Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

24







Reed y yo caminamos entre la multitud, tomados de las manos, sí, pero alejados kilómetros de distancia. Hemos hablado muy poco desde que terminó la obra hace como dos horas, y cuando vinimos al after que ofreció el patrocinador principal en honor de Giovanni, nos vimos envueltos en las súplicas de Nat; no quería estar sola con su profesor-jefe, así que vinimos solo por ella, para ayudarla a pasar el momento.

Yo necesito irme y necesito contarle a Reed lo que decía la carta petición del director; John Brandram. Según él, quizás no gané Casablanca, pero me ofreció una oportunidad mejor que el haber cedido los derechos de mi obra a un coleccionista menor que no apreciaría el discurso visual de Durmiendo entre flores. No voy a negarlo, estoy satisfecha por ello. Sin embargo, sigo estando indecisa, sigo teniendo miedo de lo que veré en la cara de mi novio cuando se lo diga.

Antes habría estado segura de su reacción. Pero ahora...

Un abismo se abrió entre nosotros cuando me di cuenta de cómo la vida te puede jugar un par de movimientos y te arrincona. En decisiones, quiero decir.

—No la veo por ningún lado —murmuro, por lo bajo.

Reed otea de un lado a otro también en la búsqueda de Natalie, que ha desaparecido hace como veinte minutos. A diferencia de él, yo busco a Giovanni para asegurarme de que está por algún lado.

No es así. Al aclamado director de escena no se lo ve por ninguna parte.

—Tal vez está afuera —comenta Reed.

—O tal vez está ocupada —susurro—. Deberíamos irnos ya. Tengo el presentimiento de que no podremos encontrarla.

—Pero...

—Le voy a enviar un texto. —Libero mi mano del agarre del joven a mi lado y con suspicacia, tecleo un rápido mensaje a mi amiga, consciente de que mis ansias por marcharme son la prueba de que quiero mucho a Reed.

Lo quiero más que el año pasado, que el mes pasado incluso. Tanto que necesito apresurarme a poner mis cartas en la mesa para que la vida haga su movida. Reed vuelve a tirar de mi mano, esta vez hacia la salida, cuando ve que he dejado de escribir en mi teléfono. Nos movemos sin mucha prisa hacia la entrada principal, un arco enorme de tabique rojizo bordeado por el jardín de proporciones más amplias que he visto después del capitolio de Sacramento.

Antes de abandonar la casa, que le pertenece al dueño del teatro, Reed y yo echamos otro vistazo a los jardines, iluminados por faroles y sumergidos en una tranquilidad nocturna digna de un cementerio, para comprobar que Nat tampoco se encuentra por aquí. Últimamente, Reed y Natalie se ven más cercanos de lo que no han sido nunca. Pero eso me alegra. Con mi actitud, mis trabajos y la maraña de cosas en las que me veo obligada a pensar, Natalie necesita de otro con quién discutir a Jamie. El tema más enrevesado del mundo.

—Es bueno saber que te preocupas por ella —digo.

Reed me mira de soslayo solamente. Me da un apretón de manos justo en el momento en el que nos detenemos en una esquina bastante transitada. Sé que pedirá un taxi en cualquier momento, de modo que me pongo frente a él y estudio su expresión unos instantes. Instantes en los que él no repara ni en mi rostro ni mucho menos en mis ojos.

—Me preocupo porque es tu mejor amiga —dice, y entonces sí me observa—; ¿está mal que lo haga?

—No. Ya sé que eres así. —Suspiro—. No me gustarías de otro modo.

—Emma, sigo pensando que te debo algo. No sé, una disculpa, un abrazo, algo... Para que me mires como lo hacías antes.

Un nudo se forma en mi garganta. Lo siguiente que sé es que Reed y yo permanecemos en silencio, observando el gesto del otro sin controlar ese amago de tristeza en las retinas de cada uno; por mi lado, quisiera ser honesta aquí mismo y confesarle que una parte de mí no quiere aceptar la propuesta de John Brandram. Y la otra... Mi otra parte reza porque no sea un sueño volátil y perecedero.

Al final, soy yo quien aparta la mirada. Pronto, el contacto de la palma de mi novio, en mi rostro, hace que recupere un poco la entereza.

—Tú piensas que te miro diferente porque te sientes culpable —murmuro—. Pero si acaso te miro diferente es solo porque a cada día que pasa me enamoro más de ti. Nada ha cambiado... —Mi frase suena a una promesa, aunque no sé si me lo he dicho a mí, o a él, que pega su frente a la mía y se relame los labios—. Lo de Jamie... Puedo comprender, de verdad. Y más ahora.

Reed se retira un poco, mirándome detenidamente. Su aspecto es precioso; en contra de la luz de un farol, con sus facciones masculinas, dulces y suaves, con ese toque romántico que le impregna a su presencia cuando está a mi lado; es, quizás, la imagen más inmaculada y perfecta que veré nunca. El de un hombre sincero respecto a sus emociones, al menos, es un retrato que pocas veces se ve en la vida.

Tuve mucha suerte.

O a lo mejor mi noviazgo con Reed ha sido la retribución de mi propio esfuerzo por valorarme antes. De cualquier manera, me siento afortunada por tenerlo.

—Así que Nat te contó —susurra mi novio, en tono de pesar.

—No niego que me disgusta el que me hayan ocultado que en realidad no sufrió ninguna congestión alcohólica, pero creo que los entiendo en ese aspecto. He estado un poco inaccesible en lo que se refiere a Jamie.

—Y nadie te puede juzgar por ello.

—Ya lo he hecho yo lo suficiente —atajo—. Reed, el que padezca una enfermedad tan grave como esa debería ser indumento para que busque la paz que tanto necesita.

—Sí, bueno, no todos somos tan valientes como tú, cariño —se inclina sobre mí para depositar un beso casto sobre mis labios—. Vámonos ya. Está comenzando a refrescar y yo también necesito contarte un par de secretos sobre Jamie.

—Más secretos —me río.

Es una risa irónica, pero se siente bien esbozarla. Es la primera vez en semanas que me abrazo de Reed sin sentir que perdimos algo. En realidad, no hemos perdido absolutamente nada, sino que ganamos una prueba.

El amor de pareja es tan diferente al de un amigo, al de una madre o al de un padre, que saborearlo pleno y en bandeja de plata siempre será un impulso en mí.

Reed le pide al conductor del taxi que nos deje a un par de calles de su edificio, y al llegar al lugar me percato de que si no ha querido cenar en el after es porque tenía planeado que viniéramos al que ya se convirtió en nuestro restaurante de comida china preferido. Él ordena la comida para llevar, me pregunta varias cosas en el transcurso, y para cuando llegamos a su departamento, ya hemos hablado de la gravedad en el asunto de Jamie.

Estamos de acuerdo en que su madre tiene que saberlo.

Cuando recuerdo a Doll, mientras Reed está disponiendo la mesa para cenar, hago todo lo posible por mostrarme capaz de entender; no quiero decir que Jamie será una carga, porque puede llevar una vida relativamente saludable mientras... Mientras las cosas no avancen. Mi novio no repara en mi tono triste o tal vez ha fingido muy bien, pero, en cualquiera de los casos, estoy agradecida de que no trate de exprimirme más palabras de las que estoy dispuesta a hablar esta noche.

Conforme a Jamie, no tengo mucho que decir.

Y, si en algún momento algo surge, creo que se lo diré a él directamente.

—Debiste de haber ganado —musita. Ambos estamos sentados en la alfombra de la estancia, junto a la mesa del café. Habíamos discutido la obra que dirigió Giovanni y de pronto la plática se desvió a mi cuadro perdedor—. Quizás hubo displicencia en el jurado.

—No la hubo —comento, al tiempo que dejo mi caja de comida sobre la mesa. Tras limpiarme los dedos con una servilleta, me giro hacia él y decido que el momento ha llegado—. John Brandram me escribió.

—John Brandram —susurra Reed, sopesando el nombre. También deja su plato de comida y también se limpia las manos; sus ojos me estudian a continuación, quizás porque se huele algo—. El director del Museo de Arte y miembro del concejo estatal.

—El mismo —digo, sonriendo—. Me ofreció una beca, para un máster. Y después del máster tendré trabajo ahí, en el departamento que coordina.

Él, luego de que se ha limpiado también la boca, me abraza fuertemente, atrayéndome para depositar besos por todo mi rostro. Pronto, estoy sentada a horcajadas sobre de él, y ha empezado a besarme con más sugerencia.

—Eso es... Dios, Emma, te lo mereces —espeta.

Después se limita a besarme. Me besa por largos minutos, deteniéndose para decirme lo orgulloso que está de mí. Es allí cuando las caricias me saben amargas y el valor del que tanto hago gala se escabulle al rincón de siempre. Trago saliva en varias ocasiones antes de bajar la mirada y separarme de los besos de mi novio.

—Reed —le hablo, muy bajito; él no parece ni prever lo que estoy a punto de decirle, así que clavo los ojos en los suyos y digo—: La beca es para Berkeley.

No sé si transcurren diez minutos o una hora, pero cuando por fin él me besa de nuevo, ya tengo veinte kilos menos sobre los hombros. Era, a decir verdad, una confesión que no me había hecho ni a mí misma; Berkeley, en la Bahía de San Francisco, en otra ciudad que no es Sacramento, en un lugar lejos de mis amigos, de mis padres, de todo lo que he conocido desde que tengo memoria.

Un lugar donde se harán realidad las cosas que siempre soñé. Y, al mismo tiempo, el sitio a donde nunca pensé llegar. No a través de esta decisión.

—Estoy orgulloso de ti —dice él, apremiante, aunque creo ver un poco de miedo en sus ojos—. Emma, te adoro. Te quiero mucho. Y sé que tú me quieres. Más de lo que me merezco... No tengas miedo por mí ni por lo que voy a sentir cuando te vayas. —Esboza una pequeña sonrisa, acariciando mi rostro con sus dos manos—. Te conozco y me conoces; sabes que lo que tenemos es... distinto.

Hago un último asentimiento, sin poder decir nada más. No puedo. No quiero. Me dejo llevar por una caricia, y por otra y por otra, hasta que no tengo puesta encima una prenda de vestir, y mi piel se roza con la suya; el calor que emanamos juntos no es suficiente esta vez, por lo que me trepo sobre él, sobre su excitación, sin reparos, sin temores, sin esperanzas incluso; le doy rienda suelta a la irresponsabilidad de no pensar en el mañana, ni en mis acciones. Ni siquiera pienso en otras personas.

Pienso en mí, en mis deseos aquí y ahora.

Coloco las manos en los hombros de Reed, mientras él deposita besos en mi pecho y en mi cuello; la electricidad y el amor son los mismos; pero nosotros hemos cambiado. Él me ha demostrado que más que novios y pareja y compañeros sexuales, somos amigos. Y que no hay poder humano que pueda destruir lo que se ha erigido con cimientos fuertes; las emociones, en relaciones así, son inamovibles. Casi perfectas... Salvo por una cosa.

No duran para siempre. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro