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Capítulo 36


Con los días había olvidado por completo lo que se sentía ser libre. El sentir que nada te vigilaba, que eras una pluma en medio del desierto. Erika no creyó que le gustaría esa sensación. De hecho se imaginaba limitada de alguna manera y lo estaba, debía volver a sus inicios cuando sólo era residente y su don no existía. Sin embargo, volver a comenzar también la ayudaba a recapitular. Era lo que se decía mientras seguía en la cama un martes por la mañana.

Solo le pesaba la llamada de Diego durante el fin de semana. Nina. Nina. Nina. Si quería unir rompecabezas, era posible que quien envenerara Natalia fuera ella. Era posible aún más cuando la lastimó durante el evento. Y lo era aún más cuando Diego y Nat tendrían algo que ver con su cierre. Nina se quería llevar a Natalia en su camino. Lo presentía. Solo que no podía ayudar de la forma en que antes lo había hecho. Estaba atada de manos al igual que Esteban.

El hombre a su lado dormía plácido, ajeno a lo que su mente maquinaba. Rozó con sus dedos la cabellera de Esteban e intentó dejar su mente en blanco para disfrutar de ese día.

Si tan solo pudiera.

Se hizo un ovillo entre los brazos de Esteban, él abrió los ojos a duras penas tan sólo para acomodarse junto a ella.

—¿Ya despertaste? —preguntó él.

—Eso creo —Respondió ella.

—Aún piensas en eso —afirmó Esteban.

—Pensaba en que quizás el envenenamiento de Nat sea producto de Nina. Escúchame, tiene lógica. ¿Por qué querrías lastimarla? ¿Por qué buscarías la forma de hacerlo cuando no tienes idea de quiénes somos? —argumentó Erika.

—Hay muchos desterrados ahí afuera.

—Nómbrame uno que sepas quien eres y que te tenga tanta rabia como para lastimarte.

Esteban se acomodó sobre el cabezal de la cama.

—Conozco a más de uno y sé de uno que quisiera hacerlo, pero yo me cuido muy bien. Te entiendo. Sé qué me quieres decir y sí, tiene sentido. —suspiró él.

—Si está tan cerca de Nat, puede hacer lo mismo con Diego.

—No. A Diego no le hará nada porque le tiene estima —Respondió él.

—¿A Nina le gustaba Diego? —preguntó incrédula.

—No sé si le gustaba, pero sí lo veía distinto. —dijo burlón—. ¿Qué harás con Nat?

—Iré a verla. Hablaré con Pedro sobre esto.

—No, no hagas eso. Recuerdas lo que dijo. No quiere a Nat en el círculo —Recordó Esteban.

Erika se levantó de la cama. Caminaba de un lado a otro por la habitación. Sí, Pedro Sandoval la dejaría ir y aunque no había dicho nada en el momento en que lo expuso, no estaba de acuerdo. Caminó hacía el baño. Se alistaría. Iría a verla y como le fuera posible buscaría a Nina. Si debía mancharse las manos para detenerla, lo haría.

—Erika —La llamó, pero ella no respondió—. Deberías hacer lo que dice Pedro.

—Sabes que no lo haré —dijo al salir—. Sí Pedro quiere entregar a Nat pues no será porque yo la dejé sola.

—Nadie te va a culpar si lo haces. —resopló cansado—. Erika, no vale la pena. Puedes intentar lo que quieras, pero ya la decisión fue tomada.

Erika se detuvo en el acto. Giró a verlo enojada por la forma tan banal en que daba todo por perdido, como si nunca le hubiera interesado. Aunque sí lo pensaba bien ¿Cuáles eran los intereses de Esteban? No podría decirlo a ciencia cierta aún cuando lo infería.

—¿Tan poco te importa? —preguntó evidentemente molesta—. Si fuera yo quien estuviera pasando por esto ¿Me ayudarías?

—No he dicho eso.

—¿Lo harías? —insistió.

No hubo respuesta. A pesar de ello, Esteban la tenía en su cabeza. No podía pronunciarla. No podía decir lo que su mente contestó con rapidez pero sus labios callaron.

—Eso supuse —comentó Erika.

Tomó sus pertenecías junto con su cartera. Salió de la habitación directo a la salida con un Esteban detrás asombrado por lo que sus ojos veían.

—Erika por favor, no supongas nada.

—Ni siquiera fuiste capaz de responderme. ¡Qué te va a preocupar una simple caraja cómo Natalia! —Se burló.

Estaba enojada con él, pero aún más con ella. ¿Cuándo creyó que Esteban Velázquez sentía algo por ella?

—No te atrevas a buscarme —siseó.

Salió del apartamento con la imagen de Natalia en la cabeza y el corazón dolido por lo sucedido, pero el daño estaba hecho así como sus objetivos estaban impuestos. Haría lo que fuera por ayudar a Natalia.

...

Natalia tenía la mirada perdida en el techo de su habitación. Tenía ganas de levantarse y echar a andar, más aún sabiendo que debía ir a trabajar, pero el cuerpo no le daba. Entre sollozos, el alcohol y su cabeza martillando sentí su cuerpo muerto. En cambio amaría un poco de atención. Amaría. Sí. Amaría volver a los viejos tiempos donde se había quedado y todo parecía más fácil, pero ya no podía volver a esos días. Diego había sido claro en ello.

Se levantó de la cama y fue directo a la cocina. Jenny le había dejado algo de comer en la cocina mucho antes de salir. Se sentó a comer con la cabeza nublada. Se sentía en el aire. Era como la sensación que dejaba las cervezas el día después, pasar por un ratón era sentirse con el estómago hecho añicos y el deseo de pasar en cama todo el día. Ella se sentía así, pero peor. No sólo era su estómago, era su cabeza, sus manos débiles; sus ojos apenas podían mantenerse abiertos. No había tomado. Su fin de semana fue tranquilo pese a todo, entonces ¿por qué se sentía así?

Escuchó la puerta abrirse. Sus ojos se fijaron en el pomo de la puerta. Sabía que sólo podía tratarse de Jenny, aunque deseaba que entrará alguien más. Se rió cínica de sus pensamientos. ¿Cómo podía esperarlo después de todo?

Jenny había regresado con Ángel detrás de ella. Ambos hablaban del evento cuando vieron a Nat en la cocina. Ella le mostró una sonrisa amable, se acercó hasta ella como quien busca alguna variación.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Jenny.

—Sí, eso creo —contestó ella.

—De todas formas Erika dijo que vendría ¿No? —dijo Ángel.

—¿Te escribió? —inquirió Nat sorprendida.

—A Jen. ¿Segura que te sientes bien?

Ángel observaba a Nat con cuidado. No se veía bien. En lo absoluto.

—No es nada —dijo ella, hacía a un lado las preocupaciones de Ángel y Jenny—. Estoy bien, ¿sí? Solo necesito descansar. ¿Han visto a Diego?

—No, ¿por qué? ¿Dijo algo? —preguntó Jenny.

Nat negó con la cabeza y en su interior. Sabía que no debía esperar nada. Diego había sido claro. Sin embargo todavía tenía la estúpida necesidad de verlo.

—Dijo que no me dejaría sola. Pensé que vendría. —Respondió ella.

—Ninguno de nosotros lo hará —reclamó Jenny—. Oye, Natalia. ¿No crees que es hora de que lo dejes ir? Él te lo confesó. Te dijo todo lo que sentía y lo que haría ¿para qué te aferras?

—No me estoy aferrando a nada. Él dijo que estaría aquí —Respondió Nat enfática.

—No, eso es lo que tu quisiste entender. No es como si iba a venir todos los días a verte como en los viejos tiempos. —comentó Jenny.

Le dolía. Por cada día que pasaba la situación de Natalia parecía ir a peor, sin embargo a ojos de Jenny, su amiga no era capaz pensar en sí misma. No le hacía falta registrar su mente para saber que nada bueno se orquestada ahí dentro. Y le molestaba. En ese momento, en ese día, a esa hora, le molestaba incluso más.

—Solo quiero que esté aquí, que cumpla su promesa ¿Está mal eso?

—Nat, estoy seguro que él está muy pendiente. Llamó a Erika, te hará ver y lo más probable es que esté averiguando dónde está Nina. Está haciendo lo que te prometió. —exclamó Ángel.

—Eso no fue lo que dijo. ¡¿Por qué no lo quieren entender?! Solo quiero saber de él y que cumpla.

—Pero nosotros estamos aquí también ¯gimoteo Jenny.

La mirada de Nat le dijo todo lo que tenía que saber y en la mente de Nat, Jenny solo encontró una imagen donde no estaban ella ni Ángel. Como siempre. El resto no importaba. Ella no importaba. Ni la misma Nat se daba un lugar en su cabeza. Jenny se molestó.

—¡¡¿Puedes dejar de pensar en Diego por un puto instante en tu vida?!! —reclamó Jenny

El enojo se mostraba en los ojos de Jenny de manera en que Nat no lo había visto. Su rostro se llenaba de sorpresa, más aún en la cara de Ángel quien veía aquello en la lejanía con preocupación.

—¿Qu—Qué te pasa? Yo...

—No ¿Qué te pasa a ti? ¡Estas tan enfrascada en seguir los pasos de un imbécil que no te para ni un quinto y no te das cuenta que hay personas alrededor que están dispuestas a darte su mundo porque las notes!

—Jenny ¿De qué carajos hablas?

—¡De que me gustas! —gritó Jenny al punto en que ya no podía mantenerse callada.

Nat se quedó pasmada. Trataba de procesar la información o lo que sea que había escuchado de la boca de quien creía era su mejor amiga. Porque eso era ¿O no?

—Siempre me has gustado, pero esperaba como una idiota que te dieras cuenta de que existo y que no todo se trata de Diego. Claro que fui una tonta por pensar eso, porque en tu cabeza solo existe él. No hay lugar para más nadie —Reclamó enojada y alterada a partes iguales. Se había confesado de la peor manera posible y sólo cuando entendió lo que había hecho, dio un paso hacia atrás—. Yo... yo no puedo seguir aquí... —comentó Jenny viendo a su alrededor.

Estaba al borde. Se había confesado y no había recibido una respuesta. De todas formas no lo esperaba. Se trataba de algo que la rebasaba al igual que a Nat. Ángel notó ese deseo de escapar que reconocía porque lo había vivido.

—Hey... espera Jen... —musitó.

Pero Jenny ya corría fuera del apartamento.

—¿Jen?

—¿Te vas a quedar ahí? —preguntó Ángel incrédulo.

Nat estaba en modo automático. Quizás, fuera de conexión por el tiempo que le fuera posible. Pestañeó varias veces cuando Ángel le habló. Había olvidado incluso que él se encontraba ahí. No tenía idea de cómo procesar la confesión de Jenny, tampoco sabía si debía ir tras ella. ¿Qué hubiera hecho si se tratara de Diego? Y lo entendió. Ella ya estuviera en la calle buscándolo.

—Iré por Jen... Tú... no hagas nada. Quédate aquí. —lanzó Ángel y salió.

Bajó hasta el estacionamiento con los ojos fuera de sus orbitas y la respiración acelerada. Miraba su alrededor buscando aquella cabellera rizada al natural o por los menos ver un atisbo de su suéter turquesa. Corrió hasta el área de la piscina. Siguió el camino hasta un pequeño salón donde la encontró acurrucada en una esquina. Caminó hasta ella y una vez cerca aguardó. No sabía qué decirle o si algo de lo que pudiera decir la ayudaría a sentirse mejor, así que creyó conveniente esperar a que ella diera ese paso.

—Ella no se dio cuenta. —Empezó Jenny

—Esta obsesionada con Diego. No era para menos —respondió Ángel.

Jenny lo observó como quien escudriña un cuadro de arte.

—¿Tu sí?  —recalcó.

Ángel bufó y tomó asiento a su lado.

—Bueno, era una suposición.

Jenny bufó.

—¿Sabes qué quiero?

Ángel enarcó una ceja curioso de lo que podría pedir una mujer dolida. Ya tenía experiencia en ese sentido y no siempre salía bien.

—Vodka y desaparecer.

—¿Qué? Jen... tu no tomas – negó él.

—No mucho, pero sí tomo y ahora quiero vodka —dijo con tanta vehemencia que se levantó de una vez—. Vamos a comprarlo o me voy sin ti.

—Oh, no. No dejaré que andes por ahí despechada y borracha. Tampoco iré a comprar vodka para ti, Jenny no sería mejor que te quedaras y...

—Voy a comprarla así no quieras. —zanjó ella.

Estaba enojada con el mundo y con ella; dolida por confesarse ante una persona que jamás la vería como ella la veía.

Ángel dejó caer la botella entre los dos. Se encontraba en las orillas de la playa, ahí donde él solía ir cuando necesitaba un respiro, mismo que creía que Jenny necesitaba. Sacó los dos vasos que había comprado y estaba dispuesto a abrir la botella cuando notó que Jenny ya lo tenía entre sus manos sirviendo el primer trago directo en su boca.

—Hey, hey así no —dijo. Se lo quitó de las manos y respiró hondo—. ¿Acaso te quieres emborrachar?

—Si puedo hacerlo, sí —gruñó.

Él negó con la cabeza.

—Soy una tonta —musitó.

—No, no lo eres.

Jenny volvió la mirada hacia el mar y caminó hacia él. Necesitaba sentir el agua fría rodeando sus pies o quizás el alcohol en su organismo haciendo lo que mejor sabe hacer. Lo que fuera primero y le quitara la sensación de haber sido una idiota.

—Si te soy sincero, Jenny, nunca te había visto así.

Jenny sonrió con nostalgia. Ni ella misma se había visto así.

—Suprimo mis sentimientos —confesó.

A ángel le pareció haber escuchado eso en otro lugar, durante otra época igual de difícil.

—No tienen por qué verme así.

—Te equivocas. Siento que ahora si te conoceré.

—Pero me conoces —afirmó.

—Conozco lo que nos querías mostrar —aclaró—. Aparte, aunque tenía mis hipótesis no imaginé acertar que fueras lesbiana —musitó al tiempo en que tomaba un trago.

—Ellas prefieren el término sáfica —aclaró.

—Es la misma vaina, tu me entendiste —resaltó Ángel con un tono que la hizo reír.

Caminó hasta él y tomó la botella entre sus dedos. Tomó un sorbo y volvió a entregárselo. Acto que Ángel aceptó.

—Pero no soy sáfica. Soy bisexual. —recalcó.

Ángel abrió los ojos sorprendido. Hizo una mueca con sus labios que siguió con una sonrisa ladeada que generó una corriente eléctrica en Jenny.

—¿O sea que no te importa hacer un trio y jugar con un hombre y una mujer? —preguntó.

Jenny se rio con una sinceridad que le calaba los huesos.

—No, eso no es así. O sea, sí pudiera hacerlo, pero eso es una fantasía, no significa bisexualidad. —comentó.

—Bien, yo solo decía —dijo Lujuria—. Porque no me importaría hacer algo así...

—Me agradas, Ángel, pero no eres de mi interés

—Para coger no necesitas nada más que tener ganas.

Jenny rio ante el comentario.

—Es cierto, eres Lujuria por algo —se mofó.

—Gracias, ¿un brindis? —dijo con la botella en la mano.

Jenny lo empinó y tomó de ella, se lo dio y aguardó que el licor pasara por su garganta para dejar esa sensación de ardor tan propio.

—Ella jamás me verá así... —musitó ella.

—Jen...

—perdí mi tiempo al creer que pudiera ser posible. Es decir, Nat es hetero ¿Por qué voltearía a ver a una mujer? No tiene sentido. Me molestó que estuviera tan obsesionada de Diego, pero yo no estoy muy lejos de ser como ella.

—Yo lo haría. —Se mofó Ángel .

—¿Qué?

—Verte.

—No diré lo obvio.

Jenny rezongo. Ángel trataba de quitarle toda la seriedad que tenía el asunto, solo para hacerlo más soportable.

—Sigue tu camino, Jen. Si Nat está tan obsesionada con Diego tu no puedes obsesionarte con ella. No diré que habrá alguien mejor, pero si sigues esa ruta serás la copia de Natalia. Eres demasiado inteligente como para permitirte estancar te y el eso que busca, lo podrás encontrar, pero no ahí ni con ella. Sería hora que la dejes ir. —dijo él.

—Eso fue profundo —musitó.

—No siempre soy tan idiota. Te va a costar, será doloroso cuando estas hasta las narices, pero pasará y encontrarás alguien más —dijo Ángel en un fino hilo de voz.

Ángel se había perdido en un recuerdo que hacía mucho no tenía. Escuchar a Jenny le había hecho rememorarlo.

—Necesitamos otra botella —dijo ella.

El cambio de tema no sorprendió a Ángel. Entendía que no quisiera hablar de algo tan reciente que aún duele. Vio la botella y efectivamente solo quedaba un cuarto. Otro trago más y Jenny se lo acabaría.

—No. Eso no pasará —dijo.

—Por favor —pidió.

—¡Claro que no!

—¡Necesito emborracharme y olvidarme de todo esto y amanecer el día de mañana con un dolor de cabeza insoportable sin poder recordar una mierda de lo que pasó hoy y tu no me dejas hacerlo! Definitivamente las mujeres somos más empáticas. —gritó.

—¡Oh, oh, oh! Vaya, ya va. No dejaré que eso pase, más bien podrías ir a casa.

—¡Por Dios, Ángel!

Jenny se acercó tanto a Ángel que no pudo ver venir lo siguiente. Sus labios lo tomaban como prisionero, probaba su boca con la intensidad con la que le hubiera gustado probar los carnosos labios de Natalia, pero debía conformarse con ángel quien se había quedado quieto. Solo cuando pudo conectar su cerebro con lo que ocurría es que pudo alejarla de él. Trató de recuperar el aire y miraba la vehemencia en los ojos de Jenny, pero no estaba bien. Lo sabía.

—Oye, aunque ese beso fue lo más espectacular que he recibido en días y ¡Mierda! Qué estúpida fue Natalia por no ver lo que tiene enfrente, entiendo que esto es solo tu tratando de curarte o lo que sea que eso fuera —comentó.

Jenny miró en su lateral y se dejó caer sobre la arena. Ángel tenía razón. Odiaba que él actuara así, parecía alguien que no solía ver.

—Te pareces a Diego —comentó ella.

—¿Síi? Ese imbécil es quien debería estar aquí, no yo —bufó.

—¿Por qué?

—Porque luego de Erika, él es el protector.

—Una estupidez. Me alegra que seas tú —murmuró ella

—Vamos, te llevaré a casa

—No puedo. Ángel. Ni puedo volver ahí —se lamentó ella.

Ángel hizo una mueca.

—Entonces te llevaré con tus padres —dijo.

—¿Sabes lo que sucede en una familia cuando un hijo sale del closet? —comentó y negó—. No lo sabes. Mi madre no me da la cara. Ella creyó que yo sería la mujer de la casa, una esposa abnegada que vela por su esposo y mi padre, bueno, mi padre suele transferirme dinero como una forma de que mantenga alejada y callada. Como si así pudiera desaparecerme de la vida. No suelo tocar ese dinero, pero hay veces que debo hacerlo porque no llego a fin de mes y hay que pagar cuentas —las lagrimas brotaban y la voz se rompía como el vidrio.

—Bien, siendo así vamos a casa.

Jen lo observó por un segundo.

—Vamos, ya es tarde.

No podía decir que había estado en casa de Ángel con anterioridad porque no era así. Esa era la primera vez que conocía la cueva de su amigo y basta decir que estaba bastante arreglada y con ello también pensaba que en realidad no tenía tantos muebles.

—Bienvenida —dijo.

Se movió hasta la cocina y buscó un poco de agua que sirvió para ambos.

—¿Agua?

—Es lo mejor para después de beber licor. —exclamó al tiempo en que se tomaba el vaso en un solo trago—. Vamos, puedes dormir en mi habitación sin problemas. Si necesitas algo para estar cómoda solo toma lo que queras ¿sí?

—Ángel... Gracias...

—No lo menciones.

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