16
Mientras Natalie me sirve café, pongo la mirada en mi cuaderno y repaso, por última vez, mi ensayo. Tengo una exposición el día de hoy. Aunque dormí bien, no paré de soñar en toda la noche. Lo peor de todo es que esa turbación es a causa de Jamie, a quien veo entrar por el rabillo del ojo. Al principio, creo que va a ignorarme, pero hago como si eso no me molestara.
Él, sentándose en una silla al comedor, se peina el cabello hacia atrás. Su aspecto es desastroso. Sin embargo, trato de sonreírle para que su humor no arruine mis ganas de pasar página con su comportamiento. Quiero tener ánimos de ayudarlo. Quiero abandonar este sentimiento moribundo de que, si me aparto, se perderá por completo.
Sé que lo único que necesita es encontrarse, y no deseo que para eso tenga que tocar fondo.
—Vas tarde a clase, ¿no? —me pregunta.
Nat deja un plato lleno de panes dentro, en el centro de la mesa. Jamie evade su mirada ya que la de ella es ausente, muy pesada.
Entre Jamie y yo siempre hubo cierto hermetismo. Nunca me contó tantas de sus cosas como a Nat. Probablemente siempre haya creído que yo era la que, de los tres, tenía menos que ver en el estilo de vida que estaban acostumbrados a llevar. Y, a pesar de lo ocurrido, me he sentido segura en el lugar que tengo siendo la media para ellos.
El que Nat lo vede de su palabra, es un vaticinio de que las cosas se están poniendo graves.
—Es que terminé con dos clases más —admito, encogiéndome de hombros.
Jamie hace un asentimiento muy poco perceptible. Si lo noto, es porque conozco sus facciones y el temple que les imprime si quiere ser sutil. Además, la manera en la que se lo ha alborotado su pelo... No está teniendo mucho cuidado de sí mismo y, si de verdad su relación con Mara fuera correcta, no estaría aquí, con nosotros, sufriendo como parece que sí lo hace.
Me llevo a la boca un panecito y le doy un sorbo a mi café, al tiempo que cierro el cuaderno.
—Reed también terminó, supongo —dice, en tono cansino.
—Él tenía prácticas esta mañana —susurro.
Algo en mí impide que hable de Reed como debería de ser. El hecho de discutir cosas acerca de él, precisamente con Jamie, se siente mal. Agacho la mirada y observo mis dedos trémulos, mientras me concentro en la idea de que hay muchas cosas por las cuales debo de tener buen humor.
—Se quedó contigo, ¿verdad? —pregunta.
—Sí.
Mi voz es contundente.
Por fortuna, ante mi expresión, Natalie se aposta junto a otra silla y, clavando la mirada en él, dice—: Jamie, esto no puede seguir así. Okay, a lo mejor te duele el hecho de que Emma esté con Reed, pero ella... Se lo merece y lo sabes. —La veo sacudir la cabeza, en un gesto abrupto de exasperación. Jamie entorna los ojos, se levanta con lentitud y se la queda mirando, mientras ella hace lo mismo con él—. Tú y Emma, ni en mil años, podrían pasar de ser amigos.
Tras su retahíla, Natalie se vuelve hacia mí. Me regala una mirada de alivio, pero se gira en el acto cuando Jamie exclama—: No sé de qué hablas, Nat.
—Pues eso —se encoge de hombros ella—. Que si te gusta Emma, me parece algo turbio que le haya...
—A mí no me gusta Emma. Crecimos juntos. Es, para mí, políticamente incorrecto —Jamie está riéndose.
Abro los ojos y, a punto de atragantarme con el panecillo, noto que Natalie se deja caer sobre la silla que está a su lado. Miro a Jamie mientras el pulso se me acelera, y las ideas que tenía por la mañana se pulverizan hasta convertirse en una gran, y apestosa nada. Aturdida por lo que supone escuchar eso de él, bajo la mirada, escudriño la mesa, la textura de la madera, mi plato vacío, mi taza de Lucas come galletas...
