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8







Cuando Sally cuenta un chiste, es normal que todos a su alrededor esperen con paciencia, aguardando al escandaloso final.

—Pizza. ¿Entienden?

Le doy una mordida a mi manzana verde.

—Ríndete —espeta Reed, desde su silla.

Evito tener que mirarlo; Lou me preguntó hace como una hora si sabía qué le pasaba a su hijo, ya que el declive de su humor ha ido peor a mejor ni hablarle. Me encogí de hombros ante la temeraria sensación que me provocó escuchar eso. Porque, como siempre he dicho, si hay algo que Reed Kelly sabe hacer de maravilla, eso es sonreír.

Justo en este instante, Grant se levanta de su lugar y niega con la cabeza.

—Eres malísimo haciendo chistes, amigo —espeta este.

Hoy tuvieron que engrasar las cortinas del establecimiento, por lo que solo está funcionado el pedido para autos. Los demás decidimos cenar antes de marcharnos cada uno a nuestras respectivas casas. Kara no quiso quedarse porque según ella el ambiente es demasiado pesado. Nadie le insistió que se quedara.

Contuve la respiración durante ese lapso mientras ella buscaba sus pertenencias en el casillero que tiene asignado. Pensé que, de un momento a otro, Reed se levantaría y caminaría hasta ella para abrazarla. Eso no sucedió, para mi total alivio. Sin embargo, deduje que mis ansias novedosas son una consecuencia inmediata del haber confesado que me siento un poco atraída por él.

Un poco nada más.

Aunque en realidad no hablé de proporciones ni cantidades, comprendo que la tristeza que me embarga es nada más y nada menos que por él. O por la rotura de los rituales que llevo a cabo en su compañía. No obstante, fingir que no me importa lo que sí, se ha ido tornando menos cansado a lo largo de mi día laboral.

Es domingo, de manera que dentro de nada me iré a casa. Tendré que caminar hasta allá...

Casi puedo sentir la incomodidad de que Reed vaya detrás de mí.

—Será mejor que medite el chascarrillo mientras friego los pisos de la cocina —sonrío y, al pasar, le doy una palmadita a Sally en el hombro.

Ignoro la pulsación que siento en mis sienes cuando me levanto, al encontrar la mirada de Reed; y mientras camino hacia las puertas vaivén de las cocinas, me percato de que también siento un cosquilleo en la nuca. Ignoro el sentimiento de aprensión que se forma en mi pecho al tiempo que empujo la puerta y me adentro en el lugar que me espera.

Gabriel, el tío mayor de Reed, está limpiando la parrilla.

Si no fuera por el tono parduzco de su cabello y el azul intenso de sus ojos, diría que Reed se parece más a Gabriel que a ningún otro. A su lado, un desgarbado Erick se encuentra, las caderas recargadas en la alacena y los brazos cruzados en el pecho.

Erick es el sándwich de la familia. Trabaja como electricista en una empresa de construcción, así que se lo ve muy poco por estos lares. Es el hermano al que todos quieren, el más centrado, el más serio, el de los mejores gustos de música. De pelo rubio y piel morena, Erick Kelly tiene un talento enorme para acaparar la atención de más de uno. Lo que llama la mía, sin embargo, es su gesto de fatiga.

Esbozo una sonrisa tenue, al tiempo que busco los utensilios de la limpieza.

—Hola, Em —dice este—. Sylvie y yo queremos ir al lago Goose por el spring break —dice y, señalando a Gabriel con el mentón, que no ha dejado de limpiar la parrilla, continúa—: Pero Gabriel insiste con quedarse.

—No podemos darnos el lujo de cerrar y a mí no me gustan los lugares atestados de gente —espeta el otro hermano.

Tiene brazos fuertes y una complexión robusta. Sus estrechas cinturas son demasiado acicaladas para la grosura de sus piernas, lo que le da un aire de hombre de las cavernas que a mí no me gustaría provocar en lo absoluto. De los cuatro hermanos Kelly, creo que es el de peor temple. Se sobresalta con cualquier cosa y, a la hora de defender un argumento suyo, utiliza hasta los más ridículos puntos con tal de no perder.

En eso Reed no se parece en nada a él, si me lo pienso un poco.

Reed, en carácter, es una mezcla de los otros tres Kelly. Inteligente como Erick, centrado como Lou y divertido, como sí se le da ser a Solomon... Mejor conocido como Sally.

—Desde que trabajo aquí, no has tomado ningunas vacaciones —le digo, pegando mi mentón al tubo del trapero.

Gabriel se limpia el sudor de la frente con un trapo, mientras se gira; el gesto de exasperación que suele llevar consigo, en este momento es de un cansancio absoluto.

—Tú tampoco has tomado vacaciones nunca —dice él.

—Ya. Pero yo necesito el dinero extra de mis vacaciones.

—No te vendría mal, Emma. Estás muy ojerosa estos días —comenta, ningún otro que Sally Kelly (ni siquiera puse atención a su llegada)—. Imagínate: bosque, arena, lago y una casa de campaña a la intemperie.

No puedo evitar sonreír ante la expresión soñadora que ha adoptado el rostro del hombre, cuya edad no es tan avanzada. Si acaso, debe de tener algunos treinta y cinco años. Con un suspiro, niego con la cabeza y le hago una seña para que me deje salir. En ese momento, aun así, otra persona abre la puerta de las cocinas y da un paso al frente, topándose conmigo a modo de obstrucción.

Los ojos de Reed inspeccionan mi cara por unos segundos. Luego me contornea y, mientras se deshace del delantal, se marcha hacia el lavabo de los trastes. Bajo la mirada y observo el cubo de agua que me espera.

—Esto... —escucho musitar a Gabriel; sé lo que ocurrirá en los siguientes momentos, así que me acuclillo para estudiar si debería de verter más jabón y lejía en el agua—. Iré si Emma viene con nosotros. Incluso puedes invitar a esa amiga loca tuya, no recuerdo su nombre.

Un sentimiento atroz de miedo se incrusta en mi cabeza. Me pongo de pie con cautela e introduzco el trapero dentro de la cubeta. Para cuando vuelvo a mirar a los hermanos Kelly, que ahora están mirándonos a Reed y a mí con una clara cuestión en los rostros, el rubor ya ha teñido mis mejillas.

—Natalie —digo.

—Sí, ella —asiente Gabriel.

Erick, al ser el más discreto de todos, se limita a esbozar una sonrisa en dirección de su sobrino cuando este los mira a los tres por encima de su hombro izquierdo. Todo lo que escucho es el sonido chirriante de los trastos que lava con una concentración casi humorística. Analizo el contorno de la espalda de Reed, de hombros anchos y, al igual que sus tíos, caderas y cintura estrechas.

Calculo que ninguno de la familia sobrepasa el metro ochenta y tantos de altura, por lo que Reed es igual de alto que Erick, pero no tanto como Gabriel o su padre.

Y, sin embargo, posee el mismo porte de seguridad y candidez que ellos.

—Pues Natalie y tú están invitadas —tercia Erick, sorprendiéndome.

Hago lo que puedo para contener mi vergüenza, y entonces digo—: Se los agradezco mucho, pero yo sí que no me puedo dar el lujo de privarme del salario.

—Tienes derecho a tus vacaciones —espeta Sally—. Y a mi sobrino le encanta la idea, ¿verdad, niño?

Por el veneno de su voz, sé que ya se ha percatado del silencio entre nosotros. Nada habitual. Por eso me dispongo a fregar la parte trasera de las cocinas. Escucho claramente cuando Reed cierra el grifo del agua tras terminar. Está delante de sus tíos, mientras Gabriel le hace preguntas por lo bajo y Reed lo mira con angustia.

Sería horrible que estuvieran preguntándole qué ocurre, pero ese pensamiento se escabulle de mi mente en el instante en el que Lou entra...

—Estos norteamericanos y sus estúpidas ganas de estropear mis métodos de... —él se detiene al mirarme, ya que es un potencial enemigo de las groserías frente a una «dama».

Lo cierto es que a mí me da lo mismo ya que, con Nat y Jamie, estoy acostumbrada al lenguaje de ese tipo.

—Emma, ven aquí —espeta Erick.

No quiero aproximarme a ellos dado que Reed está sentado en el borde de un banco. Una vez que me ve dar pasos lentos hacia allá, él agacha la mirada y encuentra algún detalle importante en sus dedos de las manos.

Mientras tanto, tomo una fuerte inspiración de aire y alzo las cejas, observando el cuadro familiar que tengo al frente.

—Adelante —dice Sally, hacia Reed.

—Considero que tú puedes ir en mi lugar, si eso te hace sentir más cómoda —murmura, sin mirarme.

—Las cosas se dicen mirando a las personas a la cara —refunfuña Lou.

Estoy avergonzada hasta los codos de las manos. La súbita sensación de aplomo llena mis extremidades y las vuelve pesadas. Echo una mirada hacia cada uno de ellos, a sabiendas de que ya podrían ser conscientes de lo que pasó, y la razón por la que Reed y yo no nos estamos hablando.

Son una familia muy unida y que no tiene secretos entre ellos, pero me molesta un poco el que pongan a Reed en esta situación...

A pesar de que sé que también tengo parte en ello.

—No hace falta. No quiero ir.

—Ningún hijo mío va a ir por ahí provocando pleitos entre mis empleadas y después...

—Lou, Reed no tiene cinco años —lo interrumpe Gabriel.

En ese instante, siento que una incomodidad dolorosa se hace un hoyo en mis entrañas.

—Lo que haya pasado entre Reed y yo es cosa nuestra, Lou —musito—. Déjalo en paz.

—No me quiero meter en el lío que traen —refuta el aludido y entorno los ojos en su dirección—. Bien —se rinde, evadiendo mi mirada—, si mi hijo no tiene las agallas para disculparse...

—Ya me disculpé —susurra Reed y entonces sí me mira—. Pero al parecer eso no cuenta mucho.

—¿Así que es mi culpa? —pregunto.

De pronto, no me importa que estén ellos aquí.

Para consolar mi error, me digo que es como si estuvieran Nat o Jamie en esto...

Me doy cuenta de dos horribles cuestiones: que Sally está sonriendo, como si esta hubiera sido su intención inicial —el provocarnos—, y que Reed me mira con un gesto sombrío.

—A mí me dejaste en claro que Jamie sí puede herirte sin ningún problema y yo...

—¡No es lo mismo! —lo callo.

Aprieto la quijada con un montón de fuerza. Girándome, decido que no voy a hacer esto. No voy a desmenuzar mis sentimientos aquí siendo que ya tendría que haber supuesto la calidad de mi enojo; se lo dije. Si a Jamie le hablo como si nada ahora, es porque me sé sus actos turbios de memoria. Me quedó claro con su nueva relación y la manera en la que me la ocultó.

—Sí, Emma. Es lo mismo. —Reed está detrás de mí mientras yo busco mi bolsa y mi suéter en el locker.

Un nudo gigantesco se forma en mi garganta.

—No entiendes nada —mascullo por lo bajo.

—Lamento no saber leer mentes, Emma.

—Entonces estamos a mano: los dos elegimos a Jamie. Fin de la discusión —digo, y tras cruzarme la correa de la bolsa, empiezo a caminar con dirección a la salida.

Reed no viene detrás de mí, gracias al cielo, pero antes de abandonar la cocina, escucho que Sally dice—: Lo estúpido y ciego no lo heredó de mí.

—Ni de mí —espeta Erick.

—A mí no me miren, por favor —tercia Gabriel.

—Es herencia materna —remata Lou.

Le regalo una mirada de disculpa, y él sonríe, negando con la cabeza cuando clava su mirada a mis espaldas. Supongo que en su hijo. Avanzo rápido por el corredor principal y pienso en la manera de arreglar esto de una vez por todas. Grant está de pie junto a una de las mesas, leyendo algo en su móvil.

Una sonrisa torpe me es devuelta cuando yo le sonrío, tratando de no demostrar cuán molesta e impaciente me encuentro.

Al mirar al muchacho, escudriño su semblante y una idea muy, muy disparatada se me cruza por la mente. Al principio, reparo en sus facciones duras; la mandíbula un tanto simétrica, su nariz afilada y los ojos verdes. Me rasco la nuca con expresión inocente al tiempo que me pongo delante de él.

—Oye, Grant —musito. El muchacho se vuelve a mí—. ¿Querrías ganarte cien dólares?

Él, no sin cierto recelo, se me queda mirando.

—¿Me estás hablando a mí?

—Sí, cien dólares. Dos horas durante una semana.

Tras enarcar una ceja, Grant se guarda su celular y centra su atención en mí.

Luego, una vez que ha asentido, le esbozo una sonrisa. Lo invito a dejar el restaurante y, cruzando los dedos para que funcione, salgo con él a través de las puertas de cristal.


*


—Esto es una locura —asegura, como por enésima vez, Jamie—. Mira que verle las partes a...

—Las veo seguido —me río—. El falo masculino no es que me cause mucha impresión, la verdad.

—Esta autora dijo que no es que no te guste leer, sino que no encuentras el libro correcto —dice Nat, mientras se echa un puñado de palomitas de maíz a la boca—. Creo que se puede utilizar la misma filosofía con los penes. No es que no te gusten, creo que no has encontrado el correcto.

—¿Y tú? —pregunta Jamie, con sorna.

Hoy está muy relajado. Es lo más cercano a ese amigo que sé que está en el fondo. Sin juicios ni opiniones burdas. Me dispongo a reacomodar mis pinceles por tamaños y al tiempo que observo la paleta, mientras hago tiempo, los miro a uno y a otro.

Suelen ser así de vulgares, tal vez esa es la razón de que no me sienta intimidada al haberle pedido a Grant que fuera mi modelo. Pienso que, cuando Reed se dé cuenta, entenderá que puedo sobrepasar los límites de nuestra amistad al igual que él. Si no funciona, al menos habré dado el primer paso para empezar el cuadro para el concurso.

—A diferencia del cuadro sexual que Emma tiene planeado para ella —responde Nat, sonriendo como la cínica que es a veces— mi definición del romance gira entorno a un examen médico que indique ninguna enfermedad de transmisión sexual, y un par de preservativos en mi bolsa.

—Eso no es romance.

—Claro que sí —niega ella—. Me amo a mí misma y, si tengo sexo con alguien, me aseguro de hacerlo por las razones que yo creo correctas.

—Tiene un punto —considera Jamie.

—De cualquier forma —los detengo, poniendo las manos a modo de escudo—. He visto erecciones cuando modelan para nosotros en clase. Es algo natural que le puede pasar a todo el que esté en posesión de un miembro de esos.

—Pero tienes que aceptar que no todos son tan bonitos —susurra Jamie.

Ambos esperan a que diga algo.

—Hay variedad, lo reconozco. Pero a mí ninguno me atrae.

—Porque no has visto el correcto —reitera Nat.

Aprieto los párpados una vez que me veo lo suficientemente harta de ellos. Para mejorar mi ánimo, y tener la concentración suficiente, decido tomar los tubos de pintura y escoger las tonalidades que creo convenientes. Sin embargo, sujeto los carboncillos para el borrador en cuanto escucho que la puerta se abre.

En ese mismo momento, Grant se asoma por el pasillo. Lleva la bata de baño que le presté, y me hace una seña para preguntar si va bien así...

—Estás perfecto —digo.

Jamie y Reed se saludan.

El primero le explica algo al segundo en voz baja y entonces un calor abrasante se arrastra por mi cuello y llega a mis mejillas, aunque también se esparce por todo mi rostro. Abrazo el bloc de dibujo al tiempo que Nat me ayuda con el canastillo de las pinturas y la paleta.

—Emma, quiero hablar contigo un momento.

Quisiera sonreír ante el tono que Reed ha usado para hablarme, pero en lugar de hacerlo, lo miro por encima de mi hombro.

—En un momento, tengo que...

—Esto no puede esperar.

Vuelvo la mirada a Grant y él, con gesto indiferente, se sienta en el apoyabrazos de un sofá.

Después de enfrentar a Jamie y a Reed por igual, alzo las cejas.

—Dime.

—A solas —espeta él.

Jamie le dirige una mirada de extrañeza y se cruza de brazos para esperar una explicación —que no llega nunca.

Reed empieza a caminar hacia mí con grandes zancadas y, tras tirar de mi muñeca libre, me guía hasta la primera habitación que encuentra abierta; la cama de Jamie, como siempre, está deshecha, prueba de que salió muy temprano por la mañana y de que no tiene intención de hacerla el día de hoy.

Creo que he logrado mi cometido, pero el sonido de la puerta, cerrándose, me comprueba que cualquier cosa que se haga con un medio corrupto puede ser utilizada en tu contra de maneras un tanto... inesperadas.

—¿Me puedes explicar qué estás haciendo?

—Todavía no empiezo, pero tenía intenciones de hacer el primer bosquejo para el concurso.

—Creí que tu modelo iba a ser yo.

Tuerzo una sonrisa despreocupada. El ceño fruncido de Reed y el cómo se entorna su bonita mirada castaña, son una prueba de que, si se enoja, puede ser muy parecido a su tío Gabriel.

Naricita fina y todo.

Una ecuación en la que yo soy igual a Jamie para alguien que me gusta, es igual de dolorosa que una ecuación en la que Grant es igual que él mostrándome sus atributos. Él, probablemente, no lo entenderá a menos de que se lo explique, pero no sé si quiero hacerlo una vez que noto la desilusión de su mirada y la manera en la que ha tragado varias veces saliva.

—Creí haberte dicho que no estaba dispuesta...

—Es un desnudo. Y Grant no es cualquiera...

—Elegiste mentirme y echarte la culpa por lo que Jamie hizo. Lo cual quiere decir que para ti soy igual o menos que Jamie. Hazme un favor y no seas hipócrita.

Tomo el pomo de la puerta con mi mano. Reed, para evitar que la abra, apoya su palma en la hoja y recarga todo su peso allí. Mirando hacia arriba, aprieto las mandíbulas ante el esfuerzo que me supone no empujarlo y tal vez sacudirlo un poco.

Como si realmente pudiera...

—Está bien —dice—. Que Grant te haga el maldito desnudo.

Frunzo los labios y espero un par de segundos, antes de negar efusivamente con la cabeza y farfullar—: Sally tiene razón. Eres medio estúpido y medio ciego.

Mi voz denota amargura. Después de escucharme, Reed se yergue en su altura y me deja abrir la puerta. Pero yo no salgo, sino que busco la manera de salir de esto. Obviamente, no quiero ver a Grant desnudo. Y, no obstante, la idea de perder mi orgullo por algo que yo causé, tampoco me parece buena idea.

—No puedo, Em —susurra él, por fin—. Ciego no estoy; me doy cuenta. Cada día. Pero no puedo.

—Está bien. Era todo lo que quería oír —sonrío.

Abro la puerta con un movimiento suave. Apenas cruzo el corredor y entro en mi alcoba, descubro que Grant no está y que Nat me espera, recostada en la cama.

—Te hice un favor —me explica la ausencia de mi modelo que, por lo visto, ha cambiado de opinión—. Te podrán rechazar mil veces, pero la Emma que yo conozco y que amo, por cierto, no haría un cuadro tan especial con alguien tan equis como su modelo.

—Fue un rechazo en forma, ¿verdad?

Nat sacude su cabeza. Cuando mira hacia la puerta, hago caso omiso de los latidos de mi corazón. No me giro para ver la imagen viva de la confusión. No me giro para encontrar a Reed allí en la puerta, con su mirada que casi siempre logra atravesarme.

Lo único que hago es quitarme los tirantes del mono y empezar a desacomodar los utensilios.

—Voy a prepararnos algo de cenar —dice Natalie, y se marcha.

Vuelvo a apretar los ojos, desesperada, al escuchar el chirrido de la puerta cuando se cierra.

—Hasta que los conocí a ustedes, no tenía ningún amigo —espeta Reed, detrás de mí, pero muy cerca.

—No sé qué haces aquí —niego—. Complicas las cosas. —Y me giro a encararlo, ahora sí—. Si quieres que mate esto —me apunto al pecho con un dedo— deja de seguirme a todos lados. Deja de tener esos desplantes de ternura conmigo. Cómprate una mascota o búscate una novia sería que te ocupe lo suficiente para que no me uses como reemplazo.

—Tienes razón al estar molesta —suspira y se alborota el pelo del frente—. Pero yo solo quiero que sepas que no me puedo permitir perderlos a ninguno de los dos.

—Bueno, te entiendo. Y no pienso obligarte a nada, pero sí hazme el favor de apartarte un poco, lo sano nada más.

—Por eso voy a mudarme. Sin Jamie aquí, no confío en mí mismo estando bajo el mismo techo que tú.

Llena de incredulidad e impotencia, asiento con la cabeza y me cruzo de brazos. Reed permanece en silencio, las manos en los bolsillos de su jean y balanceando muy lento su cuerpo en las puntas de los pies. Al cabo de algunos minutos, mientras pienso bien lo que voy a decir a continuación, intento hacer a un lado mi miedo y doy un par de pasos cerca de él.

—Estás confundiéndome más —acepto—. ¿Por qué me dices eso?

—Le prometí que jamás habría nada entre tú y yo —musita.

Algo doloroso, como una espina, atraviesa mi pecho. Reed evade mirarme por unos segundos, y entonces yo me dejo caer sobre mi cama, dando varios pasos atrás.

Al mirarme otra vez, un montón de emociones reverberan en mi interior; escruto sus rasgos y me imagino gritándole un par de recriminaciones. Sin embargo, me limito a decirle—: Voy a ir de vacaciones al lago Goose, con tus tíos. Puedes ir si quieres, pero te advierto que pienso aprovechar bien mi tiempo ahí. Buscaré a alguien, cualquiera, que me ayude a terminar con esta incertidumbre de una vez por todas.

—Date cuenta de lo que estás diciendo —murmura Reed, en tono monocorde.

De un solo movimiento, me pongo de pie, camino hasta la puerta y la abro.

Hago un aspaviento al ver que Reed se gira.

—Mi prototipo de primera vez eras tú, y dado que prefieres hacer promesas estúpidas y lastimarme en el camino, sinceramente no veo qué caso tiene esperar. Tengo convicciones, pero ilusa no soy.

—Emma...

—Vete de mi habitación, Reed. —Su cercanía es demasiado para mí de manera que me alejo un poco mientras él sujeta la puerta—. Jamie y tú deberían considerar el cambiar de bando; ya que se son tan fieles.

—Estás siendo injusta conmigo —me dice—. Te lo suplico. —Cierra los ojos y se relame los labios—. No me obligues a elegir, Emma. Tú no eres así.

Elegir.

Bajo la mirada, asustada y avergonzada por lo que ha salido a través de mis labios.

Mientras pasan los minutos, observo por el rabillo del ojo cómo Reed viene hacia mí en cuanto ve lo que pasa. Soy una dramática incurable. Y, gracias a que lo sé, no me apena ponerme a llorar ni mucho menos cubrirme los ojos con los dedos de las manos. Tampoco me apena que Reed use las suyas para sujetar los costados de mi cabeza y pegar mi frente a su pecho.

Me conozco. Sé cuáles son mis límites. Y he llegado a ellos, casi todo el tiempo gracias a Jamie. En este instante, el mérito lo comparten ambos. Pero, aun así, no voy a obligar a Reed a elegir entre inclinarse por mí, o cumplir lo que sea que le haya prometido a Jamie.

—Vamos a seguir siendo tú y yo. No me iré a ningún lado. —Ha mirado mi rostro al hacerme levantarlo, y se encarga de enjugarme las lágrimas en lentos trazos con sus dedos—. Jamie necesita más ayuda de la que puede admitir en este momento, Emma. Y tú vas a encontrar a alguien más... Tarde o temprano.

A pesar de mi propia reticencia a ceder, no controlo la necesidad que tengo de enredar mis brazos a su cintura y apretarme en su contra.

No tiene nada de malo sentirse rechazada. Mucho menos si se trata de un rechazo como este. Puede que esté de luto por mis emociones frustradas, pero también me siento orgullosa de lo buen amigo que es Reed. Eso tendría que ser ganancia. 

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