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Ya que el Capitolio de Sacramento está a tan solo seis millas desde el campus de la Saco State, y como quería distraerme y no llegar al departamento tan rápido después de la reunión con mi grupo de estudio de los sábados, decidí aceptar venir con Talulah y Gaya, que insistieron. Además, Tally quiere que le cuente mi opinión acerca de la fiesta de anoche.

Omito contarles la verdadera razón por la que me fui, pero es Gaya quien se muestra escéptica al respecto. Una vez que su novia se ido a buscar a su padre —que es un senador—, nosotras nos sentamos en el jardín frontal que da la bienvenida a la enorme construcción de estilo neoclásico. Introduzco la cucharilla al interior de mi bote de yogur, al tiempo que me acomodo los lentes de sol.

No tengo que trabajar hasta las cuatro de la tarde, así que me permito disfrutar del sol de la primavera y el delicioso olor de las hortensias que hay sembradas por todos los parterres de la verja delantera. Gaya se encuentra con la nariz enterrada en un libro; pero lo baja y deja en su regazo al tiempo que estira sus piernas en la totalidad, apoyando el peso de su torso en las palmas de la mano.

—Amo California —me dice.

Asiento para hacerle saber que también yo.

Pero creo que amo más la libertad de no estar atada a nada en lo absoluto. Mis responsabilidades no se sienten como si fueran un crimen, como sí lo hace de vez en cuando la bruma de mis emociones. En este preciso instante, sin embargo, me dejo llevar por la increíble sensación de haber terminado mis deberes el jueves y de también haber hablado con Jamie antes de partir a la universidad.

Como siempre hace, me pidió disculpas. Y se las di. Pero lo que no le dije es que en realidad ya no pienso permitirle tantas cosas conmigo. Esta vez se propasó a un nivel más profundo y pienso poner un fin a eso.

—Ayer noté algo —dice Gaya de pronto, mirándome atenta.

—Ah. —Respiro hondo, y muevo la cabeza—. ¿Qué cosa?

Con una sonrisa, ella me responde—: Escuché que Jamie le decía a Nat algo sobre que te habías ido, muy enojada. 

Enarca una ceja y yo me encojo de hombros, para restarle importancia. 

—También oí que dijo que ya no lo toleraba más.

Alzo las cejas ahora sí con más incredulidad de la que quisiera admitir. De un manotazo, me quito las gafas y las dejo en el suelo, junto a mi bolsa. Tengo las piernas cruzadas sobre el pasto y, de pronto, la luz solar se me antoja más abrasadora.

—Seguro a mí. Menudo idiota —respingo.

—Sí, todo mundo sabe que Jamie es un idiota —se ríe la muchacha.

Tiene el cabello del tono más azabache que hubiera visto jamás, solo que lleva un mechón tintado de azul eléctrico, lo que le da a su apariencia un aire de rebeldía y pasión, como si no tuviera nada por lo cual preocuparse. 

Mientras pasan los minutos yo intento buscar una excusa para justificar la euforia con la que acabo de responder.

Siempre me digo que no debo olvidar dónde estoy parada. Pero a veces se me olvida que yo no soy como Nat o Jamie. Se me olvida quién soy, pero, gracias a los dioses del arte, casi siempre acabo volviendo a mi sitio. 

—Salió con la mitad del campus ya —continúa Gaya, ahora con gesto analítico—. Su popularidad no creo que sea desacertada. Pero supongo que tú lo conoces mejor. Por eso no te extraña que se porte como un patán, ¿cierto?

—Conmigo no se porta...

—La gente dice cosas sobre anoche —espeta, como si me estuviera dando un sermón, aunque más bien lo siento como un reclamo—. Perdóname si me estoy metiendo en lo que no me importa pero el abuso viene de cualquiera. De hecho, las estadísticas no mienten al decir que casi siempre es por parte de alguien en quien hemos depositado la confianza.

—Jamie no abusa de mí...

—Me parece perfecto —susurra, y mira en otra dirección, los ojos entornados—. Sería triste ver algo así en alguien como tú, aunque sé que le puede ocurrir a cualquier persona.

—Él es así.

—Tendría que cambiar un poco.

—Bueno, a lo mejor sí lo estás juzgando, Gaya —musito.

Al principio, no creo estar defendiendo una causa perdida. Sería catastrófico para mí pensar eso acerca de Jamie; ha estado tanto dentro de mi vida que empezar a desprenderme de él sería como... como arrancarme el cabello.

—Sí, puede ser —comenta la chica—. Lo único que digo es que no te olvides de ti. Cometemos ese error muchas veces.

—¿Las chicas? —pregunto, ceñuda.

—Las personas, Emma.

—Es verdad, pero te juro que Jamie no abusa de mí. —Bajo la mirada y la pongo en el contenido de mi yogur, consciente de que estaba a punto de decir una mentira—. Igual se va a mudar dentro de un par de días.

—¿En serio?

—Ajá —suspiro. Gaya me lanza una mirada inquisitiva al ver, supongo, mi gesto ruborizado—. También Reed va a mudarse. No sé cuándo pero me lo ha dicho ayer.

—Eso sí que es interesante —dice, mientras se acomoda para mirarme de frente; cruzada de pies también—. A June le gusta, ¿sabes?

June es la hermana menor de Gaya, que está en tercer semestre. Estudia medicina, y es una muchacha preciosa de cabellos castaños, piel bronceada y el mejor sentido de la moda. Cada vez que me la encuentro por ahí, noto que ella está embarneciendo. Le sienta bien el sol y el ajetreo porque, a pesar de llevar un horario igual de pesado, está impecable.

—Vaya. No lo sabía —mi voz suena estrangulada.

Gaya se ríe, y añade—: Le juré no decirle a nadie. Sin embargo, creo que no podría encontrar mejor oportunidad que esta.

—¿Por qué?

Sueno a un gatito asustado.

—Bueno, si me averiguas a dónde se mudará Reed, tal vez pueda hacer que el domicilio de nosotras coincida.

—¿Te mudarás solo para conseguirle novio a tu hermana?

—Tall y yo nos vamos a mudar juntas. Por eso vino a hablar con su padre. Así que podría aprovechar para buscar un sitio cercano a Reed. June dice que le gusta en serio.

—Con en serio, ¿a qué te refieres?

—Sacrificaría su virginidad con él. —Niega con la cabeza—. Ya le dije lo absurdo que es el pensar en ello como algo sagrado, pero romance.

—No, no es tonto para nada es solo que...

Evado su mirada unos instantes, mientras echo un vistazo por los jardines y la gente que pasea por los alrededores. Cuarenta acres forman toda la planicie del Capitolio de Sacramento y, aun así, se siente como si me hubieran metido en una caja oscura, presurizada, en medio de un mar insondable. Dejo pasar el drama y me digo, internamente, que no pierdo nada con confesar lo que para algunos y, tarde o temprano, será más que notorio.

Cuando vuelvo a mirar a Gaya, ella tiene los ojos entornados y una expresión cansina en el rostro...

—¿Qué sucede, Em?

—Nada. —Sonrío—. La verdad es que no culpo a June. Yo mejor que nadie entiendo por qué querría tener la primera vez con alguien como él. También lo hubiera hecho.

Los ojos de Gaya se abren con impresión. Estiro tanto mi sonrisa que llega el momento en el que me escuecen los ojos.

—Em, lo siento. No quería incomodarte.

—No lo hiciste. Tranquila.

—Pero ¿él sabe?

Paso saliva, sintiéndome la chica más tonta e ingenua del mundo.

Gaya me muestra un gesto dulce en la cara.

—¿Qué cosa?

—Pues que te gusta —dice ella, y se cruza de brazos—. ¿O eso de la primera vez es solo un fetiche? Espera un momento... —Sacude la cabeza, levanta un dedo y añade—: ¿Dijiste que hubieras? ¿Ya no?

—Estoy... —la observo para estudiar su postura, y al no ver recriminación en ella, suspiro—. De todos los defectos que tiene Reed, el que menos entiendo es su sobreprotección a Jamie. —Vuelvo a sonreír, con pesar—. Jamie es mi amigo y lo quiero mucho, pero es egoísta y petulante y no le importa demasiado o no se fija cuando dice cosas hirientes. Que es, a decir verdad, muy a menudo.

»Jamie me mintió con algo gordo y me enteré anoche. Pero eso no me dolió tanto; estoy acostumbrada a sus estupideces. Me dolió más que Reed se prestara para ello, que lo cubriera a ese grado.

—Por encima de ti —dice Gaya, en tono de pesadumbre.

—Sí.

—A lo mejor es un malentendido.

—No lo es —espeto, recordándolo—. Hoy por la mañana no nos dirigimos la palabra y no sabes cómo me duele eso. A diferencia de lo que siento cuando me enojo con Jamie, a Reed... Él me gusta. —Miro al cielo, pidiendo una ayuda que no llegará—. Me gusta y lo arruinó.

—Técnicamente —musita Gaya— no arruinó nada.

—Se supone que somos amigos.

—Así es. A Jamie ya lo perdonaste, me imagino.

Asiento, torciendo una mueca.

—Anoche, en mi catarsis, le dije a Reed que me gustaba. Se lo dije en tiempo pasado, por lo que creo haberle dejado en claro lo molesta que estoy con él.

—Sí, eso no hará que los deseos desaparezcan.

Gaya toma una fuerte inspiración de aire, mientras coloca su codo esbelto en su muslo y apoya la barbilla en su mano, mirándome con aprensión.

Mientras se me llenan los ojos de lágrimas, digo—: Tengo un hoyo negro en el pecho.

—Ay, Emma. —Se echa a reír con ligereza, y estira una mano para tocar mi mejilla—. Será mejor que le diga a June que se olvide de él. Dudo que tenga una oportunidad.

—Yo no le gusto. No lo hagas. Voy a investigar a dónde se mudará.

Con la manga de mi blusa, me limpio la cara al tiempo que sonrío.

—Reed sería un tonto si tú no le gustaras. Haz caso omiso de esto pero yo te elegiría por encima de June.

—Jesús —repongo—. Eso suena terrible.

—Jamás le diré mentiras a la gente. Menos a mi hermana. —Se rasca una ceja, su aspecto relajado y contagioso—. Ahora que lo pienso, me siento estúpida de no haberme dado cuenta. Resulta muy obvio; hay mucha química entre ustedes.

—Él es así por naturaleza; tierno, comprensivo... Es buena persona.

—Y te mintió, aun así.

—Exacto.

—Tienes que ser consciente de que, si le dijiste que te gustaba, puede que las cosas cambien entre ustedes.

Estaba mirando a una madre que corre con sus hijos por la acera del frente, y cuando la escucho un recuento de emociones se anida en mi corazón, poniéndolo a latir como un loco. Me muerdo el labio inferior con la esperanza de que el amago de tristeza disminuya. Pero lo único que hace es incrementar.

Tras parpadear varias veces, siento que no me quedará más remedio que resignarme.

Si se lo dije, no fue por las ansias o el enojo; anoche quise que midiera las consecuencias de sus actos desde mi perspectiva. Quise que se pusiera en mis zapatos y que contemplara la herida; porque, aunque parezca algo sin sentido y fácil de pasar por alto, significa que el estima en el que me tiene Reed, es menor al que posee para con Jamie.

Y no, no siento celos de ello. Siento decepción.

Ya que, al fin y al cabo, hizo algo incorrecto con el afán de ayudar a su amigo, sin importar qué tan afectada me iba a ver yo.

—Menos mal que va a mudarse.

—Tranquila. Hay muchos tipos que pueden merecerte allá afuera —dice Gaya.

El mero pensamiento me causa un escalofrío.

—Y es un alivio que yo no tenga prisa.

Gaya sonríe, y levanta la mirada...

—¿Prisa con qué? —pregunta Tally, que irradia felicidad.

Le sonrío, presta a dejar la charla por el momento.

Mientras ella se sienta junto a su novia y le planta un ruidoso beso en la mejilla, me llevo una cucharada más de yogur a la boca. En ese instante, por fortuna, Talulah nos cuenta lo que ha dicho su padre sobre el avance en su relación.

En cuanto nos empieza a relatar que le ha deseado lo mejor, yo me lleno los pulmones de aire y me recuerdo que la vida es muy bonita; hoy te encuentras con una traición de tus amigos y mañana con un padre que apoya a su hija sin importar qué pase.


*


Natalie vuelve a cabecear como recriminación e intenta acercarse a mí mientras tiro una vez más del cartucho de la maldita impresora que se ha atascado nuevamente.

—Ya está bien, Hormiga —dice, un tanto exasperada.

Como su intención es llamar a Reed para que corrija el desperfecto estoy empeñada en arreglarlo por mí misma.

No es que no quiera que Reed entre en mi habitación para hacer algo que ha hecho en muchas ocasiones. Sin embargo, la idea de tenerlo aquí, en mi espacio personal, siendo que no le he dirigido la palabra en todo el día, pues me parece hipócrita. Si él trató de acercárseme en el trabajo no tuve tiempo de notarlo ya que el restaurante se encontraba a reventar.

En mi hora de descanso se desapareció.

No supe cómo interpretar eso.

—Yo puedo —dije.

—No, solo vas a descomponerla más —se queja Nat.

—Como si sirviera para algo en serio —replico, al tiempo que saco la papeleta y soplo algo invisible allí.

—Esto se termina aquí —refunfuña ella y tira de mí tan fuerte que suelto un respingo.

Nos observamos un par de segundos antes de que me quite la tapa de la impresora, la ponga en su lugar y, tomándome enérgicamente por los hombros, me arrastre hasta mi cama, donde me obliga a sentarme.

Después de comer con Talulah y Gaya, fui directo al trabajo, de manera que no tuve tiempo de charlar con Natalie respecto a lo que ocurrió anoche.

Cuando Reed y yo entramos en el departamento, lo hicimos bajo un silencio más duro que el de los sepulcros del cementerio. Esto teniendo en cuenta que solemos contar chistes malos si acaso se acaban los autobuses y necesitamos venir caminando desde el trabajo. Además, él no hizo ademán de detenerme.

Acababa de confesarle algo de lo que ni yo era del todo consciente y lo pasó por alto, encerrándose de lleno en su habitación.

—Estoy esperando el momento de que me cuentes qué demonios ha ocurrido entre Reed y tú —dice Natalie, mientras se cruza de brazos.

Suspiro sonoramente, enumerando las razones por las cuales no debería de contarle nada.

—Dijo que Jamie estaba enfermo —musito.

Natalie enarca una ceja en mi dirección—: Eso ya lo sabemos. Incluso le hemos aconsejado que visite un terapeuta.

—No me refiero a su estado psicológico —digo: el rictus de amargura es perceptible hasta en mis mejillas.

—Ya. —Nat se cruza de brazos, suspirando también—. ¿Y Reed qué diantres tiene que ver en eso?

—Fue él quien me lo dijo. —Levanto la mirada—. Reed vino en defensa de Jamie...

—Porque creyó que estaba enfermo —asiente Nat—. Jamie le dijo a Reed que estaba enfermo porque sabía que te lo contaría. —Una sonrisa de incredulidad se dibuja en sus labios—. Me extraña de ti, Emma. Te pones como loca cada vez que alguien te juzga a ti y, a la primera de cambios, te lanzas sobre la yugular de Reedy.

Sé que lo ha llamado así para burlarse; porque soy la única que utiliza ese horrendo diminutivo para dirigirse a él y, sin embargo, me lo permite. También en eso soy la única. Mientras analizo el semblante de mi amiga, dejo mis pantuflas sobre la alfombra y levanto las piernas para comenzar a recorrerme encima del colchón; hasta que mi espalda está contra la pared, no soy capaz de dilucidar nada de lo que ha dicho Natalie.

Si es verdad lo que acabo de entender, habré metido el pie hasta el fondo.

—Me hace creer que no confía en mí.

—Estoy segura de que lo hace —continúa mi amiga—. Reconozco que no me agrada la idea de fungir como el abogado de «Don Sonrisabonita», pero ya que traes esa cara de velorio y él está tan callado que me asusta, decidí que Reed y tú peleados son peores que Jamie y tú peleados. Al menos Reed se preocupa por ti sin esperar nada a cambio y con Jamie tengo que poner mi mejor cara.

—Nadie te pidió que lo hicieras.

—Ciertamente; esto de la amistad es el fraude más antiguo del mundo, aparte del matrimonio.

Pongo los ojos en blanco y tiro de la sábana delgada de mi cama. Después de cubrirme con ella, noto que mi cabeza está repleta de ideas nauseabundas. Sé a lo que Nat se refiere; como casi siempre, es la que más tiempo tiene de estudiarnos a todos. A mí me sabe hasta los más estúpidos defectos y no me avergüenza. Es bonito saber que alguien te quiere aunque puedas ser un fastidio.

Con la cara escondida entre las rodillas y el pulso ligeramente acelerado, intento hilar la conversación otra vez...

—Le dije que me gusta —confieso.

—Que hiciste ¿qué? —pregunta una muy escandalizada Nat.

Aprieto un segundo los párpados, pero al siguiente me obligo a levantar la vista.

—A Reed. Anoche. Le dije que me gusta. O que me gustaba y que me ha decepcionado.

—Sabía que no debía de permitir que te regalara esas maquiavélicas flores —dice Nat, con gesto de estupefacción.

—No seas tonta —farfullo, y me cubro la cara con las manos—. Esto tiene que ver conmigo; supongo que estoy ofuscada por el hecho de que va a mudarse y no voy a verlo tan seguido ya...

—Comparten como la mitad de las malditas clases —espeta Natalie.

Resoplo todo el aire que había contenido estos minutos y, de un momento a otro, empiezo a golpetear mi cabeza contra la pared, tras haberla echado hacia atrás.

Natalie se ha sentado junto de mí, su cara un conjunto de emociones confusas.

—Por las mañanas, me gusta despertar y saber que iremos juntos a la universidad. Lo mismo cuando nos vamos al trabajo. Estaba enfrascada en eso cuando de pronto me dicen que lo de Jamie era mentira y lo miro a él para buscar una explicación. —Hago un gesto de tristeza con los labios, resintiendo todos mis sentimientos a la vez—. En lugar de decir la verdad, se disculpó. Él asumió la culpa. Lo cual, de una u otra forma, sigue implicando que le duele más perder su amistad con Jamie que herirme a mí.

—En eso tienes razón —musita Nat, mientras se pasa los dedos por el pelo—. Sin embargo, en esta ocasión voy a discernir en algo contigo...

—Tú nunca estás de acuerdo conmigo, Natalie.

—Cállate. Estoy tratando de explicarte algo de importancia —replica ella y se repantiga para comenzar su discurso—. Te estoy diciendo que Reed no te mintió y ahora que lo sabes estás más triste todavía. —Me mira para buscar, supongo, mi respuesta; asiento para darle gusto—. Lo cual quiere decir que te hiere que Reed se preocupe más por secundar a Jamie que por romper su amistad contigo.

—A mí me afecta mucho que ponga por encima de mis sentimientos el egoísmo de Jamie.

—Sí, tiene mucho sentido.

—Y también está lo otro.

Natalie hace una mueca de fastidio, como si de pronto le hubiera dado un calambre.

—No hay vuelta atrás. Lo dijiste. —Se coloca justo a mi lado y estira las piernas—. Emma, no quiero que nadie te lastime. Si esto ha ocurrido por un evento tan estúpido, no me quiero ni imaginar qué pasaría si te rompieran el corazón. No creo poder lidiar con ello; tendría que arrancar los testículos del individuo o algo por el estilo para vengarte.

Escudriño las manchas amarillentas del techo durante largos minutos, casi un tiempo indefinido. Natalie incluso se baja de la cama y se desviste para pronto marcharse hacia la ducha. Una vez que me veo a solas, clavo la mirada en la puerta que veo desde mi ángulo diagonal. Está cerrada. 

Jamie tenía que hacer un trabajo importante fuera de la ciudad, y como dijo que era un ingreso fuerte, no regresará hasta mañana.

Pensando en él es que reparo en lo ridículamente fácil que me es volver a dirigirle la palabra. Pero el escozor por este muro que se levantó entre Reed y yo... ese me resulta apabullante, como un enjambre de abejas.

Ni siquiera puedo conciliar el sueño ya que Natalie se ha metido en la cama y que ha apagado la luz de su mesita de noche. Yo, en la penumbra y abrazando mi almohada como siempre, no hago más que pensar en estos rituales adoptados a lo largo de seis meses y lo mucho que significan para mí. Significan más de lo que debería de haber permitido. Apenas me di cuenta de ello.

Fueron detalles tan sigilosos que, mientras se iban introduciendo, me causaron una refrescante sensación de familiaridad. Ver y oír cosas en él se fueron acumulando en la pila de consecuencias directas de una convivencia más dulce y tierna. Ahora mismo, quiero llevar a cabo uno de mis procedimientos contra insomnio.

El miedo a que Reed vaya a despertarse —no tengo idea de cómo sabe cuándo estoy allí, en la terraza— es lo único que me mantiene atada a mi cama. Al final, a sabiendas de que no voy a poder dormir en lo absoluto, meto los pies en mis pantuflas y, cubierta por una frazada que mamá me regaló por navidad, salgo de la habitación.

Por unos instantes, durante el trayecto hasta el balcón, me cruza la idea de llevarme yo misma la taza de café. No obstante, mi fe se hace grande al punto de que tomo una inhalación para convencerme de que, si Reed viene, será una señal de que debo pedirle una explicación más clara y luego pedirle una disculpa.

Ese plan se derrumba en cuanto lo veo en el canapé más grande; lleva puesta una de sus camisetas blancas de cuello uve y el pans de dormir. Va solo con los calcetines puestos. Tiene el pelo revuelto y su cara de facciones livianas, seguras, nobles, resalta contra la luz de su laptop, que tiene en el regazo.

Sé que me ha visto de soslayo porque empieza a removerse. Cierra la laptop tan pronto como doy un paso hacia los sillones. Él, tomando una carpeta roja (la de sus diseños) que se encuentra apostada a su lado, se pone de pie. El corazón me ruge contra las costillas y la caja torácica amenaza con doler.

—No te preocupes —lo oigo decir en voz baja, mientras camina con pereza hacia mí—. Ya me iba.

—Si no me preocupa —admito, con un retintín; me abrazo a la frazada y doy un paso en su dirección.

—Da igual —dice él—, no quiero incomodarte de todos modos.

—Bien.

Alzo la mirada para buscar la suya, inconscientemente. 

—Por cierto —espeta de pronto. Su mirada estudia mis gestos, en intervalos desesperantes—. Tomé esto el jueves, para ti. Te lo habría dado ayer pero ya sabes... —Me extiende un par de hojas.

Mientras las paso una por una, me doy cuenta de que tengo que hacer algo para que hablemos de lo que va a cambiar a partir de ahora. En el fondo, sé que fui yo la que hizo que las cosas tomaran este rumbo.

Es una lástima que ya no tenga valor para acurrucarme en sus brazos en el canapé...

—Gracias —murmuro.

—Buenas noches, Emma —dice él, antes de darse la vuelta.

Me dirige una última mirada y, con ella, siento que la muralla termina de construirse.

Examino a conciencia el formulario para el concurso Casablanca, recostada en el canapé. Los ruidos de la ciudad son más estentóreos que otras veces. Incluso percibo más luces alrededor, un olor a metrópoli inconfundible. El mismo paisaje que lograba tranquilizarme y que, en este preciso momento, no es más que un recordatorio de que en este sitio también llevaba a cabo un ritual; mismo que no se vio afectado en seis meses.

Hasta hoy. 

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