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La niña

"No asustan las sombras en sí, sino lo que ves en ellas cuando tu músculo vital de vida se para."

En un pueblo muy recóndito del mundo, al que los turistas no venían a visitar por el simple motivo de que parecía desolado.

Una noche una niña que rondaría no más de cinco años de edad, se encontraba andando descalza con su osito de peluche marrón.

Su cabello negro rizado le llegaba hasta el cuello, su era nariz chata, sus ojos tenían unas inmensas pestañas que siempre habían cautivado a los demás siendo estas comparadas con un abanico, sus labios pequeños rosados contrastando al rubor de sus mejillas la hacían ver una niña preciosa.

Pero lo que más atraían eran sus ojos tan verdes como las hojas de un árbol recién nacido.

En sus mejillas, estaban surcadas e implantadas con tristeza unas gotas de sal que provocaba que sus mocos se lis tuviera que tragar sin quererlo.

Uní se preguntaría: ¿Dónde están sus padres? ¿Qué hace en la oscuridad más peligrosa?

Pero ese era el punto, trágicamente ella había sobrevivido a un accidente de coche, porque sus padres decidieron que si uno de ellos podía salir vivo debía ser su querida hija.

La pequeña solo recordaba las palmas en la espalda que le daba su padre, mientras le daba de comer esas galletas de chocolate príncipe, que provocaban que se deshiciera en su paladar con un sabor tan dulce que la llevaría a la nubes, pero que al final la llevaron a un sitio peor.

Una luz traspasó la carretera que estaban cruzando con la niebla de por medio, pero a pesar de que su madre hubiera conducido con todo el cuidado posible, parecía comí si las cosas tuvieran que suceder de ese modo.

Un camión salido de no-se-donde impacto contra su vehículo familiar, provocando que los gritos de terror, y esa sensación de sentir que la vida se te escapaba de las manos embargar sus corazones y cada uno de sus sistemas.

Los cristales colisionaron en un ruido que los dejó sordos, su padre agarraba a la niña con todas las fuerzas que llegaba a acaparar, dándole a entender que protegerla era su deber.

La niña quedó inconsciente pero cuando se despertó todo estaba destrozado, su madre tenía los ojos cerrados, la pequeña pensó con pesar que estaba en un hechizo como la Bella Durmiente, pero en este caso no había un príncipe ni una larga espera sin envejecer sino todo lo contrario, un marido que le llegaría la hora como a ella.

Su padre con las extremidades doloridas, y los ojos cansados intentando no caer en la inconsciencia, desabrocho su cinturón, la niña tenía una herida en la frente.

—Sal de aquí, amor —sus palabras salían de su interior con pausadas respiraciones.

Pero ella ni quería dejarlos allí tirados, solos.

Las lágrimas brotaban una por una, haciendo de ello un diluvio que rompía el alma de su padre.

Como pudo él la sacó sin importar los cortes que tenía impregnados en su rostro y piel.

Y por desdicha de la niña, su progenitor la empujo con todas sus fuerzas para que se apartara de la catástrofe que no tardo por suceder, vio como la luz se apagaban de sus ojos, demostrando que el fuego es un monstruo que quema sin permiso ni remordimiento alguno.

Las lágrimas de la ella no tardaron en salir, su pequeño órgano vital bombeaba con una fuerza que parecía que la mataría no aguantando su pequeño cuerpo.

La pequeña vagó por las calles, con su osito el único protector que estaba allí para ella, solo pensaba en lo injusta que era la vida.

En su mente pequeña, proceso con injusticia porque el cielo se había llevado a sus progenitores.

—No he sido una niña mala, excepto la vez que grite a mi peluche porque no quería hacerme caso—los mocos cubrían su nariz, calando con ellos el ojo de su osito.

Deseo con todas sus fuerzas, que se les devolvieran a sus padres sea quien fuera si había alguien que la escuchara, que haría lo que sea con tal de que no ocurriera esa desgracia de nuevo

Pero, ¿el alma de una niña, es capaz de venderse también a una sombra llena de anhelo por hacer daño?

Sus pasos eran pequeños, pero recorrieron una gran distancia sin darse cuenta. Su alrededor era oscuro, pero el miedo estaba en un segundo plano en su corazón inmenso.

Las lágrimas de un niño/a veces despiertan a las sombras más malignas que pueda haber.

Y esa no fue la excepción, alguien escucho sus plegarias que decía en su mundo interior cuando sus delicados pies ya no sentía, cuando de estos salía la sangre que le destrozaban, cuando la lluvia comenzaba a arreciar el cielo con una fuerza tremenda, haciendo que la pequeña se refugiara en el lugar más cercano que tenía, el bosque con sus prominentes árboles, ramas que crujían a cada paso que daba.

Encontró un árbol tan negro como el propio carbón, parecía muerto, en el medio tenía un agujero que se había hecho en su interior, en el que la pequeña se metió sin problema alguno.

Abrazó a su peluche marrón, se abrazó con él a sus rodillas, su cabello estaba desparramado mientras lloraba sin cesar, provocando de él, una lluvia humana que destrozaría e corazón de alguien. Su respiración era acelerada.

Pero de un momento dado, sintió como el árbol en el que se encontraba temblaba, hasta que paro, oyó unos silbidos pero no levanto la mirada por la gran sombra que sentía en su interior.

Noto la calidez pero a la vez frialdad de una mano que toco su rodilla, era acariciante recordándole a las manos más preciosas que nunca había visto en su vida: las de su madre, que ahora no estaba.

—No llores más. Todo acabara—era una voz femenina, que sonaba como la mujer que le dio la vida.

Levanto la vista topándose con el rostro de su madre con un velo negro que le cubría, salto llena de alegría, para abrazarla, pero la traspaso y ese rostro se convirtió en el de su padre, y luego en otros más.

—No me hagas daño—exclamo la niña, tapándose con la palma de sus manos, mientras intentaba cubrirse anhelando ser invisible.

—No lo haré—esa sonrisa podía parecer cálida de día, pero era fría, calculadora, aterradora y asesina den modo que llegaba a doler, como el afilamiento de diversos cuchillos de todas las formas posibles, provocando daños dolorosos por la superficie, pero que no se compraban con el dolor interior—Pide un deseo.

La niña mirando la figura incorpórea que estaba en frente suyo la miro con duda, con las palabras estancadas en su garganta sin saber que decir. Desde siempre le habían dicho que no hablara con desconocidos, que nunca se sabía, por muy amigables que parecieran.

Pero sus padres no estaban, y si esa persona podía ayudarla quería ella que lo hiciera sin importar el que.

— ¿Quién eres?—pregunto dudosa, dando pasos hacia atrás, con las alarmas avisando de que no era buena idea.

—Soy un ángel de la noche, que protege y cumple deseos.

La niña se emocionó un poco, sus ojos ya no lloraban, había resquicios de gotas de salen ellos pero había esperanza en ellos.

Su voz temblaba, pero pidió con una seguridad que no era habitual en niños de su edad.

—Quiero que mis padres vuelvan a estar conmigo para siempre—apretó sus dedos.

La figura incorpórea le miro sin expresión, alguna, solo miro al cielo y chasqueo los dedos.

La pequeña comenzó a sentir como su cuerpo temblaba, sus ojos se movían de un lado a otro, vio a sus padres despertar, agarrándole de la mano con dulzura, diciéndola cuanto la querían, regañándola por no comer. Pero en realidad, todo eso solo eran visiones de hechos que habían ocurrido en su pasado. Como flashbacks de vivencias que ya había vivido en su pasado más reciente.

Noto cómo sus huesos se paralizaban. Como sus músculos ya no se sentían, como su cuerpo se convertía en piedra, como sus ojos eran lo único que se movían de modo circular y de izquierda a derecha.

—Lo siento, no se puede resurgir a los muertos de sus aposentos. Sino el mundo olería a mugre, y a más sufrimiento del que ya hay, pero te doy el don de darme tu alma a cambio y así no sufrirás más.

Pero lo que la pequeña no sabía, era que el ángel de la muerte que no era de la noche, lo había planeado todo con una meticulosidad atemorizante, siempre en las noches, se aseguraba de que los niños perdieran a sus progenitores para llevárselos aprovechándose de la esperanza que se escapaba de sus ojos.

—Nunca—dijo con una casi inaudible pero firme voz.

Pero en el caso de esta, era muy diferente. Tenía esperanza, aunque se estuviera petrificado convirtiéndose en una estatua de piedra, con una lagrima que salió de su mejilla reluciendo, hizo que el ángel se asustara y desapareciera.

La niña hoy en día es una estatua, que aleja a los demonios, para que no haya más niños que sufran desgracias, por la luz de un camión provocada por el ángel que intenta llevarse las almas de los niños. Pero sin poder llevar a cabo su malévolo plan, ya que, La Niña no lo permite, y por mucho que lo desee no puede remover del camino.

Hay tintas de la vida que con irreversibles, como las perdidas. Pero de ellas siempre hay que albergar una esperanza aunque legue a parecer irreal.

Ya que de vez en cuando no nos damos cuenta de que hay alas que no pueden ser cortadas, por mucho que uno lo desee.

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