17
Quise salir al callejón para buscar aire, de ese que no te comprime el pecho ni te hace sentir que le debes algo al sitio donde te encuentras. Estoy recargada contra la puerta del bar, donde Gaya y Talulah acaban de hacer una presentación divina. Hacen una pareja preciosa, a decir verdad. Pero, cuando empezaron los ruidos ensordecedores, no pude resistir ni un minuto, rodeada por un montón de gente a la que no conozco.
Tal vez son solo las emociones que me traje desde Isleton. O mi reticencia a olvidar el estado demacrado de Doll. Se lo he contado a Natalie y ella coincide conmigo; debería decirle a Jamie que su madre y hermanos lo necesitan más que nunca. Es probablemente la mejor opción que tengo ahora que me he enterado que ha empezado a salir de ese encierro en el que ha vivido casi toda su vida y que, por fin, dio un paso importante para recuperarse.
La piel reseca, sus ojeras y las graves pronunciaciones de sus huesos tanto en el rostro como en las manos, demuestran el desorden alimenticio a causa de la dependencia a las drogas antidepresivas. Nos dijo, cuando fue a comer con mis padres y conmigo, que el médico le ha cambiado los medicamentos y que sufre de una descompensación, además de los síntomas profundos de la abstinencia. Sentí mucha pena por ella y por los pequeños, pero sé que, si no se echa atrás, le irá bien tarde o temprano.
Siempre y cuando Eugene no regrese...
Doy un paso lejos de la puerta tras oír que alguien gira el pomo. Una vez abierta, es doloroso percatarme de que Reed tiene en la cara un semblante duro de preocupación. Y es que no lo he hecho partícipe de lo que sé. Quizás porque no quiero que compadezca a Jamie o quizás porque no quiero que se dé cuenta de cuánto lo estoy compadeciendo yo. Aun así, sonriéndole como si nada, soy incapaz de esconder mi verdadero estado de ánimo.
Él, pasándose una mano por el fleco, emite un suspiro grave y aliviado.
—Creí que te habías ido —me dice.
—Adentro me asfixio —comento, mientras me acerco a él.
Tardo muy poco en evadir mis emociones cuando me veo rodeada por sus brazos, en un ademán tan cálido que, al instante, me arranca el peso de esta culpa. Y también del enojo hacia personas que han sido víctimas de las circunstancias. Una mano de Reed se posa en mi mejilla y, acariciando ahí, me hace levantar el rostro para que lo mire.
—A ti te sucede algo —me asegura.
Paso la saliva amarga que había en mi lengua y decido no contarle todavía...
—No. Estoy bien. En serio.
—Voy a fingir que te creo —susurra él, pegando su frente con la mía—, pero sé consciente de que puedes contarme cualquier cosa.
—Lo que quisiera es irme de aquí —repongo, y me separo unos centímetros.
Reed, en lugar de darme espacio y liberarme de su agarre, me aprieta contra su cuerpo, en un abrazo sorpresivo que hace que la temperatura aumente para mí. Coloco un lado de la cara sobre su pecho, suspirando. El olor de su colonia me abastece de energía por unos momentos, hasta que no soy capaz de resistirme y me aferro a él, como si la vida misma estuviera aquí, en su ropa, en su piel, en la paz que me transmite y la sensación dulce de su presencia.
Al final, todo lo que quiero hacer es envolverme y no salir de su prisión.
—Vi a la madre de Jamie este fin de semana —confieso.
Me regaño mentalmente por ceder tan rápido. Aunque pretendo que no se me note la tristeza por ello, esta noche no ha salido como esperaba. Casi no me divertí y estuve ignorando a Reed en muchos aspectos. Es la primera vez que salimos con nuestras amigas y amigos siendo, oficialmente, novios.
Y lo he arruinado.
—Cualquier cosa que haya ocurrido... —intenta musitar él.
—No, en realidad me enteré de algo bueno —suspiro, echando la cabeza atrás. Reed, con el ceño fruncido, clava su mirada en mí—. Su padre los abandonó, a ella y a los dos hermanos de Jamie. Y está yendo a una especie de terapia para mejorar su estado.
—Por la depresión, quiero pensar.
—Sí. Además, los niños pasarán una temporada con su abuela en El Paso. Y ella, mientras tanto, quiere vender su casa. Está trabajando en la iglesia...
—Suena de maravilla...
—Pero Jamie no quiere saber nada de ella. Al parecer, tuvieron un problema gordo la última vez que se vieron, cuando conociste a mis padres.
—Hay que entenderlo, Em.
—Eso estoy tratando de hacer —admito—, pero primero necesito sugerirle que llame a Doll y no quiero tener otro pleito con él.
—Abórdalo con cuidado —sugiere, con su voz ronca y dulce a mis oídos.
Sin embargo, él no sabe que no puedo abordar a Jamie como si tal cosa ahora que me he enterado de que tiene sentimientos por él. Tengo miedo de la reacción de Reed, de lo que eso pueda significar para ellos. Porque, a pesar de lo que supuso confesarle lo nuestro, sé que lo sigue queriendo. Sé que sigue pensando que tiene una responsabilidad para con él, como su amigo.
Y, lo más importante, sé que la lealtad de Reed no tiene precio, que aun cuando Jamie en este momento le niegue su palabra, estará ahí por si lo necesita.
—Trataré, te lo prometo —digo, con tan poca convicción que Reed se ríe antes de estrecharme más fuerte.
Él apoya sus labios en mi mentón, provocando mi atención de inmediato con el gesto. En seguida, cuando traza un camino hacia mi boca y empieza a saborear mis labios con esa lentitud que ha usado desde que tocamos la segunda base, me estremezco entre sus brazos. Rodeo su cintura ayudada por los míos y acepto la caricia; lo hago porque la necesito, porque estos días han sido diferentes a mi costumbre.
Los besos de Reed me recuerdan que mi vida puede no ser perfecta y, aun así, seguir valiendo demasiado la pena.
—Oye... —susurra, separándome un poco—. ¿Hacemos esa pijamada hoy?
—Podríamos... Pero no tengo ropa para ir mañana al trabajo —sonrío.
Reed agacha la cabeza y deposita un beso en mi cuello. Esbozo una sonrisa tras la repercusión de la travesura. Afortunadamente, su lado inglés —lo dice él— se encarga de que mantenga las manos quietas en lugares poco apropiados para mí. Dice que no se atrevería a ir más allá...
Lo que no sabe es que, si es él, no tiene mucha importancia el sitio. En eso Natalie tenía razón.
—Entras a las dos de la tarde —repone Reed, y de inmediato agrega—: ¿Por favor?
—¿Con o sin besos largos? —Echo mis manos en su cuello.
Él me besa, impetuoso, antes de girarse junto conmigo. No soy del todo consciente de lo que intenta hasta que mi espalda es apoyada en la puerta de servicio. El calor que inunda mis mejillas al sentir sus manos en mi cintura, arrugando la tela de mi vestido, solo podría compararlo al mismo que sentí cuando me recosté por primera vez en una playa, bajo la luz abrasadora y deliciosa del sol de verano, en Santa Bárbara.
Debajo del peto en mi vestido, la sensibilidad de mis pechos me traiciona... De pronto quiero frotarme más en su contra y ser capaz de sentirlo...
—Como tú desees —espeta él, y estira la mano para agarrar el pomo.
La puerta se abre a mis espaldas, dejando escapar el ruido de la música indie por el resquicio. Reed me empuja un centímetro apenas, instándome para que avance hacia el interior. Y, cuando lo hago, observo una última vez su sonrisa cómplice. Ignoro todo lo que se avecina en mi pecho, al igual que las miradas extrañadas de mis amigas.
También ignoro las preguntas puntillosas de Nat, su insensatez al preguntarme si nos olvidamos del recato. Por unos minutos, antes de empezar a despedirnos, noto que Gaya mira en dirección de su pequeña hermana, que está cerca de...
—Si se atreve a hacer algo con ella, se arrepentirá el resto de su vida —nos comenta.
Reed y yo, que estamos de pie a su lado, dirigimos la mirada otra vez a June y Jamie, cuyos cuerpos están demasiado cerca entre sí. Gracias al nudo que se ha formado en mi garganta desvío la mirada hacia un sitio más seguro y agradable. Sé que le dije a Jamie que se revolcara con quien quisiera, y sé que no tengo ninguna amistad con la muchacha, pero la cara de Gaya es suficiente para que a mí la vergüenza me invada.
Reed entrelaza mis dedos con los suyos, le dice algo a Gaya —algo que, por el aturdimiento entre la pena y la música, no consigo dilucidar bien— y luego empieza a caminar con dirección del pasillo que lleva a la salida del bar. De un saludo breve y una sonrisa temblorosa me despido de ellas y voy detrás de él, siguiendo su tirón suave. Pongo la mirada en su espalda y me concentro ahí, en la seguridad que irradia hacia mí.
En la calle, mientras esperamos un taxi, él apoya su boca en mi cabeza, acercándose un poco apenas. No dice nada, sin embargo. Entonces, como este ritual privado y sutil que llevo a cabo para mantener en control mis emociones, centro toda mi atención en los ruidos alrededor, el curso de la vida de la gente que ya trazó su camino, y este pensamiento de que llegaré a mi meta con algunas perdidas a cuestas.
Es triste para mí, aun así, darme cuenta de que Jamie bien podría ser una de ellas...
—Confiemos en él una vez más —me pide Reed.
Me limito a asentir, dejando caer la cabeza en su hombro. Cierro los ojos porque quiero, durante el viaje, dejar de escuchar los latidos de mi corazón, en los oídos, y quiero dejar de escuchar esta voz interna que me suplica le diga a Jamie sobre su madre.
Eso también me resulta triste; tener que decirle a un hijo que su madre se encuentra mal, y que la necesita; porque no se supone que tenga que ser así. Yo tendría que haberle dicho a Doll que Jamie necesita ayuda urgentemente; debería de haberle dicho que tenemos miedo por él, por la bebida, por su actitud, no sé. Por tantas cosas. Y, sin embargo, Doll me parece demasiado quebradiza.
Como una hojita en otoño...
Estamos bajándonos del taxi para cuando me hago consciente de que el edificio está detrás de nosotros.
—Ey —Reed trata de llamar mi atención una vez que se ha marchado el taxi—. Quita esa cara, por favor.
—Lo siento —musito, al tiempo que le sonrío con poca convicción.
Niego con la cabeza y después me encojo de hombros.
—No, no lo sientas, pero olvida a Jamie por unas horas —masculla.
Si fuera otra persona, habría fruncido las cejas para indicar una pequeña molestia ante su comentario. No obstante, como es mi novio, necesito darle la razón. La tiene. Yo me he estado esforzando al momento de crearme una vida sana. Y Jamie es probable que sea mi amigo, pero después de eso, de los consejos ignorados, de las burlas y todo lo demás, ha quedado tan poco que salvar que cada vez estoy más confundida a su respecto.
No quiero sentirme así para con él.
—Sí. Vamos, pues —murmuro.
Al principio, Reed se muestra reticente de aceptar mi mueca de seguridad, pero luego suspira, cuadra los hombros y se echa andar. Nos toma casi nada llegar al elevador, y nos toma todavía menos llegar al piso en el que se encuentra el loft. El último de la construcción. Dentro está un poco fresco y, por la temperatura de la noche afuera, mi piel recibe la falta de más calor como una bofetada. Así que me abrazo a mí misma sin saber qué otra cosa podría hacer al no encontrar dónde refugiarme.
Por fortuna, Reed ajusta algo en el control del termostato y luego, quitándose la chaqueta, viene hacia mí.
—Nat dice que su nuevo director de escena es un imbécil —comenta, para sacar una plática más entretenida, supongo.
—Lo que pasa es que la ha hecho repetir correcciones una y otra vez —me río, al borde de una carcajada—. Es un italiano, treintón, creo, y además muy guapo.
—Guapo, ¿eh?
—Tengo que reconocerlo —digo.
Él me rodea por la cintura. Aprovecho su cercanía, cuando se inclina para besarme, y admiro su mentón, sus mejillas sonrosadas, todo lo que alcanzo a distinguir desde mi postura; he colgado mis brazos de modo que puedo enredarlos a su cuello, parada en las puntas de mis pies. Reed, que sonríe contra mis labios, abre mucho los ojos y los clava en los míos, las puntas de nuestras narices rozándose.
Intento contener una risa, pero cuando no lo consigo, él acalla su sonido con un beso.
—Creí que esto... —su boca sigue interrumpiéndome; trato de apartarlo con las manos pero él se niega—. Creí que íbamos a...
—¿Puedes cerrar el pico? —me exige, alzando las manos y sujetando mi rostro con ellas—. Estoy tratando de besarte.
—Pero creí que esto era una pijamada —replico.
—Lo es —me concede él—. Pero estás tan bonita esta noche que no puedo, ni quiero, dejar la boca quieta...
—Oh, no, señor —espeto, alejándome con un movimiento teatral y forzado; Reed se dedica a peinarse el pelo, divertido a mis costillas, mientras yo digo—: No vine a aquí para que me lleves a la segunda así como así.
—Te juro —por supuesto, no ha dejado de sonreír— que esa no era mi intención inicial.
Mis cejas se arquean con impresión. Reed aprovecha el instante de descuido y, de un paso solamente, vuelve a atraparme en un abrazo; su fuerza no es lo suficientemente grande como para evitar que me libere de ella, pero creo que no quiero hacerlo.
En realidad, retrocedo junto con él hasta que mis pantorrillas golpean contra el único sofá de la sala.
—Primero quiero que leas algo —dice y, aun cuando creo que me arrastró para dejarme en los cojines, tras un beso fugaz, mis pensamientos cambian; porque él se agacha hasta la mesita del centro, sujeta una carpeta negra y me la entrega.
—Qué misterio —digo, hojeándola.
Reed se cruza de brazos entonces, las cejas arrugadas con un gesto crítico y serio que le va de maravilla, ya que, si lo hace así, sus facciones se acentúan y le dan un toque más masculino a su cara. Además, la manera en la que aprieta y se relame los labios, es desgarradora para mí.
Casi me olvido de que hoy ha ido a su entrevista. Como pensó que yo no tenía por qué privarme de la fiesta, acudimos por separado una vez que él se desocupara.
—Será de prueba durante tres meses —se explica, dejándose caer en el sofá.
Noto cómo, cuando estira las piernas, cierra los ojos para relajarse. Y yo, que sigo leyendo la copia de su contrato en la empresa de Software llamada SELLYS, me quedo de pie junto a él, la mano en la boca al ver las cosas a las que tendrá acceso en su ámbito laboral si le dan el contrato permanente.
Al parecer, sus empleadores no tienen ningún problema con los horarios de clases.
—Es maravilloso, bombón.
—Deja de llamarme bombón.
Se incorpora en el sofá, sujeta una de mis piernas y me atrae hasta él. A continuación, se abraza a mí, poniendo la cara contra mi vientre.
Aún por encima de la ropa, siento la necesidad en su caricia.
—Lo obtendrás —aseguro—. Sé que lo harás, sí.
Ha abierto las piernas para que yo pueda colocarme en la mitad. Dejo a un lado la carpeta, sobre el sofá, para apoyarme parcialmente en sus hombros. Uso mis dedos para despeinar su fleco y, durante varios minutos, lo único que hacemos es quedarnos así; él con el rostro semi-escondido en mi estómago, la tela de mi vestido de verano en color crema, y yo enredando mis dedos en las hebras tersas de su cabello.
Un ligero apretón en la parte trasera de mis rodillas me trae de vuelta al momento...
—Me gusta llamarte bombón —susurro.
Reed hace un pequeño movimiento con la cabeza, acariciando mi vientre. Sus manos se deslizan por mis piernas, la cara interna, y ejercen un nuevo apretón a mi piel desnuda. Si sube otro poco, habrá violado el dobladillo del vestido.
Aprieto los párpados cuando noto que traza unas figuras con sus dedos allí...
—Natalie me llama así también, por joder —comenta él, y entonces me mira.
No alcanzo a distinguir su mirada del todo; solo la luz del vestíbulo se encuentra encendida; si tuviera que apostar, diría que me mira con hambre, casi con miedo de arruinar lo que sea que se está fraguando entre nosotros. Le acaricio la línea del mentón, hasta las patillas, y dejo la palma abierta sobre su frente.
—Es su manera de decirte que te quiere —sonrío—. Le cuesta mucho admitirlo.
—Como tú digas.
—Sí, es mi mejor amiga.
Él no dice nada. En lugar de hablar, o de separarse de mí, se limita a mirarme. A mi alrededor, se comienza a dibujar una cosa extraña; tal vez esa atmósfera de tensión y calor de la que habla la gente cuando quiere algo que las palabras solo pueden echar a perder. Luego de planear estrictamente tantas cosas en mi vida de pequeña adulta, tardo en darme cuenta que esto no lo planeé.
Y no hay nada que me extasíe más que saber cuán sorprendente puede ser el amor.
Reed se incorpora lento. No aparta las manos de mis piernas al hacerlo y mi vestido se ve ignorado cuando su altura vuelve a superarme. Mis palmas buscan inmediatamente el contorno de su cintura, de donde me sujeto. Él acuna mi trasero con suavidad, pero le da un apretón después, empujándome contra sí.
Siento que, si hablo, algo malo ocurrirá. Mi lengua quiere decirle lo que me hace sentir cuando va tan despacio, cuando aguarda, cuando me mira así, como si yo valiera mi peso en oro.
—Si no me tocas en este momento, me voy a partir en pedazos.
—Madre mía —se queja él, agachándose con prontitud e irguiéndose en el acto, pero levantándome por las piernas; rodeo su cadera entonces, y me abrazo más fuerte que nunca a él, justo cuando dice—: Pensé que nunca me lo ibas a pedir.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro