3. Brazos de tinta.
Nuestro país está en guerra. En guerra con la ciudad de Santa Mónica. Es un lugar pequeño y débil a comparación de nuestras fuerzas civiles, ellos, y personas del gobierno han planteado soluciones para que no todos seamos como los "Sureños: Los rebeldes del Sur de California."
Ahora, para nosotros está prohibida una gran variedad de cosas, algunas costumbres para mí. Los jóvenes lo llamamos la interminable lista negra-porque cada vez aumentaban algo-, así no los enseñaron en el colegio, todos los años te daban el mismo discurso, no importa lo consiente de eso que digas que estas, el gobierno no quería que la rebeldía se extienda por lo que sobraba del país, aunque teníamos demasiado aún. Es solo nuestro país que tiene que seguir estas reglas y mantener en secreto todos los movimientos. Aquel grupo de sureños eran muy pocos, pero yo sabía que los civiles les temían por el gran Tabú que sabían practicar. No sé cómo los llaman en la universidad, o cuanto saben más de ellos, se suponía que este año entraría a la Estatal pero mi madre prefirió que pasara mis dieciséis años haciendo ayuda social, estaba adelantado un año, cuando quise mudarme los directores no me lo permitieron por mi edad. Tenía que esperar un año y no pensaba pasármelo sin hacer nada. Me ofrecí de voluntaria hacia el cuartel, podía ser enfermera o algo parecido, entonces fue como conocí a Julián.
Él estaba a punto de pasar al cargo de oficial, me toco ser su enfermera cuando volvió de Santa Mónica junto con los demás civiles. Mientras que lo atendía curándole las cortaduras que llevaba en los brazos, empezó a contarme todo lo que sucedió. No pude dejar de temblar con cada escena que me imaginaba en la cabeza con su voz de guía. No pude, ni puedo dejar de temerles.
Santa Mónica. Es la ciudad restringida de Estados Unidos, nadie quiere cruzar la valla que nos separa, ni siquiera la policía. Se dice que nadie vuelve de allí, o se hacen como ellos, o simplemente ellos lo matan. El paso está prohibido porque las personas se volvieron rebeldes, nadie ya los podía controlar, eran bestias, todos eran criminales. Nadie adoraba a Dios, se alababan así mismos, creaban sus propias reglas; Eran libres. Aquella vieja ciudad está envuelta por una cerca eléctrica. Los civiles en secreto mandaban a los delincuentes ahí, puedo recordar verlos aterrorizados cuando se suponen que ellos son asesinos también.
Yo quería ser libre, pero no así.
Abrí los ojos de golpe, algo quemaba las puntas de mis dedos de los pies, aleje mis piernas rápido mientras intentaba sentarme sobre la cama desecha en la que me encontraba. Observe una estufa y una mano sujetándola para que se mantenga recta, no vi más porque mis ojos se volvieron a cerrar a causa del dolor de cabeza. Cubrí mi cara escondiéndola en mis brazos, la luz me hacía sentir punzadas a la jaqueca que tenía. ¿Dónde estaba? Recordaba muy bien todo, pero no recuerdo como haber llegado a este lugar. Sea lo que sea el lugar donde estoy, no podría estar segura. Aquel chico rizado debió haberme traído aquí. El recuerdo de escucharlo llamarme una de ellos me hacen sentir nauseas, trago fuerte para detener el vómito que está apunto de ceder.
-¿Sigues teniendo frio?-Me quedo muy quieta al escuchar su voz. La cama se hunde cuando él se sienta. Siento el peso de su mirada sobre mí mientras que solo se queda en silencio. No respondo. No me muevo. Quiero desaparecer, el me asusta, intento matarme. Quiero que deje de mirarme. Quiero ir con Julián. Basta, le digo pero la palabra no sale de mis labios, solo lo pienso. Ya, basta. Deja de mirarme y déjame ir.
Cuento los segundos, ya son más de dos minutos cálculo. Sigo paralizada en mi posición fetal, pareciendo una niña con miedo a lo que está frente de ella. Y es que así estoy yo. Me encojo hundiéndome más entre mis brazos. Voy a desaparecer mientras más pequeña me haga, pienso. Una mano fría toma mi tobillo jalando, rompiendo por completo mi intento fallido de hacerme invisible. Él acerca mis pies a la estufa, pasa una mano por ellos frotando mi talón. Su tacto es áspero, levanto mi cabeza para mirar lo que está haciendo. Veo sus manos calentándome, los tatuajes que recorren su piel, y dibujo puntos cardinales en mi imaginación donde aquella tinta azul no oculta su cuerpo.
Me animo a observar su rostro. Es hermoso, mis labios se separan, parece un ángel. Cada facción es perfecta, la sombra de sus ojos, la que está debajo de sus cejas fruncidas, concentrado en lo que hace. Se ve tan delicado, sus labios rojizos y delgados están en línea recta. Está pensando en algo, supongo. Ahora que lo eh mirado con tanta claridad no puedo apartar la vista, quiero seguir la dirección de cada una de sus pestañas dobladas. Pero el me mira y aparto los ojos.
-Es imposible calentar tu cuerpo. Estas demasiado helada ¿Quieres algún abrigo más?-No sé qué decir, sigo pensando y tratando de analizar sus palabras, estoy muy confundida, no sé, no entiendo porque está haciendo esto. Me está cuidando, ya lo veo ¿Y a que costo?
-Em...yo
-Te daré el mío.-Se hecha hacia atrás quitándoselo, trato de evitar mirar su torso desnudo pero se me es imposible. Paseo mi mirada por sus hombros, pectorales y me detengo ante las cicatrices de cigarrillos en su abdomen. ¿Qué le están haciendo?-Elliot tardara en venir, y no quiero que te enfríes hasta eso.
Asiento tomándolo en mis manos, él me ayuda a pasarlo por mis hombros. Su mano recorre mi piel cuando lo hace.
-Tengo trabajo que hacer. Quédate aquí. Volveré cuando termines de comer la comida que te van a traer y me contaras todo lo que sabes sobre los civiles.-Frunzo el ceño enojada, ya comprendo porque me cuida, solo me está utilizando como una fuente de información.
-Cretino-susurro lo suficiente fuerte para que me escuche.
El ríe, hecha la cabeza un poco hacia atrás moviendo los rizos que caen por su frente-¿Es el mejor insulto que puedes darme, pequeña?-Se inclina hacia mi rostro acurrucándolo con sus frías manos.-Merezco que me llames mucho peor que eso.-Lo dice tan cerca de mi rostro, está a menos de tres centímetros, se nota la dureza de su voz. No quiere decirlo, pero sabe que es verdad. O tal vez solo trata de asustarme.
Sonríe mirando mi piel desnuda erizarse con su cercanía, saca la lengua y la pasa tan cerca como si deseara lamerla. Observo sus tatuajes una vez más, son demasiado crueles e intimidantes. Quiero que se aleje completamente de mí.
-¿Me tienes miedo cariño?-Está arrastrando sus rodillas lentamente hasta la cabecera donde yo estoy retrocediendo lo más que mi cuerpo tembloroso me permite. Suelto un grito ahogado cuando me sorprende envolviendo sus brazos en mi cintura, su pecho desnudo fuertemente pegado al mío.
-Le tienes miedo a un hombre con tatuajes, cuando tú creciste en brazos de tinta.
Sus ojos muestran decepción y los míos brillan de reconocimiento. Brazos de tinta, es lo único que necesito escuchar para recordar a que se refiere, está hablando de mi pasado. Él sabe quién soy y yo también se quién es él.
-Duncan...-Mi voz es casi un suspiro de un fuerte dolor en el pecho.
Asiente despacio mirando mi rostro detenidamente y noto que él está tratando de saber que me ha pasado ¿En qué me he convertido? ¿En que se ha convertido él? Mi cabeza sigue doliendo, ahora más por el esfuerzo de recordar. Ni siquiera estaba segura si era Duncan, pero los ojos verdes grises, pelo ruloso y desordenado, la del niño que se negó a salir.
Sin que él lo sepa todo el mundo, atrás de las vallas, sabían sobre él, utilizaban su imagen intimidante para mostrar lo que pasa cuando un vive detrás de las grandes cercas eléctricas que envolvía Santa Mónica. Se convertía en un ser distante, peligroso, un asesino.
-Raven, cariño.-Sonríe torpemente. Noto nerviosismo en su voz, la situación ahora es incomoda porque solíamos ser amigos, nos separamos, ambos queríamos asesinarnos. Y ahora simplemente lo abrazo más contra mí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro