. Tiene una energía horrible —comentó Katherine.
—Vámonos. Liliana nos necesita, ahora —zanjó Amanda.
Había algo en la voz de Amanda que le desagradó a Katherine. La urgencia y el miedo convivían a partes iguales en cada tonada de lo que había dicho. Katherine volvió la mirada al grupo.
—Oh, no. ¿La visita ya se va? —exclamó Nina—, pero si acabamos de empezar.
Tomás se detuvo por breves instantes. Sentía el peso de Liliana sobre su cuerpo, pero también sentía inquieto y no podía atreverse a decir que era porque una desterrada estaba en medio de una tarima saldando cuentas cuando lo único que le importaba estaba en sus brazos. Sin embargo, cuando se detuvo a escucharla, lo entendió. Frases, rápidas, ininteligibles, en idiomas insospechados. Una y otra vez. Y otra vez. Repetidas hasta el cansancio. Llenas de una severa burla. Tomás observó a Ana gritando con los labios cerrados lo que ocurría.
Ana lo entendió, pero también Diego.
—Amanda —susurró Ana.
Katherine observaba a su círculo temeroso ¿Por qué estarlo si aquella chica no les debía importar? Para cuando Lily se separó de Tomás con brusquedad y sus extremidades crujieron como el papel al rasgarse, Katherine sintió pavor. Su hija estaba poseída, no le hiz falta preguntar. Veía en los ojos de los suyos el miedo que les ocasionaba la situación. El demonio estaba expuesto ante una mujer que entregaba un sacrificio. Era una invitación evidente, una que tomaba con gusto desde el cuerpo de Liliana.
Si bien Nina había esperado por ese momento jamás creyó lo que sus ojos vieron. Parte de los elementos de la tarima volaron por los cielos y la cuerda que sostenía el cuerpo de Natalia se cortó sin más. Jenny aprovechó el momento para ir hacia ella con la esperanza que la chica estuviera viva. Aunque en su interior sabía que no sería así. Abrazó a Natalia, la mantuvo entre sus brazos con los ojos puestos en aquello que provocaba el caos y el desastre.
El demonio de Liliana tomaba posesión del pequeño cuerpo y su voz tergiversada exclamaba órdenes a diestra y siniestra.
—Amanda, es necesario una expulsión —musitó Katherine.
La recién nombrada buscó las velas entre sus pertenencias. Katherine observó aquello curiosa. Supo entonces que Amanda lo sabía, quería sentirse traicionada pero sólo pensaba en que su hija podía desvanecerse en cualquier momento. Ellos apenas podían sostenerse de las ráfagas de viento, les costaba mantenerse en sus lugares, sin embargo tanto Ana como Tomás tomaban las posiciones que les correspondía.
—¡NO! Dejemos que sea libre —exclamó Nina antes de que su cuerpo sucumbiera a la fuerza del demonio.
Arrodillada. Sus extremidades se doblaron en contra de su articulación normal y la mirada de Nina se perdió en el cielo. Había muerto en ese instante.
Tanto Joshua como Vanessa se acercaron para liberar a Patricia. Se quedaron quietos ahí junto al cuerpo inerte de Natalia y los sollozos de Jenny.
Pedro Sandoval recibió una vela de Katherine.
—Irse ya no es opción, pero pueden aportar. Únanse al rezo —exclamó Katherine.
—¿Alguna vez ha hecho una expulsión, señora? —preguntó Pedro.
—Será mi primera vez —comentó Katherine.
La voz de Katherine era regia, pero sus dedos temblaban. Se trataba de su niña después de todo. Podía tener el conocimiento para realizar una expulsión, podía haberlo visto en otras ocasiones, pero liderarlo era algo nuevo para ella y solo por eso sentía temor aun cuando trataba de no expresarlo.
Katherine inició con un rezo que pronto se convirtió en un canto. El círculo se formaba con Tomás y Ana equidistantes. Evangeline y Amanda una al lado de la otra y Katherine en la punta de una estrella hecha. Pedro se arrodilló al lado de Katherine con la vela entre sus dedos. Acción que Diego siguió sin parpadear. Nunca antes había visto una persona poseída, tampoco había sido partícipe de una expulsión aunque como Katherine tenía el conocimiento, sin embargo tenía la sospecha de que Pedro Sandoval había visto y participado en muchas ocasiones. Diego observaba a Lily, inquieto. Temía por ella, por lo que podría ocurrir si nada salía bien y porque se volvía obsoleta ante una situación así.
Entre lágrimas y gritos Lily se mantenía en medio de la estrella creada por su círculo. El demonio en su interior esbozaba gritos desde su fuero interno que no parecían hacer mayor daño de lo que el círculo estaba haciendo, pero no era así. En la lejanía encontraba una persona débil digna de atacar. Joshua comenzó a sentir que su garganta se cerraba, trataba de respirar en un leve sollozo que alertó a Vanessa. La turca estaba desesperada. Tiró la vista hacia atrás en busca de alguna forma de ayuda. Sin embargo no podían moverse.
—¡Ayúdenme! ¡Por favor! —gritó Vanessa.
—Vanessa —siseó Angel cerca de ella.
—Por favor, Ángel... por favor...
—Arrodíllate, Vanessa. Hazlo —murmuró Angel.
Vanessa negó en repetidas ocasiones.
—No...
Ángel quiso moverse hacia ella, hacerla entrar en razón antes que el demonio en el medio del salón se diera cuenta. Aunque había actuado tarde. El demonio se había dado cuenta de aquel error. Las tablas de la tarima volaron en dirección a Vanessa y Joshua. Ángel no pudo prever lo que ocurriría después. Se quedó preso del pánico.
La mirada de terror en Diego lo dejó sin respirar. Estaba enojado. Volvió su mirada al demonio quien le dedicaba risas sardónicas, llenas de malicia. El cantico continuaba al punto en que lo hizo arrodillarse y pegarse al suelo con las piernas flexionadas y los brazos extendidos. Katherine pujaba por sacarlo del cuerpo de su hija. El demonio reía, pero no se podía mover. Empezó a gritar y retorcerse. Sus dedos se ennegrecieron, sus labios emanaban un liquido viscoso que salía por igual de sus ojos. El viento se detenía y las cosas caían como rocas sobre el suelo. Katherine persistía en cántico hasta que no quedara nada del demonio y su aura emergía del cuerpo dolido de Lily.
...
Dolor. Era lo que Lily sentía, pero no era el característico de las ampollas en sus pies o del trabajo que realizaba como ballet con cada entrenamiento; su cuerpo dolía en formas que nunca antes había imaginado. Respiró hondo en lo que buscaba abrir los ojos como fuera y cuando pudo, notó la figura aletargada de Diego sobre la silla. Su posición era incomoda a su parecer, las ojeras en su rostro mostraba cansancio. Lily se quedó observándola por largos minutos en que escuchó la puerta abrirse. La segunda imagen del día pertenecía a su madre.
—Ya estás de vuelta, corazón —musitó.
Depositó un beso sobre su frente acarició su cabello.
—Estoy en la clínica —afirmó Lily.
—Sí. Han pasado dos días —confirmó Katherine.
Lily volvió a ver al chico al otro lado de la habitación.
—No se ha querido separar. Va, se cambia y regresa. Ha servido para estar atenta —dijo Katherine.
Lily volvió a mirarla extrañada.
—¿Se hablan?
—¿Creerías que te dejaría con cualquiera?
—No, pero ¿Ana y Tomás? —preguntó Lily en cambio.
—Están afuera. Se hacen turnos.
Lily suspiró. Agradecida por el gesto y culpable también.
—Lo hacen porque quieren, no porque haya influido en sus decisiones —comentó Katherine.
Ambas vieron al chico cuando este despertó. Katherine acarició el cabello de su hija por última vez antes de decirle un hasta pronto y salir de la habitación. Diego se acercó en cuanto notó los grandes ojos de la chica sobre él. Una media sonrisa lo acompañaba.
—Ahí estás —susurró.
Ella asintió con la cabeza feliz de verlo.
—Aquí estás.
—Sí. Esperaba a que despertaras.
—¿Necesitabas decir algo?
Él asintió con una risa picara.
—Era importante y no podía decirlo quedarme quieto hasta decirlo.
—¿Ah sí? preguntó ella con ironía.
—Sí.
—¿Me dirás?
—¿Quieres salir conmigo? —inquirió.
Su sonrisa se alargó. Lily buscó tocar su rostro, acto que Diego entendió y se acercó tanto como pudo a ella.
—No creo que pueda salir ahora porque estoy en una clínica —respondió Lily en un susurro lleno de complicidad.
—Puedo esperar. —murmuró él—. Te puedo esperar todo lo que quieras.
—Genial —dijo ella.
—Genial.
....
El viento soplaba. Era un sitio tranquilo, escalofriante a ojos de Jenny, pero en cierto sentido podía haber un poco de paz a los restos de sus amigos. Jenny había perdido las pocas lágrimas que le quedaba. Solo podía ver el ataúd bajar con el dolor atragantado en su garganta. Ni siquiera se atrevía a ver a los demás. Sentía el abrazo de Ángel cerca de ella y eso la reconfortaba de alguna manera. Sin embargo el dolor seguía ahí, en una tarde soleada de un sábado. No había llanto ni cantos como si los escuchó en las voces de los padres de La turca. La familia sufría ante un accidente que no podían imaginarse.
Mientras tanto, Joshua y Natalia eran dos personalidades olvidadas por sus progenitores. solo por eso Jenny se mantenía ahí, en medio de ambas tumbas. Diego observaba la tierra caer sobre el ataúd. Afligido como estaba, alzó la vista para encontrar a Ángel observando a los familiares de Vanessa. Unos cuantos se acercaron a dar el pésame, otros prefirieron mantenerse lejos. Erika, Esteban y Pedro conversaban con algunos otros.
Cuando la tarde cayó, Ángel se llevó a Jenny hasta el auto dispuesto a llevarla hasta su casa. Se detuvo por un segundo en que vio a Diego acercarse.
—¿Seguirás con ellos? —preguntó Ángel.
—No, iré a ver a Lily. Le darán el alta pronto.
—¿Y Patricia?
—Prefiere estar en casa por un tiempo. Ya sabes —dijo él.
—Yo llevaré a Jenny, andaremos juntos por si necesitas algo. No te pierdas —lanzó Ángel antes de entrar en el auto.
—Cuídense.
—Diego, ¿habrá alguna reunión después de esto? —preguntó Jenny inquieta.
Diego lo meditó por un segundo, no estaba seguro, pero sabía que Jenny necesitaba seguridad.
—No. —mintió.
...
Diego caminaba con Lily en la silla de ruedas. Había un toque de alegría en su rostro, misma que se reflejaba en los ojos de la chica. Había logrado salir de la clínica luego de un tiempo y lo que más le había aquejado en los últimos días se esfumó. Ya no había voces. No había demonios. Solo estaba ella.
La mirada de Katherine se fue detrás de Diego quien diligentemente llevaba a Lily hasta el auto, cerró la puerta dispuesto a tomar su camino en el asiento de piloto. Diego quedó a escasos centímetros cerca de Katherine.
—Señora Jiménez —murmuró.
—Agradezco tu preocupación, Diego. Has sido muy amable. Pero ante la problemática y las noticias debo alejar a Liliana de todo esto. Espero lo entiendas. Incluso ustedes deben protegerse. —comentó Katherine.
—Lo hacemos. Y Liliana puede estar segura que nada de esto afectará su vida.
—Quiero creerlo, pero ya tomé una decisión y sé que la odiara.
Diego no pronunció palabra alguna. Le había quedado claro que Katherine alejaría a Lily de la ciudad por el tiempo que lee fuera necesario. Entendía, claro que sí. Eso mismo había hecho su padre cuando Nina fue expuesta sin embargo no podía negar que le dolía saber que la chica por la que sentía demasiadas emociones se debía marchar.
La voz de Katherine fue dulce cuando le comentó a Lily lo que planeaba, era una sorpresa para Ana y Tomás; una verdad entendida para Amanda y Evangeline.
Lily salió del apartamento cuando el aire le pareció muy pesado. Vio a Diego en el pasillo con los ojos puestos en la piscina y la tranquilidad con la que las luces la adornaban. Ella le mostró una sonrisa nostálgica, de esas que las personas hacen cuando no quieren llorar y en sus ojos se muestra un simple "ya qué".
—Quizás así deba ser. —dijo ella encogida de hombros.
Trataba de no llorar, de que sus lágrimas se mantuvieran dentro.
—¿Recuerdas lo que te dije en la clínica? —preguntó.
Lily torció el gesto. Buscaba en su mente.
—Te esperaré. Liliana, te voy a esperar y si, cuando regreses, aún quieres ir a esa cita ahí estaré.
—¿Dónde? —inquirió ella.
—Vamos a desayunar. En la cascada. Ahí te veré.
Tomó el rostro de la chica entre sus manos y depositó un beso en sus labios. Esa sería la última vez que ellos se verían.
¡Chic@s! Este es el último capítulo, después de esto solo queda epílogo ¡Yay! :D
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