
12
Reed quiere que me aproxime al monstruo que está delante de mí. Me ha dicho que me acerque y que lo acaricie como Natalie y Sylvie. La bestia me mira con escepticismo. Yo, por supuesto, no pienso aproximarme más. A pesar de que la imagen que Reedy me ofrece en este instante al pararse junto a una criatura de ese tamaño, me parece un cuadro hermoso, lo bastante celestial como para asemejarse a un espejismo.
—Ya entiendo por qué son ciervos mulo —digo, un nudo en la garganta.
—Es por las orejas —asiente Reed, mientras vuelve sobre sus pasos.
El claro que parece ser lugar de descanso de los animales, está equilibrado por una arboleda altísima; hace un calor tremendo. En el mediodía, se me antoja un clima terrible para haber decidido dar un paseo.
Esto, me digo, sucede cuando escuchamos a Sally. Aunque debo admitir que vine porque Reed me lo pidió.
—¿No te gustan los animales? —me pregunta él.
Dada la vida campestre, lleva el pelo desaliñado. Lo usa corto de los lados y con fleco lacio, así que no se lo ve tan mal... En realidad, me encanta su aspecto de muchacho de granja. El sol le ha dado un tono lustroso a su piel apiñonada y sus mejillas se encuentran, por la temperatura templada, tan sonrosadas que parece que ha estado haciendo ejercicio toda la mañana y parte de la tarde.
Tras una breve inspección de mis pensamientos, digo—: Quiero tener dos gatos. Pero la idea de acariciar a un mamífero con astas dicotómicas pues no es muy agradable que digamos.
—Son muy mansos, Em —replica Sylvie.
Su primo, el guardabosque, accedió a venir con nosotros a esta zona del parque, ya que es totalmente privada. En ciertas ocasiones puede que los turistas tengan una intención no tan buena con el hábitat de los ciervos, cuya naturaleza se puede tornar no muy apacible si se los molesta.
Además, ya dije que me miran como si...
—Para ellos somos invasores —musito—. Mejor vámonos.
—Jamie huele peor que ellos después de un día de trabajo —se ríe Nat, al venir hacia mí—. Emma lo sabe, ¿cierto, Hormiga?
Me encojo de hombros. Percatándome de que Sylvie me ha lanzado una mirada de confusión, al principio no comprendo su gesto. Pero en cuanto la escucho hablar un poco de certidumbre me ilumina.
De dos ligeros pasos y cargando una cantimplora en su mano izquierda, la novia de Erick se acomoda a mi lado.
—¿Jamie es tu novio? —inquiere.
—Dios, no —repongo. Sin saber por qué, le dirijo una mirada de cautela a Reed, quien también ha hecho lo mismo en mi dirección—. Jamie es uno de mis mejores amigos.
—Ah. Pensé que...
—Yo no tengo novio —susurro, como si quisiera parar sus futuras preguntas—. No es como si tuviera mucho tiempo para flirtear.
—Tendrías que salir más —continúa la mujer, en tono adulador; me doy cuenta de que está mirando a Reed tal cual si hubiera un secreto entre ellos—. Hay muchachos que seguro querrían salir contigo. ¿No creen, chicos?
Natalie, que de inmediato capta la doble intención en las palabras de la mujer, le hace una seña al guardabosque y luego mira a Reed, que tiene las manos en las caderas y observa a los ciervos. Parece muy interesado en ellos, hasta que Nat decide abrir la boca, por supuesto.
—¿Tú qué opinas, bombón? —dice.
—Opino que deberíamos volver —responde el otro; quiero aplaudir por haber ignorado al Natalie, pero también quiero fruncir las cejas por no decir nada que acabe con este tormento al que, seguramente, me veré sometida.
Al final, soy yo la que decide no continuar con el histrionismo en la escena y empiezo a caminar por el sendero. Al pasar por un lado de Reed, noto que desvía la mirada. Con un retintín en mi garganta avanzo sin detenerme, consciente de que los demás vienen detrás y que, si no me detengo, dejaré de ser blanco de sus burlas.
A estas alturas del día, después de que Reed no se despegase de mí cuando cenábamos y cuando Gabriel se puso a contar sus historias acaecidas en Bristol, dudo que no se hayan dado cuenta de que sus atenciones en mi favor ya no tienen el mismo calibre ni el mismo interés de antes. Por lo que, al repentino tono que adoptó la charla anterior, le doy el nombre de «acoso».
Sucede hasta en los mejores y más sanos círculos de amigos, donde, si un par comienzan a salir... Se vuelven presa fácil del escarnio. Y yo, que casi nunca controlo el rubor que me sube a las mejillas y la sensación de bochorno que me invade si soy el tema principal de conversación, me encuentro a la defensiva respecto a esa ligera intromisión en mi intimidad. Técnicamente, soy como ese ciervo mulo que me miró allá en el claro.
Parecía decirme: ¡fuera de aquí!
—¿Le contaste algo a Nat? —me dice Reed, acompasando sus pasos a los míos.
—Nos vio en el departamento, por si ya lo olvidaste —ironizo, sin mirarlo.
El sendero está bordeado por árboles de tronco enorme cuya especie desconozco. Echo la cabeza atrás para mirar las copas frondosas que no dejan que la luz llene el espacio espeso del que estoy rodeada. Después pongo la mirada en Reed.
Él también me observa y, de un movimiento disimulado, estira su mano por delante para que yo la sujete. Pongo los ojos en blanco al notar que el costado izquierdo de su cuerpo, mientras caminamos, impide que alguien mire desde atrás lo que hagamos por delante. Así que, sabiendo que quiere salvarme, entrelazo mis dedos a los suyos.
Tiene manos ásperas —no tanto como las de Jamie—, y un apretón firme. Habla de cómo es una persona capaz de tomar decisiones, maduro, y un montón de cosas que me gustan de él. Retomo el hilo de mis pensamientos cuando escucho que él señala la cala del lago, a donde un puñado de gente ha entrado. Algunos se encuentran en la riviera y otros nadan en la parte más honda.
A la que yo, ni aunque me paguen por ello, pienso entrar.
—No tienes que ponerte tan tensa cada vez que se mencione a Jamie —dice Reed, de pronto.
—Me pongo tensa porque se entrometen en mi vida amorosa, lo cual es injusto y bajo, muy bajo —mascullo—. En lo personal, no me gusta que se me note tanto lo que pasa entre nosotros.
—No notan nada —dice él—. Siempre he sido cariñoso contigo. Lo soy con todo el mundo...
Le regalo una mirada de extrañeza.
Él sonríe ante mi mueca de incredulidad.
—Eso sonó alentador, bombón —le espeto.
—Disculpa —sonríe él; le perdonaría cualquier detalle como este si la recompensa es verlo sonreír así—. Me refiero a que me gusta crear buenos lazos afectivos. Lo que me da miedo es no valorar a las personas que me rodean. Quizás contigo me pasé un poco, pero me resulta imposible no hacerlo. —Sacude la cabeza, acelerando sus pasos y, en el camino, arrastrándome para ir por un lado pedregoso y lleno de musgo; intento replicar, mas lo único que consigo es que Reed enarque una ceja. Cedo al instante y aprieto los ojos—. Tú eres igual. Siempre como un gato buscando calor y contacto humano.
—Yo no... —quiero rebatir.
Al momento siguiente, miro alrededor para buscar el sendero; solo veo árboles y, a lo lejos, la línea del agua, que parece un espejismo. Vuelvo la mirada a Reed al notar que estamos separados de los otros, donde los árboles crecen más cerca los unos de los otros y la maleza que crece por doquier, es lo suficientemente espesa como para crujir cada vez que piso sobre ella.
Doy un par de pasos para alejarme de Reed y, con una mano, apoyo mi peso en un tronco.
—Es una suerte saber que son mi calor y mi contacto lo que buscabas —le oigo murmurar, detrás de mí.
Girándome con lentitud, pego la espalda en el tronco, las manos hechas puño a los costados de mi cuerpo.
Visto con un pantalón pescador y una blusa de manga larga que me va holgada. Pero todos esos centímetros de tela zurcidos entre sí me parecen inútiles ante lo desnuda que me siento una vez que capto la mirada de Reed; al cabo de unos segundos, que ha invertido en aproximarse lo bastante como para alcanzar mi mejilla con los dedos de su mano derecha, siento el pulso acelerado y la ansiedad corriéndome en las venas.
Sonrío luego de entender que es una sensación dulce; la de besarlo a hurtadillas, cuando nadie está mirando. No es algo que me parezca familiar y, a pesar de ello, quiero levantar las manos y tirar de su camiseta.
—En algún momento se van a preguntar por qué nos separamos del camino —musito, al sentir que acerca su boca a la mía.
Le devuelvo un beso fugaz, a tiempo para mirarlo a los ojos directamente.
—Me gustaría decirles, en verdad —confiesa él, contra mis labios.
—No sé el qué.
Reed se encorva para mirarme...
—Que te saqué del camino para besarte; entenderán que es algo privado que se tiene que hacer con mucho esmero y... —Otro beso rápido— amor.
—Podría haber sabandijas por aquí —digo, mirando al suelo.
Reed me aprieta en un abrazo, mientras aspira profundamente de mi cabello suelto.
—Hueles muy bien, Emma.
—Huelo a bosque —refunfuño.
—Y a fogata, y a fresas. —Sus labios trazan un par de caricias en los míos, de modo que, cuando paramos, él deja la boca entreabierta, y dice—: Quedé con Jamie el miércoles. —Su pulgar derecho acaricia mi mentón—. Voy a decirle.
Una extraña e indolora incomodidad nace en mi pecho al escuchar nuevamente ese nombre. Sopeso mi situación actual, la de Reed y la de Jamie y, por último, me muerdo el labio inferior, esperando que los espíritus del bosque me den una señal.
Nadie responde, así que miro a Reed a los ojos y rodeo su cuello con mis brazos.
—Déjame a mí —musito.
—Em...
—Solo te pido eso; aunque no lo creas, sé manejar a Jamie.
—No es que dude que puedas con él. Digo que es mi mejor amigo y fui yo quien rompió su promesa.
—Era un promesa egoísta y horrenda, que no contemplaba mis sentimientos ni los tuyos.
—Una promesa, al fin y al cabo.
—Que yo te ayudé a romper —replico, un poco molesta, sí—. Y todavía estás a tiempo de echarte para atrás si tanto miedo te da su reacción; no es como que me hayas marcado o que ahora tengas la obligación de corresponderme.
Por fortuna Reed no me retiene cuando me aparto de él. Al contrario, me da mi espacio unos segundos y luego, a mis espaldas, espeta—: Me halaga que tengas mi autodominio en tan alta estima. —La hierba mala cruje con su peso en cuanto se aproxima a mí otra vez, y pone sus manos en mis hombros—. También puedo ser mala persona, Em; ya te dije que la única razón por la que creo que no me atreví a pretenderte, y misma por la cual me aseguré de salir con otras personas para mantenerme a raya, es porque pensé que no te gustaba como tú a mí. —El sonido de su risa despreocupada llena mi espacio personal, cuando me abraza por la cintura y hunde su rostro en el hueco de mi cuello—. Ahora quiero regalarte un girasol todos los días, y acabo de decidir que vamos a adoptar dos gatos. Lo que sea si así me gano tu corazón.
—Reed Kelly, ¿eso significa que estás buscando meterte en mis bragas?
—A ver, pequeña pervertida —dice él, tras una risa ronca; me hace girar para encararlo; a pesar de mi enrojecimiento en la cara, mantengo el mentón elevado y los ojos clavados en su expresión—. Le gusto a la gente porque creen que soy inglés, porque dicen que soy diseñador gráfico, porque dibujo; miles de cosas que son la punta del iceberg en mí. Y luego estás tú, que te sabes de memoria mi horario, me recuerdas las citas con mi dentista y, por si fuera poco, respetas mis regímenes alimenticios.
»Créeme, no lo habría soportado por mucho más tiempo. —Suspira, mientras empuja un poco mi cabeza con su frente—. Por eso renté otro departamento.
—Ahora, ¿quién se sentará conmigo en el canapé? —digo.
Reed deposita un beso, primero en mi mejilla derecha, luego en la izquierda, y por último en mi frente, donde se queda, los labios apoyados ahí, durante otros minutos.
—Tu insomnio me despierta.
Frunzo las cejas, pero no digo nada.
Lo abrazo más fuerte antes de que él, luego de besarme una última vez, me inste a que regresemos al sendero.
*
Nat estuvo tonteando todo el día con uno de nuestros vecinos de campamento; el más grande y atractivo, por supuesto; juega fútbol para los 49ers. Probablemente le lleva como diez años, pero supongo que eso a ella le viene de maravilla, ya que implica que no tendrá que dar ninguna explicación al respecto; lo de atarse en una relación monógama no es una cosa que le llame la atención en esta parte de su vida.
Ya dejé de preocuparme, porque sé que es lo que la hace sentir bien...
Al menos por ahora.
—¿Qué piensas? —pregunta una voz ronca a mi lado.
Reed se acomoda junto a mí en la manta que extendí frente a la fogata y, al igual que yo, apoya la espalda en el tronco que minutos atrás él mismo arrastró. Tengo una taza de café en las manos que me ha dado Sylvie, ya que es también adicta a la bebida. Además, me entregó un par de galletas de avena.
—Pienso que hoy voy a dormir sola —musito; miro a Reed por el rabillo del ojo y noto que tiene su vista en las llamas del fuego—. Estoy acostumbrada, pero aquí...
—Puedes dormir conmigo —me interrumpe.
Entonces vuelve su rostro; ha sujetado la botella con la mano derecha, mientras acomoda el brazo en el tronco, rodeando sutilmente mi espalda.
Esbozo una sonrisa trémula.
—No sé...
—Lo hacemos todo el tiempo —sonríe Reed, tras darle un trago a la cerveza—. En el canapé, en el sofá tras ver una película. No hay...
—No te atrevas a decir que no hay diferencia —atajo—. Este es el momento menos indicado para que lo digas.
—Ok —se rinde él, pero al instante añade—: El hecho de que hayamos tocado una primera base no quiere decir que dejaremos de ser amigos. Ni siquiera el hecho de que te invité a salir, o de que...
—Chist —me giro hacia él, sentada y acurrucada en mi manta; Reed tuerce una mueca; de frente con él, es perceptible que sus iris se iluminan con la luz proveniente del fuego—. Te estás poniendo insoportable.
—Emma, no dejes de compartir tu espacio conmigo; los demás están acostumbrados a vernos así. Hasta Jamie sabe que tenemos más en común de lo que quiere aceptar.
—Está bien: me dormiré en tu tienda —espeto—. Pero nada de besos.
Una de sus cejas se enarca. Quiero reírme al instante. Al contrario de mis deseos, lo que hago es acercarme a él, consciente de que Erick nos está mirando después de que Sylvie le susurrara algo en el oído. Gabriel, Sally y Lou están jugando al dominó, así que no están enfocados en nosotros.
Durante un cuarto de hora, lo único que se escucha es el crepitar del fuego, el sonido hosco de un tronco partiéndose, y algún que otro chillido de las criaturillas en el bosque a mis espaldas. El agua de la cala emite un ligero, pero adormecedor silbido, que interrumpe la voz de Reed cuando inclina su rostro y, en mi oído, me dice que ya debería irme a dormir. Sin embargo, me aferro a su brazo y entreabro un poco los ojos, sintiéndome más cansada cada vez.
—Hay una lista de reproducción en tu galería de música —murmuro, adormilada—. De-e-efe.
—Me suena familiar—responde él.
—¿Qué significa? —pregunto.
El sueño comienza a remitir al darme cuenta de que Reed está tardando. Me incorporo un poco para mirarlo al rostro y, como tenía la cabeza recostada en su hombro, él me mira, inclinándose también.
—Durmiendo entre flores.
—Tiene ciento ochenta y cinco canciones —espeto, por lo bajo.
—Ciento noventa y tres —me corrige él—. Trato de agregar una por día, aunque no siempre lo logro.
Frunzo las cejas, contrariada y curiosa al respecto. Reedy tiene la mirada puesta en las llamas otra vez.
—Dime por qué.
—Hace mucho que ves esa lista, ¿por qué me lo preguntas ahora?
—No me gustan las indiscreciones, pero te dejé profanar mi boca; creo que me gané una respuesta. —En silencio, mientras él acaricia la boquilla de la botella de cerveza, se relame los labios y yo lo observo con tanta atención que percibo perfectamente en qué momento mi corazón empieza a latir más rápido—. Reed...
—Es por Van Gogh —admite por fin—. Su descanso; los girasoles, Theo —me mira otra vez, y alza la mano donde lleva la botella para, con el dedo pulgar, acariciar mi mejilla de un rápido movimiento—. Y por ti, claro.
—¿Por mí? —inquiero.
Reed cabecea con pesar, como si le apenara reconocerlo.
—En una aproximación poco severa: hoy hace ciento noventa y tres días que vivimos bajo el mismo techo —confiesa—. Por eso.
—Mentiroso.
—Lo juro. Mira la primera canción... Y la segunda, para variar.
Lo observo sacar su móvil del bolsillo de su vaquero, en un acto que podría pasar desapercibido pero, por el cómo se mueve, sé que ya no le voy a permitir que beba más. Tal vez Reed no abusa del alcohol, pero, si voy a dormir en su tienda; prefiero no arriesgarme. Necesito que esté en su sano juicio, porque el mío está lejos de ser claro en este momento.
—¿Por qué Uptown girl? —pregunto, una vez que veo el primer tema, que fue agregado hace seis meses, en efecto.
Le sigue Wonderwall...
Y Little by little.
—Porque lo que se pierde al final es la esperanza, creo —dice, con una sonrisa forzada.
—Debí preguntarte antes, por todos los santos —replico.
—Sí, tal vez —sonríe Reed.
Se pone de pie con un salto, y me extiende la mano. Cuando la acepto para dejar que me ayude a levantarme también, noto que tira de mi mano y que va hasta el recipiente que Sylvie dispuso para la basura. Mientras él deja ahí la botella de cerveza que ya se terminó, echo una breve mirada alrededor. Sally nos sonríe apenas pero de inmediato vuelve a concentrarse en su juego. Erick y Sylvie ya no están.
Tras fijarme que estamos caminando en dirección de la casa de campaña, agarro con fuerza la taza de lo que me queda de café. También aprieto la mano de Reed, que no se inmuta ni se vuelve a mirarme.
—Voy al baño, ¿quieres venir? —me dice.
—Estoy bien, gracias —respondo.
No me agrada la idea de cruzar el sendero bajo la oscuridad de un bosque tenebroso; bien puede ser puro y solemne de día, pero ahora... Reed se marcha al minuto siguiente y yo aprovecho, mientras escucho Uptown girl en su teléfono, para cepillarme los dientes y traer mi manta desde la casa de campaña que compartí con Nat.
Luego de anudarme el cabello en un moño descuidado, dejo la taza dentro de mi tienda y, no sin fijarme quién me observa —nadie—, me adentro en la de Reed. Como todas sus cosas, el sitio está ordenado pulcramente; me cruzo de piernas en un rincón y rebusco en su lista de reproducción, que he escuchado tantísimas otras veces sin entender por qué había tantas de mis canciones favoritas.
Cambiando una a una, me encuentro con la extraña mezcla de temas, ritmos y géneros; me gusta el tono que lleva, y cuando Reed entra en la casa de campaña, alzo la mirada con una sonrisa en los labios.
—Soy un poco despistada al parecer —admito—. Ahora mismo es tan obvio que...
—No eres despistada, Em —me contradice él al tiempo que cierra la puertecita de la tienda—. Eres inocente.
—Ingenua.
—Inocente —repone Reed, acostándose en su bolsa de dormir tras quitarse las botas.
—Son casi lo mismo —digo para zanjar el tema.
Le entrego un audífono a Reed y me recuesto a su lado. Él se coloca el auricular en el oído derecho; tiene los ojos cerrados mientras Patiente suena.
—Dime, ¿cómo fue que le hiciste esa absurda promesa a Jamie?
Reed ladea la cabeza sobre la almohada del saco, y parpadea. Lo imito solo porque tengo la fuerte necesidad de mirarlo a los ojos, así de cerca. Antes de empezar a hablar, se relame los labios como si se le hubieran secado, pero la verdad es que están perfectos.
Como bombones.
Me acuesto en el costado de mi cuerpo para tener una mejor vista de él.
—Hace tres años le pregunté qué pensaba que dirías tú si te invitaba a salir —comenta, en tono bajo—. Me dijo que no lo hiciera si, de algún modo, lo consideraba su amigo.
—Así es Jamie —replico; a pesar de que trato de sonar liviana, el gesto de Reed se ensombrece, de todos modos—. No debiste hacerlo.
—Algo en su mirada me hizo sentir culpable —prosigue—. Y no... Yo no estaba seguro de que fuera una atracción importante. O sea, acababa de cumplir dieciocho, y jamás había tenido una novia en todo lo que dictamina la palabra. Ni siquiera lo intenté, claro está, pero en ese tiempo la idea de decepcionar a una persona que había depositado su confianza en mí, me pareció tonto. No valía la pena cruzar esa línea por algo que no sabía si iba a funcionar, por principio.
Él se restriega el rostro con las palmas de las manos. Aunque lo que ha dicho bien podría ser una bajada en mi autoestima, me digo que tal vez tiene razón; creo que, cuando las cosas son así, lo ideal es no arriesgarse.
Por supuesto, esta noche no pienso lo mismo. Y estoy segura de que él tampoco.
—Habría dicho que sí —musito, para cambiar de charla; Reed me sonríe.
—¿Sí?
Sacudo la cabeza; ninguna palabra se ha formado en mis cuerdas vocales, y mi lengua se encuentra entumecida.
Reed estira la mano para acariciar mi hombro; la tela del suéter me pesa por unos instantes, hasta que él me atrae para rodearme con su brazo y luego poner su boca en mi sien derecha, mientras apoya su cabeza en el dorso. Cierro los ojos cuando el tema actual es cambiado de pronto...
Dejé el móvil de mi lado y, por la posición de Reed, sé que él la ha cambiado.
—¿Te cuento un secreto? —inquiere una vez que On Melancholy Hill empieza a sonar en mi oído derecho.
Removiéndome para estar más cerca de su pecho, de su calor; de su aroma... Acabo susurrando que sí.
—No guardes ninguno, por favor —digo, aunque no sé si es una exigencia o una súplica.
—Creo que estoy soñando —espeta; su voz es apenas un suspiro junto a mi oreja, y me causa un escalofrío tremendo cuando continúa—: Pero, aun así, quiero que sepas que si no puedes conseguir al prospecto perfecto, al que cumpla tus expectativas, bien puedes tenerme a mí. Solo si tú quieres, claro.
Vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada, mirándolo. Entrecierro los ojos para verificar que no se está burlando de mí y, a pesar de esa parte de mi cerebro que se mantiene extrañada, me parece ver que la seriedad es lo único que se vislumbra en su expresión.
—¿A qué tipo de cita vas a llevarme? —pregunto.
Quiero que olvidemos la tensión de su anterior comentario, que fue, necesito pensar, un mero reflejo de su inseguridad respecto a lo que siento. Sin embargo, lo que pasa después de que me escucha, es lo contrario a lo que pretendía. Luego de suspirar muy hondo, Reed agacha por completo la cabeza y apoya sus labios en los míos.
Con sus dedos, me acaricia la mejilla y parte del mentón, pidiéndome, con suaves trazos sobre mi piel, que le dé paso a través de mi boca. Se separa un poco para mirarme a los ojos...
—Te dije que sin besos —le espeto, en voz baja.
—Necesito darte un beso largo antes de dormirme —repone él.
Al inicio, no sé si debo poner las palmas contra su pecho para impedírselo, ya que él mismo ha dicho que... Un beso de esos... Peligroso. No obstante, mi pecho se remueve con violencia a causa del puñado de emociones que me embargan en cuanto sus labios me buscan otra vez, exigiéndome una respuesta más vehemente. Con la mano más próxima, aprieto su nuca y, en consecuencia, Reed se pega más a mí. Ha dejado que su mano se pose en mi cintura, arrugando la tela de mi suéter.
A continuación, con mucha lentitud, traza todo un camino suave hasta mi pierna, por encima de mi pantalón, y sujeta la parte inferior de mi rodilla; no tengo que ser un genio para saber lo que sigue, así que dejo de besarlo y bajo la mirada...
—Em... No voy a propasarme contigo. Solo... Yo...
—No es eso. Es que... Las cosas cambian muy rápido.
—Emma, bonita —musita, sonriendo; jala mi pierna hasta que consigue engancharla a su cadera, mientras levanta su rodilla y la deja reposando sobre uno de mis muslos—. Quiero invadir tu espacio tanto como pueda, antes de mudarme.
Al mencionarlo, un sentimiento de congoja se incrusta en mi corazón; entonces sí, soy consciente de qué es lo que busca y por qué ha violado una regla de pudor. No es que tengamos muchas... Pero a partir de que lo vi desnudo, es como si mi mente no parara de imaginar ciertas cosas que jamás le diría en voz alta. Y me niego a que mi respiración, mis dedos temblorosos y el latido frenético de mi corazón, me delaten.
Decidida a continuar con lo que ha empezado él, permito que levante más su rodilla, hasta que está a pocos centímetros de mi entrepierna. No se mueve más arriba, y eso me tranquiliza al instante.
—Las cosas van a cambiar para bien. Te lo prometo —dice, y baja la cabeza para volver a besarme.
En esta ocasión, sin embargo, la caricia es más paciente, acortada y dulce...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro