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◇ 4. Un reencuentro caótico ◇

Algún día de abril, 2021

Querido Diario:

Hoy he estado pensando mucho en los reencuentros. Es curioso, porque solemos verlos como algo casual, ¿no? Como cuando te encuentras con alguien en la calle y lo tomas como una coincidencia sin más. Pero, siendo honesta, creo que son mucho más significativas de lo que parecen.

No me refiero solo a las personas, aunque claro, esos son los más obvios. También hay reencuentros con cosas que creías superadas: tus miedos, viejos recuerdos o incluso con la versión de ti misma que parecía haberse perdido en algún punto. Admito que, a veces, prefiero evitar esas confrontaciones (¿quién no?), pero empiezo a darme cuenta de que enfrentarlas no siempre es algo malo.

Hay reencuentros que son complicados, como cuando te cruzas con alguien que alguna vez fue esencial en tu vida, pero que ya no tiene cabida en tu presente. En esos momentos me pregunto: "¿Vale la pena intentar recuperar lo que teníamos o es mejor dejarlo en el pasado?" Supongo que, si esa persona ya no está, hay una razón para ello, aunque aceptarlo no siempre sea sencillo.

Por otro lado, creo que los reencuentros también pueden ser una oportunidad para cerrar capítulos. A veces necesitamos ese último adiós que antes no supimos dar. Y luego está el reencuentro más importante de todos: contigo misma. Después de tantas idas y venidas, un día te miras al espejo y piensas: "Ahí estás." Es como reencontrarte con una amiga que siempre estuvo ahí, pero a la que habías ignorado. Y, sinceramente, no hay nada más bonito que eso.

Quiero aprender a valorar esos momentos, incluso si duelen un poco. Porque al final, creo que tienen el poder de cambiarte para bien.

Con cariño, Yo.

+-+-+ SÁBADO +-+-+

Desde el jueves pasado comencé a ir al psicólogo, y ese día se ha vuelto mi cita fija con ella. Todo empezó después de una conversación con Isis el lunes. Fue una charla que me dejó desnuda ante una verdad incómoda: no estoy bien. Y, lo más importante, me di cuenta de que depende solo de mí cambiarlo. No de Isis, no de mi familia, no de nadie más. Me prometí buscar ayuda, en parte por esa promesa que le hice a ella. Quizá podría fallarme a mí misma sin importar mucho, pero fallarle a Isis de forma intencional es algo que simplemente no puedo hacer.

La psicóloga me sugirió algo sencillo pero impactante: reconectar con mis amigos. Que no me presione a forzar nuevas amistades en la universidad, al menos no por ahora. Primero necesito encontrarme a mí misma, saber quién soy, para luego ser capaz de mostrarlo a los demás. Su consejo caló hondo cuando le confesé lo más aterrador que he sentido estos meses: cada vez que me miro al espejo, siento que no me reconozco.

Por eso decidí hacerle caso. Aquí estoy, sentada en un autobús que me lleva al campus de la universidad de mi mejor amiga. Hoy quiero tener un día que me recuerde quién soy o, al menos, quién creía ser antes de todo este caos interno. Mi psicóloga también me dijo algo más: si ya no me siento identificada con esa versión antigua de mí, debo hacer las paces con ella y dejarla ir. Solo así podré empezar a buscar o a crear una nueva Ely.

Cuando el autobús se detiene, bajo con una mezcla de nerviosismo y expectativa. Mi respiración se agita un poco al ver el campus de Cardfor desplegarse frente a mí. Es impresionante, mucho más de lo que imaginaba: edificios elegantes, jardines cuidados al detalle y un aire de grandeza que me abruma. Miro todo boquiabierta, sintiendo cómo la belleza del lugar se mezcla con una punzada de inseguridad.

A lo lejos distingo a una figura familiar: una rubia rodeada por un pequeño grupo de personas. Cuando nuestros ojos se encuentran, un chillido emocionado escapa de sus labios y corre hacia mí. El abrazo de Isis es tan lleno de energía que siento una chispa de alegría genuina encenderse en mi pecho.

—¡Bienvenida a Cardfor! —exclama, apartándose un poco para mirarme con esos ojos brillantes que nunca pierden entusiasmo. Luego mueve la mano con un ademán amplio, como queriendo mostrarme todo el lugar—. Ven, te quiero presentar a mis amigas.

Sin soltarme la mano, me lleva hacia el grupo que antes la acompañaba. A medida que nos acercamos, siento sus miradas curiosas y cálidas. Sin embargo, mi atención se centra en unos ojos azules que se clavan en los míos con una familiaridad tierna.

—Disculpa, ¿tú eres...? —digo con una sonrisa traviesa, evocando nuestra broma interna del instituto.

—Ja, ja, que chistosa te has vuelto —responde Joseph, fingiendo estar molesto, aunque la sonrisa delata su diversión—. Ven aquí, loca.

Sin previo aviso, tira de mi brazo y me envuelve en un abrazo firme. Al ser mucho más alto que yo, mi cabeza queda apoyada contra su pecho, lo que me hace reír. Inhalo profundamente y el aroma de su colonia me envuelve, despertando memorias cálidas.

—Me alegra verte de nuevo, Joseph —susurro sinceramente.

—Y yo a ti, Ely —responde, plantando un beso fugaz en mi cabeza antes de apartarse. Su sonrisa se vuelve más pícara—. Esto no significa que te haya perdonado por olvidarte de mí.

Me rio, notando cómo esa simple interacción empieza a deshacer el nudo de tensión que llevaba conmigo. Mientras Joseph se aparta, la pelirroja que he visto miles de veces a través de una pantalla y el lunes acompañando a Isis hasta mi universidad, conocida ya como Cristel, su roomie, me envuelve en otro abrazo. Su energía es desbordante, casi maternal, y me encuentro respondiendo con una sonrisa genuina.

—¿Cómo estás? —pregunta, pero no es una cortesía vacía; sus ojos transmiten preocupación real. Su calidez me desarma.

—Estoy mejor —aseguro, y al decirlo, me doy cuenta de que lo siento un poco más cierto.

Los minutos siguientes son un torbellino de presentaciones, bromas y planes. Conozco a Michie, la morena de sonrisa radiante, y a Zara, quien destaca con sus mechones rosados. Ambas me saludan con una amabilidad que me tranquiliza. Me entero rápido de que el plan de hoy es salir a celebrar, algo que aparentemente Cristel y Joseph consideran imperdonable que no haya hecho desde que entré a la universidad.

—Hoy se sale, se baila, se disfruta, se bebe, y todo lo que quieras hacer estará permitido —anuncia Cristel, casi como un decreto real.

—Ah no, yo no tomo alcohol —respondo rápidamente, alzando las manos en un gesto defensivo.

Las chicas se echan a reír, y Michie no tarda en recordar cómo Isis también decía lo mismo antes de “cambiar de opinión”. La confesión de Isis me toma por sorpresa, pero lo que más me impacta es la ligereza con la que este grupo me hace sentir. Me sorprende la naturalidad con la que sus pequeños conflictos y bromas me envuelven, como si formara parte de su rutina desde siempre.

Cuando Joseph se despide con la promesa de esperarnos a las nueve, me encuentro pidiendo algo que hace tiempo no solicitaba: una señal.

«Por favor, Dios. Haz que esta noche sea una para recordar, pero de buena manera. Necesito esto», pienso mientras las sigo hacia la residencia.

Tal vez, solo tal vez, hoy sea el comienzo de una nueva versión de mí.

Llegamos hasta un dormitorio, y no necesito que me digan de quién es, porque de inmediato lo reconozco como el cuarto de Isis y Cristel, gracias a todas las veces que lo he visto durante nuestras videollamadas. Pero verlo en persona es una experiencia completamente distinta. Es acogedor y está lleno de detalles que gritan sus personalidades. Por un instante, siento un nudo en la garganta al darme cuenta de cuánto me he perdido.

—La cosa es... no traje otra ropa —informo, observando cómo las cuatro chicas buscan en el armario con emoción, seleccionando posibles atuendos.

Las cuatro giran a verme, y tras un breve intercambio de miradas cómplices, se encogen de hombros al unísono.

—No hay problema, te prestaremos algo —asegura Michie con una sonrisa, y las demás asienten con entusiasmo.

—Antes de empezar, quiero enseñarte una cosa —dice Isis, rompiendo el momento con un tono de voz más suave, casi tímido. Su mirada fija en la mía está cargada de nerviosismo, mientras se muerde el labio inferior. Algo en su actitud me pone alerta.

—Claro, dime —respondo intrigada, mientras tomo asiento en una silla giratoria frente al escritorio, girándome hacia ella para no perderme detalle.

—De acuerdo, primero quiero enseñarte este —comenta, bajando un poco su blusa desde el cuello de esta para dejar al descubierto su hombro. Ahí está: tinta sobre su piel, formando un delicado diseño.

Me levanto de mi asiento con lentitud, como si cualquier movimiento brusco pudiera romper el momento. Camino hacia ella, sin poder apartar la vista del tatuaje. La sorpresa y la incredulidad me inundan. ¿Isis con un tatuaje? Nunca lo hubiera imaginado.

—"I'll be there for you" —Leo en voz alta, admirando la delicadeza de la letra y los pequeños detalles como las mariposas celestes y la rama que decora el diseño. Mi inglés no es el mejor, así que confieso, un poco apenada—: ¿Qué significa?

—"Ahí estaré para ti" —responde con una sonrisa que mezcla felicidad y nostalgia. Se acomoda la blusa lentamente, como si el tatuaje fuera un tesoro que sólo ahora decide compartir conmigo—. Es algo que me solía repetir mucho Bautista. Y de alguna forma, sigue estando para mí cuando lo necesito. Por eso decidí tatuármelo. ¿Te gusta? —pregunta, sus ojos brillando de emoción mientras busca mi aprobación.

—Está precioso —admito con sinceridad, asintiendo lentamente—. ¿Lo tenías cuando fuiste a verme?

—Sí —dice, bajando la mirada por un instante, como si temiera mi reacción—. Me lo hice cinco días antes.

—¿Y por qué no me lo enseñaste? —pregunto, con una mezcla de curiosidad y un ligero deje de reproche.

—No era el momento —responde con un suspiro. Sus palabras me devuelven al contexto en el que estábamos, y asiento con la cabeza, comprensiva—. Pero ahora, aquí estamos, y quiero que lo veas.

Intento sonreír, pero hay una sensación amarga en mi pecho. Esta es una de las pocas veces en nuestra amistad en las que no fui la primera en saber algo importante sobre ella. El pensamiento me inquieta.

—Yo también tengo algo que enseñarte —interviene Cristel, atrayendo mi atención. Extiende su brazo derecho, revelando un tatuaje que me deja sin palabras.

Es un diseño imponente, cargado de detalles y, supongo, significado. Me acerco a examinarlo con detenimiento.

—¿Qué es? —pregunto, impresionada—. ¿Es tu primer tatuaje?

—No, este creo debe ser el número veinte —responde despreocupada, riéndose de mi reacción antes de empezar a explicarlo—. Es una diosa taurina, creada especialmente para mí. Tiene un tatuaje de la constelación de Tauro en su brazo, y las flores rojas son un detalle que simplemente amo. Además, están las constelaciones de Acuario y Capricornio, que representan mi ascendente y mi luna, respectivamente.

—Woah, realmente lo pensaste mucho para este tatuaje —comento, sin dejar de admirarlo.

—En realidad no tanto —admite entre risas—. Facundo, el chico que nos tatuó, es un genio. Ideó el diseño en menos de media hora. De hecho, yo no pensaba tatuarme, pero quise acompañar a Isis para que no estuviera tan nerviosa.

El malestar que sentí antes se profundiza. No sólo me he perdido momentos importantes de Isis, como su primer tatuaje, sino que me doy cuenta de que Cristel ahora está allí para ella en formas que yo no. Giro mi mirada hacia mi mejor amiga, buscando algo en su expresión.

—Es que no me hice sólo uno —confiesa Isis, sonriendo con nerviosismo mientras se quita el ligero saco que lleva puesto.

Levanta un poco su blusa, revelando otro tatuaje en la zona de las costillas. Mis ojos se agrandan al ver el diseño.

"Una galaxia y una estrella más". Las palabras están escritas sobre unas manos entrelazadas, y a estas las rodea planetas, el sol y la luna. Sobre las manos, dos estrellas brillan sutilmente.

—Este es por nosotras, por nuestra amistad —explica, mirándome por encima del hombro. Su voz está cargada de vulnerabilidad, como si temiera mi juicio—. De hecho, este fue el primero que me hice. El de Bautista fue más espontáneo. ¿Te gusta?

Estoy sin palabras. La emoción se arremolina en mi pecho. ¿Cómo respondes cuando alguien plasma tu vínculo en su piel?

—Yo lo diseñé —interviene Zara, sonriendo con orgullo. Isis le dedica una mirada agradecida.

—Es espectacular, Zara —digo sinceramente, y luego miro a Isis—. Me encanta, pero veo que era cierto cuando me dijiste que no creías que hacerte un séptum, después de hacerte uno, sería lo más loco qué harías en esta etapa de tu vida —bromeo, tratando de aligerar el ambiente. Mi amiga sonríe aliviada.

—Me alegra que te haya gustado —dice feliz, moviendo su nariz para que su piercing séptum se balancee con el gesto.

Inhalo profundamente, intentando procesar todo lo que acabo de vivir. Sin embargo, Isis interrumpe mis pensamientos con su entusiasmo.

—Bien, niñas, hay que comenzar a alistarnos si luego no queremos escuchar a Joseph regañarnos todo el camino por ser impuntuales.

Sus palabras nos sacan a todas de nuestro ensimismamiento, y el cuarto se llena de risas y movimiento mientras nos preparamos para lo que promete ser una noche inolvidable.

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Debo admitir que Zara tiene un don para el maquillaje. Mi rostro luce fresco, como si hubiera dormido ocho horas y no estuviera cargando un cansancio emocional de meses. También debo agradecer la generosidad de Michie por prestarme su ropa. Aunque, claro, sus pantalones me quedan un poco holgados; la pérdida de peso reciente ha sido una consecuencia directa de mi falta de apetito, más emocional que física. Pero Cristel, con su magia de costurera, ajustó un pantalón color borgoña brillante. Ahora me queda perfecto, casi como si hubiera sido hecho para mí.

Por primera vez en mucho tiempo, no me siento invisible. Y esa sensación se traduce en algo parecido a confianza mientras bajamos de la camioneta de Joseph frente a la discoteca. El lugar está estratégicamente ubicado entre su universidad y la mía, un punto medio que ahora parece el epicentro de esta noche.

Cuando estamos por ingresar, las luces de neón reflejan destellos vibrantes en las ventanas. El lugar parece latir con vida propia al ritmo de la música que se escapa por la puerta principal. Me quedo atrás por un momento, intentando procesar todo: la energía, la expectativa, la promesa de algo nuevo. Pero Joseph, siempre atento, se acerca y me da un ligero empujón en la espalda.

—Vamos, Ely, no te vayas a rajar ahora —bromea, aunque su sonrisa tiene un toque de calidez que agradezco.

Dentro del local, el ambiente es un torbellino de luces, humo y risas. El espacio parece inmenso, aunque lleno de gente que se mueve al ritmo de la música. Las chicas me arrastran hacia la pista de baile, y durante un rato, dejo que la música me envuelva. Siento cómo mi cuerpo, rígido al principio, empieza a soltarse. Risas burbujean desde mi pecho y, sin darme cuenta, estoy sonriendo de verdad.

Entonces, en medio del caos de la pista, ocurre: me pierdo.

La multitud se mueve como una marea, y yo trato de encontrar algún rostro familiar: Génesis, Cristel o Joseph. Pero mis ojos no logran distinguir a ninguno entre los cuerpos danzantes y el humo artificial que da un toque casi irreal al ambiente. Comienzo a desesperarme de a poco, poniéndome nerviosa con cada vistazo que hecho al lugar, sin dejar de caminar tratando de ubicar el lugar donde me encontraba antes de ser arrastrada lejos de los demás. 

Sin querer, choco contra alguien. Un líquido frío se derrama entre ambos, y por instinto doy un paso atrás.

—Disculpa, no te vi —decimos al mismo tiempo.

Levanto la mirada, y el aire parece quedarse atrapado en mi garganta. Él está ahí, como una aparición sacada de algún rincón olvidado de mi memoria. Por la expresión en su rostro, creo que siente lo mismo. Casi tres años después, y aquí estamos.

Nos miramos sin decir nada, como si las palabras fueran insuficientes o demasiado pesadas para este momento. Mis pensamientos se arremolinan. Está más alto, más fornido, su mandíbula más marcada. La versión que tengo de él en mi cabeza parece un eco pálido frente a la realidad que tengo delante.

Finalmente, él rompe el silencio:

—Hola, Vescovi.

Trago saliva, intentando recuperar la compostura antes de responder:

—Hola, Coleman.

Mientras lo digo, mis ojos no pueden evitar recorrerlo con una mezcla de asombro y nostalgia. ¿Se habrá dado cuenta de cómo yo he cambiado? Me siento más pálida, más frágil, con las ojeras que cuentan historias de noches largas y días pesados. Él, en cambio, parece estar en el mejor momento de su vida.

—¿Cómo has estado? —pregunta, su voz grave resonando por encima de la música.

Los nervios me traicionan, y lo primero que sale de mi boca es una frase absurda:

—¿Me ves gorda? —El desconcierto en su rostro es inmediato. Me apresuro a corregirme—: Digo, porque yo te veo más alto.

Su expresión se relaja, y una sonrisa extraña, con una mezcla de diversión y algo más profundo, se dibuja en sus labios. Se muerde el labio inferior, como solía hacer cuando algo lo desconcertaba.

Un chico castaño, alto y robusto se acerca y pasa su brazo por los hombros de Brian, interrumpiendo nuestra burbuja.

—Coleman, amigo. ¿Quién es este bombón? —pregunta, mirándome con descaro.

—Es... —Brian se queda en silencio por algunos segundos, examinándome o quizás pensando bien sus palabras—. Una vieja y muy querida amiga.

—Soy Emily —respondo, extendiendo mi mano por educación, dejando de lado el remolino que ocasionaron las palabras del moreno en mí.

—Un gusto, yo soy B —dice, tomando mi mano y depositando un beso ligero en el dorso.

—¿B? —repito, arqueando una ceja y alejando mi mano con disimulo de entre la suya.

—De Bueno, por lo bueno que estoy —contesta con una sonrisa arrogante.

La respuesta es tan absurda que no puedo evitar reír. Es una risa genuina, algo que no recuerdo haber sentido en mucho tiempo.

—¿Por qué ríes? —pregunta "B", un poco confundido.

—Por tu chiste —respondo entre risas.

—No es un chiste, mi nombre realmente es Bueno —dice, su expresión ahora seria.

La incredulidad me traiciona.

—¿Quién te hizo eso? —Brian emite un sonido extraño, tratando de contener la risa. Yo, consciente de mi metida de pata, intento arreglarlo—: Digo, qué nombre tan original. —Instintivamente llevo una mano hacia mi nariz.

Para mi sorpresa, B sonríe satisfecho con mi respuesta. Brian, por otro lado, me lanza una mirada significativa. Él sabe que rascarme la nariz es mi tic al mentir.

—Entonces, Emily, ¿me dejas invitarte algo para tomar? —pregunta B con un tono más coqueto.

Antes de que pueda responder, Brian interviene.

—¿No querías enseñarles a los chicos cómo tomas alcohol por la nariz?

B lo mira confundido por un instante, pero luego sonríe como si entendiera el subtexto. Se despide con una mirada cómplice hacia Brian y se aleja hacia un grupo de chicos que nos observan desde la distancia. Al llegar, señala en nuestra dirección, y siento sus miradas fijas en mí.

—Ignóralos, son unos imbéciles —dice Brian, encogiéndose de hombros. Luego, de forma inesperada, añade—: Estás muy hermosa, ¿lo sabías?

El cumplido me descoloca.

—Es gracias a Génesis —murmuro, encogiéndome de hombros para restarle importancia. Sin embargo, mi tono delata algo más profundo.

Nos miramos en silencio, una tensión palpable entre ambos. Finalmente, él cambia de tema:

—¿Cómo está Génesis?

—Debe estar tomando o bailando por ahí —respondo con una pequeña sonrisa—. ¿Y tu familia? ¿Amy?

—Bien. Mi mamá se casó con Enrique, así que oficialmente la pulga y yo somos hermanos.

—Lo sé, recibí la invitación —le recuerdo.

Sus ojos se encuentran con los míos, y sé lo que está pensando. Sabe que no fui a la boda, pero no pregunta por qué. Yo tampoco ofrezco una explicación. La verdad sería demasiado complicada para este momento.

—Cierto, Axel fue el invitado especial de Amy —añade, rompiendo el silencio. Asiento, sin mucho más que decir. Él parece dudar un momento antes de hablar de nuevo—. Bueno, creo que mejor me voy. Fue bueno verte, Vescovi. Me alegra saber que estás bien.

Su tono es cálido, pero hay algo más, algo que no se atreve a decir. Se da la vuelta, pero antes de que pueda dar otro paso lejos de mí, agarro su muñeca con suavidad, pero con firmeza.

«No estoy bien, Brian. Y el hecho de que estés aquí, frente a mí, me da un respiro, aunque sea momentáneo. Quédate un poco más, por favor», pienso en decirle. Pero en el instante en que nuestros ojos se cruzan de nuevo, las palabras se ahogan en mi garganta y se transforman en algo completamente diferente.

Le sonrío con amabilidad, casi con inocencia, antes de preguntar:

—¿Quieres salir de aquí? —propongo, inclinando la cabeza ligeramente hacia un costado y señalando detrás de mí con el pulgar, sin soltar su muñeca—. No sé, tal vez a un... ¿Quieres ir a un motel?

—¿Qué? —inquiere, ladeando la cabeza y mirándome como si no hubiese escuchado bien. La incredulidad dibujada en su rostro es tan genuina que casi puedo escuchar el chirrido de los engranajes en su mente intentando procesar mis palabras. Su expresión es tan cómica que por poco no estallo en risas.

He leído en algún lugar que el sexo ayuda a combatir la depresión debido a la dopamina que el cuerpo libera. No es que tenga un diagnóstico oficial, pero algo me dice que un poco de conexión física no me vendría mal. Además, la idea de hacerlo con un completo desconocido me resulta inquietante; y considerando que Brian ha sido el único, parece la opción menos aterradora ahora que lo tengo frente a mí.

—Lo que oíste —respondo con seguridad, manteniendo la sonrisa y sin soltar su muñeca—. ¿Quieres o no?

Por un instante, sus ojos buscan algo en los míos, como si estuviera decidiendo cuál de sus pensamientos merece ganar esta batalla interna. 

—Espérame aquí —dice finalmente, liberándose de mi agarre con cuidado.

Sin más explicaciones, se gira y comienza a caminar en dirección contraria. Lo observo alejarse, sintiendo cómo la frustración crece dentro de mí como un torrente incontrolable. Mi impulso inicial es gritarle que regrese, que deje de jugar conmigo.

¿Qué hago? ¿Me voy? ¿Me quedo?

Pero antes de que pueda decidir qué hacer, Brian reaparece.

Esta vez entrelaza nuestros dedos, y su gesto me toma tan por sorpresa que olvido mi enojo anterior. Mueve la cabeza señalando hacia la salida mientras me muestra unas llaves de auto con la otra mano.

Sonrío sin poder evitarlo, dejándome llevar por este inesperado cambio en los acontecimientos. Decido no decir nada, simplemente lo sigo.

—Te hubiera propuesto el baño, pero me da asquito —confieso mientras caminamos, intentando aliviar la tensión. 

Suelta una carcajada, una risa tan genuina y cálida que algo en mi interior se remueve, llenándome de una nostalgia que no esperaba. No sabía que podía extrañar el sonido de una risa hasta ahora.

Estamos tan inmersos en nuestro pequeño mundo que no noto la figura que se cruza en nuestro camino hasta que el choque es inevitable.

—¡Ely! —chilla Cristel con una efusividad que solo puede explicarse por la cantidad de alcohol que lleva encima. Su rostro refleja una felicidad desbordante al verme—. Te estuvimos buscando por todos lados, ¿dónde estabas?

—¿Y Génesis? —pregunto de inmediato, buscando a mi amiga detrás de ella.

—La perdí hace rato por buscarte —admite, aunque su atención ya no está en mí, sino en el chico a mi lado—. ¿Quién es, Ely?

—Oh, eh... —balbuceo, mirando a Brian, quien me observa con una ceja levantada y una sonrisa que no puedo catalogar de otra manera que no sea provocadora—. Un extranjero. Lo estoy ayudando a encontrar la salida. Está perdido.

—¿De dónde eres? —cuestiona Cristel, mirándolo con una coquetería que me irrita más de lo que debería.

—No te entiende, no habla español —respondo rápidamente, encogiéndome de hombros—. Bueno, si me disculpas...

Agarro el brazo de Brian, intentando tirar de él, pero Cristel se interpone en nuestro camino.

—No te vayas, primero necesito que me acompañes al baño, por fa —ruega, mirándome como un cachorro abandonado bajo la lluvia.

—Ahora no puedo, tengo que acompañar a este pobre extranjero a la salida —repito, señalando a Brian que intenta mantener una expresión seria.

—Por cierto, ¿de dónde es? —cuestiona mirándome curiosa, para después verlo a él—. ¿Hablas español? —inquiere, gesticulando cada palabra en forma lenta.

—Te dije que no habla español, así que no te puede entender —aseguro, mirándola como si fuera tonta—. Él habla... —me quedo callada, intentando pensar en un idioma creíble, pero la mirada de Cristel no hace más que ponerme nerviosa—. Habla... francés, sí, así que es imposible que te entienda.

Brian me pellizca la mano haciendo que gire a verlo, notando que acabo de meter la pata, ¿y cómo no? El chico no sabe francés.

—Oh, comment tu t'apelles? je peux t'aider si tu veux —habla Cristel de forma extraña, haciendo que ambos giremos a verla—. ¿Qué? Soy mitad francesa.

Mierda.

—Estás llena de sorpresas, ¿eh? —comento un poco sarcástica, pero la pelirroja parece no entenderlo, porque solo sonríe—. Lo que pasa es que él no habla ese francés, habla otro que tú no sabes, porque él no es de Francia.

Ambos me miran como si fuera estúpida y probablemente lo soy.

—¿Y de dónde es entonces? —cuestiona la pelirroja, ya con esa mirada que indica que no me está creyendo ni la letra J.

—De otro lado donde se habla francés, pero no el francés que sabes, sino que otro —aseguro de manera rápida, para luego volver a agarrar la mano del moreno—. En fin, no hay tiempo, se tiene que ir. Nos vemos Cristel.

—Por favor Ely, acompáñame al baño y luego puedes irte a donde quieras con el francesito falso —ruega, agarrando mis manos—. Es que la última vez que fui, unos chicos me manosearon y no quiero pasar por eso otra vez. Por favor, por favor, por favor.

La culpa comienza a corroerme. No quiero ser mala y dejarla sola, pero tampoco quiero perder a Brian. Esta podría ser mi única oportunidad.

Me muerdo el labio superior, debatiéndome internamente, cuando una voz familiar interrumpe mis pensamientos.

—Ahí estás... —La voz de Joseph se corta en seco cuando sus ojos se posan en Brian. Lleva una mano a la boca mientras con la otra nos señala repetidamente.

—Puedes ir con Joseph —le digo a Cristel rápidamente, aferrándome a la idea desesperada de no arruinar mi noche—. Estoy segura de que, si esos chicos creen que es tu novio, no se atreverán a molestarte.

—Que mierda.

—Ya sé, pero sabes que tengo razón —respondo mirándola, y noto como mira de mala gana a Joseph, quien no deja de ver a Brian con los ojos abiertos de par en par.

—¿Lo conoces? —cuestiona la pelirroja, mirando a Joseph quien gira a verla.

El pelinegro y yo cruzamos una mirada fugaz, que es donde le ruego que no diga nada, antes de volver a ver a Cristel.

—Nunca en mi vida lo había visto —asegura, haciendo que suelte el aire que no sabía que estaba conteniendo—. ¿Eres de aquí siquiera? —inquiere, mirando a Brian con el ceño fruncido—. Creo que no, es más, no creo que debas estar aquí, o con ella —menciona, mirándome por unos momentos, antes de volver a ver a Brian—. De hecho, pareciera ser un tipo que detesta el básquetbol, y sabes que con esa clase de gente yo no me llevo bien, a pesar de que ya no esté practicando ese deporte —comenta, mirando a Cristel quien tiene el ceño fruncido y una expresión de confusión.

Abre la boca dispuesta a decir algo, pero Joseph se me adelanta, pero su mirada aún refleja la desconfianza de mi decisión.

—En fin, Cristel, aprovecha que estoy de buenas y vamos, te acompaño a donde sea que quieras ir —comenta, empujando a la pelirroja, que gira a verlo de mala manera—. No molestes a Emily, ¿no ves que tiene cosas que hacer?

Ambos se alejan de nosotros por medio de empujones y discutiendo. Cuando finalmente nos quedamos solos, Brian suelta una carcajada baja, mirándome con una mezcla de diversión y asombro.

—¿Francés? ¿En serio? —cuestiona aún incrédulo y sonrío inocente, a la vez que me encojo de hombros—. ¿Siempre eres así de creativa ahora o solo cuando estás acorralada? —pregunta, con una sonrisa ladeada que me hace sentir que todo el caos valió la pena.

—Solo cuando tengo motivos para serlo —respondo, entrecerrando los ojos juguetonamente—. Es lo primero que se me ocurrió, lo siento —aseguro, haciendo que él vuelva a sonreír mientras niega con la cabeza.

—Me alegra que sigas siendo la misma —murmura, más para sí mismo que para mí, pero esas palabras logran que mi pecho se apriete con una sensación extraña y familiar, como si hubiera esperado o temido escucharlas—. Vamos —dice, entrelazando nuevamente nuestros dedos con firmeza, tirando suavemente de mí hacia la salida.

—De acuerdo, pero debo volver aquí si no quiero que Isis me mate, ¿bien? —respondo, sonriendo mientras salimos del antro. Lo veo asentir con la cabeza, y me siento un poco más aliviada.

—Además de que esta fue tu idea, ¿debo ser tu chofer? —bromea, y una sonrisa amplia se dibuja en mi rostro. Luego, me mira por encima del hombro y su tono se suaviza—. No te preocupes, te traeré sana y salva, Vescovi.

Llegamos hasta un Jeep que brilla bajo las luces de la calle. Alzo las cejas en sorpresa, y él se ríe al ver mi reacción.

—Es de uno de mis amigos —explica antes de cerrar la puerta detrás de mí una vez que me subo, como si todo estuviera perfectamente planeado.

—¿Sabes? Creo que después de esta noche, comenzaré a replantearme mi opinión sobre el básquetbol —dice, rompiendo el silencio mientras arranca el motor. Su voz me saca de mis pensamientos, y giro mi cabeza para verlo, intrigada—. Siento que Joseph se lo merece después de lo que hizo hoy —añade, y no puedo evitar reírme.

—No le diré, porque se emocionará y dirá que siempre tuvo razón —respondo, recordando su reacción exagerada cuando se enteró de que Brian no compartía su pasión por el deporte.

El trayecto es tranquilo, y nuestras conversaciones se van entrelazando, cubriendo detalles de nuestras vidas. Es reconfortante escuchar de su boca lo bien que le va en la academia militar, especialmente sabiendo que está en la sección de inteligencia, el campo que siempre le interesó. Me siento orgullosa de él, como siempre lo he hecho.

Cuando le cuento que soy una de las cinco mejores de mi carrera, su sorpresa es palpable. Me mira con algo que no logro identificar, tal vez orgullo, tal vez asombro. Y aunque su expresión es tranquila, puedo sentir su aprobación en el aire, en la forma en que su mirada se suaviza.

Nos detenemos frente a un lujoso hotel. Al verlo, mis ojos se abren con incredulidad.

—Pero… —me detengo, sin saber qué decir, y él solo sonríe con una tranquilidad que me desconcierta.

—No te preocupes, baja —me dice, señalando la puerta con un gesto del mentón mientras apaga el motor. La voz de Brian es suave, casi protectora, como si supiera que estoy un poco perdida en mis propios pensamientos. 

Obedezco y, mientras bajo del Jeep, el sonido de la puerta cerrándose me envuelve antes de que él esté a mi lado, entrelazando nuestros dedos nuevamente.

—Brian… —lo llamo, mi voz temblando un poco, aunque intento ocultarlo.

—Vescovi, ¿en serio crees que ahora que tengo la oportunidad de estar contigo, te voy a llevar a un motel? —me pregunta, en tono casi divertido, pero con una intensidad en su mirada que no puedo ignorar. No aparta sus ojos de los míos mientras caminamos hacia la entrada del hotel—. Ni aunque el baño del antro fuera nuestra única opción, te habría aceptado. Porque no te mereces eso. Esto, esto sí.

Me quedo en silencio, sin saber qué responderle, sintiendo la calidez de sus palabras envolverme, pero también una inseguridad creciente en mi pecho. No es que me quiera echar atrás, pero lo que está pasando es algo que no había anticipado.

—Pero un lugar así...

Detiene su caminar, justo en frente de las grandes puertas de vidrio y gira a verme fijo a los ojos.

—Mira, para tu tranquilidad, déjame decirte que aquí es donde nos estamos hospedando con los chicos, ¿bien? —Aprieta mi mano—. Si no te sientes cómoda aquí, igual y podemos ir a otro lado.

—No, no, está bien —me apresuro a decir, ya que el solo hecho de pensar que pueda gastar demasiado dinero en mí me resulta un poco incómodo. 

Brian me mira por varios segundos más, antes de asentir con la cabeza y retomar su caminar. Habla brevemente con el recepcionista del hotel, pero yo estoy tan sumida en mis pensamientos que sus palabras me parecen un murmullo lejano. Siento que estoy flotando en una burbuja, entre la duda y la emoción, entre la vergüenza y las ganas de seguir adelante.

De alguna manera, no puedo evitar la inquietud que crece en mí al pensar en cómo me verá. Ya no me siento tan segura de mi cuerpo como antes, y esas inseguridades me atacan de golpe. Lo miro en silencio, sintiendo cómo mi corazón late fuerte y errático, un ritmo frenético que no logro calmar.

El sonido del ascensor llega como un alivio, pero es breve. Dentro del pequeño cubículo, estamos en silencio, y aunque no es incómodo, el aire está cargado de algo. De pensamientos que no nos atreveríamos a compartir, de algo que va más allá de lo físico, de lo que los dos sabemos que está flotando entre nosotros.

Lo miro de reojo, deseando saber lo que está pensando. Y por un momento, ruego porque él no sepa en lo que yo estoy pensando.

¿Quiero esto? Claro. Pero hay algo que se enreda en mi pecho, una vergüenza que no sé cómo manejar. Siempre he sido tan segura, tan decidida, y ahora…

—¿Quieres que pidamos comida? —Su voz, baja y suave, corta mis pensamientos y me trae de vuelta a la realidad.

Me quedo un momento en silencio, apenas consciente de lo que está pasando, hasta que miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estamos en la habitación. Es hermosa: una cama grande, una ventana que da a la ciudad, un baño al fondo. Todo parece tan… perfecto. Me siento pequeña de repente, fuera de lugar, como si mi cuerpo estuviera ocupado por emociones que no reconozco.

—¿Qué? —pregunto, sintiéndome desconcertada, y cuando me giro, lo veo sosteniendo el teléfono del hotel, mirando mis ojos con una expresión tranquila.

—Que si quieres que pida comida —repite, con una sonrisa que parece sincera, pero en sus ojos hay algo más profundo, como si estuviera esperando que le diga algo, algo que no puedo encontrar aún en mi mente.

De repente, sus ojos parecieran ver más allá de lo que me gustaría. Deja el teléfono en la mesita y da un paso hacia mí, tomando mi rostro entre sus manos con una suavidad que me desarma.

—Vescovi, jamás te obligaría a hacer algo que no quieras —susurra, la calidez de su aliento acariciando mi piel. Su mirada es intensa, pero no tiene presión. —Yo solo quiero estar aquí, contigo. Quiero que sepas eso.

—Pero ya estamos aquí, ¿no? —pregunto, la inseguridad dándome un pequeño nudo en la garganta.

Él suelta una risa suave, y su aliento cálido roza mi rostro, haciéndome sentir una corriente eléctrica recorrer mi piel.

—¿Y? —responde, sin apartar sus manos de mi rostro, su mirada fija en la mía, tan intensa que me cuesta respirar—. La verdad es que me sentí aliviado cuando me detuviste hace un rato —admite con una sinceridad que me golpea de lleno, y en ese momento, mi corazón empieza a latir desbocado, como si hubiera comenzado una carrera—. Yo tampoco quería dejar las cosas así, ¿sabes? Quería pasar más tiempo contigo. Pero no quería incomodarte, y no sabía cómo pedírtelo sin que pareciera extraño.

Sonríe, una sonrisa que me llega al alma, y es imposible no contagiarme de esa ligereza, aunque dentro aún sienta una mezcla de emociones complicadas.

—Pero cuando me lo pediste… —continúa, su tono ahora más suave, como si estuviera compartiendo algo personal, algo que solo él podría entender. —Sentí tanta paz y felicidad, que supe en ese mismo instante que no podía dejar pasar esta oportunidad. Por eso te traje aquí. No me importa si no pasa nada, Vescovi. Yo solo quería estar un rato más contigo, y no dejar que el momento se escapara.

Mis pensamientos se disuelven en ese momento, y todo lo que queda es él, su cercanía, su calma. Mis manos se levantan lentamente hasta rodear su cuello, y con un suspiro, dejo que mi cuerpo se acerque al suyo, sintiendo cómo el calor entre nosotros se vuelve tangible.

—Te extrañé —admite en un susurro, aferrándose a mí como si fuera la única cosa que le importara en ese momento.

Su abrazo es firme, reconociendo en él la misma necesidad, la misma añoranza. Me aprieta contra su pecho, y por un momento, todo el mundo desaparece. Solo estamos nosotros, en esta burbuja de calma, con los corazones latiendo al mismo ritmo, tan desbocados como nuestras emociones.

—Y yo a ti, de verdad —le respondo, sintiendo cómo se acomoda contra mí, asentando su cabeza sobre la mía.

En ese instante, lo entiendo: esto no es solo un encuentro, es un reencuentro. Y no importa lo que pase después, lo único que sé es que quiero quedarme aquí, en este momento, con él.

---+++---

Al final, decidimos pedir pizza y un refresco de Coca-Cola. Después de todo, hay cosas que no cambian, como el hecho de que seguimos pidiendo mi comida favorita y su bebida favorita.

Nos sentamos en el suelo para estar cómodos, mientras las risas fluyen al recordar viejas anécdotas.

Estoy descalza, porque decidí quitarme los tacones para evitar que mis pies se cansaran demasiado rápido, mientras que él parece mucho más relajado que hace un rato.

Brian me pasa una porción de pizza, pero antes le quita la aceituna y se la come, recordando que a mí no me gustan.

—Gracias —digo, aceptando la rebanada con una sonrisa, y él me guiña un ojo—. Pero en serio, yo no estaba celosa de Luisa.

—¿No? —inquiere divertido, chupando su dedo pulgar que tiene cubierto de queso—. ¡Me besaste de una forma tan rara y exagerada, por no decir asquerosa, delante de todos, solo para demostrarle que éramos novios! —exclama entre risas, y yo siento que mis mejillas se colorean ante el recuerdo—. ¡Estabas marcando territorio, Vescovi!

—Amigo, amigazo —repito las palabras que siempre usaba cuando veía a Malcom, con esa sonrisa cómplice y algo macabra—. ¿Te acuerdas de eso que le decías a Malcom cada vez que estaba cerca de mí?

—Nada que ver —asegura, negando con la cabeza repetidamente mientras yo alzo una ceja, sin creer ni una palabra. Muerdo mi porción de pizza, disfrutando de la broma—. ¿Estás insinuando que yo le tenía celos a Malcom? Por favor.

—No lo insinúo, te lo recuerdo —respondo entre risas suaves—. Porque si mal no recuerdo, me lo admitiste en su momento.

—Estás recordando mal —afirma, mirándome con una ceja alzada, y antes de que pueda responder, mueve mi mano de tal forma que la pizza que tengo entre los dedos termina aterrizando en mi cara, cubriéndome de queso. Él comienza a reír a carcajadas.

—Perdón, tenía que hacerlo —dice entre risas, pasándome una servilleta de papel para que me limpie.

Lo miro con cara de falsa indignación mientras acepto la servilleta y me limpio el rostro.

—¿Te acuerdas de cuando estábamos jugando básquetbol en gimnasia, y Malcom saltó por encima de tu cabeza para volcar? —inquiero con tono travieso, mirando cómo su rostro se pone serio al instante.

—No me lo recuerdes, que aún me pone de malas —admite, haciendo que me ría por lo bajo antes de tomar otro sorbo de mi refresco.

—Pero había alguien más a quien le tenías un montón de celos —digo con énfasis, alargando la palabra «muchos» para molestarle.

—Yo no era celoso, Vescovi.

—Sean —digo, alzando las cejas justo cuando él termina de hablar, y me mira con una mezcla de incredulidad y fastidio—. También me admitiste estar celoso de él —aseguro, sonriendo satisfecha mientras termino lo último de mi pizza.

—Bueno, sí, de él no lo puedo negar —comenta, dándose por vencido, y yo levanto la mano como si dijera "ya lo sabía"—. Amy me contó que se alejaron por un tiempo...

Dejo mi mano suspendida en el aire, indecisa entre tomar otra porción de pizza o seguir con la conversación.

Inhalo hondo, intentando disimular la turbulencia que siento por dentro. Finjo que el comentario de Brian no me ha afectado, aunque en el fondo, la mención de ese malentendido aún revuelca mis pensamientos. Con una leve sonrisa, agarro la porción que me ofrece, asintiendo lentamente, como si nada hubiera pasado.

—Sí, hubo un pequeño malentendido entre nosotros, ya sabes cómo soy —respondo, intentando sonar indiferente, aunque un nudo se forma en mi garganta. Me avergüenza solo recordarlo. ¿Cómo pude haberle confesado todo aquello?—. Pero ya está todo bien —agrego, con una fugaz sonrisa que no alcanza a ocultar la incomodidad que siento, mientras llevo la lata de refresco a mis labios. Tomo un trago largo antes de añadir—: De hecho, se casó. —Lo suelto sin pensar, dejando que las palabras fluyan de manera automática, aunque el sabor de la soda no logra calmar el sentimiento agridulce que me invade.

Un silencio pesado se cuela entre nosotros. No sé qué piensa él, pero yo me pierdo en mis pensamientos, recordando cómo me sentí al recibir la invitación. Fue raro. Parte de mí se sintió feliz, por él, claro. Pero también había una punta de inseguridad, como si esos viejos celos no se hubieran ido por completo. Lo bueno es que se casó con alguien increíble. Alguien que no solo lo hace feliz, sino que también resulta imposible odiar. Quizá, después de todo, esas pequeñas heridas del pasado habían sanado.

—Lo sabía —dice finalmente, rompiendo el silencio y sacándome de mis pensamientos. Me giro hacia él, sorprendida—. Amy me contó que recibió una invitación, pero claramente Enrique no la dejó, ni quiso que viajara hasta Irlanda para la ceremonia.

El silencio vuelve a caer, aunque es diferente esta vez, cargado de una nostalgia silenciosa que ninguno de los dos quiere verbalizar.

Recuerdo cómo se veía Sean el día de su boda. Lo guapo que estaba, con esa sonrisa que solo él tiene. Y Cara... ella estaba radiante, la definición exacta de un “ángel”. Su amor era tan palpable, tan evidente, que fue imposible no sentirme feliz por ellos. Aunque un poco más allá, al fondo, una parte de mí se sentía como si todo fuera un sueño lejano. Creo que, si lo pienso a profundidad, aun me tengo cierto rencor por lo que sucedió.

—Pero volviendo al tema —dice él, cortando el aire pesado con su voz y devolviéndome al presente—, sí estabas celosa de Luisa. No hay otra explicación para ese beso tan horrible que me diste. Celos, celos y más celos.

—¡No es así! —me quejo, sintiendo cómo el rubor sube a mis mejillas, pero él no hace más que reír con esa risa burlona que siempre lograba sacarme de quicio. Intento golpear su brazo, pero eso solo lo hace reír más fuerte.

—Mira, te lo recuerdo con claridad, porque parece que no te acuerdas bien de ese suceso —digo, frunciendo el ceño con actitud desafiante, aunque me divierte verlo tan entretenido.

—Ajá, te escucho —responde él, acercando su rostro al mío, desafiándome con la mirada. Está tan cerca que casi puedo ver cómo sus pupilas se dilatan mientras me observa en silencio.

Respiro profundo, buscando las palabras para describir ese momento tan ridículo. La verdad es que ni siquiera sé cómo terminé actuando de esa manera.

—Luisa decía que jamás saldrías conmigo, porque no tendría sentido —comienzo, recordando la escena con más claridad. Como si fuera ayer, puedo ver el escenario en mi mente—. Decía que sería más lógico que te fijaras en ella, porque, claro, ella era una diosa.

Brian asiente pensativamente.

—Luisa era muy linda, sí —reconoce, con una mirada pensativa, sin apartar sus ojos de los míos.

—¿Te parece? —le respondo, frunciendo el ceño, sintiendo un extraño malestar en el pecho al escuchar sus palabras. Pero él no parece percatarse. Su sonrisa se dibuja mientras asiente, como si estuviera recordando con nostalgia su época escolar—. Si tú lo dices... 

—Luisa era muy, muy linda, según lo que me acuerdo —responde, con un gesto pensativo, y yo asiento con la cabeza, dándole la razón—.  Pero lo cierto es que, en ese entonces, me seguía pareciendo más hermosa una pelinegra algo loca, con unos ojos amarillos preciosos —continúa, dejando caer esas palabras tan casualmente. Yo muerdo mi labio inferior, evitando que una sonrisa se me escape, mientras siento el calor subir por mis mejillas—. De hecho, hasta el día de hoy sigo firmemente creyente de que esa pelinegra me sigue pareciendo hermosa al lado de cualquiera.

Mis pensamientos se desordenan por un momento, y las palabras se me escapan antes de que pueda controlarlas.

—Sí, bueno… ¿y sabes qué más soy? —pregunto, sin apartar la mirada de sus ojos, sintiendo la familiaridad del momento a pesar del tiempo. Lo observo alzar las cejas con esa expresión de diversión que nunca se le ha ido.

—¿Qué? ¿De verdad pensaste que hablaba de ti? —responde con una sonrisa burlona, el mismo tono desafiante que tanto solía irritarme. Esa sonrisa ladina, tan característica en él, emerge con la misma sutileza de siempre y me resulta extrañamente reconfortante.

El aire entre nosotros se carga de una tensión juguetona y una mezcla de nostalgia que me pone incómoda, aunque, de alguna manera, no quiero que desaparezca. La sensación de que nada ha cambiado, de que sigue siendo él.

—Si no lo hicieras, no serías la Emily Vescovi que conocía —añade, con una seguridad que me hace fruncir los labios, una chispa de irritación surgiendo en mi pecho. Pero en seguida, la calidez de sus palabras, casi como un recuerdo compartido, me hace sentirme extraña, vulnerable.

Él parece darse cuenta, y al instante la tensión se suaviza cuando su mirada cambia, se vuelve más inquisitiva, más suave. Como si no quisiera dejarme escapar en ese torbellino de emociones inconclusas.

—Entonces… —prosigue, casi con un toque de picardía, intentando hacerme volver a mi centro—, ¿qué más eres?

Y en ese simple gesto, en esa pregunta, me devuelve a la esencia de quien soy, o al menos, a quien era cuando estábamos juntos.

—Soy... —comienzo, sonriendo con un toque de malicia mientras me levanto del suelo, sintiendo su mirada fija sobre mí. La conversación ha alcanzado un punto de tensión juguetona que no quiero dejar escapar, pero un pequeño impulso de incomodidad me hace darme cuenta de lo cerca que estamos.

De repente, doy un paso atrás, como si me estuviera alejando. La habitación está un poco desordenada, con las cajas de pizza esparcidas a un lado y la luz suave de la lámpara creando una atmósfera cálida. Mi mente da vueltas, ¿debería seguir con el juego o simplemente salir de aquí para dejar que la chispa se apague? Un destello de inseguridad me cruza, pero rápidamente lo aparto.

—Nada, olvídalo. —Mi tono es suave, casi como si estuviera desinflando la tensión, pero sigo sonriendo con una mezcla de desafío y picardía. Me giro para ir hacia la ventana, un poco más por impulso que por intención clara, y mis pies tropezaron con una de las cajas de pizza, que estaba en el borde del suelo.

Antes de que pueda darme cuenta, estoy perdiendo el equilibrio, y el siguiente segundo siento cómo mis pies se desplazan hacia atrás. Mi cuerpo se tambalea sin control y, sin poder evitarlo, caigo, deslizándome hacia él, aterrizando justo sobre su pecho. El golpe no es doloroso, pero el impacto es suficiente para dejarnos en una posición bastante comprometida.

Los segundos se estiran. Me quedo quieta, sorprendida por el tropiezo, y no puedo evitar sentir cómo la calidez de su cuerpo se irradia a través de la tela de su camiseta, casi como una corriente eléctrica. Mi rostro está tan cerca del suyo que puedo percibir su respiración, rápida y sorprendentemente tranquila, mientras su mirada se fija en mis ojos.

—¿Todo bien? —pregunta Brian con una voz que suena increíblemente tranquila, a pesar de la situación absurda en la que nos encontramos. Su mano está en mi cintura, intentando ayudarme a levantarme, pero de alguna manera eso solo hace que la proximidad entre nuestros cuerpos se haga aún más evidente.

Intento levantarme rápidamente, pero mis piernas no parecen querer cooperar. En lugar de soltarme, él me mantiene cerca, sonriendo, como si estuviera disfrutando de la confusión que tengo escrita en el rostro. Algo en su expresión me desconcierta, y cuando lo miro, me doy cuenta de que su sonrisa ya no es solo de diversión. Es algo más profundo, algo más intrigante, que se me clava como una chispa en el aire.

—Creo que has caído justo donde querías —murmura, sin dejar de observarme con una mezcla de burla y algo que no logro identificar.

Mi corazón late más rápido, y por un momento, el caos en mi interior desaparece. Todo lo que queda es él, ahí, con esa sonrisa que me hace dudar de todo lo que pensé que sabía sobre lo que estábamos haciendo.

—No, no lo quería... —musito, pero mis palabras se quedan atrapadas en mi garganta cuando él, de manera casi imperceptible, me acerca un poco más hacia él.

Lo que sucede después es un impulso irracional. Sus labios encuentran los míos sin previo aviso, y la electricidad en el aire se intensifica como una chispa que prende fuego a todo lo que nos rodea. No es un beso suave ni tierno, sino uno lleno de una energía que parece haber estado esperando este momento, una mezcla de provocación y confesión sin palabras.

Su mano se desliza con suavidad hacia mi nuca, intensificando el beso mientras que, con la otra, me guía por debajo de la espalda, ayudándome a enderezarme ligeramente. El contacto de su piel contra la mía me estremece, y mi corazón late con fuerza, reconociendo que finalmente estamos en el lugar que tanto había deseado desde que llegamos a esta habitación.

Nos separamos solo un momento para recuperar el aliento, y en ese instante aprovecho para sentarme a horcajadas sobre sus piernas, sin importar que aún estemos en el suelo. El deseo vuelve a apoderarse de nosotros, y el beso se hace más urgente, como si el tiempo se hubiera detenido. Siento sus dedos presionar suavemente contra mi espalda, a través del top amarillo que llevo puesto, logrando el acceso perfecto.

Sus dedos comienzan a ascender lentamente, sin perder la intensidad de nuestros labios entrelazados. Nos separamos un momento, y veo en su rostro la sorpresa al notar que no llevo sostén bajo el top. Sonrío de manera juguetona, consciente de su reacción, mientras sus ojos se oscurecen con una mezcla de sorpresa y deseo.

Con un gesto decidido, alza los brazos, dándome la señal para que le quite la camisa. Mis manos se mueven hacia el dobladillo de la prenda, la alzo con delicadeza y la retiro por encima de su cabeza. Un suspiro escapa de mis labios cuando mi vista se detiene en su torso trabajado, y no puedo evitar sonreír ante su actitud confiada.

—Vaya, parece que esa academia te ha sentado bien —bromeo, pero lo digo con una admiración sincera. Él se ríe y luego se acerca de nuevo a mí, besándome con una suavidad que rápidamente se convierte en urgencia.

—Tú, por otro lado, sigues siendo igual de hermosa que siempre —me responde, mientras su boca baja hasta mi cuello. Inclinando la cabeza para darle más espacio, cierro los ojos, sintiendo el calor de su aliento y el roce de su lengua sobre mi piel, mientras un escalofrío recorre mi cuerpo.

Mis manos exploran su cuerpo, tocando su piel con devoción. Recorro su abdomen, admirando cada músculo, pero mi lugar favorito es su espalda, donde mis dedos se detienen, disfrutando cada línea de su figura.

Vuelve a besarme, esta vez más profundamente, mientras una de sus manos se desliza bajo mi top, acariciando con suavidad. Un suspiro tembloroso escapa de mis labios al sentir el contacto, y sin pensarlo, me muevo sobre él, sintiendo la presión de su cuerpo contra el mío.

De repente, sus manos me alejan, y un pequeño grito se escapa de mi boca cuando, con una fuerza inesperada, nos levanta del suelo. Mi sorpresa es absoluta. Antes de que pueda reaccionar, me sujeta con firmeza de la cintura, acercando más nuestros cuerpos, y en un solo movimiento, me empuja suavemente contra el colchón.

Siento el peso de su cuerpo presionando suavemente sobre el mío, pero al mismo tiempo, hay una sensación de protección, como si todo en el mundo fuera irrelevante mientras estemos aquí, en este instante. La temperatura de la habitación parece elevarse, y la tensión entre nosotros se palpa en cada respiración. Él me observa con intensidad, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y algo más profundo, algo que no logro descifrar.

—¿Estás segura de que quieres? —Su voz, grave y baja, resuena en mi oído. La pregunta es una caricia, una invitación a confirmar lo que ya se sabe, pero también una forma de proteger este momento, de evitar cualquier duda.

Levanto la mirada hacia él, viéndolo con la misma certeza. Mis manos recorren su torso, deteniéndose en sus hombros, sintiendo su fuerza, su calor. Cada fibra de mi ser responde a su cercanía, y no puedo evitar sonreír, aunque una parte de mí se detiene, temerosa de que algo pueda interrumpir la magia de este momento.

—Sí —respondo, mi voz apenas en un susurro. La duda ya se ha desvanecido, porque no hay nada más que desee en este instante que estar aquí, con él, explorando cada rincón de este deseo mutuo.

Él sonríe, y la sonrisa se llena de complicidad. Es como si finalmente ambos hubiéramos alcanzado un punto de no retorno, pero en lugar de temor, siento una excitante certeza. En sus ojos brillan un millón de promesas no dichas, y sé que, sin importar lo que pase después, este momento quedará grabado en mi memoria.

---+++---

No tengo idea de cuánto tiempo llevo “desaparecida”, pero media hora después de habernos bañado, secado el cabello y asegurarnos de quedar “igual que antes”, nos encontramos en la entrada de la discoteca agarrados de la mano, un gesto tan simple que, sin embargo, parece cargar con todo el peso de las emociones no dichas entre nosotros. Nos detenemos antes de cruzar el umbral, y nuestras miradas se encuentran. Por un instante, el bullicio del lugar se apaga, quedando solo el sonido de nuestras respiraciones y el magnetismo que aún nos mantiene unidos.

Ninguno dice nada. En su lugar, nuestros cuerpos se mueven con una sincronía inexplicable, y caemos en un abrazo cálido, profundo, que parece abarcar todos los momentos que vivimos juntos y aquellos que no nos atrevimos a vivir. Afianzo mi agarre en su espalda, sintiendo la firmeza de sus brazos alrededor de mí. Él se inclina un poco hacia mí, y su aliento choca contra mi cuello antes de que deposite un beso suave y casi reverente en mi hombro descubierto.

Cierro los ojos por un instante, dejándome llevar por esa caricia tan sutil que consigue encender mil emociones en mí. Siento su rostro ocultarse entre mi cuello y el hueco de mi clavícula, y su inhalación profunda envuelve mis sentidos como si quisiera grabarse en mi memoria. En respuesta, mis manos se aferran a su camisa, arrugándola entre mis dedos. No quiero soltarlo. No quiero que este momento termine.

Por un breve instante, el tiempo se congela, y me doy cuenta de cuánto extrañaba sentir algo tan genuino, tan visceral. Mi pecho se llena de una mezcla de nostalgia, deseo y un poco de tristeza, porque sé que esto, sea lo que sea, tiene un límite y un fin.

Gracias a los tacones que llevo, nuestras alturas se alinean perfectamente, haciendo que el abrazo no tenga fisuras, como si nuestros cuerpos estuvieran hechos para encontrarse de esta manera. Sus manos en mi cintura, mi rostro en su pecho, todo parece encajar.

Cuando finalmente nos alejamos, lo hacemos con una lentitud deliberada, como si ambos temiésemos que romper el contacto significara romper algo más profundo, algo intangible. Nuestras miradas se cruzan de nuevo, y hay tanto en sus ojos que me siento abrumada. Gratitud, anhelo, nostalgia, tristeza, culpa, felicidad, algo que casi podría ser amor o cariño. Quizás él también sabe que este momento tiene fecha de caducidad.

Sin palabras, mostramos nuestras pulseras al guardia de seguridad, el gesto mecánico nos devuelve a la realidad. Cruzamos la puerta y el mundo estalla de nuevo en luz y sonido, como si la discoteca estuviera esperando para tragarnos.

Adentro, el ambiente es un caos de música y risas, pero todo se siente distante, como si mi cuerpo estuviera aquí y mi mente se hubiera quedado en ese abrazo. Él me mira una última vez, con una mezcla de dulzura y resignación. Antes de que pueda decir algo, él asiente y toma su camino entre la multitud.

Yo hago lo mismo, moviéndome hacia el bar como si todo estuviera bien, aunque por dentro siento una punzada extraña. No sé si volveremos a encontrarnos, pero lo que ocurrió esta noche se quedará conmigo. Algo en él me recordó a la Ely que fui, a la que solía ser antes de todo. Y, de forma inesperada, también me mostró destellos de esta nueva Ely que aún está intentando surgir.

Camino hacia la barra, sonriendo para mí misma, y pienso en lo irónico que es que él, con su simple presencia, haya logrado desempolvar partes de mí que ni siquiera sabía que estaban guardadas. ¿Quién soy ahora? ¿Quién quiero ser? No tengo todas las respuestas, pero sé que, de alguna manera, esta noche fue un paso importante para descubrirlo.

Al final, no importa si nuestros caminos vuelven a cruzarse. Lo que importa es que por primera vez en mucho tiempo siento que puedo avanzar.

Después de unos minutos, finalmente encuentro a Isis, Cristel, Joseph, Zara y Michie. Aunque todos parecen estar bien, es Isis quien destaca por su energía desbordada. En cuanto me ve, su rostro se transforma de preocupación a alivio, como si me hubiera devuelto el alma a mi cuerpo.

—¡¿Dónde diablos estabas?! —exclama, agarrándome de los hombros con una fuerza inesperada, mirándome fijamente como si esperara una explicación lógica para mi desaparición—. ¡¿Por qué no contestabas el maldito celular?! ¡Por algo lo tienes, Emily!

—Bueno, ya —interviene Cristel, tomando el brazo de Isis con suavidad pero firmeza, alejándola un poco de mí—. Aquí está, está bien. Déjala respirar, que tampoco tiene por qué reportarte cada movimiento.

Zara se ríe, el tono de su voz cargado de sarcasmo y diversión.

—Te dijimos que estaría bien —afirma, sonriendo mientras observa a Isis, quien ahora se ve como si estuviera reprimida por algo—. Nunca pensé que te convertirías en una mamá gallina. —La reacción de Isis no se hace esperar, mostrándole el dedo a Zara, antes de volver a mirarme con ese brillo protector en los ojos.

—¿Estás bien? —pregunta ella, con la voz suavizada por la preocupación, y yo asiento.

Entonces, me rodea con los brazos, dándome un abrazo que me hace sentir que estoy en el lugar correcto. 

—Yo creo que está mejor que todos nosotros —comenta Joseph, con una sonrisa ladeada. Su tono ligero llama la atención de todos, y por alguna razón, a pesar de la tensión, no puedo evitar sonreír, aunque le lance una mirada fulminante. Él, como siempre, responde con un guiño, haciendo que me dé cuenta de lo diferente que todo esto parece, como si nunca hubiéramos dejado de ser los mismos.

—Por favor, atiende el teléfono la próxima vez —dice Isis, ignorando a Joseph con una sonrisa exasperada. Yo asiento, sintiendo una punzada de culpabilidad. No debía haberla hecho preocupar.

—Sí, perdón, no pensé en eso... —respondo, bajando la mirada por un momento. No se trata de que no quisiera atenderla; es que la noche con Brian había sido tan intensa, tan... absorbente, que me había olvidado por completo. La verdad es que ni siquiera me di cuenta de lo mucho que me desconecté.

Isis me rodea nuevamente con sus brazos y, esta vez, le correspondo el abrazo con más fuerza, dándome cuenta de cuánto significa este gesto. No es solo un abrazo de amistad, es un recordatorio de lo que hemos sido y de lo que aún somos.

—Bueno, ya basta —interrumpe Michie, con una sonrisa que invita a la diversión, haciendo que ambas nos separemos de manera lenta y cómplice—. Vinimos aquí para hacer de esta noche algo inolvidable para Emily, ¿no? —cuestiona, y todos asienten con entusiasmo, como si la pregunta no necesitara respuesta. —Entonces, ¿qué estamos esperando? La noche apenas empieza.

Zara me extiende un vaso con una bebida de color rosa, y lo miro un tanto desconfiada, sabiendo que no tengo mucha experiencia en este tipo de cosas. Pero, por alguna razón, respiro hondo y me decido a probarla. Al primer sorbo, la bebida me sorprende: es dulcísima, casi sin rastro de alcohol, lo que me hace relajar y me recuerda lo fácil que es perderse en el momento.

Pero nadie me advirtió que debía tener cuidado. Como es mi primera vez con algo tan fuerte, el sabor me engaña, y antes de darme cuenta, la bebida me empieza a hacer efecto al segundo, o quizá tercer vaso. La noche se vuelve borrosa, y la sensación de estar volando sobre una nube me invade, hasta que mi cuerpo ya no parece estar bajo mi control.

Lo siguiente que recuerdo es una caída, el estrépito de mi cuerpo golpeando el suelo de la camioneta de Joseph y rodando cuesta abajo por la calle. Milagrosamente, no pasaba ningún coche a esa hora. Si no, hubiera sido un desastre. Me quedo allí, inmóvil por un instante, preguntándome si aún estoy viva.

Es extraño, porque a pesar de lo doloroso y vergonzoso de la caída, algo en mí se siente reconfortada. Me encuentro a mí misma de nuevo, perdida en los recuerdos y en la gente que, por alguna razón, todavía me importa. Es curioso cómo un reencuentro con el pasado puede ayudarte a recordar quién eras, pero también a ver con claridad quién has dejado de ser.

Lo que más me sorprende es darme cuenta de que no quiero seguir siendo esa Ely del pasado, aquella que se escondía detrás de su propia inseguridad tapada de un falso positivismo. No, ya no. He cambiado.

Reunirme con Brian, con Joseph y con Isis, la mezcla de la vieja y la nueva versión de ella, me ha mostrado algo fundamental: aún estoy aquí. No me he ido a ningún lado. Solo estuve perdida por un tiempo, creyendo que todo lo que era se había desvanecido. Pero no es así.

Sigo aquí. Y tal vez, solo tal vez, esté lista para finalmente ser quien realmente soy.

¡Hola, hola! ¿Cómo están?

Antes de empezar, quiero dedicarle este cap a mi mas grande hater (es broma, bueno no, si creo que sea mi hater jashdajsdAdi058 Aclaración: esto NO fue un trato *guiño, guiño* para que no me funara en todos lados por la muerte de Bauti y haber abandonado DG por casi dos años ajsdhajhsdaj

Ahora si... qué les pareció el capítulo? 👀

Opiniones acerca de todo, aquí.

En mis redes sociales estaré dejando los bocetos de los tatuajes que tienen Isis y Cristel ❤️‍🔥

Aquí una ilu vieja (la hice por allá en el 2022, antes de abandonar la historia) de nuestras estrellitas 🥰


Aquí una ilu de Brian y Ely que no terminé jajsjsjja (si lo quieren colorear, bienvenidos sean)

Los amo, bitches💋
XOXO, C.A

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