22
—Emma, están aquí —comenta Gaya, con entusiasmo y nerviosismo.
Por un momento, creo que está hablando de Nat y Reed, que no habían llegado. Pero entonces reparo en el grupo de personas que se pasean alrededor de mi cuadro. La única mujer del cuarteto se posa frente a mí y me pregunta un montón de cosas. Cosas que apenas logro responder porque los nervios —y la tristeza— están consumiéndome. Respondo a todo con el nudo en la garganta palpitando como si tuviera vida propia.
Cuando la mujer me sonríe y aprieta en su mano una copa de champaña que está bebiendo, noto que los otros tres sujetos están analizando Durmiendo entre flores. Bajo la mirada para no tener que enfrentarme a ellos, ni tampoco a Gaya y Talulah. Ellas llegaron tan solo un par de minutos después de mí. Les estoy muy agradecida por acompañarme.
Pero no son Nat y Reedy.
Ellos deberían de haber llegado primero...
Uso un par de mis dedos derechos para presionarme la clavícula, con la intención de aminorar el amago de dolor que se ha cernido a mi pecho. En estas ocasiones es cuando más detesto mis modalidades. Cada una de mis reacciones responden al pensamiento de que Nat y Reed no llegarán, y que debió de ocurrir algo muy importante, o muy grave, para que sea de este modo.
Un tipo alto, vestido con un traje de raya diplomática y que lleva el cabello corto hasta lo imposible, me sonríe desde su postura reciente. Con una seña, me pide que me acerque, y yo, como si fuera un robot minúsculo obedeciendo al comando de su creador, me dirijo hacia él, con pasos meditabundos. Todavía estoy cavilando si a Reed se le atravesó algo en el trabajo, si decidió no avisarme o si, en realidad, lo que ocurrió es que no puede.
Aprieto los párpados fuertemente antes de acercarme en su totalidad al juez que me espera. Al otro hombre, de temple reacio y fuerte constitución, lo reconozco como el director del Museo de Artes; lo he visto en varias ocasiones, durante un seminario al que Gaya y yo asistimos, ya que el sujeto es experto en restauración de arte. Tiene una de las reputaciones mejor pagadas del sur de Estados Unidos, y con su aprobación, alguien como yo obtendría la oportunidad de sus sueños.
Escucho que el tercer sujeto le señala algunos detalles en el cuadro. Yo, admirando el contorno de las flores desdibujadas y la imagen escondida de una referencia hacia Almendro en flor, permanezco en silencio hasta que el primer tipo, al que no reconozco en lo absoluto, se vuelve mirarme.
—Es un cuadro muy íntimo, Emma —dice, la voz llena de tranquilidad.
Esbozo una sonrisa forzada.
La mujer, también girándose a mirarme, me pregunta—: ¿Tienes algún comentario que pueda explicarnos el cuadro?
Sonrío de nueva cuenta.
Si Reed y Nat hubieran estado aquí, me habría girado para lanzarles una mirada de complicidad. Pero no están aquí y eso es lo que me hace detenerme a la hora de responder.
—Es una lista de reproducción —susurro. La mujer frunce el ceño sin entender, y yo repongo—: Puede ser lo que el espectador quiera. Mi amiga Talulah dice que es un día en la playa, pero las flores silvestres anuncian lo contrario. Aunque si el espectador es listo notará que se están marchitando, lo que quiere decir que bien podrían haber sido recolectadas en algún claro, y luego llevadas a donde el sol proporcione toda esa luz.
—Pensé que la luz era por los girasoles —señala el tipo del corte raro—. Son alusivos a la paz.
—Eso es porque usted está feliz ahora mismo —digo, y el tipo también me escudriña con la mirada.
Sin embargo, la mirada del director del concurso es la que se clava en mí con mucho énfasis tras mi último comentario. Trago saliva tan duro que, por un instante, creo que voy a ahogarme en ella.
—Talulah cree que es la luz del sol porque no le van las cosas convencionales —admito, encogiéndome de hombros—. Mi padre ve dolor en los rincones, en la piel del modelo, y también etapas. La influencia del sentimiento que dibujé ahí fue el mío, porque el modelo es mi novio —«Mi novio que no está presente en un momento tan importante para mí»—. Pero a los demás les puede parecer... Insulso, tal vez.
—No es insulso —repone el director del museo y, acto seguido, se echa a andar hacia el siguiente cuadro, que está a pocos metros de distancia.
