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Ylenia(Versión extendida del micro-relato)

Las sombras acechaban esa noche de octubre. Los pájaros ya se habían resguardado en sus hogares, cobijándose unos con otros. Los gritos de diversión juntados con tintes de miedo estaban impregnados en el aire sobre-todo por niños que gritaban de un lado a otro, revoloteando como misiles.

El pueblo de Dulía se caracterizaba por un fenómeno, que ponía los pelos de punta a los habitantes, cada vez que llegaba el día. Excepto a los niños, que eran tan inocentes que no percibían el peligro cuando este estaba enfrente de sus narices.

Los arboles eran prominentes, las ramas de estos demostraban una fuerza, como si en cada una de sus espinas pudieran hacer daño, mientras la luna reflejaba con su luz blanquecina a estos.

Una ruleta más grande que la Luna giraba en el cielo, una vez al año cuando llegaba el día de los muertos. De entre las profundidades del lago del que resurge Ylenia. La niña olvidada e incinerada por curar enfermedades incurables y volar con una escoba surcando los cielos, mientras las estrellas brillaban ante su presencia.

Unos dicen que solo es una leyenda, otros que es obra de la imaginación de aquellos que desean llamar la atención. Pero todos coinciden en algo, una vez que el reloj comienza a marcar su tic tac, es hora de arrebujarte en tu manta de dormir. A no ser, que quisieras ser su próxima víctima. Siempre antes de la una de la madrugada, ni un minuto más ni menos. Todos estaban advertidos.

Eleida Rwey se burlaba cada vez, que escuchaba las notas de terror con las que contaban los sucesos que no presenciaron con sus ojos. Ya que cuando llegaba el día, desaparecían personas. Ella pensaba que solo serían rumores que las personas se inventaban para dar miedo. Lo típico que solía hacer la mayoría.

Era de noche, y muchas personas iban disfrazados con máscaras, haciendo atributo a Ylenia, la niña que se la tomo por loca y bruja maldita. La ruleta en el oscuro y estrellado cielo marcaba los minutos y las horas, Eleida miro con asombro. Nunca había presenciado en sus 17 años semejante cosa.

De improvisto, las calles se sumieron en el más grande silencio, todo estaba oscuro, solo se escuchaba su respiración y los latidos de su corazón que actuaban como un resorte, las luces de las farolas se apagaron.

El fondo de la acera se veía muy lejano, casi inalcanzable. Daba igual cuantos pasos diera, era como si no hubiera un principio o final, como si estuviera encadenada al lazo del infinito más tenebroso.

— ¿Hay alguien allí? Esto no es gracioso—su voz temblaba y sus piernas flaqueaban. El sur palpaba su frente, motas de aire salían de su boca, dificultándola la respiración.

Lo único que iluminaba el camino que recorría, era la ruleta que cada vez se movía con más rapidez, como si estuviera avisando de que algo malo acechaba entre las sombras. Las luces volvieron a encenderse, y vio la silueta esbelta de una joven.

—Volver a casa, nunca lo fue—un susurro percibió en su oído, sus pelos se pusieron de punta. Enfrente de ella, sin aviso alguno, había una joven con los ojos entornados, de ellos salían arañas vivas que comían sus lágrimas, su vestido blanco rasguñado estaba cubierto de sangre. Ella intento gritar, pero ningún sonido emitió.

Todo se detuvo.

Su respiración.

Su sangre se heló, sin seguir el recorrido de los tubos de sus venas.

Sus ojos se agrandaron, con el más puro terror que podían expresar sus facciones pero no su corazón.

Las luces volvieron a apagarse, y la ruleta en el cielo, cambio las agujas que dieron las doce de la noche, todo paso tan rápido que no lo noto. Una neblina la envolvía, estrujándola, absorbiendo sus energías, provocando que todo pareciera una ilusión. Entrando en el limbo de lo que para el ojo humano era inexistente, atravesando la puerta que muchos temían.

La puerta entre la vida y la casi muerte.

La puerta que podía llegar a tomar la decisión de si merecías seguir viviendo.

—La cordura y la locura están tan unidas, que no se puede diferenciar cuál de ellas es mejor. —siseaba esa melodía punzante—. Bienvenida, hermana Eleida.

Pero lo que ella no sabía, es que tu reflejo en el espejo de la ruleta, es solo el comienzo de tu posible envenenamiento. Nadie nunca le contó, y sobre-todo sus padres, que ella era descendiente de Ylenia Goferli, la niña a la que se torturo, sin tener en cuenta que era una humana.

De vez en cuando, cuando se vive en un mundo en el que las cosas tienen que ser de una manera porque otros lo dictan así, es difícil mostrar lo que de verdad eres,

Ylenia y Eleida eran hermanas, pero de un modo que llegaba a quebrar hasta tus sistemas nerviosos.

Sumergirte en el propio abismo de tu oscuridad, a veces es inevitable, como el canto de un corazón roto. La ignorancia fue un defecto del destino y la oscuridad siempre intenta opacar la luz que relampaguea con lentitud haciéndose un hueco entre tus ojos.

««»»

Una energía la elevo en el aire, el rojo acumulado en sus ojos, solo era el recordatorio de una pesadilla que estaba viviendo en carne y hueso.

Se encontraba en una lona mullida de color negro, esposas redecoraban sus muñecas, pero eran de espinas, estás se retorcían cambiando de color, era extraño ante sus ojos, las lágrimas transparentes se deslizaban de sus irises.

—Hermana, el dolor está allí. No tengas miedo, es evidente que no sabes que en verdad esas espinas son las que albergan tu corazón—la voz casi inaudible de Ylenia se escuchaba en alguna parte, Eleida levanto su cabeza, que estaba postrada en la cama. Al lado suyo estaba esa niña, que no rondaría más de los nueve años, sus ojos eran algo escalofriantes, las arañas bajaron una por una por sus brazos, mientras decoraban con sus patas sus brazos de pelos negros.

Los gritos de Eleida no tardaron en escucharse, mientras veía con ojos pasmados como se colaban por la cama e iban subiendo por sus piernas.

Era una escena horrible, que le estrujaba el corazón, oprimiéndola para no dejar ningún resquicio de vida.

Su órgano vital bombeaba con tal intensidad que no se sabía si era una bomba atómica.

Un grito que profirió Eleida hizo que por sorpresa, se librara de las esposas de espinas que tenía aprisionando su carne, habían dejado un círculo en ellas notándose la carne sobresaliendo y escociendo sus profundidades.

La niña había salido de su vista, se levantó de la cama sintiendo que esta se hundía a cada movimiento que daba.

El tic-tac de un reloj resonaba en la estancia con impertinencia, advirtiendo de que el tiempo podía llegar a ser la vida de alguien.

Hay momentos en los que el tiempo es la única salvación del ser humano, pero también la destrucción de uno mismo si no se utiliza como se debe.

Eleida no se molestó en mirar el cuarto en el que estaba, excepto que el viento gélido le hizo pararse y la removió, hasta que su cabeza golpeo contra la pared. Apretó los dientes, aguantando con todas sus ganas para no quedar en la inconsciencia.

En la pared se cayó un cuadro, algo la impulso a que sus dedos agarran el cuadro y se llevó una grata sorpresa, que le descoloco la mandíbula.

En ella está la niña con dos más igual a ella. Era desconcertante e espeluznante ya que sus sonrisas parecían de felicidad pero en esos instantes en el que el bombeo de su corazón parecía que iba a parar.

—No mires eso. ¡No tienes derecho a tocar nada de este lugar! ¡Suéltalo, haré que mueras del modo más agonizante que me sea posible!

Unas manos la agarraron del cuello, eran delicadas, limpias, pero del mismo modo fuertes y amenazantes.

Los ojos de Ylenia eran blancos, no había color alguno en ellos, una fuerza la tiro, la furia en ellos se notaba ya que líneas rojizas había en sus ojos, su cuerpo se impactó contra la ventana, los cristales se clavaban en su espalda, dejando heridas rojizas en ellos, rompiéndola poco a poco sin quererlo. Sus ojos se abrieron de par en par, y por un segundo ella admiro los cristales que refulgían haciendo contraste con la luz de la luna.

Ella pensó que si ese debía ser su fin, que por lo menos lo fuera mientras miraba el preciado cielo, si tenía que dejarlo todo de lado, que por lo menos fuera de una manera digna.

Ya que la mayoría de las personas se merecen una muerte digna y no agonizante.

—No quiero morir. No es mi momento. ¿Qué es todo esto, una maldición impuesta en mi persona?—hablaba con el pesar palpable en cada una de sus palabras.

Si de un milagro se tratase, todo se detuvo. Ella se detuvo en el aire, cerca de la ruleta que estaba en el cielo. Sus ojos estaban a punto de salirse de sus órbitas. Movió los pies y se dio cuenta de que podía andar en el cielo.

¿Qué es esto? ¿Un sueño? Pero toda su sangre dejo de circular cuando vio Ylenia con un cuchillo en su mano, intentando llegar hacia donde ella estaba.

Eleida estaba paralizada, una parte de ella no sabía cómo moverse o que hacer otra, y la otra parte racional le decía que se moviera que no podía quedarse allí y dejar que la matara una leyenda que no debería ser verdad.

Miro las agujas, estas marcaban las doce y treinta minutos. Se acordó de la canción que le cantaban de pequeña.

A las doce puedes quedarte, pero sin desvelarte. Una máscara podrás llevar, pero sin exagerar. Una flor podrás entregar, pero sin hablar. Cuando sus ojos se entrelacen con los tuyos, prepárate para que forme parte de los tuyos. La luna podrá brillar, pero su mirad podrá paralizar. Puedes jugar, hasta una hora determinada. El uno marca el inicio del fin, y cuando den y media sabrás que podrás volver a lo que fue una vida. Pero ten cuidado, que solo tendrás una oportunidad.

Faltaba poco de tiempo para que todo acabara, debía aprovecharlo.

Esquivo las cuchilladas que iban dirigidas hacia su persona.

— ¡Deja de resistirte!—chillaba la voz de la niña en su mente. Se tapó las orejas ya que le estaban perforando. En su mente se instalaron imágenes de una niña, cada recuerdo de los que estaba viendo no le pertenecían.

Pero lagrimas salieron de sus ojos, ya que entendió que estaba pasando. Todo este tiempo todo fue de alguna manera real. Escucho gritos de niños pidiendo ayuda, y de que debía seguir viva, para poder acabar con el sufrimiento que no les dejaba descansar en paz.

— ¡¿Por qué mataste a todos esos niños?! Ellos no tenían la culpa de nada, eran inocentes. Por tu culpa sus padres están destrozados, unos dejaron de vivir ya que no volvieron a oír sus risas y ver sus sonrisas tan inocentes—en la mente de Eleida se incrustaban hechos que la hacían volverse paranoica, veía esas lindas caras redondas aterradas, mientras Ylenia les quitaba la vida sin remordimiento alguno—. Daba igual que tus padres mataran a tus otras hermanas, o que te trataran mal y te tacharan de una maldición, o te llamaran bruja. No digo que estuviera bien lo que hicieron pero, ¡No tenías derecho a matar a esos niños, solo porque tus padres eran unos demonios! ¡No hacía falta que descargaras tu odio de ese modo, como si demostraras que tú también podías hacerlo! Ahora tú te has convertido en lo mismo que ellos, incluso peor.

— ¡Cállate, cállate, cállate!—su cabello negro le cubría la cara. El cuchillo estaba por enterrarse en su pecho, pero ella agarro su mano con fuerza. A era la una y veintidós minutos, sino actuaba rápido puede que se quedara dentro de ese mundo que la propia Ylenia había creado hace tiempo.

Con toda la fuerza que tenía, le arrebato el cuchillo y lo incrusto dentro de él con fuerza, dejando su mente en blanco, intentando no pensar en que había matado a alguien con sus propias manos.

La boca pálida de esta se abrió en asombro.

De su espacio bucal, expulso arañas negras en vez de sangre.

Ylenia se desplomo cayendo en las profundidades del lago, de este salió una luz negra que cubrió los cielos de este, eso la empujo y se sumergió en la ruleta. Dentro se escuchaban los tictacs, todo era una forma circular, burbujas de agua azules me acariciaban, de pronto una burbuja la empujó, rotó en el aire y cayo de manera delicada pero a la vez brusca al suelo. En sus manos están el tinte de la sangre, haciendo evidente que había matado a un espíritu humano en su mundo.

Cuando despertó se encontró en su cuarto, sus padres la estaban mirando preocupados.

Ella se levantó balbuceando.

—Ylenia porque lo hiciste. No,...yo no,...lo hice—sus ojos se abrieron de par en par, estaba en su cama, pero estaba conectada a un montón de tubos— ¿Estáis bien? No sé qué ha pasado, pero Ylenia, la niña de la que me contasteis y que el pueblo hacia una fiesta en honor a ella me estuvo persiguiendo.

—Hija tranquila, no estás bien. Tienes que recuperarte, no has dejado de balbucear eso desde hace ya una semana, el médico ha dicho que es debido a una caída que tuviste que te ha perjudicado. Pero tranquila, pronto llevaremos el tratamiento—sus cejas se juntaron en completa confusión, no entendí lo que le decía su madre.

Ella no se había dado ningún golpe. Eso pensaba.

Pasaron dos semanas más, hasta que se dio cuenta de que esa tal Ylenia no existía en las historias que ella creía que le habían contado, y que en su pueblo no existía ese día de los muertos.

Todos decían que esas historias que se montaba estaban en su cabeza, hasta sus padres la llevaron a medico por miedo a que se estuviera volviendo una paranoica.

Un día se miró en el espejo, durante más de quince minutos, algo que la perjudico ya que ver su propio reflejo la desconcertó de sobremanera ya que Ylenia estaba allí siempre estuvo a su lado.

La mirada que uno le proporcione uno mismo a un espejo es definitiva. Ya que en él se esconden ojos que te analizan, que hacen que veas que puede que el propio monstruo este frente a ti, frente al reflejo que cuanto más mires más te critica.

Así que, de vez en cuando, la mayor parte del tiempo, el propio monstruo no está debajo de tu cama—como solían decirte de pequeño—, sino que puede estar frente a ti.

Que tú seas eso, pero que no sepas reconocer que la locura es invariable, es normal, ya que está dividida de muchas maneras que no se pueden percibir con facilidad.

Ya que Eleida siempre fue Ylenia, sin darse cuenta hasta que miro su propio reflejo.

Notita de autora: 

Me he tardado lo mio en publicar, gracias a los que votan y comentan. Nunca creí que a alguien le gustaría algo de lo que escribo. Muchas gracias, Blessing.

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