Nada es más vergonzoso que darte cuenta de que en realidad no conoces a una persona. En este instante, me siento como una criatura egocéntrica, egoísta, todo lo que implique que solo haya pensado en mí. Ahora no solo entiendo mucho la postura de Jamie, su actitud, su reticencia, sus palabras hirientes y ese miedo irracional a cambiar, a moverse del lado de la paz.
Nada de lo que ha pasado estos años, sus cambios brutos, sus nulas ganas de mejorar, han sido evidentes para mí.
—Me estás jodiendo que es Reed quien te gusta, ¿no? —dice Nat, tras balbucear varias veces.
—Podría decirse que ha sido así de un tiempo acá —responde Jamie, negando con la cabeza.
—Entonces —murmuro, la voz ahogada en la pena—, ¿eres gay?
Jamie me escruta por varios segundos, pero al final dice—: No soy gay, Emma. Pero tampoco soy hetero.
—Podrías habernos dicho —comento, azorada.
—¿De verdad? —inquiere él, el sarcasmo es evidente en su voz.
—No intentes culparme a mí de esto —replico, levantándome—. Jamás te habría juzgado, o sea... Somos amigos, Jamie. Se invirtieron los papeles pero es lo mismo; yo no tengo control sobre lo que siento y me imagino que Reed tampoco.
—Sinceramente —ataja él, empezando a caminar—, no espero que ninguno de ustedes lo entiendan.
Ni Natalie ni yo podemos hacer o decir algo. A través de los minutos que pasan, lo único que soy capaz de llevar a cabo es una pobre exhalación, seguida por un intento de murmullo. Aún anonadada por lo que sé ahora, me marcho hacia la habitación para terminar de preparar mis útiles del día de hoy.
Para cuando Nat y yo salimos del departamento, todavía no podemos hablar entre nosotras. Y no es hasta que nos subimos al autobús, que ella se vuelve a mí, con aspecto abochornado.
—No siempre mis teorías son buenas —comenta.
Echo la cabeza atrás y la apoyo en el asiento. En una parada, mientras el ruido cesa, le digo—: Debe de ser difícil admitir algo así.
—Él no admitió nada —niega Nat—. Lo supusimos por una vaguedad que ha dicho, es todo. Ojalá para estas cosas también tuviera la lengua larga.
—Me pregunto si Mara ya se habrá dado cuenta —musito.
Natalie se arrellana en su lugar, al tiempo que se teje el pelo en una trenza.
—Jamie dijo que no es gay —arguye—. Lo cual quiere decir que es bisexual. No lo puedo creer.
—Es normal —espeto, las cejas arrugadas—. Al menos tiene sentido que se comporte como lo hace en ciertas ocasiones.
—A Jamie lo tiene sin cuidado lo que la gente piense de él —insiste ella— si lo que estás tratando de hacer es justificar su actitud a causa del posible lío interno que supone que le guste su mejor amigo... Eh... tu novio.
—Le gustaba primero —la observo, afligida—. Dios, qué desastre.
—Emma, aplica el mismo consejo que le di a Reed —susurra—. No has hecho nada malo.
El resto del camino hacia la universidad, lo invierto en pensar la manera correcta de ayudar a Jamie. Me digo que, como su amiga, no tengo que dejarlo solo. Necesito poder hacer algo. Cuando nos bajamos del bus, Natalie se encarga de desviar la plática hacia cosas más sanas. El próximo año, que se aproxima a nosotros con velocidad. Nuestra graduación se aproxima tan rápido que, si lo pienso, más pronto que tarde habré terminado con esta etapa dura.
Adentrándome al vestíbulo del hall de artes, rebusco en mi bolsa mi móvil. Natalie está detrás de mí, charlando con Gaya... Y su hermana menor. Luce impoluta. Luce mejor que yo, que no me molesto en hacer nada decente en mí; salvo hidratarme los labios, lavarme la cara y hacerme una coleta digna de una conferencia. Además, llevo puestos pantaloncillos cortos, y una blusa de croché que mi madre me dio.
Aparte de eso...
—En serio, estará genial —comenta Gaya en ese momento.
Su hermana remata el comentario agregando que será una fiesta en la cual recaudarán fondos para no sé qué. Sí. La verdad es que no quiero poner demasiada atención en ellas. A su charla. Una sensación horrorosa, de celos, se incrusta en mi pecho. Y ni siquiera sé por qué. Así que respiro hondo y trato de inmiscuirme en su charla.
Gaya me dice que tengo que ir esta vez, ya que Tally estará encantada de saberme allí.
—Espero estar liberada para entonces... —musito.
—Si se lo dices a Reed, estoy segura que...
—No se puede ese día —dice una voz a mis espaldas.
Tras girarme para encarar a Reed, noto que la cara de sorpresa en June es evidente. Esbozo un gesto torcido que habría podido pasar por sonrisa. Pero entonces Reed tira de mi mano y me abraza, para de inmediato depositar un beso en mis labios.
Antes de preguntarle por qué ese día no puede ir al evento al que nos están invitando, apoyo la palma en su pecho, avergonzada...
—Es el día de la entrevista —espeta él, respondiendo a mi cuestión muda—. Y algo me dice que estaremos ocupados.
—Algunas personas disfrutaron del spring break —dice Gaya, sonriendo.
De pie en el pasillo izquierdo del edificio, me acomodo de tal manera que Reed puede seguir abrazándome. Es inevitable para mí que mire en dirección de June, cuyo semblante ha cambiado radicalmente. Ahora no habla con ánimo ni intercede cada vez que su hermana menciona los pros de asistir a la fiestita.
Reed, que hace gala de su amabilidad, pregunta cuál es el motivo de la causa y cuántas fraternidades estarán participando. Así, nerviosa por saber que su demostración pública ha dado comienzo, oficialmente, a una nueva etapa en mi vida, me intereso de pronto más en la plática.
Los nervios y la sensación de tristeza persisten, cuando me pregunto qué dirá Reed el día que se entere acerca de Jamie...
*
Por fin pedí mis vacaciones. Le hice caso a Gabriel, que insistió. Por eso vine a pasar unos días con mis padres que, aunque no me lo han dicho, están muy felices con la idea de verme rondar en la casa. Papá está dibujando el árbol del fondo, con la destreza de sus dedos de mecánico, su mirada fija en el ambiente y un único carboncillo.
Mientras lo observo realizar su tarea, pienso en cómo voy a decirle que el muchacho que les presenté hace como dos meses es ahora mi novio. Se supone que Reedy vendrá a por mí el sábado, ya que Gaya tiene una exposición el domingo y estamos invitados; tanto Nat como él me rogaron para que asistiera, así que, tras aceptar que viniese a Isleton a recogerme, hablamos sobre comer con mis padres.
Supe que era una indirecta suya para que les dijera.
—Estoy saliendo con Reed —admito de golpe.
Mi padre ni siquiera se inmuta ante la confesión, sino que se limita a torcer una sonrisa.
Quiero preguntarle si lo recuerda (y me preparo para darle una descripción decente de él), pero entonces él dice—: Parece ser un buen muchacho.
—Lo es —resoplo, aliviada por no tener que enlistar las cualidades de Reed.
—Y te gusta, supongo —dice papá.
—Un poquito nada más —suelto, una risa nerviosa tirando de mis labios.
Papá sacude los restos de carbón sobre la hoja. Un mechón lacio, negro y que tiene un par de canas ahí, se le cae hacia la frente. Planeo guardar esta imagen en mi cabeza para hacerlo un bosquejo después.
Papi dibujando.
Sonrío de nuevo al imaginar el título del cuadro. Un suspiro amargo me sobresalta cuando examino el pequeño jardín, las nubes en el cielo de finales de junio, el pasto verde en su totalidad y todos los atisbos de los que presume el verano en California. Mi madre ha sembrado un parterre con petunias y margaritas, además de que hay una maceta con lo que ella asegura que será valeriana (papá asegura que le tomaron el pelo).
—Estudia diseño gráfico ¿verdad? —pregunta él.
Acaba de abandonar el dibujo para concentrarse en el cielo. Al entornar la mirada para que la luz solar no lo ciegue, se lo forman unas arrugas en las comisuras de los ojos. Noto que hay una línea de expresión en su frente y, luego de analizarlo a detalle, vuelvo la mirada al frente también.
—Sí, y también dibuja —le cuento.
—Es el hijo de Lou, si mal no recuerdo.
—Sí.
—Y su madre murió —insiste él.
Sé que me está sometiendo a uno de sus interrogatorios de seguridad, pero la verdad no me importa. Entre mis padres y yo nunca hubo ningún tipo de secreto. Dudo unos instantes, aun así, porque hablar de la madre de Reed es un poco como invadir su privacidad. Aunque, al último, me aseguro internamente que puedo confiar en mi padre.
Son las personas más discretas del mundo.
—Su madre desapareció hace mucho. Es estadounidense y Lou inglés. Lo que explica la doble nacionalidad de Reed. Y también su carácter.
—Sensible —susurra papá.
—Sí, ¿por qué...? —inquiero, asombrada porque lo diga así.
Papá cuadra los hombros, me entrega el bloc de dibujo y, después de que lo estrujo en mis manos con un orgullo inmenso (ha dibujado una obra maestra en tan solo unos minutos), levanto la vista para esperar su respuesta...
—Es que una persona insensible nunca recoge el plato donde come. Y él se ofreció a recoger la mesa entera.
—Amo tu filosofía —le espeto, anonadada.
—No es mía —sonríe—. Tu madre es una persona increíble.
Hay una nostalgia increíble en su forma de hablar acerca de mi madre. Siempre ha sido así desde que la diagnosticaron. Aún recuerdo las veces que los escuché discutir acerca de mi abuelo, que padeció la misma enfermedad y lo llevó a la tumba. Recuerdo también cómo mi madre dio gracias a Dios porque yo sacara la salud reacia de mi papá, heredada de su familia con ascendencia latina.
Tuerzo una mueca al darme cuenta de que está un poco estresado ya que hace un rato tuvieron un exabrupto. Mi padre nunca ha sido un hombre violento, ni malhumorado, ni dado a las rencillas con vecinos, ni siquiera a causa de la basura que no se saca como debería. Lo admiro tanto por su templanza sobria y su carácter suave, que creo que me parezco demasiado a él.
—Quizás, cuando me gradúe, podrías invertir ese dinero que me das en unas vacaciones. Nadie se las merece tanto como ustedes.
—Sí, tal vez. —Se pone de pie, suspirando de nuevo—. Veamos alguna de las películas que trajiste.
—Oh, sí, Reed me dio una que cree que podría gustarte —digo, entusiasmada por la idea—. ¿Quieres que invite a mamá?
—Será mejor que la dejes dormir un rato, luego preparemos la cena —espeta.
Al internarnos en la casa, le cuento que Reed me dio El Club de la Pelea, y él, gracias al cielo, me comenta que no la ha visto. Lo cual es muy común porque mis padres no ven películas a menos de que yo esté en casa. Son muy participativos en la iglesia de la provincia, y se los conoce por solidarios en los eventos que se organizan casi todas las semanas. Papá trabaja mucho así que pasa gran parte del día en el taller.
Le digo, mientras él se da una ducha rápida, que iré al minisúper a un par de calles para buscar palomitas de maíz. Camino por la acera de la calle, convencida de que el día es hermoso y que mi mente se encuentra despejada luego de haber cursado el tercer año sin problema alguno. Aunque creo que también se debe a mis ganas persistentes de ver a mis amigos —a Reed— el sábado.
Apenas es jueves.
Emito un suspiro al tiempo que avanzo más rápido por la calle. Dentro del súper, compro un par de paquetes de palomitas y un helado de vainilla; la imagen de Reed revisando el contenido de los carbohidratos hace mella en mi mente una vez que salgo y, negando con la cabeza como si él estuviera viéndome, emprendo la marcha hacia la casa. Sin embargo, antes de cruzar de nuevo la calle, una mujer alta, de cabellos oscuros y piel morena, se cruza en mi camino.
Le sonrío apenas, afectada por la imagen que me ofrece...
—Hola, Emma —dice.
—¡Hola! —exclamo, ya que he tragado saliva.
Doll es la madre de Jamie. Su aspecto... Evado mirarla por unos segundos solamente, fingiendo que reviso algo en la bolsa de mi compra. Siento que se me forma un nudo horrendo en la garganta. Pero contengo la respiración y me armo de valor para dirigirle mi atención por completo.
—Estás preciosa —comenta, con una sonrisa triste—. Me da mucho gusto verte...
—Gracias, Doll —acepto; me da mucha pena no preguntarle si se encuentra bien, así que digo para ignorar mis pensamientos de lástima—: No he tenido la suerte de ver ni a Gary ni a Hortense.
—Oh —musita ella, hundiendo el cuello en sus hombros—, es que... Han ido a pasar una temporada con mi madre. —Sus ojos me escanean un instante, y al siguiente me espeta—: ¿Has venido por las vacaciones?
—Sí. Solo unos días; tengo que volver al trabajo —confieso, tratando de renovar mi ánimo.
—¿Y Jamie? —pregunta, por fin.
Soy consciente de que su hijo muy pocas veces se contacta con ellos. Su padre... Bueno, son una familia con problemas monetarios... Doll sufre de depresión, y su marido de alcoholismo. Pensar en los dos pequeños hermanos de Jamie lejos de ese seno turbio, aunque pese, me alivia demasiado.
La abuela de Jamie vive en Texas, de manera que los Wood no podrían visitarlos a menudo. Es cocinera de una escuela secundaria, y la hermana de Doll trabaja como maestra. Tal vez se percataron de que las cosas están mal...
Finalmente.
Es inevitable que no piense en Jamie... Que no recuerde que por él no hicieron nada. Y, no obstante, sé que han ocultado sus problemas durante mucho tiempo. Ahora ya todo es perceptible; mucho más el estado de salud de su madre. Aun así, el nudo de mi garganta se aprieta, y mi pecho se contrae cuando intento no sentir nada...
—Tiene un trabajo estupendo, Doll —susurro, porque quiero creer que lo que ella desea oír es que su hijo está bien—. Le diré que te llame.
—Muchas gracias, Em.
Su mirada está llena de dolor. Tanto dolor, que bajo la mía porque si sigo observándola me echaré a llorar en cualquier instante.
—A mí no me contesta las llamadas —dice, poniendo su vista en un punto ciego, a mi lado; las lágrimas inundan sus ojos—. Le llamé para contarle que su padre se fue.
Presa del desconcierto, ignoro el salto que da mi corazón. Trato de recuperar el aliento para sopesar la que debería ser mi reacción justo ahora. En un inicio, necesito hacer más preguntas, pero luego me digo que esto no tiene por qué significar nada en la vida de Jamie. Me digo —y de verdad quiero convencerme—, que esto no terminará de derrumbar a quien todavía tengo dentro de esa categoría de personas que me importan.
Podré enojarme con él y, gracias a lo que hemos vivido juntos, mi cuerpo sigue siendo víctima de la tristeza por la vida que le tocó.
—Lo siento mucho, Doll —digo, por lo bajo.
Ella sonríe otra vez.
Una sombra de seguridad traspasa sus ojos...
—Yo no tanto —asegura; su sonrisa se ensancha—. A veces es mejor que las personas se marchen antes de que terminen de matarte.
—Estoy segura de ello —estiro la mano y le doy un apretón en el brazo, y luego tomo una decisión dura—. Mamá preparará albóndigas mañana, ¿por qué no vienes a comer?
—No quisiera molestar, cariño —masculla ella.
—No serás una molestia, y creo que te vendría bien la distracción.
Doll frunce los labios un poco, pero termina diciendo—: Bueno. —Sonríe más, y su cara adquiere un aire nuevo, con lo que a mí se me regresa el alma que deambulaba por algún sitio lejano—. Salgo a las dos del trabajo... ¿a las tres está bien?
—Perfecto.
Hago a un lado mi sorpresa al escucharle mencionar su trabajo. Trabajo. Luego devuelvo el abrazo torpe que me da antes de marcharse. Mientras cruzo la calle una vez que ella se ha alejado lo suficiente, miro por encima de mi hombro.
Y luego me echo a correr para poder acribillar a mis padres con preguntas.
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