El tipo del corte, el tercer sujeto y la mujer con acento marcado, lo siguen luego de regalarme una mirada. No sé si pasé por alto la sombra en ellos, o si estoy tan distraída pensando en esas dos personas, pero me cuesta mucho apartar la mirada de la parte superior del cuadro. Emito un nuevo suspiro pensando que así me sentiré más relajada, que el pecho dejará de oprimírseme, y que cuando Nat y Reed me expliquen qué ocurrió todo estará bien de nuevo.
—Has estado impresionante, Em —murmura Tally, rodeándome con sus largos brazos.
Gaya me inspecciona durante un largo minuto y luego también me abraza.
—Seguro que se atravesó algo fuerte. No te fallarían nunca, Emma.
—Nunca —repito.
Ellas se quedan a mi lado hasta que la enorme sala de exhibiciones empieza a llenarse más. La gente que antes recorría con curiosidad los más de cuarenta cuadros ahora está aglomerándose cerca del podio, a donde la mujer del acento se ha abierto paso para ponerse junto a un púlpito color gris.
El discurso que viene a continuación, está lleno de referencias al arte, un recordatorio de lo que significa la pasión por ella. También hay un claro momento en el que todo se define, porque la mujer me lanza una de esas miradas que lo dicen todo. Contengo el aire a sabiendas de lo que sucederá a continuación, aún entre la gente acumulada alrededor.
Siento el ligero apretón que Gaya le hace a mi brazo derecho, y observo el perfil de Talulah. Ambas son más altas que yo.
Tras decir un nombre que no es el mío, la mujer vuelve a mirarme por encima de las cabezas que están frente a mí, en el tumulto. Los aplausos me aturden por un instante, y dejo de respirar abruptamente. Los ojos se me llenan de lágrimas al degustar el sabor del fracaso; pero, la verdad, no es eso lo que me pincha el corazón. No es esa decepción la que presiona mi tórax, ni los pensamientos de inseguridad los que invaden mi mente.
De un segundo a otro, aparto la mirada del podio, regreso sobre mis pasos hasta mi cuadro, y agarro un trago de una bandeja que el comensal me ofrece. Por varios minutos no soy capaz de escuchar todo lo que sucede en el salón, y finjo que no escucho cómo Gaya lamenta que hayan elegido a otra persona y no a mí. Pero claro, no están siendo objetivas.
Yo sí.
Yo lo soy. Siempre soy objetiva, con Jamie, con Nat... Con Reed. Veo lo mejor de las personas sin importarme sus defectos y los amo a pesar de ellos. Pero hace ya mucho tiempo que me di cuenta de lo cansada que me empecé a sentir una vez que Jamie me mostró lo mucho que todos cambiamos. No puedo respirar sin sentir que el miedo me sobresalta, por ser tan sentimental y ahogarme en calamidades que no tendrían por qué valer la pena.
Si me lo pienso mejor, sufro porque quiero. Porque en el fondo sé que nadie es indispensable en mi vida, que todos son o pasajeros o nunca tan importantes como yo misma. Y gracias a eso, gracias a que me recuerdo a mí, cierro los ojos, inhalo lo más profundo que puedo, y sonrío. Sonrío tanto como mis fuerzas me lo permiten, antes de abrazarme de Gaya, de Talulah, y darles las gracias por estar aquí.
El siguiente cuadro, pasa tan deprisa que ni siquiera me percato de cuándo he retirado mi cuadro del caballete, ni cuándo Talulah y Gaya me han arrastrado al exterior; hace una noche fresca, por el otoño, y también los ruidos son más sonoros ahora que la jornada laboral ha terminado.
Los ruidos, el movimiento constante, las luces que titilan en escaparates viejos; el chapoteo de uno que otro charco por una lluvia pasajera, la plática de mis amigas a los lados de mí. Hay estrellas en el cielo esta noche; la luna casi nunca hace acto de presencia al mismo tiempo, pero yo la busco.
O tal vez estoy buscando otra cosa...
Pero no está ahí. Así que desisto y sigo a mis amigas hasta que las tres nos internamos en la atribulada calle.
Al llegar a mi edificio, les prometí que estaría bien. En todo el trayecto, traté de mostrarme parlanchina y de ocultar la tristeza súbita que me ha embargado desde que noté la ausencia de mis amigos. Es extraño... Debería de estar acostumbrada a que la gente me sorprenda. Y, no obstante, siento como si esta fuera realmente la primera decepción de mi vida.
Luego de dejar el cuadro, guardado cuidadosamente en su funda, en un sofá, me dejo caer en el individual frente a este, y sospeso las llaves en mis manos. El departamento está hundido en la penumbra ya que no había ninguna luz encendida, hasta que yo accioné el interruptor del vestíbulo. No hay ningún sonido tampoco, pero al agachar la cabeza, veo el celular de Natalie sobre la mesa del café.
Lo inspecciono con cuidado, preguntándome si tiene algo que ver con su ausencia allá... De manera que saco mi móvil de la bandolera, y lo enciendo para marcar sus números. Antes de que pueda hacerlo, una veintena de mensajes aparecen. Todos más recientes de lo que me gustaría aceptar...
Las llamadas al buzón corresponden al número de Reed, pero no hace más de una hora que empezó a llamar, por lo que reconozco que no cuadra el tiempo en el que Gaya le estuvo llamando a él y no hubo respuesta. Sin embargo, también es plausible que ese hecho que los tiene tan ocupados, sea el motivo real de que Natalie se haya olvidado el móvil, y de que Reed no haya respondido en un inicio.
Una vez tomar aire, comienzo a llamar a su número. La espera me parece tan larga que, cuando por fin oigo su voz a través de la bocina, me quedo totalmente muda. Él no, por supuesto. Reed, con voz cansada y preocupada, me dice algo que al principio no me hace recaer en nada.
Al momento que sigue, aun así, obtengo la explicación de porqué tuve que enfrentar sola el concurso. O al menos, no con todas las personas que esperaba que estuvieran...
—Voy en un taxi. No te preocupes —digo.
Estoy poco convencida de haberme escuchado neutral. Reed me promete una explicación y yo cuelgo antes de dejarlo proseguir porque no quiero llorar.
Me digo que tendré tiempo para eso. Cuando me amputen un brazo o se me acabe la inspiración. No ahora. Y, aunque quiero confiar en mí misma, en mi autodominio, soy consciente de que estoy culpando a Jamie por esto. Lo estoy culpando por estar en el hospital, en algún ala de urgencias. Lo estoy culpando a pesar de que me niego a hacerlo.
Soy humana. Cometo unos errores terribles. Pero, en este instante, ni siquiera eso me consuela; me siento terrible y, a la vez, siento que ya no puedo más con ello.
*
El pasillo es largo, insípido, y huele a desinfectante. Arrugo la nariz ante la insolencia de los aromas y mantengo la mirada gacha, en el piso. Es de un color blanco como la espuma de las olas en las playas, durante el verano. Por algunos momentos, enfermeras cruzan el corredor a toda prisa; la sala de espera en urgencias está prácticamente sola, salvo por un hombre que se encuentra sentado a dos lugares de mí.
Hace como media hora que el médico de guardia les dijo a Nat y a Reed que lo peor ya había pasado. No quise preguntar qué cosa fue lo peor. Porque me temo que estoy furiosa. No he hablado tampoco. Ni con Natalie ni con Reed. Ambos están vestidos de manera formal; él con pantalones de mezclilla, camisa de botones blanca y una americana sencilla de color azul marino; ella con un vestido que le cae en un corte liso hasta las rodillas. Lleva puestas unas ballerinas a juego con su tono de cabello y con el chal con el que se ha abrigado.
Estoy convencida de que los dos iban a asistir al concurso, sí, pero esto era más importante.
Por supuesto que sí.
—Ustedes deberían de irse ya —comenta Nat, tras largos minutos de haber permanecido en silencio.
—Si van a darlo de alta en dos horas no veo motivo para hacerlo —le responde Reed, con un retintín en la voz.
—En lugar de irnos o esperar deberíamos de llamarle a su madre —mascullo, y por fin me levanto.
Tengo las piernas entumecidas; llevo puesto un vestido corto y dentro del hospital hace un frío que me tiene calada. Además, lo que siento en el interior no ayuda. No quiero estar aquí. No quiero tener que mirar a Jamie a los ojos y darme cuenta de cuán consciente era de que hoy era mi día.
Jamás hubiera pedido nada... Pero hoy cruzó la línea de mi paciencia.
Y lo que más me ha entristecido, y me hace sentir tan impotente, es que arrastró a este par con él.
—Doll no podría...
—Ni nosotros. Al menos, yo no quiero. Ya estoy cansada.
—Bien, Emma, entonces, ¿qué tendríamos que haber hecho? —pregunta Nat.
Es obvio que no le ha gustado el tono de mi voz, pero ya no me interesa cuidar la manera en la que me expreso. Hasta ahora, no he obtenido nada de ello. Bueno, sí, he obtenido un par de decepciones que podría haberme ahorrado.
—Jamie ha sido cruel e irresponsable, y esto no es culpa nuestra —insisto, encogida de hombros y enfrentada con ella.
—Emma...
—Como sea —interrumpo a Reed—. Ustedes pueden decir cualquier cosa para justificarlo, pero, sinceramente, no pienso continuar así; todos estos años he ido corriendo de un lado para otro con la fe de que hago las cosas como deben de ser. Y no tengo intenciones de modificar mi estilo de vida ni mis promesas, a causa de una persona como Jamie.
Cruzada de brazos y consciente de la mirada cansina de Reed, niego con la cabeza. Mis sentimientos por él están a punto de aflorar, pero en ese momento una enfermera se nos acerca y le dice algo a Natalie por lo bajo.
—Está despierto.
—Entra tú, si quieres —le espeta Reed.
Acto seguido, y tras mirarme una última vez, Natalie se adentra en el ala de internos, siguiendo a la enfermera —que le ha dicho que no puede estar demasiado ya que no es horario de visitas—. Sostengo, mientras tanto, la mirada sobre Reed y trato de interpretar su mueca de hastío. Porque no querría imaginarme que está dirigida a mí.
No sería capaz de hacerlo.
No él.
—Tienes razón de estar enojada conmigo —dice.
Se nota que tiene intenciones de proseguir, quizás para apacentar mis emociones, o quizás para justificarse, pero yo no puedo cambiar mi postura. A pesar de que quiero. A pesar de que estoy tratando con todas mis fuerzas de ponerme en sus lugares.
Ya me pregunté qué habría hecho yo.
—No sabes lo que siento —lo interrumpo, antes de que intente continuar—. Estaba ahí, en un sitio que me aterra, esperando por ustedes y cuando no llegaron desperté; supe claramente que solo puedo confiar en mí misma.
—Natalie dijo que era grave —me dice, en tono resentido, casi como si quisiera culpar a Nat por esto.
—Entonces ella es culpable —inquiero. Reed aprieta los párpados y, como no quiero flaquear, me apresuro a añadir—: Está todo bien. No voy a terminar contigo ni nada, pero tampoco esperes una sonrisa por mi parte. No hoy ni en los días que siguen. Y a ciencia cierta no sé cuándo podré mirarlos a la cara sabiendo que soy un cero a la izquierda en comparación con Jamie. Pobrecito de él...
—Tú estarías bien conmigo o sin mí. A donde quiera que vas, con quien estés, te abres camino sola. No me necesitas.
—Es una excusa patética. Podría valer si hubiera sido en otro momento, pero no el día de hoy. No hoy, cuando di un paso que jamás pensé que podría. Estoy harta de esto, Reed. Harta de que Jamie irrumpa en tu departamento, de que tengamos que cambiar citas entre nosotros solo porque tienes miedo de que algo le ocurra. Y sí, lo conozco de mucho más tiempo que tú, pero lo que Jamie es hoy en día no se parece en nada a lo que era antes. Tomó una decisión y, cada vez que tiene oportunidad, te aleja de mí como si estuviera compitiendo por tu atención. Es totalmente ridículo. Y nefasto, sí, muy nefasto.
Un silencio estrangulado le sigue a continuación. Reed mira a un lado y otro, con los ojos aguanosos y la mandíbula tensa. Sabe que estoy hablando con sinceridad y por mi parte, sé que su intención no es lastimarme. Sé que Jamie puede hacerle esto a las personas. Porque me lo hacía a mí hasta hace no mucho.
—Cuando tenía quince años convencí a Lou para que me diese el domicilio y los datos de mi madre. A duras penas lo conseguí. —Sonríe, su gesto pálido—. Le llamé, le escribí, y busqué hacer un contacto que por lo visto ella no deseaba. Así que me rendí. Es difícil rendirse con las personas que importan, Emma. Pero al final siempre aprendo.
—A cuestas de otros, por supuesto —le recrimino.
Él vuelve a apretar los párpados y se lleva una mano al pelo, donde tira de su fleco antes de volver a mirarme, esta vez con una tortura que casi podría ser palpable.
—Pensé que si algo malo, realmente malo, ocurría, no iba a poder perdonarme el no estar aquí.
—Lo entiendo —admito, suspirando—. Y solo por eso estoy aquí. Por ti y por Nat y porque sé que les duele mucho. Pero, a cambio, pido que no vuelvan a permitir que Jamie entre en mi vida, ni que se me acerque. No quiero volver a verlo. No deseo estar rodeada de sus signos de negatividad en mí. O terminaré siendo su esclava, igual que ustedes.
Giro sobre mis talones, sin poder aguantar ni un minuto más.
Cuando la primera lágrima rueda por mi mejilla izquierda, el sentimiento iracundo que llevo cargando desde que salí del museo se disuelve. Le he abierto las puertas a otras emociones; la fiereza, por ejemplo, y también al egoísmo. Aun así, no me siento mal por echar de mi vida a alguien a quien hace tiempo perdí.
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