26
Mientras mi padre levanta todo de la mesa, mamá y yo nos disponemos a recoger el desastre de la cocina. Siempre ha sido una gran cocinera y, a pesar del declive en sus ánimos, sigue consintiéndome cuando vengo a casa. Les conté sobre la beca y sobre lo que tengo que hacer una vez que termine la universidad —en caso de que mi respuesta sea sí.
Ellos están muy felices, por supuesto, pero yo no he podido confesarles que hay otras cosas que me aquejan; cosas, como el estado de salud de Jamie, que no puedo dejar de lado. Y no creo poder hacerlo nunca. No sé qué pasaría si un día me entero de que lo inevitable ocurrió y que, por orgullo u otras emociones dejé que sucediera sin estar aquí. Natalie me aseguró que no tengo por qué sentirme de ese modo.
Pero si yo tuviera control sobre mis sentimientos hacía tiempo que habría dejado de experimentar algunos. Además, elegir entre sentir y no sentir es una de las cosas que hace la gente cuando ha vivido cosas malas. Cosas sin remedio. Quizás es eso lo que le pasó a Jamie estos años. Su empeño en vivir en constante negación está avocado al sentimiento de pérdida y desolación que le infundieron sus padres.
A lo mejor esa debería de ser prueba suficiente de que no importa cuánto te haya fallado una persona, no se mide el perdón y el olvido en referencia al tamaño del daño, sino al tamaño y la cantidad de amor propio que tú te tengas. Así que suspiro, pongo una pila de platos encima de la mesa central de la pequeña cocina, y me quedo admirando la espalda esbelta de mi madre, vestida con un jean y una blusa holgada.
Se la nota un poco repuesta ahora que le han cambiado el tratamiento y mi padre dice que ha aceptado ir a alguna que otra reunión con las familias de la iglesia. Lo cual me pone feliz. No hay nada como saber que alguien que ha estado al borde de la depresión está curándose poco a poco, gracias a la paciencia y al amor de quienes la rodean. Mi madre no es la excepción en el mundo del decaimiento emocional.
Simplemente es afortunada...
—Supe que Doll se va a mudar a Texas —digo, para abrir la conversación—. Espero que le vaya bien.
—Le irá de maravilla si se lo propone —sonríe mamá; su cabello castaño se ilumina por la luz solar que entra a través de la ventana; hay destellos de felicidad en sus ojos cuando se gira a mirarme—. Siento mucho que no ganaras, cielo, pero estoy segura de que Dios te lo tenía planeado... Te lo mereces. Te has esforzado muchísimo para conseguirlo.
Esbozo una sonrisa triste; hace tiempo que no pienso en Dios como en una entidad presente en mi vida. Se convirtió en una de esas posibilidades estoicas. La respeto, pero enfoqué mi fe en mí misma tanto, que hoy en día me es difícil no creer en mí sin hacerlo con nadie más.
—La beca es para Berkeley —musito.
Este era el tema que quería tocar con ellos por principio; mi padre lo supuso cuando le hablé de la propuesta de Brandram anoche, y sabe que hablarlo con mamá es más difícil para mí. Soy su única hija.
—Sí, me dijo tu padre —repone ella, tras mirarme largamente—. Sigo pensando que lo harás de maravilla. Haz lo que te exijan tus sueños, Emma.
Sueños.
Ah.
Una vez me olvidé de soñar; la vida adulta empezó a consumirme. Todo era trabajo, casa, escuela, trabajo, casa escuela; me sentí monótona, escurridiza, como un gran fideo que ocupaba un espacio enorme en un plato para el que se había terminado la entrada. Era como si no tuviera sazón y estuviese allí a la espera, con miedo de ser devorada. Era la Emma que dibujaba escenas pastosas, rostros deformes, bosquejos incompletos; la Emma que hubiera prescindido de participar en Casablanca.
Era una imitación de lo que siempre quise ser.
Una persona sencilla. Feliz consigo misma.
—¿Cuándo fue que te enamoraste de papá? —le pregunto.
Me dejo caer en una silla al fondo de la cocina. Mi madre, que esboza otra sonrisa lúcida, recarga la cadera en la alacena antes de mirarme de lleno.
—No me acuerdo del momento exacto —dice, sonriendo—. No sé si exista esa chispa de la que todos hablan. Lo que yo supe cuando conocí a tu padre era que podía vivir con él; lo amé más cuando llegaste tú. Y me casé con él un año después de que nacieras... Fue cuando nos unimos a la iglesia.
Mi madre es una mujer devota; sus sueños fueron paralizados por la situación económica de mis abuelos, pero la manera en la que me quiere no podré pagársela nunca. Estoy plenamente segura de que es la única que puede ayudarme en este instante. A decir verdad, la decisión más difícil de mi vida no es esta, pero no deja de apabullarme el pecho.
Le sonrío también.
—¿Y si hubieras tenido que elegir entre tus sueños y papá? —Miro al suelo solo porque no quiero encontrar confusión en la mirada de mi madre; estoy avergonzada por preguntarlo, pero tengo que hacerlo—. Quiero decir; si alguien te hubiera dicho "te doy una beca pero tienes que terminar con él".
—Ya veo —comenta ella, en voz baja. En seguida, arrastra otra silla para sentarse frente a mí—. Primero habría pensado qué es lo que quiero. Realmente.
—Realmente —musito.
Lo miro directamente a los ojos y ella vuelve a sonreír.
—En este caso tendrías qué pensar lo que quieres, Emma.
—Quiero ser valiente para empezar —admito, el ceño fruncido—. Es un cambio brusco; nueva ciudad, nuevas personas, nuevas materias.
Mi madre cruza las piernas y me examina con cuidado.
Puede que no me lea la mente pero es seguro que entiende mejor que nadie a lo que me refiero.
—Sé valiente, entonces; solo los valientes persiguen sus sueños.
Logro asentir a pesar del escozor en los ojos.
—Eso significa que probablemente tendré que terminar con Reed en algún momento —susurro.
—Bueno, todavía tienes un año para pensártelo.
—No. —Mi madre arquea una ceja al oírme—. Quiero y necesito elegir ahora.
—Entonces elige.
Se me han secado los ojos para cuando creo poder hablar de nuevo. Mi madre no se ha movido un centímetro. Y si yo lo hago me echaré a llorar desconsoladamente. Sin embargo, la conclusión sigue siendo la misma.
Sería una tortura y una injusticia que hiciera que Reed esparase; no tengo los medios para irme y visitar Sacramento cada fin de semana. Y él tiene ahora un trabajo que pronto será de jornada completa. Hay demasiadas imposibilidades en el transcurso; quizás es mi primer amor y dicen que el primer amor viene solo para enseñarte...
Y luego se termina.
—Increíble —me río—. Estoy eligiendo mis sueños por encima del amor.
Mi madre niega con la cabeza, y dice—: Emma, elegirte por encima de muchas otras cosas y personas es uno de los amores más difíciles de experimentar. Además, si el muchacho en cuestión te quiere de verdad... Estará orgulloso de ti sin importar qué.
Definitivamente.
Ese es Reed.
—No quiero ser ilusa. Es todo.
—Entonces...
—Nada —suspiro, levantándome. Mi madre hace lo mismo—. Me elijo a mí misma. Siempre trataré de hacerlo.
—Bien —mamá se gira en los talones y marcha hacia el lavabo—. Acompaña a tu padre a ver esa película...
No digo nada después. Papá está sentado en el sofá grande, donde me recuesto sin decir otra cosa ni interrumpir la película que me arrullará la próxima hora. Mientras observo la oscura escena del film, en el que se ve a un conejo extraño, y a Jake Gillenhal en su faceta de perturbado emocional, pienso en mi novio.
Pienso en mí y en él y en Jamie.
Y luego me recuerdo que el mundo tiene una gran variedad de personas; hay unas que están y se quedan, y otras que estuvieron y nunca vuelven cuando les llega el tiempo de marcharse.
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